jueves, 21 de mayo de 2015

Capítulo 8

La noticia se da a conocer
–¿Bueno?
            –Buenas tardes, señora, habla Carla, ¿no está Paloma?
            –¿Paloma? ¿Qué no está contigo?
            –Este… estaba, pero se me olvidó decirle algo.
            –Pues no ha llegado. ¿Hace mucho que salió?
            –Este… no, no mucho, como anda a pie.
            –¿A pie? ¿No fue en la bicicleta? No está, pensé que de loca se había ido en bicicleta a la escuela.
            –Ah, sí, pero… es que la dejó primero en casa de Rosa, otra amiga, porque se cansó mucho, entonces nos vinimos en camión, pero luego iba a ir por la bicicleta.
            –Ah, pues sí. Yo le he dicho que una cosa es ir a tu casa y otra ir a todos lados con ella. Bueno, yo le digo que te llame cuando llegue.
            –Sí, señora, gracias.
            “Pinche Paloma –se dijo Carla después de colgar–, ni me dijo nada de que ya se iba a ir de de veras. O más bien ni le creí y sí se fue. ¿Y ora? Casi la echo de cabeza. Y su mamá ni se las huele. De seguro, más tarde me va a hablar. ¿Y qué le voy a decir? La va a empezar a buscar por todos lados. ¿Y si va a la policía? Híjole, a ver qué pasa.”
            El día de la partida de Paloma había transcurrido con normalidad en su casa. Nadie tenía la menor idea de que estaba muy lejos y de viaje. Creían que había sido un día como cualquier otro, salvo que Paloma se había ido en bicicleta en lugar de en el metro como siempre, de modo que nadie tuvo ninguna sospecha. En las mañanas nadie despertaba a la hora en la que Paloma se levantaba, desayunaba y se iba a la escuela. Su hermana iba en la tarde a la universidad y nunca despertaba temprano. Sus papás empezaban más tarde su día. La única que entraba a las siete era Paloma y la única que madrugaba cada día era ella. Sólo los primeros días de prepa, cuando apenas había empezado, su mamá se levantaba y hasta la acompañó el primer día al metro. Luego ya fue sólo parte de la rutina de Paloma. Por eso, nadie había sospechado nada, hasta que ya en la tarde su mamá, Nieves, pensó que era muy raro que a las cinco todavía no hubiera regresado ni se hubiera tomado la molestia de avisar. “Ay, Palomita, siempre lo mismo.”
            Pero pasó una hora después de la llamada de Carla y Nieves se inquietó. Primero estaba molesta, luego enojada, pero ahora ya empezaba a preocuparse. “¿Y cuando llegue Antonio?”, se preguntaba. Así que llamó a Carla, quien ya esperaba la llamada.
            –¿Bueno? ¿Carla?
            –Sí, señora.
            –¿No sabes nada de Paloma? ¿No regresó?
            –Este… no, señora.
            –No, sí sabes, dime, ya estoy preocupada.
            –Es que no sé.
            –¿No dices que estuvo en tu casa? ¿Y que iba por la bicicleta? ¿Hasta dónde vive esa Rosa que dices?
            –No, pues vive cerca.
            –¿Pues no que se regresaron en camión? Me estás diciendo mentiras. De seguro le pasó algo. Qué barbaridad. Cuál es el teléfono de esta muchacha, Rosa.
            –Este… no, señora. Digo, no me lo sé.
            –Pues cómo se apellida, para buscarlo en el directorio. ¿No lo puedes conseguir?
            Carla empezaba a no saber qué decir ni qué hacer, pero dudaba en contarle los planes de Paloma, porque luego se iba a enojar con ella. Pero ¿y qué tal si sí le había pasado algo?, se preguntó. ¿Qué iba a hacer? Al final, de todos modos decidió seguir con la mentira hasta que no pudiera más.
            –Mire, si quiere, le hablo a otra amiga, le digo que me dé el teléfono, luego le hablo a Rosa y le pregunto por Paloma y le hablo a usted otra vez.
            –Ay, sí, Carla, porque ya me está entrando la preocupación. Esta muchacha tan atrabancada. Qué trabajo hablar, a ver. Bueno, te lo encargo mucho. Espero tu llamada.
            –Sí, señora, yo la llamo en un rato.
            –Pero no te tardes, por favor.
            –No, señora.
            Carla colgó. Pensó en qué iba a decirle a la mamá de Paloma, si le seguía con el cuento o qué. Podía inventarle que el teléfono estaba desconectado, pero seguramente le pediría la dirección para ir a buscarla. “¿Qué hago, qué le digo? Paloma nunca me dijo qué iba yo a tener que hacer cuando esto pasara. Era su obligación pensarlo.” En ese momento volvió a sonar el teléfono. Carla no había decidido nada, pero contestó de inmediato. Si su mamá se enteraba iba a ser peor.
            –¿Bueno?
            –¿Carla? ¿Ya hablaste?
            –Este… sí, pero es que está desconectado su teléfono.
            –Pero vive cerca de la prepa, ¿no? ¿En qué calle? Dame la dirección para ir a buscarla.
            –Ay, señora, no ha de tardar.
            –No, ya se tardó mucho. Se me hace que tú me ocultas algo.
            –No, señora, cómo cree.
            –Claro que sí, ustedes siempre se andan tapando.
            –No, señora, de veras.
            –No te creo.
            –No se enoje conmigo.
            –Bueno, bueno, tienes razón, discúlpame. Es que ya me entró el susto. Algo le pasó. Ya se la robaron.
            –No, señora, cómo cree.
            –Es tan alocada siempre.
–No, señora, si Paloma es juiciosa, siempre es muy cuidadosa.
–Qué va a ser, si discurre peor que un calcetín.
–No diga eso. De veras, ella siempre es la que piensa las cosas antes de hacerlas. A mí me ha ayudado mucho ser su amiga, porque yo sí hago las cosas a lo menso.
–¿De veras? Pues por lo mismo, algo le pasó.
–Me refiero a que sabe cuidarse.
–No, no. Algo le pasó.
Carla se sintió presionada y además pensó que no era justo que la mamá de Paloma no supiera la verdad y dijo:
–Ay, bueno, ya.
–Oye, ¿qué modos son ésos? Tengo razón de estar preocupada y tú me sales con esta grosería –la voz de Nieves se quebró y empezó a llorar.
–No, señora, cómo cree, es que… le iba a… a decir…
–Ya dime, Carla –exigió Nieves con voz llorosa–, ¿no ves que estoy muy preocupada? ¿Qué tal si tuvo un accidente? Hay que ir a la policía, a la Cruz Roja, yo qué sé. Hablar a Locatel. Ni sé qué hay que hacer en estos casos.
–No señora. Mire. Este…
–¡Ya habla de una vez, por favor!
–Sí, señora, es que me pone nerviosa, pero no llore, si no, no puedo ni hablar.
–¿Con quién hablas? –Preguntó la mamá de Carla, a quien le extrañó oír esa última frase de su hija.
Carla tapó la bocina del teléfono y respondió:
–Con la mamá de Paloma. Ahorita te cuento.
–¿Le pasó algo?
–Pérame, ahorita te cuento.
–¿Carla? ¿Me vas a decir de una vez qué pasa? Ya, ya me calmé –dijo Nieves, pensando que el silencio de Carla era para esperar a que se tranquilizara.
–Sí, señora. Mire. Lo que pasa es que Paloma se fue de viaje.
–¿De viaje? ¡A dónde! ¡Pero si no son vacaciones! ¡Esta muchacha loca!
–¿Ya ve? Mejor no le cuento.
–No, a ver, dime, ya, me calmo.
–Pues desde hace mucho… Bueno, no tanto, no sé cuánto, pero ya tenía tiempo que decía que nos fuéramos de viaje, pero yo no quise ir.
–Pues hiciste bien. No que esa loca…
–Señora…
–Sí, sí, perdón, sigue, sigue.
–Y quería viajar en tren.
–¿En tren? ¿A dónde? ¿Todavía hay trenes?
–Pues ella ya había investigado y todo. Quería ir a Chihuahua.
–¡A Chihuahua! ¿Y a qué? ¿Con quién? ¿Con qué dinero?
–Ella estuvo ahorrando, hacía pulseritas y collares y los vendía en la escuela. Galletas también.
–¿Paloma hacía galletas? ¡Cómo es posible que no me haya dado cuenta!
–Es que… las hacíamos aquí, en las tardes que venía a mi casa.
–¿Y qué más? ¿A dónde iba a llegar? ¿Se fue hoy, entonces? ¿A qué hora salió? ¿Ya llegó? ¿Sabes algo? ¿Con quién se fue?
–Pues es todo lo que sé. Como yo le dije que no iba, se enojó y ya no me dijo nada más. Yo ni sabía que hoy era el día que se iba a ir. Pero ése era el plan: salir de la casa como si fuéramos a ir a la escuela, pero nos íbamos a ir a la estación. Solas.
–¿Y la bicicleta?
–La iba a vender para tener más dinero.
–¿A quién?
–Eso sí no sé. Ya no la vi desde el día que se enojó.
–Entonces estará en Chihuahua –dijo Nieves con voz de enojo ahora que ya sabía dónde podía estar su hija y cómo había planeado todo sin decirle ni una palabra y agregó rencorosa–. ¿Y por qué no me dijo nada?
–Me dijo que porque no la iba a dejar.
–Pues claro. Está loca, te digo.
–Bueno, señora, ya me voy. Paloma se va a enojar más conmigo, pero ya se lo dije. Ya qué.
–Hiciste bien, Carla.
–No sé, señora. Yo espero que sí. Pero se lo dije nada más porque ya estaba usted muy preocupada. No le vaya a hacer nada, por favor.
–Es que qué paquete me deja con su papá. ¿Qué le voy a decir?
–Pues dígale que se quedó en mi casa.
–¿Y mañana?
–Pues también, que porque estamos haciendo un trabajo de Física y es muy difícil. Déjela, señora.
–¿Y si no regresa?
–Sí regresa. Paloma me lo dijo. Porque precisamente lo que quería era que vieran que sí podía hacerlo y no le pasaba nada.
–Pero es que se expone a muchos peligros. Ni conoce nada ni a nadie. Y ella de mujer… pues más.
–Ya le dije que Paloma sabe cuidarse y es muy juiciosa.
–Sí, cómo no. ¿Y esto? ¿Muy juiciosa? ¡Loca, está loca!
–No se enoje, señora. Ya me voy. No le diga a su papá, siquiera deje que llegue y conozca tantito, ¿no?
–Ay, Carla. Son igualitas. Bueno, gracias. Al menos ya no ando pensando lo peor. Pero ¿y si le pasa algo?
–Pues no piense lo peor, mejor piense lo mejor. También es posible, ¿no? Bueno, señora, ya me voy, tengo tarea y mi mamá ya me habló para cenar –mintió Carla para terminar la conversación.
–Está bien, Carla, discúlpame. Gracias de todos modos.
Finalmente Nieves colgó. La mamá de Carla esperaba una explicación a la conversación que había estado escuchando.
–A ver, cómo está eso de que Paloma está en Chihuahua, y que te ibas a ir tú también.
–Ay, mamá, pus si ya oíste todo.
–No, pero a ver, con quién se fue o qué.
–Sola, se fue sola.
–Sí, cómo no. De seguro con algún fulano.
–No, mamá, se fue sola. ¿Qué no podemos hacer nada sin los hombres? Se fue a Chihuahua en tren porque quería conocer y ya. Y no les dijo a sus papás, porque no la iban a dejar. Y yo no fui porque soy cobarde y huevona. Nada más.
Carla fue perdiendo seguridad conforme hablaba y empezó a sollozar. Luego se fue a su cuarto, se encerró, se echó en la cama y se puso a llorar sofocando los gritos con la almohada, pensando que había delatado a su amiga y que ella era una cobarde, miedosa, llorona, floja y comodina, y que le hubiera gustado haberse ido con Paloma y andar quién sabe dónde, conociendo nuevos lugares, ellas dos solas, sin pensar en nada más.
–Carla, ábreme.
–No, para qué. ¿Para que me digas cosas horribles de Paloma? ¡Déjame!
Carla llorando por haber traicionado a su amiga
Mientras tanto, Nieves se quedó pensando qué iba a hacer: contarle a Antonio, lo cual lo iba a enfurecer, o inventar algo para que no sospechara nada y esperar el regreso de Paloma. ¿Pero qué podía inventar? Además, ¿cuándo iba a regresar? ¿Y si se tardaba mucho? ¿Y si decidía no volver? Por el momento Nieves estaba sola, ni Antonio ni Azucena habían llegado, así que podía pensar un poco. Tal vez, como le dijo Carla, podía decirle que se había quedado a dormir con ella, tal vez mañana con otra amiga. Pero no, la única con la que se quedaba a dormir era con Carla. A lo mejor un viaje de la escuela. Sí, eso era más factible. “Por hoy en casa de Carla, y mañana en otro lado y luego se van de viaje a… a Taxco, sí, de la clase de Geología que tomó como optativa. ¡Ay, Paloma! Siquiera un recado, una llamada, algo. Voy a estar con el Jesús en la boca.”
Luego pensó que no era tan improbable que Antonio ni siquiera notase la ausencia de Paloma, pues con esos horarios tan distintos a veces pasaban toda la semana sin verse, hasta el sábado, y si tenían noticias uno del otro era porque ella andaba de mensajera poniéndolos al tanto de las actividades de cada cual. “Qué mal”, pensó, pero decidió que hasta que Antonio notara la ausencia de su hija, no le diría nada. Después, ya pensaría si le contaba la verdad o lo que había pensado, la verdad la dejaría hasta que la mentira fuera insostenible.
Con ese plan se quedó Nieves, pero muy nerviosa. Seguramente Antonio lo notaría. ¿Y Azucena? Bueno, su otra hija no sería un problema. Al menos eso pensaba. De cualquier manera, era un hecho que la vida de la familia se iba a trastocar de un momento a otro. Por lo pronto, ella dudaba ya de todo y se sentía inquieta por su hija menor. En ese momento se oyó que alguien metía la llave a la chapa y abría la puerta. Nieves respiró profundamente. En un día normal, Paloma ya estaría dormida. Eran las diez de la noche.
–Hola –saludó Antonio y se dirigió hacia Nieves para darle un beso, como cada día.
–Hola, cómo te fue –respondió Nieves y correspondió al beso.
–¿Lloraste? –Preguntó Antonio.
–No –mintió Nieves–, es que ando como con el cuerpo cortado. Yo creo me va a dar gripa. Siento los ojos calientes.
–Los tienes rojos.
–¿Sí? A ver –respondió Nieves y se dirigió al espejo para verse–. ¡Qué horrible! No, sí ya me enfermé. ¿Tendré calentura?
–No exageres. Tómate algo y ya. Sí te ves mal, pero una gripilla ha de ser.
–¿Quieres cenar?
–Sí, traigo un hambre… Comí horrible. Una comida sin chiste y cara.
–¿Dónde comiste?
–Ahí por la oficina, pero en otro lugar. Que dizque muy bueno, me dijo Alfredo… ¡Horrendo! Y caro, te digo. Cincuenta pesos el menú, hazme favor. ¿Y para lo que nos dieron? Mejor en el mercado, y más barato. ¿Qué hiciste de cenar?
–Molletes.
–¿Molletes? ¿No ves que estoy hecho un marrano y tú haces molletes? ¿No hay algo más ligero?
–Pues quién te entiende. Ayer te hice la cena de dieta y que querías otra cosa más llenadora.
–¿Y no quedó de lo de ayer?
–No, me lo comí, porque luego nada más se desperdicia.
–Oh, que la canción. Pues siquiera ponles lechuga y jitomate. ¿Hay?
–Sí, sí hay.
Antonio fue al baño. Mientras hablaban, ya se había quitado saco, corbata y camisa, y se había quedado en camiseta. Nieves fue a la cocina a picar la lechuga y desinfectarla, y a rebanar el jitomate. Por supuesto, seguía pensando en Paloma y en qué iría a pasar. Menos mal que le había creído lo de la gripe, pensó. Luego se dijo que actuaría conforme se presentara la situación y nada más. Como le había dicho Carla, ¿por qué no pensar lo mejor en lugar de lo peor? Antonio estaba de regreso.
–¿Y Paloma?
A Nieves le dio un vuelco el corazón, pero se recuperó de inmediato y contestó con seguridad:
–Ya se durmió. Ya sabes, como se levanta tan temprano.
–Sí, caray. Eso de entrar a las siete es una friega. Me acuerdo cuando estaba en la prepa. Era horrible. Menos mal que en mi trabajo entro tarde. Es bien rico levantarse hasta las ocho. No que eso de que suene el despertador a las cinco… Pobre de mi hija. Bueno, a todos nos tocó.
–Pues sí.
–¿Y Azucena?
–No ha llegado. Ya ves que sale a las diez.
–Otro horario infame. Nunca nos vemos. Mmmm, huele bien. Bueno, algo compensará la lechuga, ¿no?

Nieves y Antonio cenaron platicando cada uno de lo que le había ocurrido en su día, y el tema de Paloma, por ese día, estaba cerrado. Cuando estaban por terminar llegó Azucena y la acompañaron a cenar. Ni siquiera preguntó por Paloma y, por esta vez, Nieves no se lo reclamó. Por el contrario, sintió un gran alivio de que así fuera. ¿Cuánto podría durar aquello? No lo sabía. Al rato la casa estaba silenciosa. Dormían profundamente, excepto Nieves.

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