La noticia se da a conocer
–¿Bueno?
–Buenas
tardes, señora, habla Carla, ¿no está Paloma?
–¿Paloma?
¿Qué no está contigo?
–Este…
estaba, pero se me olvidó decirle algo.
–Pues
no ha llegado. ¿Hace mucho que salió?
–Este…
no, no mucho, como anda a pie.
–¿A
pie? ¿No fue en la bicicleta? No está, pensé que de loca se había ido en
bicicleta a la escuela.
–Ah,
sí, pero… es que la dejó primero en casa de Rosa, otra amiga, porque se cansó
mucho, entonces nos vinimos en camión, pero luego iba a ir por la bicicleta.
–Ah,
pues sí. Yo le he dicho que una cosa es ir a tu casa y otra ir a todos lados
con ella. Bueno, yo le digo que te llame cuando llegue.
–Sí,
señora, gracias.
“Pinche
Paloma –se dijo Carla después de colgar–, ni me dijo nada de que ya se iba a ir
de de veras. O más bien ni le creí y sí se fue. ¿Y ora? Casi la echo de cabeza.
Y su mamá ni se las huele. De seguro, más tarde me va a hablar. ¿Y qué le voy a
decir? La va a empezar a buscar por todos lados. ¿Y si va a la policía? Híjole,
a ver qué pasa.”
El
día de la partida de Paloma había transcurrido con normalidad en su casa. Nadie
tenía la menor idea de que estaba muy lejos y de viaje. Creían que había sido
un día como cualquier otro, salvo que Paloma se había ido en bicicleta en lugar
de en el metro como siempre, de modo que nadie tuvo ninguna sospecha. En las
mañanas nadie despertaba a la hora en la que Paloma se levantaba, desayunaba y
se iba a la escuela. Su hermana iba en la tarde a la universidad y nunca
despertaba temprano. Sus papás empezaban más tarde su día. La única que entraba
a las siete era Paloma y la única que madrugaba cada día era ella. Sólo los
primeros días de prepa, cuando apenas había empezado, su mamá se levantaba y
hasta la acompañó el primer día al metro. Luego ya fue sólo parte de la rutina
de Paloma. Por eso, nadie había sospechado nada, hasta que ya en la tarde su
mamá, Nieves, pensó que era muy raro que a las cinco todavía no hubiera
regresado ni se hubiera tomado la molestia de avisar. “Ay, Palomita, siempre lo
mismo.”
Pero
pasó una hora después de la llamada de Carla y Nieves se inquietó. Primero
estaba molesta, luego enojada, pero ahora ya empezaba a preocuparse. “¿Y cuando
llegue Antonio?”, se preguntaba. Así que llamó a Carla, quien ya esperaba la
llamada.
–¿Bueno?
¿Carla?
–Sí,
señora.
–¿No
sabes nada de Paloma? ¿No regresó?
–Este…
no, señora.
–No,
sí sabes, dime, ya estoy preocupada.
–Es
que no sé.
–¿No
dices que estuvo en tu casa? ¿Y que iba por la bicicleta? ¿Hasta dónde vive esa
Rosa que dices?
–No,
pues vive cerca.
–¿Pues
no que se regresaron en camión? Me estás diciendo mentiras. De seguro le pasó
algo. Qué barbaridad. Cuál es el teléfono de esta muchacha, Rosa.
–Este…
no, señora. Digo, no me lo sé.
–Pues
cómo se apellida, para buscarlo en el directorio. ¿No lo puedes conseguir?
Carla
empezaba a no saber qué decir ni qué hacer, pero dudaba en contarle los planes
de Paloma, porque luego se iba a enojar con ella. Pero ¿y qué tal si sí le
había pasado algo?, se preguntó. ¿Qué iba a hacer? Al final, de todos modos
decidió seguir con la mentira hasta que no pudiera más.
–Mire,
si quiere, le hablo a otra amiga, le digo que me dé el teléfono, luego le hablo
a Rosa y le pregunto por Paloma y le hablo a usted otra vez.
–Ay,
sí, Carla, porque ya me está entrando la preocupación. Esta muchacha tan
atrabancada. Qué trabajo hablar, a ver. Bueno, te lo encargo mucho. Espero tu
llamada.
–Sí,
señora, yo la llamo en un rato.
–Pero
no te tardes, por favor.
–No,
señora.
Carla
colgó. Pensó en qué iba a decirle a la mamá de Paloma, si le seguía con el
cuento o qué. Podía inventarle que el teléfono estaba desconectado, pero
seguramente le pediría la dirección para ir a buscarla. “¿Qué hago, qué le
digo? Paloma nunca me dijo qué iba yo a tener que hacer cuando esto pasara. Era
su obligación pensarlo.” En ese momento volvió a sonar el teléfono. Carla no
había decidido nada, pero contestó de inmediato. Si su mamá se enteraba iba a
ser peor.
–¿Bueno?
–¿Carla?
¿Ya hablaste?
–Este…
sí, pero es que está desconectado su teléfono.
–Pero
vive cerca de la prepa, ¿no? ¿En qué calle? Dame la dirección para ir a
buscarla.
–Ay,
señora, no ha de tardar.
–No,
ya se tardó mucho. Se me hace que tú me ocultas algo.
–No,
señora, cómo cree.
–Claro
que sí, ustedes siempre se andan tapando.
–No,
señora, de veras.
–No
te creo.
–No
se enoje conmigo.
–Bueno,
bueno, tienes razón, discúlpame. Es que ya me entró el susto. Algo le pasó. Ya
se la robaron.
–No,
señora, cómo cree.
–Es
tan alocada siempre.
–No, señora, si Paloma es juiciosa,
siempre es muy cuidadosa.
–Qué va a ser, si discurre peor que
un calcetín.
–No diga eso. De veras, ella
siempre es la que piensa las cosas antes de hacerlas. A mí me ha ayudado mucho
ser su amiga, porque yo sí hago las cosas a lo menso.
–¿De veras? Pues por lo mismo, algo
le pasó.
–Me refiero a que sabe cuidarse.
–No, no. Algo le pasó.
Carla se sintió presionada y además
pensó que no era justo que la mamá de Paloma no supiera la verdad y dijo:
–Ay, bueno, ya.
–Oye, ¿qué modos son ésos? Tengo
razón de estar preocupada y tú me sales con esta grosería –la voz de Nieves se
quebró y empezó a llorar.
–No, señora, cómo cree, es que… le
iba a… a decir…
–Ya dime, Carla –exigió Nieves con
voz llorosa–, ¿no ves que estoy muy preocupada? ¿Qué tal si tuvo un accidente?
Hay que ir a la policía, a la Cruz Roja ,
yo qué sé. Hablar a Locatel. Ni sé qué hay que hacer en estos casos.
–No señora. Mire. Este…
–¡Ya habla de una vez, por favor!
–Sí, señora, es que me pone
nerviosa, pero no llore, si no, no puedo ni hablar.
–¿Con quién hablas? –Preguntó la
mamá de Carla, a quien le extrañó oír esa última frase de su hija.
Carla tapó la bocina del teléfono y
respondió:
–Con la mamá de Paloma. Ahorita te
cuento.
–¿Le pasó algo?
–Pérame, ahorita te cuento.
–¿Carla? ¿Me vas a decir de una vez
qué pasa? Ya, ya me calmé –dijo Nieves, pensando que el silencio de Carla era
para esperar a que se tranquilizara.
–Sí, señora. Mire. Lo que pasa es
que Paloma se fue de viaje.
–¿De viaje? ¡A dónde! ¡Pero si no
son vacaciones! ¡Esta muchacha loca!
–¿Ya ve? Mejor no le cuento.
–No, a ver, dime, ya, me calmo.
–Pues desde hace mucho… Bueno, no
tanto, no sé cuánto, pero ya tenía tiempo que decía que nos fuéramos de viaje,
pero yo no quise ir.
–Pues hiciste bien. No que esa loca…
–Señora…
–Sí, sí, perdón, sigue, sigue.
–Y quería viajar en tren.
–¿En tren? ¿A dónde? ¿Todavía hay
trenes?
–Pues ella ya había investigado y
todo. Quería ir a Chihuahua.
–¡A Chihuahua! ¿Y a qué? ¿Con
quién? ¿Con qué dinero?
–Ella estuvo ahorrando, hacía
pulseritas y collares y los vendía en la escuela. Galletas también.
–¿Paloma hacía galletas? ¡Cómo es
posible que no me haya dado cuenta!
–Es que… las hacíamos aquí, en las
tardes que venía a mi casa.
–¿Y qué más? ¿A dónde iba a llegar?
¿Se fue hoy, entonces? ¿A qué hora salió? ¿Ya llegó? ¿Sabes algo? ¿Con quién se
fue?
–Pues es todo lo que sé. Como yo le
dije que no iba, se enojó y ya no me dijo nada más. Yo ni sabía que hoy era el
día que se iba a ir. Pero ése era el plan: salir de la casa como si fuéramos a
ir a la escuela, pero nos íbamos a ir a la estación. Solas.
–¿Y la bicicleta?
–La iba a vender para tener más
dinero.
–¿A quién?
–Eso sí no sé. Ya no la vi desde el
día que se enojó.
–Entonces estará en Chihuahua –dijo
Nieves con voz de enojo ahora que ya sabía dónde podía estar su hija y cómo
había planeado todo sin decirle ni una palabra y agregó rencorosa–. ¿Y por qué
no me dijo nada?
–Me dijo que porque no la iba a
dejar.
–Pues claro. Está loca, te digo.
–Bueno, señora, ya me voy. Paloma
se va a enojar más conmigo, pero ya se lo dije. Ya qué.
–Hiciste bien, Carla.
–No sé, señora. Yo espero que sí.
Pero se lo dije nada más porque ya estaba usted muy preocupada. No le vaya a
hacer nada, por favor.
–Es que qué paquete me deja con su
papá. ¿Qué le voy a decir?
–Pues dígale que se quedó en mi
casa.
–¿Y mañana?
–Pues también, que porque estamos
haciendo un trabajo de Física y es muy difícil. Déjela, señora.
–¿Y si no regresa?
–Sí regresa. Paloma me lo dijo.
Porque precisamente lo que quería era que vieran que sí podía hacerlo y no le pasaba
nada.
–Pero es que se expone a muchos
peligros. Ni conoce nada ni a nadie. Y ella de mujer… pues más.
–Ya le dije que Paloma sabe
cuidarse y es muy juiciosa.
–Sí, cómo no. ¿Y esto? ¿Muy
juiciosa? ¡Loca, está loca!
–No se enoje, señora. Ya me voy. No
le diga a su papá, siquiera deje que llegue y conozca tantito, ¿no?
–Ay, Carla. Son igualitas. Bueno,
gracias. Al menos ya no ando pensando lo peor. Pero ¿y si le pasa algo?
–Pues no piense lo peor, mejor
piense lo mejor. También es posible, ¿no? Bueno, señora, ya me voy, tengo tarea
y mi mamá ya me habló para cenar –mintió Carla para terminar la conversación.
–Está bien, Carla, discúlpame.
Gracias de todos modos.
Finalmente Nieves colgó. La mamá de
Carla esperaba una explicación a la conversación que había estado escuchando.
–A ver, cómo está eso de que Paloma
está en Chihuahua, y que te ibas a ir tú también.
–Ay, mamá, pus si ya oíste todo.
–No, pero a ver, con quién se fue o
qué.
–Sola, se fue sola.
–Sí, cómo no. De seguro con algún
fulano.
–No, mamá, se fue sola. ¿Qué no
podemos hacer nada sin los hombres? Se fue a Chihuahua en tren porque quería
conocer y ya. Y no les dijo a sus papás, porque no la iban a dejar. Y yo no fui
porque soy cobarde y huevona. Nada más.
Carla fue perdiendo seguridad
conforme hablaba y empezó a sollozar. Luego se fue a su cuarto, se encerró, se
echó en la cama y se puso a llorar sofocando los gritos con la almohada,
pensando que había delatado a su amiga y que ella era una cobarde, miedosa,
llorona, floja y comodina, y que le hubiera gustado haberse ido con Paloma y
andar quién sabe dónde, conociendo nuevos lugares, ellas dos solas, sin pensar
en nada más.
–Carla, ábreme.
–No, para qué. ¿Para que me digas
cosas horribles de Paloma? ¡Déjame!
Carla llorando por haber traicionado a su amiga |
Mientras tanto, Nieves se quedó
pensando qué iba a hacer: contarle a Antonio, lo cual lo iba a enfurecer, o
inventar algo para que no sospechara nada y esperar el regreso de Paloma. ¿Pero
qué podía inventar? Además, ¿cuándo iba a regresar? ¿Y si se tardaba mucho? ¿Y
si decidía no volver? Por el momento Nieves estaba sola, ni Antonio ni Azucena
habían llegado, así que podía pensar un poco. Tal vez, como le dijo Carla,
podía decirle que se había quedado a dormir con ella, tal vez mañana con otra
amiga. Pero no, la única con la que se quedaba a dormir era con Carla. A lo
mejor un viaje de la escuela. Sí, eso era más factible. “Por hoy en casa de
Carla, y mañana en otro lado y luego se van de viaje a… a Taxco, sí, de la
clase de Geología que tomó como optativa. ¡Ay, Paloma! Siquiera un recado, una
llamada, algo. Voy a estar con el Jesús en la boca.”
Luego pensó que no era tan
improbable que Antonio ni siquiera notase la ausencia de Paloma, pues con esos
horarios tan distintos a veces pasaban toda la semana sin verse, hasta el
sábado, y si tenían noticias uno del otro era porque ella andaba de mensajera
poniéndolos al tanto de las actividades de cada cual. “Qué mal”, pensó, pero
decidió que hasta que Antonio notara la ausencia de su hija, no le diría nada.
Después, ya pensaría si le contaba la verdad o lo que había pensado, la verdad
la dejaría hasta que la mentira fuera insostenible.
Con ese plan se quedó Nieves, pero muy
nerviosa. Seguramente Antonio lo notaría. ¿Y Azucena? Bueno, su otra hija no
sería un problema. Al menos eso pensaba. De cualquier manera, era un hecho que
la vida de la familia se iba a trastocar de un momento a otro. Por lo pronto,
ella dudaba ya de todo y se sentía inquieta por su hija menor. En ese momento
se oyó que alguien metía la llave a la chapa y abría la puerta. Nieves respiró
profundamente. En un día normal, Paloma ya estaría dormida. Eran las diez de la
noche.
–Hola –saludó Antonio y se dirigió
hacia Nieves para darle un beso, como cada día.
–Hola, cómo te fue –respondió
Nieves y correspondió al beso.
–¿Lloraste? –Preguntó Antonio.
–No –mintió Nieves–, es que ando
como con el cuerpo cortado. Yo creo me va a dar gripa. Siento los ojos
calientes.
–Los tienes rojos.
–¿Sí? A ver –respondió Nieves y se
dirigió al espejo para verse–. ¡Qué horrible! No, sí ya me enfermé. ¿Tendré calentura?
–No exageres. Tómate algo y ya. Sí
te ves mal, pero una gripilla ha de ser.
–¿Quieres cenar?
–Sí, traigo un hambre… Comí
horrible. Una comida sin chiste y cara.
–¿Dónde comiste?
–Ahí por la oficina, pero en otro
lugar. Que dizque muy bueno, me dijo Alfredo… ¡Horrendo! Y caro, te digo.
Cincuenta pesos el menú, hazme favor. ¿Y para lo que nos dieron? Mejor en el
mercado, y más barato. ¿Qué hiciste de cenar?
–Molletes.
–¿Molletes? ¿No ves que estoy hecho
un marrano y tú haces molletes? ¿No hay algo más ligero?
–Pues quién te entiende. Ayer te
hice la cena de dieta y que querías otra cosa más llenadora.
–¿Y no quedó de lo de ayer?
–No, me lo comí, porque luego nada
más se desperdicia.
–Oh, que la canción. Pues siquiera
ponles lechuga y jitomate. ¿Hay?
–Sí, sí hay.
Antonio fue al baño. Mientras
hablaban, ya se había quitado saco, corbata y camisa, y se había quedado en
camiseta. Nieves fue a la cocina a picar la lechuga y desinfectarla, y a
rebanar el jitomate. Por supuesto, seguía pensando en Paloma y en qué iría a
pasar. Menos mal que le había creído lo de la gripe, pensó. Luego se dijo que
actuaría conforme se presentara la situación y nada más. Como le había dicho
Carla, ¿por qué no pensar lo mejor en lugar de lo peor? Antonio estaba de
regreso.
–¿Y Paloma?
A Nieves le dio un vuelco el
corazón, pero se recuperó de inmediato y contestó con seguridad:
–Ya se durmió. Ya sabes, como se
levanta tan temprano.
–Sí, caray. Eso de entrar a las
siete es una friega. Me acuerdo cuando estaba en la prepa. Era horrible. Menos
mal que en mi trabajo entro tarde. Es bien rico levantarse hasta las ocho. No
que eso de que suene el despertador a las cinco… Pobre de mi hija. Bueno, a
todos nos tocó.
–Pues sí.
–¿Y Azucena?
–No ha llegado. Ya ves que sale a
las diez.
–Otro horario infame. Nunca nos
vemos. Mmmm, huele bien. Bueno, algo compensará la lechuga, ¿no?
Nieves y Antonio cenaron platicando
cada uno de lo que le había ocurrido en su día, y el tema de Paloma, por ese
día, estaba cerrado. Cuando estaban por terminar llegó Azucena y la acompañaron
a cenar. Ni siquiera preguntó por Paloma y, por esta vez, Nieves no se lo
reclamó. Por el contrario, sintió un gran alivio de que así fuera. ¿Cuánto
podría durar aquello? No lo sabía. Al rato la casa estaba silenciosa. Dormían
profundamente, excepto Nieves.
se pone buena la aventura...
ResponderEliminar¡Y lo que sigue!
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