viernes, 30 de noviembre de 2018

Reconocimiento universal


Las batallas

Qué sería de las amas de casa sin esos triunfos sobre tareas cotidianas que con frecuencia nadie reconoce, hasta que ella lo menciona: los vidrios de las ventanas limpios, las manchas que no cedían con nada, y ella logró quitarlas; esa cazuela que parecía haber quedado inservible, de nuevo reluciente; la ropa que estaba para convertirse en trapo de limpiar, con una nueva vida; los pisos sin pelusas y sin manchas; los baños limpios; las sábanas cambiadas cuando se requiere; el guiso delicioso hecho con lo poco que había en el refrigerador o con lo que el exiguo presupuesto permitió comprar; la transformación de las sobras en un nuevo platillo; el postre rápido y sencillo, pero exquisito; la ropa siempre lista y no sé cuántas tareas más que seguramente cada una tendrá en mente. Pues para todas ellas clamo por el reconocimiento universal aquí y en China por lo hecho y no por lo que falta, eso sí que lo notan. Lo pido simplemente por salud mental y emocional, porque sin reconocimiento ni notoriedad en esas tareas en apariencia irrelevantes viene la frustración y con ella la amargura de la mano del enojo y del semblante sombrío, el ceño fruncido, las comisuras caídas, la mirada iracunda y nadie sabe por qué y se pregunta qué le pasa a esa mujer que no hace nada más que dedicarse al hogar. ¡Poca cosa, claro! Encima las quieren sonrientes y sensuales, versadas en actos cuasi circenses en la cama, pero con recato, porque ¿dónde habrá aprendido eso?

   ¿Por qué estás enojada? Tu vida es tan simple, no sabes lo que es trabajar. Ya quisiera estar como tú nada más en la casa y de brazos cruzados. Y entonces una rabia inmensa y efervescente va subiendo por dentro, pero –es una lástima- con frecuencia es atajada cuando está a punto de explotar. Debería dejarse salir para explicar por qué.

   Milagros es lo que cada día tienen que hacer. Milagros, porque hay quienes además tienen un trabajo con remuneración, porque el otro, según muchos piensan, no aporta nada a la familia o al hogar y además es su obligación. ¿Pueden nombrar más de esas tareas llevadas a cabo en la sombra, pero sin las cuales una casa (no hogar, o bueno, también) no funciona? A lo mejor yo estoy mal de la cabeza. A ver, tiren la primera piedra.

Y aquí su taco de ojo:
Era verano


miércoles, 28 de noviembre de 2018

T t t t trabajo


Sesuda reflexión sobre la vida laboral. Ahora sí estoy tratando de escribir más seguido. Ahora a ver si me leen. No sea que se cansen.

El trabajo en casa

Yo digo que el trabajo no debe llevarse a la casa. Claro, hay casos como el de los profes, que a fuercitas se lo tienen que llevar. Si tuvieran un espacio como tales en las instituciones, tal vez no se llevarían nada, pero pasarían mucho más tiempo ahí. El asunto clave es que uno decida cuánto tiempo le ha de dedicar. Si es lo más importante para uno, supongo que no hay límites, y habrá de ir con él a donde vaya: ya sea la casa, cuando va de visita o incluso al lugar donde vacaciona, que entonces ya deja de serlo para convertirse en una sucursal de la oficina; si es éste el caso, también pasan a segundo plano la familia, la pareja, los amigos, las diversiones, porque el trabajo suple a todo lo citado. Si no lo es tanto, pero es importante por ser la fuente de ingresos y le gusta, habrá de dedicarse en cuerpo y alma las horas necesarias, sin caer en el extremo de llevarse la chamba doquiera que se vaya, ni en ponerse de mal humor por el hecho de no estar en la dicha oficina o el sitio de la labor, que no necesariamente se tratará de una oficina, pero puesto que en los tiempos de la burocracia es el sitio de trabajo por antonomasia, valga como modelo. Decía, pues, que si el trabajo es muy importante, tampoco se trata de olvidarse del mundo exterior. Es cierto, se trabaja por un salario para poder sufragar los gastos del diario vivir: comida, un techo, ropa, calzado, transporte, y lo que haga falta; pero en mi opinión, de ahí a que resulte ser la actividad prioritaria en la vida, no creo que deba ser así, pues se corre el riesgo de también desaparecer para los demás.
   Hablando de trabajos, los hay ingratos que no reciben remuneración. Me refiero, por supuesto, al trabajo doméstico. Tan necesario, pero tan devaluado; tan indispensable, pero tan tedioso. Quien lo desempeña como fuente de ingresos, seguramente, aparte, lo tiene que hacer en su casa; ése, sin paga; o no lo hace, y su casa es un muladar –se dan casos-, mientras que las de los que le pagan son un espejo de tan limpias (ya se sabe que los dichos encierran verdades). No es que el trabajo se lleve a la casa, la casa es el trabajo y ahí está siempre; la idea es no hacerle caso todo el tiempo, pues de lo contario, no hay respiro. Y hay sin duda quienes se lo toman muy en serio y no paran: barren, trapean, sacuden, limpian vidrios y herrerías, techos y paredes; lavan ropa diariamente, la tienden, la recogen, la planchan y la doblan; remiendan, lavan la estufa y el horno, quitan el cochambre y las telarañas; desmanchan la ropa, lavan los trapos de la cocina, hasta lustran los zapatos de los demás; y si hay coche, lo lavan por dentro y por fuera; si hay alfombras las aspiran; si tapetes, los sacuden. Aspiran los sillones, si cuentan con ese aparato, o los sacuden y lavan con espuma; lavan las cortinas, los baños -¡los baños!, cómo olvidarlos- y cocinan. ¿Será tan placentero y no lo he notado? Yo prefiero chiquiteármelo, en todo caso. Cualquier trabajo, en dosis reguladas y medidas. Si no, ¿qué sería de la familia y de los amigos, de las mascotas y las aficiones? Se irían al carajo, qué duda cabe.

Imagen de archivo sin relación con el tema:

Un atardecer hace un par de meses


martes, 27 de noviembre de 2018

Me obligo

Muchas veces es necesario arrearse uno solo para hacer las cosas. O que lo arreen. Hoy le tocó a Peregrina (y no del Mayab), así que gracias, colega, excolega, mejor dicho, apóstol incansable de la educación (ella utiliza palabras más modernas, pero es lo mismo). Y es en serio: se la rifa y bien, con ganas. Solita se echa la soga al cuello, pero eso ya es otra cosa. El caso es que aquí está el texto de hoy y al final su pilón visual. Dejaré los preámbulos y a darle, que es mole de olla. Ah, no. Bueno, no importa, aunque sea si es un potaje de aspecto sospechoso en el que nadan pequeños bultos de sabrá dios qué. Lo dicho: a darle.


Desguanzamiento
Hay días en los que uno despierta y por alguna razón, nada lo anima a levantarse, pero se levanta. Ve uno la ropa y para vestirse, qué problema –del regaderazo ni hablar-, pero se baña y se viste. Arrastrando los pies va uno a preparase el desayuno y qué trabajo. “¿Qué desayuno?” Y venga igual a abrir el refri para ver qué puede incentivar el apetito, porque hambre no falta. Fffffff, qué sé yo. Pan, mermelada, huevos, frijoles, queso, leche ¡no hay nada!  Y haciendo un esfuerzo extraordinario, abre las alacenas: avena, café, azúcar, miel, semillas. ¡Qué se puede hacer con eso! Y con resignación, venga, a prepararse una avena, ¡comida de cárcel!, por favor: primero, tostar la avena, junto con las semillas de girasol y de calabaza, las avellanas y los arándanos secos (¿de dónde habrán salido?). Una vez que la avena empieza a desprender su olor, retirarla del fuego (o del calor, da igual) y añadirle la nuez moscada, el jengibre y la canela; todo eso se mezcla bien. No huele mal, para qué negarlo. Llevar el cazo a la llave del agua y añadirle un poco, luego otro tanto de leche y llevar nuevamente a la cocción. Ay, y a esperar unos cinco minutos: dos para que empiece a hervir y tres para que se cueza. ¿Tanto? Qué remedio. Y además hay que revolverle de cuando en cuando para que no se pegue. Y uno con esa energía casi agotada. Por fin pasaron los dichosos tres interminables minutos. Falta picar la fruta. ¡Noooo! Pues sí. Plátano y ya. Para qué más. A servirse, pues. Añadir la miel. Qué lata, está solidificada y no se deshace rápido. Ya qué. Oh, no, faltaron los cacahuates. Se los añadiré. A buena hora. En fin,  ya está. A comer. Se ve horrible, pero tengo hambre. Aquí va la primera cucharada... a sacrificarse. No está mal... En realidad tiene buen sabor... En serio que sabe bueno... Delicioso... Exquisito... ¿Ya se acabó? Mmmm, creo que sólo me hacía falta desayunar.

Y el día de hoy... He aquí la imagen sin más preámbulos (ya fueron muchos). Decidí que fueran dos:

Hace un año, con nieve

Este año, con hielo



jueves, 22 de noviembre de 2018

Hace tanto tiempo. Las soledades

Esto ha estado abandonado, lo sé. Y hoy, como hace muchos años, recurro nuevamente a la escritura para recuperar mi salud mental (espero). No voy a escribir algo nuevo hoy. Bueno, sí escribí, pero... no es para hoy. Eso sí, me encontré un texto que se quedó guardado, después de que había dicho que escribiría cada día 😂😂😂😂. No lo cumplí, es obvio. Pero hoy, abrumada por mis fantasmas, que se vieron movidos a molestarme porque unos demonios me quitaron el sosiego, recurro de nuevo a escribir para salvarme de la demencia. Mis hermanos siempre creen que exagero, pero no es así, que necesidad tengo yo de mentir. Qué más da. Recurro a escribir y agradezco a Sonia por tirarme de la manga para hacerlo (figuradamente, claro).
    Como dije, lo que escribí hoy no es para hoy, pero sí lo que me encontré, que es del año pasado. Me divertí entonces y me divertí hoy al releerlo. Espero que ustedes también. No se diga más. Arráncate, José Alfredo: Ya me canso de llorar y no amaneceeeee... Ah, no, perdón. Aquí está ya:


Las soledades
Cuando uno está solo, tiene varias posibilidades: una es disfrutar del aislamiento y del silencio, porque suele vivir con otras personas y regularmente no tiene un momento para gozar de la tranquilidad. Cuando esto llega a suceder, tiene todo el tiempo para pensar en cuestiones trascendentales como por qué se hacen pelusas debajo de la cama y de otros muebles; o de dónde entra tanta tierra y se posa en las superficies de muebles y objetos si todo está cerrado, fenómenos ambos que le dan a uno tareas tediosas, pero que si no se hacen nos hacen ver mal ante las visitas y pareciera que uno no hace nada; también podría preguntarse por qué se acumuló otra vez tanta ropa sucia si apenas hace dos días se echó a lavar y no había quedado nada en el cesto.
     Puede ponerse a bailar con la música a todo volumen sin temor a las críticas, o cantar a todo pulmón sin importar si desentona o escuchar las canciones que a nadie más le gustan. O no vestirse en todo el día y pasarlo en piyama de la cama a la cocina para picar algo y luego al sillón, ya sea para leer o para ver alguna película o pasando de sitio en sitio por internet o en la computadora con 10 ventanas abiertas; todo, a sabiendas de que no vendrá nadie a cuestionarlo a uno.
     Sin embargo, cuando esta soledad no es un respiro ni un descanso de la vida compartida con otros, puede irse uno por el lado trágico y pensar en el vacío que se siente justo por el hecho de que no hay otros; en la imposibilidad de hablar de ese silencio que hay o de los ruidos de la casa, del tic-tac desacompasado del reloj que barrunta que no está bien; de lo que se contempla por la ventana, del perro ajeno al barrio que pasó en la mañana; de un estruendo que se escuchó como a las 10, de una canción desconocida hasta entonces que pasaron por el radio, de lo bien que sabe lo que cocinó, del antojo de un agua de tamarindo o de un atole frío de ciruela o de un chocolate con pan o de un café con leche o de una paleta de coco o de arroz con leche. No puede decir “vamos a hacer nieve, encontré una receta y parece muy fácil”, simplemente porque no hay nadie. No puede contar lo que soñó o decirle a alguien que le duele la panza y ya lleva muchos días con ese malestar y que teme estar infestado de algún microbio mutante porque el hueco de la muela que no está es el conducto para que entren en su cuerpo toda clase de sabandijas microscópicas que lo van carcomiendo poco a poco por dentro, que se prenden de sus órganos como sanguijuelas, succionándole segundo a segundo la vida. Todo eso uno se lo tiene que guardar para sí, porque no hay nadie a quien confiárselo. Aunque… tal vez sea mejor, porque si se lo dice a alguien, esta persona va a empezar a decirle que se queja mucho, que todo se lo imagina, que no tiene nada y que las bestezuelas micrométricas que imagina no lo matarán, aunque tal vez sí le mermen un poco la salud. Tal vez no sea tan malo estar solo, porque si preparara esa nieve tan rica de la cual encontró la receta, tendría que compartirla con ese otro individuo y le quedaría menos. Tanto trabajo para que el otro se lleve la mitad, si lo único que hizo fue estar viendo, ni siquiera lo ayudó a mezclar un poco y qué decir del hecho de que no compró ninguno de los ingredientes ni fue capaz de sugerir que cooperaba para ello. Pensándolo bien, más vale solo que mal acompañado. (10 de julio de 2017.)

   Y para terminar, una imagen que no tiene nada que ver, pero que se ve bonita.