martes, 10 de enero de 2017

Capítulo 6

¿El amor otra vez?
Saúl tocó las piezas que mejor sabía, que eran las que le gustaban más y después hasta los primeros ejercicios de cuando era niño y había empezado a estudiar. Hacía mucho que no tocaba con ese entusiasmo, aunque, como le había dicho a Paloma, tocaba por ratitos, cuando experimentaba alguna emoción, como para compensar, ya hubiera sido negativa o positiva la experiencia. Se sentía dichoso de tocar para alguien que se emocionara tan espontáneamente como Paloma, quien no tenía ningún prejuicio musical ni pretendía demostrar conocimiento o sensibilidad, simplemente le había tocado el alma, como él mismo había dicho.
            Por su parte, Paloma disfrutó mucho aquella sesión. Nunca había escuchado tocar a alguien el piano de cerca, y con las piezas que Saúl tocó para ella, había pasado por diversas emociones. Fue una experiencia extraña, pero la había disfrutado enormemente. Pensó que Saúl tenía un talento especial y que debía mostrarlo a todo el mundo.
            –¿Y no has pensado regresar a estudiar y dedicarte a la música? Tocas bien bonito, lo emocionas a uno.
            –¿Crees?
            –¿No lo ves? Yo que soy una ignorante te lo digo, es decir, no sé qué me has movido dentro, pero sentí… no sé cómo describirlo, algo, y además diferente con las distintas piezas y yo creo que es por la manera como las tocas, porque sí he oído algunas de ellas, las más conocidas, de seguro, pero ¿sentir algo así?, ¡nunca!
            En ese momento llegó Francisca a preguntar si no se les ofrecía nada. Los jóvenes respondieron que no y ella tímidamente les solicitó oír de cerca la música:
            –¿Me puedo quedar aquí en la puerta un ratito? Es que está rebonita la música, hasta chillé, joven. Qué bonito toca.
            –¿Ves?
            –No, pero cómo se va a quedar allí, pásele, siéntese.
            –Sí, Francisca, pásele y siéntese aquí junto a mí, que también ando de chillona. Era lo que le decía a Saúl, que debería dedicarse a dar conciertos, porque toca de un modo que uno siente mucha emoción.
            –Exageran.
            –No, joven, yo oigo tocar a la señora y sí se alegra la casa y todo, pero ¿sentir algo hasta adentro?, no. Tiene razón aquí Paloma. Había de dedicarse a esto.

            –Pues quién sabe. Tendría que seguir estudiando. Ya ven, ya toqué todo lo que me sabía y se me acabó el repertorio.
            –Por eso le decimos. Hágale caso aquí a Paloma cuando le dice que se dedique a la música.
            –Es que no es fácil, y hay que estudiar mucho, y ya estoy medio grande para eso. Además, tendría que buscar un maestro de cierta fama para que me admitiera como discípulo y así me abriera paso con otros profesores o para dar conciertos. Además, nunca ningún maestro me dijo que tuviera un talento especial.
            –Pues a lo mejor no estabas lo suficientemente maduro. A lo mejor lo que has vivido desde que murió tu mamá te dio otra sensibilidad.
            –Toque, toque, antes de que se llegue la hora de la comida y ya tenga yo que regresar a la cocina.
            –Es que ya toqué todo lo que me sé.
            –Pues repita una, ándele, no se haga del rogar.
            –¡La primera! La primera que tocaste. ¿De quién es?
            –De Manuel eme Ponce, es un compositor mexicano. Bueno, fue, ya hace mucho que se murió.
            –Sí, joven, por mí la que sea. Creo esa ni la oí, porque ni estaba atenta. A ver, échese ésa.
            Saúl tocó entonces la pieza con la que inició y nuevamente algo en el interior de Paloma la llevó al llanto. Francisca también se emocionó, pero a ella le salió una sonrisa “desde muy adentro, desde el alma”, como ella misma dijo después, cuando les platicó a sus amigas del mercado. Con ello Saúl dio por terminado el recital, pues ya se sentía cansado, hacía mucho tiempo que no tocaba tanto y durante tanto tiempo. Estaba contento y pensó que tal vez esas dos mujeres eran la muestra de que sí tenía talento suficiente como para dedicarse al piano, pero no estaba seguro de nada. También le gustaba mucho jugar futbol y si se dedicaba a la música tendría que quitarle horas al juego, volverse más solitario, cuando disfrutaba tanto la compañía de sus amigos. Finalmente consideró que no tenía por qué decidir nada y se trataba de disfrutar el día con Paloma, con quien cada minuto que pasaba se sentía mejor y, al mismo tiempo, más inquieto.
            –Fin –dijo Saúl, después del último acorde.
            Paloma y Francisca aplaudieron con verdadero entusiasmo; Paloma se levantó y le dio un beso en la frente a Saúl con mucha emoción al tiempo que le daba las gracias.
            –Pero gracias de qué –preguntó Saúl.
            –Pues por hacerme pasar un rato tan agradable y experimentar algo tan desconocido.
            –Bueno, ya me voy, que estoy haciendo unos chilitos rellenos que se van a chupar los dedos. ¿Ya no quieren agua? O tejuino, ahí tengo.
            –Ah, yo sí quiero un vaso, doña.
            –No le digas doña, dile Francisca, no le gusta que la doñeen. ¿Y qué es eso de tejuino?
            –Ah, es una bebida muy refrescante, ya vas a ver, es de por allá de Guadalajara. Pero no le diga qué es, Francisca, hasta que la pruebe, a ver si adivina.
            –Ta güeno, joven, orita les traigo unos vasos, y muchas gracias otra vez.
            –Mejor nosotros vamos a la cocina, ¿verdá, Saúl? Para que no camine más, que ya ha trajinado mucho.
            –Sí, nosotros vamos.
            En la cocina, Paloma probó el tejuino, que le supo delicioso y quedó sorprendida cuando Francisca le dijo cómo se hacía, pues el hecho de que la bebida estuviera fermentada y fuera de masa, y tuviera piloncillo y sal al mismo tiempo le parecía una combinación que no habría probado si hubiera sabido que así se hacía, pues ya sabemos que Paloma es un poco delicada para probar lo desconocido; o lo era, también ya hemos visto que ha hecho un esfuerzo para comer y beber las novedades que para ella han sido la comida de cada lugar. Se dio cuenta de por qué Saúl le pidió a Francisca que no le dijera qué era hasta que lo hubiera probado. Le gustó tanto que se tomó tres vasos. Y según le dijeron Francisca y Saúl, para el calor es buenísimo. Y sí, Paloma se refrescó. Luego de eso regresaron a la sala.
            –¿Y qué más me cuentas? –Preguntó Paloma.
            –Pues no sé qué quieras saber.
            –¿Cómo te cayó mi tía?
            –Bien, aunque no platicamos nada, se veía como nerviosa.
            –Pues claro, ¿no ves que eres el hijo de su novio?
            –Qué raro se oye eso de “su novio”.
            –¿Por qué?
            –Ay, pues en primera, porque “su novio” es mi papá; y en segunda, porque como que ya están algo grandes para ser novios, o para tratarse de novios.
            –Y entonces qué quieres que digan: “te presento a mi amante”.
            –¡No!, además, cómo amantes, en todo caso, amigos. Y no sé, pero cuando uno de los dos es tu papá, no es fácil aceptarlo o decirlo. A ver, piensa en tus papás ahí besándose con otro y haciendo no sé qué.
            –No, pues sí, tienes razón, como que me costaría trabajo. Bueno, pero tu papá está solo, ya es viudo, peor sería si estuviera casado.
            –¡Ay, pus claro! Pero de todos modos, no es tan fácil.
            –Bueno, pero te cayó bien ¿o no?
            –Pues se ve agradable y el hecho de que el piano esté afinado es un punto a su favor, quiere decir que es cuidadosa; además es amable, y simpática, digo, de sangre ligera, porque hay personas que con sólo saludarlas ya te cayeron mal.
            –Te va a caer bien y ojalá dure con tu papá. Creo que hoy en la noche la conoceremos un poco más. Te digo que yo apenas llegué ayer en la mañana, y de puro churro. Ni sabía que ésta era su casa.
            –¿Y eso?
            –Ahorita te cuento, pero ¿por qué no salimos a caminar y te lo platico mientras, así conozco un poquito. ¿Tú ya has venido antes? ¿Conoces un poco la ciudad?
            Saúl contestó que sí, de modo que le avisaron a Francisca que saldrían y que regresarían a las dos, y en el trayecto del paseo Paloma le contó a Saúl cómo había llegado a la casa de su tía y otras anécdotas de su viaje. Mientras caminaban, cada vez lo hacían más cerca uno del otro, hasta que sus manos empezaron a chocar con cada paso. De repente, Saúl decidió tomarle la mano a Paloma, luego de haberlo pensado muchas veces, y Paloma aceptó el gesto sin decir nada, sólo lo miró y sonrió, entonces Saúl apretó un poco más la mano de Paloma y siguieron caminando, siempre buscando la sombra, porque el calor era intenso. Fueron primero al museo que estaba cerca de la casa y luego recorrieron los lugares típicos del centro: la catedral, el palacio de gobierno hasta que llegaron al jardín de San Marcos, donde se sentaron para refrescarse un poco. La sombra de los árboles les devolvió la frescura. Se soltaron de las manos, que ya estaban sudadas, y se rieron de ello. Luego buscaron un nevero y Saúl invitó una nieve a Paloma. Se sentaron nuevamente y siguieron platicando de sus familias, de sus hermanos, de sus planes, de sus temores, de lo que les gustaba hacer, comer o platicar; de sus amigos, de su escuela, de sus maestros. En una palabra, de todo. Hasta que se hizo un silencio.
Saúl estaba deseoso de besar a Paloma, pero no sabía si atreverse o no. Paloma también quería un beso, pero nunca la habían besado, así que no tenía idea de qué debía hacer o si no tenía que hacer nada. De seguro, Carla podría haberle dado un consejo al respecto, pues ya había tenido varios novios, pero eso y nada era lo mismo. Saúl ya había tenido varias novias y sí sabía besar, pero con Paloma se sentía un poco tímido. Sin embargo, el deseo fue creciendo más y más hasta que él se decidió a preguntárselo directamente, pues pensó que de otro modo tal vez Paloma se enojaría. De modo que fue directo:
–Oye, ¿te puedo besar?
Paloma se sobresaltó ante la pregunta y sólo se le quedó viendo sin saber qué decir.
–¿No? ¿Eso es un no?
–No.
–¿Es un no?
–Que no.
–¿Es un sí?
–No sé.
–Cómo que no sabes.
–Es que… si quiero, pero… es que…
            –No te gusto.
            –No.
            –¿No te gusto?
            –No, sí.
            –¿Sí te gusto?
            –Sí, pero… es que…
            –Tengo mal aliento.
            –¡No!, espérame tantito, déjame pensar cómo te lo digo.
            –Tienes novio.
            –No, a ver, silencio, deja que te diga, pero dame unos minutos.
            Saúl la miraba intensamente con sus ojos negros tratando de adivinar qué era lo que le iba a decir. La mirada de Saúl a Paloma le producía muchas emociones y un deseo cada vez más fuerte de que le diera un beso, pero no se atrevía a decir que nunca la habían besado, hasta que respiró profundo y dijo:
            –Bueno, ya te lo voy a decir. No sé besar, nunca me han besado, digo, en la boca.
            –¿De veras? –preguntó Saúl sorprendido y contento–, siempre he querido enseñar a alguien a besar. Las novias que he tenido eran ya unas expertas y más bien yo aprendí de ellas, así que –le dijo emocionado–, yo te voy a enseñar, es bonito, se sienten muchas cosas.
            –Pero me da un poco de asco.
            –Qué asco ni qué nada, es bien rico, vas a ver, tú relájate. Además, es como instintivo, natural.
            Paloma estaba muy nerviosa y trató de relajarse dando un fuerte suspiro.
            –Pero eso parece como que estás resignada. No, relájate en serio, como estabas antes de que te dijera lo del beso.
            –Bueno, a ver, recordaré ese momento y lo que habíamos hablado para regresarme y sentirme igual.
            –Mucho mejor. Voy a ir despacito y si no te gusta o algo te molesta, me dices y me paro y ya ahí lo dejamos.
            –¿En serio?
            –Claro, ni modo que a fuerza.
            –Es que algunas amigas me han contado cosas feas de su primer beso.
            –Es que tus amigas no me conocían –dijo Saúl con vanidad.
            –¡Sangrón! Es en serio. Es difícil, sólo he visto los besos de las películas y de las telenovelas, o a los novios que se besan en la calle, pero no sé, es como difícil.
            Saúl se dio cuenta de lo tonto que había sido y dejó de lado esa actitud de soberbia.
            –Bueno, ya, relájate, estamos los dos aquí en un jardín muy bonito, muy agradable, ya platicamos, nos reímos, me escuchaste tocar, lloraste, me emocionaste, te emocionaste, estamos los dos queriendo un beso, así que aquí va. Primero, nada más en los labios, y vas a ver que ahí empiezan muchas sensaciones, luego ya veremos.
            Y así lo hizo: acercó sus labios a los de Paloma y los posó con ternura, realmente se sentía emocionado y aunque sabía cómo hacerlo, lo que sentía era nuevo; las otras veces había sido sólo el cuerpo, esta vez había algo nuevo que no podía describir.
            Paloma se estremeció con el puro contacto de los labios y deseó que durara mucho tiempo, pero sólo fueron unos segundos. Se dio cuenta de que sí era como instintivo y que sin saber por qué había cerrado los ojos cuando Saúl la había besado, y esperaba más. Había sido como un detonante.
            –¿Todo bien? –preguntó Saúl, un poco nervioso.
            –Sí –respondió Paloma, que no acertó a decir nada más.
            –Bueno, aquí va lo… no sé, difícil, bueno, no, bueno, sí. ¡Bueno!, vamos a ver. Pero tienes que estar flojita y que tus labios se abran poco a poco, o yo te voy diciendo si los tienes que abrir más. Relájate, relájate, así, flojita. Y luego, si te va gustando, haces lo mismo conmigo.
            Paloma estaba visiblemente nerviosa, pero también deseaba el beso y aprender. Saúl acercó nuevamente los labios a los de Paloma, los besó con suavidad y tomó uno de sus labios entre los suyos y lo chupó con mucha delicadeza. Paloma obedeció e hizo lo mismo. Luego, poco a poco Saúl fue abriendo los labios de Paloma con los suyos y poco a poco fue entrando a su boca con labios y lengua. Paloma seguía imitándolo y experimentando al mismo tiempo sensaciones desconocidas hasta ese momento. Al mismo tiempo, Saúl acariciaba el rostro de Paloma, esta parte le costó trabajo a ella y como no se sintió cómoda no lo intentó más, pero el trabajo con las bocas iba muy bien. Luego de un rato, Saúl se separó de Paloma, ambos abrieron los ojos que habían mantenido cerrados y se sonrieron uno al otro. Él rompió el silencio:
            –¿Qué tal? ¿Te gustó? ¿Verdad que no es difícil, que va saliendo con naturalidad?
            –Sí, es… no sé, raro, bonito, como mágico. Se sienten tantas cosas por todo el cuerpo. Y como que quieres que no se acabe. ¡Gracias! –dijo con efusión y ahora ella tomó la iniciativa en el beso.
            A Saúl le tomó por sorpresa, pero le resultó agradable y poco a poco fueron variando la actividad de sus labios y de sus lenguas. Paloma aprendía rápido. ¿Y quién no? Los besos siempre son agradables cuando se dan con tanta espontaneidad y ternura, como era el caso de los dos muchachos. De pronto, una voz los interrumpió:
            –Mira nomás, Paloma, quién te viera.
            Era Lola, quien al ver a Paloma con aquel muchacho desconocido no aguantó las ganas de interrumpirlos y sorprender a la sobrina de su amiga. Paloma, por supuesto, se sobresaltó y Lola logró su propósito de incomodarla. Saúl también se mosqueó. Lola siguió hablando:
            –A ver, preséntame aquí a este joven tan guapo. ¿Quién es? Esto es un abuso, tenemos tan pocos jóvenes guapos y viene aquí alguien de fuera y lo acapara. Oye, no.
            –Hola, Lola –dijo Paloma un poco respuesta de la sorpresa al tiempo que se ponía de pie, lo mismo que Saúl, visiblemente incómodo y con la cara roja por lo mismo–, te presento a Saúl, el hijo de Santiago.
            –Ándale, mira nomás, la tía y la sobrina.
            Paloma se sintió mucho más molesta, lo mismo que Saúl, quien saludó solamente con una leve inclinación de la cabeza a la mujer inoportuna.
            –Ella es Lola, una amiga de mi tía.
            –Mucho gusto, se dice, joven.
            –Mucho gusto, señora.
            –¿Y qué hacen por aquí? Claro, aparte de besuquearse. Ustedes no pierden el tiempo.
            Paloma desconocía a la Lola del día anterior que le había parecido bastante agradable y se pegó un chasco con esa actitud que no hubiera creído en ella, pero se dijo que en realidad no bastan unas horas para conocer a las personas y que no siempre una primera impresión es definitiva. Unos minutos después llegó Lorenza y los saludó con naturalidad, lo que demostraba que no se había dado cuenta de que estaban allí:
            –¡Hola, Paloma! Buenas tardes.
            –Hola, Lorenza.
            –¿Y este muchacho tan guapo?
            –Es su novio –dijo Lola.
            Los dos jóvenes se sintieron más mal y no deseaban otra cosa que aquella mujer antipática se fuera de una buena vez.
            –¿De veras? Pues me da mucho gusto, hacen una bonita pareja. Y si ya viste que son novios ¿qué haces ahí? Tuve que buscarte, ahí estoy esperándote donde siempre y nada. Lo bueno fue que te hallé a la primera. Vámonos, hay que dejarlos en paz, no seas impertinente. Adiós, muchachos, y felicidades –terminó Lorenza, tomó del brazo a Lola para llevársela y las dos se alejaron discutiendo por esta intervención.
            Lorenza se mostró mucho más comprensiva que Lola, lo cual también fue una sorpresa para Paloma pero se alegró mucho de que así fuera y sintió un gran alivio cuando las dos mujeres se alejaron.
            –Las dos únicas personas que conozco en esta ciudad, y tenían que aparecer.
            –¿Quiénes son?
            –Son amigas de mi tía. Las conocí ayer que llegué, estaban desayunando en su casa, y luego en la noche fuimos al casino. Lola es una viciosa del juego.
            –¿A poco?
            –Bueno, le gusta, y sabe, pero anoche perdió algo de dinero y yo creo por eso anda de amarga. ¡Qué desagradable!
            –Sí, ¿eh? Pero… ¿no te gustaría que fuera cierto?
            –Qué. ¿Lo de que somos novios?
            –Pues sí.
            –Pero cómo novios, tú vives en Guadalajara, yo vivo en México, yo me voy en cualquier momento a Zacatecas y tú te regresas el domingo. ¿Qué clase de novios?
            –Bueno, pues de aquí a entonces, nada más. Y puedo acompañarte a Zacatecas y ya de ahí me regreso.
            –¿Novios de unos días? ¿Y a poco tu papá te va a dejar?
            –Y qué tiene. ¿O no te sientes bien conmigo? Y en cuanto a mi papá, pues me voy, así como tú, al fin y al cabo sólo serían unos días.
            –Pues sí, claro que me siento bien contigo y sí podría ser, pero…
            –Qué tiene, vamos a ser novios por los días que sean. Así tendrás otra aventura más que contar a tu regreso.
            –Pero qué va a decir mi tía, tan amable que fue y de repente nos vamos. No, por lo menos a ella sí le digo.
            –No, pues yo a mi papá, no. ¿No te digo que no me dejaba ni respirar? No creas que ya cambió totalmente, parece policía, siempre fiscalizándome. Como si fuera a hacer no sé qué. No tiene confianza en mí.
            –No, no pienses eso. Lo que pasa es que los papás no se dan cuenta de que crecemos y creen que seguimos siendo niños desvalidos.
            –¿Desva qué?
            –¡Indefensos! ¿Ya ves por no leer?
            –Ah, pues no sé, pero me cansa eso. He respirado un poco ahora que sale con tu tía, pero han sido años difíciles, sobre todo el último, haciendo el ridículo con mis amigos, yendo por mí a las fiestas a las once de la noche, ¡hazme favor!, y eso en caso de que me deje ir, por supuesto; o hablándome de madrugada para llevarme un suéter cuando de churro me ha dejado quedarme a dormir en casa de un amigo, que porque se me olvidó. Y de novias, ni hablar, allí ando a escondidas, como niña. Yo no me atrevo a decirle nada porque sé que lo hace de buena voluntad, porque como mi mamá se murió, me imagino que siente como que si me pasa algo ella se lo reprocharía desde el más allá, o donde esté… Por eso… ¡ándale!, vamos a ser novios por estos días. Tu tía se ve comprensiva, ella va a entender. Déjame sentirme un poquito libre por estos días.
            –Bueeeno, pero ¿me das otros besitos?
            Paloma y Saúl estuvieron un rato más en el parque, practicando y disfrutando los besos, como otros novios que había en otras bancas del jardín. Luego caminaron otro rato por la ciudad y regresaron a las dos para la comida en casa de Carmela, ya como novios, disfrutando ese momento de sus vidas. Los dos se veían radiantes.
La comida que Francisca había preparado fue deliciosa. Según dijo ella, había quedado más buena que nunca porque Saúl la había inspirado con su música, ante lo cual, Carmela respingó reclamando que entonces no le gustaba como ella tocaba. Francisca no sabía cómo salir del paso, hasta que Paloma y Saúl mediaron y consiguieron que ninguna de las dos se sintiera incómoda. Salvo ese momento, la comida transcurrió muy agradablemente. Luego, ya al final, Paloma le dijo a su tía que había algo que quería decirle a solas, por lo que Carmela sugirió que fueran al despacho –que Paloma no conocía.
            –Pero ¿y Saúl? ¿No puedes esperar a que llegue Santiago? ¿Cómo lo vamos a dejar solo?
            –No se preocupe, señora.
            –Carmela, dime Carmela.
            –No se preocupe, señora Carmela.
            –No, no, no. Quítame el señora, deja el puro Carmela y háblame de tú. A ver, ¿cómo?
            –No te preocupes, Carmela.
            –Ándale, así sí. ¿De veras no te importa?
            –No, en realidad, me uno a la petición de Paloma. Y ya después, puedo alcanzarlas, si quieren, me llaman.
            –Pues qué se traen ustedes.
            –Vamos al dicho despacho y ya te enterarás, tía.
            –Me asustas.
            –No tía, no. Vamos, allí te cuento.
            Las dos mujeres salieron y Saúl se quedó en la sala, un poco inquieto e intrigado por la reacción de Carmela. De seguro no iba a ser fácil que aceptara la idea y se pusiera de su lado, lo lógico era que apoyara a Santiago. Sin embargo, Saúl esperaba que Paloma la convenciera. Luego de un rato que le pareció larguísimo y que pasó viendo las fotografías de la sala, hojeando algunos libros y mirando unas partituras, oyó voces en el patio que se acercaban cada vez más. Ya habían terminado de hablar Carmela y Paloma y estaba ansioso por conocer el resultado. Se quedó parado en medio de la sala, pero luego decidió sentarse en el sillón, luego se volvió a parar y fue junto al piano y se recargó en él, tratando de parece natural, lo pensó mejor y nuevamente se sentó en un sofá con la pierna cruzada para verse relajado, cambió de opinión nuevamente y se sentó frente al piano como disponiéndose a tocar, pero se dio cuenta de que el piano estaba cerrado, lo abrió con rapidez y en ese momento entraron tía y sobrina. Saúl las miró y sintió un poco de alivio, pues las dos lucían sonrientes.
            –Muy bonito, Saúl –dijo Carmela, lo cual asustó al muchacho, quien volteó a ver a Paloma con angustia.
            –Ay, tía.
            –Qué cara pusiste –dijo Carmela y se rio–, algo has de traer.
            –¿Yo? Este… no, señ… no, Carmela.
            –Ya me platicó aquí Paloma que ya son novios. ¿Cómo es posible, así tan rápido?
            –Bueno, yo se lo pedí a Paloma, aunque sea por el poco tiempo que vamos a estar juntos. Y no sé si le dijo…
            –De tú.
            –Sí, perdón, no sé si te dijo de… –Saúl se interrumpió y volteó a ver a Paloma como en busca de apoyo, pero ella sólo le hizo un gesto para que continuara– de que la quiero acompañar a Zacatecas, y luego me regreso, nada más para que no se vaya sola.
            –¿Qué? No, no me dijo nada de eso, sólo me platicó que se habían hecho novios. ¡Óiganme!, ¿qué les pasa? Cómo de que a Zacatecas.
            –Es que como Paloma se va, yo quería acompañarla y luego ya regresaba con mi papá antes de irme a Guadalajara.
            –Pero si están bien chiquillos y ya como adultos. Oye, Paloma, ¿ya ves? Nada más andas sembrando el desorden.
            –¿Cuál desorden, tía? Yo ando en mi viaje, ésa es una decisión de Saúl. Yo qué. En ese caso, él de pegoste.
            –¿Y tu papá? Si ya ves cómo te cuida.
            –Pues por eso quiero pedirte tu ayuda, es que me siento asfixiado, o sea, acepto que estoy chico, que todavía no soy mayor de edad, pero es demasiado y, como veo, tú ya te diste cuenta. Me siento hasta como delincuente y nunca he hecho nada malo, siempre me porto bien, no me interesa andar de destrampado ni mucho menos; o me siento como bebé, como niño o como preso, siempre vigilado, espiado. Ayúdame, por favor, te prometemos, bueno, yo te prometo que me comportaré bien con Paloma, la admiro y la respeto y ya le tengo aprecio, aunque apenas nos conocimos. Ya sé que es muy rápido para ser novios, pero es que ya se va y al menos unas horas quiero estar con ella. Y no pienses mal de Paloma, ella fue la primera en decir que era una tontería que fuéramos novios, puesto que en realidad es una casualidad que nos hayamos conocido, pero así pasó.
            –Pero ¿yo qué puedo hacer? Tú y tus hermanos, es algo que le corresponde solamente a tu papá, y es un poco delicado que yo intervenga. Nunca he opinado al respecto, salvo algunas indirectas, que por cierto tu papá parece no entender o se hace que no entiende, y por eso mismo no opino.
            –Por favor, es que desde que ustedes andan yo estoy un poco mejor, ya al menos cuando salen o se ven yo tengo un poco de libertad. Y en serio que no hago nada malo, nada más es que no quiero sentirme tan agobiado. Por eso nunca había venido, no porque no quisiera conocerte, sino porque así respiraba un poco. Ayúdame.
            –No sé, Saúl. Desde que empezamos a salir, tu papá y yo nunca hemos tenido ningún disgusto y creo que éste es un motivo para ello. Digo, que yo trate de interceder por ti.
            –¿Y si no le decimos nada y sólo nos ayudas a que nos vayamos? –intervino Paloma.
            –¿Yo, de alcahueta?
            –No tía, sólo le dices que Saúl está en Zacatecas conmigo y que se regresa luego el domingo, con tiempo para regresarse a Guadalajara.
            –Ay, no sé. ¿Por qué me ponen en este predicamento?
            –Pues yo de todos modos me voy a ir, ya lo decidí, con o sin ayuda, y aunque mi papá se enoje, es más, de una vez me voy y no con Paloma sino yo solo y a ver si me encuentra.
            –No, no, no. ¿Qué mosca te picó? Espérate, para qué hacer todo esto. Entiende a tu papá, siente una gran responsabilidad por ti y por lo que pueda sucederte, al quedarse solo, sin tu mamá, no quiere cometer errores que lamentaría mucho y la culpa no lo dejaría en paz. Y de paso, yo…
            –A ver, vamos a tranquilizarnos –dijo Paloma–, no exageres, Saúl.
            –¿Tú me dices eso, que andas de viaje y no quieres que tus papás te encuentren? –reclamó Saúl.
            –Sí, ¿verdad? Bueno, pero cada relación familiar es diferente. Yo nunca he dicho que no voy a regresar y simplemente ando aprendiendo de la vida en lugar de en la escuela. Pero yo no quiero andar causando rupturas en las familias. ¿Por qué no le decimos a tu papá hoy en la noche en el rancho? ¿Alguna vez le has dicho cómo te sientes?
            –No, nunca, siento feo, creo que se sentiría mal, yo sé que lo hace de buena fe.
            –Pues sí, pero si nadie le dice nada por miedo a herirlo, jamás se va a dar cuenta de que la está regando y que al rato va a salir peor, porque vas a salir huyendo y sin ganas de volver.
            –Ganas no me faltan.
            –¿Y por qué no mejor lo hablas hoy en el rancho? Paloma tiene razón. Mira, allá es como un terreno neutral, donde no hay recuerdos de tu mamá que lo hagan sentirse presionado. No hay luz, es decir, no hay distractores con los que puedan evadirse, además, es muy agradable. Habla con él, dile lo que sientes, cómo te sientes y qué es lo que le pides.
            Saúl estaba cada vez más tenso por lo que estaba exponiendo frente a Carmela y Paloma, a quienes en realidad no conocía, y ante la perspectiva de hablar con su papá se sentía angustiado, tanto que las lágrimas le empezaron a rodar, y en ese momento empezó a tocar, pues seguía sentado frente al piano. Las dos mujeres guardaron silencio. Carmela se acercó, se sentó a su lado y lo abrazó. Saúl dejó de tocar y aceptó el abrazo de Carmela. Le hacía falta un abrazo maternal y así se lo hizo sentir. Paloma los miraba conmovida. En ese momento entró Francisca para preguntar si querían café, pero al ver la escena se retiró no sin antes mirar a Paloma como preguntando qué pasaba. Paloma le hizo la seña de que guardara silencio. Francisca se retiró sin decir más.
            –Mira, ya me hiciste llorar a mí también.
            –Perdón.
            –No, no te disculpes, perdóname tú por haberte interrumpido.
            –No, al contrario, me hacía falta un abrazo así. Extraño a mi mamá.
            –Es natural, los abrazos hacen falta siempre, y más los de una mamá. Yo no quiero sustituirla ni mucho menos.
            –Sí, ya lo sé, no te preocupes, nadie podría, pero sí me hace falta a veces platicar con alguien más que no sean ni mis amigos ni mi papá.
            Paloma aprovechó la llegada y salida de Francisca para dejarlos solos y se fue a la cocina. Saúl y Carmela estuvieron hablando un buen rato. Mientras, Paloma tomaba un té con Francisca al tiempo que la ponía al tanto de la situación, excepto de que ya eran novios. Finalmente, se oyó la voz de Carmela llamando a Francisca. Ésta se fue y regresó enseguida, le dijo a Paloma que pedía el café, así que ya podía regresar, y Paloma fue hacia la sala.
            Entró sin saber qué decir, mirando a uno y a otro. Carmela le dijo:
            –Ven, siéntate aquí junto a tu novio –pidió Carmela a Paloma y salió luego de decir–, yo voy a decirle algo que se me olvidó a Francisca.
            –¿Ya estás mejor? –preguntó Paloma.
            –Sí, gracias. Qué pena, vas a decir que soy un chillón.
            –Yo no voy a decir nada. Creo que traes muchas cosas dentro que te haría muy bien sacar. ¿Vas a hablar con tu papá?
            –Sí, seré franco con él.
            –Es lo mejor. Yo acabo de pasar por algo así, le tenía mucho miedo a hablar con mi papá y justo hoy en la mañana que hablo a la casa para saludar a mi mamá y decirle que estoy bien, que me contesta él, y que le cuelgo, pero luego luego volví a marcar y pues a tomar el toro por los cuernos. Y no me fue tan mal, es más, salió bien.
            –Sí, eso es lo que voy a hacer.
            Paloma abrazó a Saúl y le dio un largo beso de los que ese día había aprendido a dar, pero tuvieron que suspenderlo cuando oyeron los pasos de Carmela.