miércoles, 4 de noviembre de 2015

Capítulo 15

La noche en El Concordia
Cuando Paloma terminó sus cartas la noche acabó de caer. Empezó a refrescar un poco y regresó al hotel. Fue a su cuarto y puso sólo la carta de Carla en un sobre de los que regalaban en el hotel, la de su mamá la iba a mandar en uno blanco; aunque el sello del correo iba a delatarla, no quería que sus papás supieran que había estado precisamente allí. En ese momento tocaron la puerta. Era Andrés, quien ya lucía bañado y vestido para cenar.
            –Hola, muñeca, cómo te fue –saludó con voz de galán de telenovela.
            Paloma se sorprendió por lo de “muñeca” y por la terquedad de Andrés. Pero se dijo que era el precio por haber aceptado el favor, así que guardó con resignación las cartas, suspiró y volvió a la defensa, ya que él volvía al ataque.
            –Hola, Andrés. Vamos a cenar– dijo sin dejar que Andrés entrara al cuarto a pesar de la intención de él de hacerlo e intentar un nuevo lance; sin embargo, no fue descortés con él. Estaba contenta y de cualquier modo tenía que agradecerle su ayuda, aunque no hubiera sido desinteresada, así que le preguntó enseguida que salió y cerró la puerta–, ¿cómo te fue en tus negocios?
            –Bien –respondió Andrés un poco decepcionado por la actitud de Paloma, pero le vino bien la pregunta, porque el día había sido pesado y no obstante algunos problemas, estaba satisfecho, así que le empezó a contar los detalles.
            Paloma estuvo atenta y lo felicitó con sinceridad, actitud que una vez más él malinterpretó y pensó que por fin cedía a sus deseos y aquella sería una noche apasionada. Nada más lejos de lo que ella tenía en mente.
            Ya iban a entrar al restaurante del hotel, cuando Andrés pensó que valía la pena caminar al lado de Paloma un rato más e ir a otro lugar, disfrutar la noche, que era muy agradable, y propiciar un ambiente más romántico. Ella aceptó sin ninguna sin malicia. Simplemente le pareció buena idea.
            –¿Comiste? –Preguntó Andrés.
            –No, después de semejante desayuno, cómo crees. No dejé nada sin probar del bufet.
            –De todos modos, ya has de tener hambre, ya pasaron casi doce horas.
            –Pues algo, sí, pero más que nada estoy cansada y quiero dormir –nuevo error de Andrés: para él eso era casi un llamado prenupcial. Para Paloma sólo era la expresión de su cansancio y siguió–, porque, qué crees, ya conseguí trabajo y empecé de inmediato.
            –Ah, ¿sí? ¿Y dónde?
            –Te sorprendí, ¿verdad? Pensaste que no lo iba a conseguir tan rápido.
            –La verdad, sí. Pero dónde y qué haces.
            –En un restaurante chino, de lavaloza.
            –¿Qué, tú, tan bonita en eso? –Dijo con desprecio Andrés, lo cual ofendió a Paloma.
            –Qué tiene de malo, y qué tiene que ver la cara que tenga. Trabajo es trabajo y acuérdate que es para ayudar a mi familia. Mientras sea algo honesto no me parece malo. Además, soy muy chica y no es fácil conseguir otra cosa. Y ultimadamente, a mí me gustó, y a ti qué te importa.
            –No te enojes, es que yo preferiría…
            –Pues no es lo que tú prefieras, sino lo que yo quiera y decida. Si apenas nos conocimos en la mañana y actúas como si no sé qué te sintieras, mi papá o qué. Yo no te pedí que me pagaras ni el hospedaje ni nada, tú te ofreciste, pero si vas a salir con que tú vas a decidir por mí, estás mal de la cabeza, y a últimas, voy por mis cosas y ahí nos vemos.
            –No te enojes, Palomita, es sólo que pienso que puedes encontrar algo mejor.
            –Mejor para quién, para mí está bien y basta.
            Andrés pensó que había perdido el camino que él creía ganado y trató de limar asperezas, demostrándole interés en sus nuevas actividades.
            –Bueno, ya, no te enojes. ¿Y cómo te fue? ¿Es agradable el lugar, tu jefe, tus compañeros?
            A Paloma le fastidiaba la actitud de Andrés, pero recordó su día y a quienes había conocido en su trabajo y se suavizó y después de unos minutos en medio de un silencio incómodo, empezó a contar:
            –Fue pesado, como ya te dije, por eso estoy cansada, pero estoy contenta; bueno, estaba hasta que saliste con tu gracejada.
            –No, no, olvida mi estupidez, fui un tonto, un zafio.
            –¿Un qué? ¿Y esa palabreja?
            –Quiere decir grosero.
            –Ah, la voy a recordar, me gustan las palabras raras, mi papá usa varias así, luego la apunto. Bueno, el caso es que había un montón de trastos y después de algunas dificultades para empezar a sacar el trabajo, por fin lo logré, pero es pesado, no paras. Y al principio, mi jefe me regañó dos veces, pero luego ya le agarré la onda y ya todo salió bien. Una señora, que es también como jefa, se portó bien conmigo y el otro lavaloza, el de la tarde, también.
            Mm –alcanzó a decir solamente Andrés, pensando que a Paloma le había gustado su compañero, y se detuvieron delante de un restaurante al que decidió que entraran–, aquí vamos a cenar, ¿te gusta?
            –¿No es muy formal? Yo no ando vestida para este lugar. ¿Qué tal que me dicen algo?
            –Cómo crees, vienes conmigo.
            –Ah, y ya con eso. No me hagas reír. Vas a ver.
            Y justo ocurrió lo que Paloma pensó: el hombre que estaba en la puerta recibiendo a los comensales se interpuso a su paso:
            –La señorita no puede entrar.
            –Cómo de que no, si viene conmigo.
            –Es la política del restaurante, señor, el atuendo de la señorita no es el adecuado. Si la señorita se viste de manera más formal, con todo gusto.
            Andrés insistió, pero el hombre fue inflexible. Paloma estaba más bien contenta por haber tenido razón; además, le caían mal esos lugares, y pensó que eso era para que se le bajaran los humos.
            –¿Ya ves?, te lo dije. Así son de sangrones.
            –Qué jijos de…
            –Uy, ¿vas a decir una grosería, tú tan correcto?
            –Perdón, Palomita, perdón, pero me cayeron tan mal.
            –Y tú qué dijiste, nada más porque tú ibas bien vestido y yo iba contigo se iba a solucionar la cosa…
            –Bueno, ya, dejemos esto –interrumpió Andrés; esta vez él era el que estaba molesto–, mejor sígueme contando. Aquí adelante hay una churrería, allí cenamos, ¿te parece?
            –Sí, ¿pero hay otras cosas además de churros? Yo no quiero puros churros.
            –Sí, creo que sí, pero a ver, sígueme contando –en ese momento cruzaron una calle y Andrés aprovechó la ocasión para tomar del brazo a Paloma, era la primera vez que se atrevía a tocarla.
            Paloma no tomó a mal la actitud de Andrés, pero cuando acabaron de cruzar la calle, él seguía sosteniéndole el brazo y ella le retiró la mano, aunque sin brusquedad:
            –Ten tu manita, se te olvidó –dijo Paloma y siguió con el relato de su día–. Pues como te dije, hay una señora ahí que se portó bien conmigo, me dio algunos consejos y hasta me ofreció su casa para quedarme a dormir…
           –Pero si ya pagué hoy el hotel, ¿para qué vas a ir a casa de ella? –Interrumpió Andrés molesto.
            –No, hoy no, mañana. Pero además, si quisiera me iría, ya vamos a volver a lo mismo.
           –No, no, olvídalo. Es que ya tengo hambre. Mira ya llegamos. ¿Te gusta aquí? Si no, seguimos buscando.
            –Está bien aquí, da igual, mientras haya comida y esté buena, lo demás no importa.
            –No, sí importa, a mí me importa.
            –Sí, ya tienes hambre. Aquí está bien, no se diga más.
          Eligieron un sitio y de inmediato llegó el mesero. Ordenaron y Paloma le contó a Andrés el resto de su día. La cena estuvo sabrosa y ya sin hambre, ambos estaban de buen humor,  cada uno con intenciones diferentes: Andrés, de llevarse a la cama a Paloma; Paloma de dormir a pierna suelta, disfrutando la mullida cama del hotel, con sábanas limpias; se imaginaba ya calientita entre las cobijas, así que cuando dijo “Ya vámonos al hotel”, Andrés accedió enseguida, y lo tomó como la complicidad que esperaba para con sus deseos. Mientras caminaban de regreso siguieron charlando:
            –¿Y tú cómo duermes? –Preguntó Andrés.
            –¿Cómo?
            –Sí, con piyama, o desnuda.
       –Con mameluco y con gorro, soy muy friolenta –dijo Paloma, viendo que Andrés iba nuevamente a la carga, y agregó–, y ya apúrate, porque tengo frío.
            –Si quieres te presto mi saco.
            –No, gracias, mejor caminamos rápido, así entro en calor.
            –O te abrazo.
            –No, estás loco. ¿Por qué insistes en lo mismo?
            –Es que tú dijiste…
       –¿Vámonos al hotel? ¿Y no es donde vamos a dormir? Cada uno en su cuarto, ¿eh? Tú interpretas las cosas a tu conveniencia. Dijiste que era una propuesta “decente”, creo que fue la palabra que utilizaste, y a cada rato estás pensando no sé qué. Yo dije “Ya vámonos al hotel”, porque estoy cansada; como te dije, fue un día pesado. Además, la noche de ayer casi no dormí y tuve mucho frío. Lo único que quiero ahorita es llegar, acostarme, descansar, dormir bien calientita y disfrutar las comodidades del cuarto. Y te agradezco que lo hayas pagado, pero si eso tiene otro costo, muchas gracias, como ya te dije hace rato, ahorita saco mis cosas y me voy.
            –No te enojes, es que yo creí…
            –Nada, pues creíste mal, ya te lo dije. Y dime de una vez, para sacar mis cosas.
            –No, Palomita, yo te lo ofrecí de corazón.
            –Sí, cómo no.
           –No, de veras. Discúlpame. No voy a negar que tenía mis esperanzas contigo y que me hice ilusiones, es que estás muy bonita, pero ya me lo dejaste bien claro. Eres admirable, tan joven y con tanto carácter. Es un motivo más para admirarte.
            –Ay, ya, deja eso. Ya llegamos, menos mal.
            Fueron directo a la recepción y cada uno pidió su llave. Andrés acompañó a Paloma hasta su cuarto y dijo, como último intento:
            –Entonces, ¿hasta mañana?
            –Sí –dijo Paloma con voz molesta.
            –Si se te ofrece algo, cualquier cosa, a cualquier hora, no importa, me llamas al cuarto, ¿eh?
            –No se me va a ofrecer nada.
            –Pero por si acaso.
         –Que no, y buenas noches –dijo Paloma, abrió el cuarto, se metió y cerró la puerta de inmediato con seguro, cadena y pasador, y además, fue por la silla para también atrancarla. Así se sintió más segura.

A piedra y lodo se encerró Paloma. "¡Ma, pos éste!", dijo
luego de que se atrancó. 
             “¡Qué tipo!, ¿por qué no entiende? Quién me lo manda. Bueno, otra lección.”
           Paloma revisó sus calzones, que ya estaban secos y los puso junto a su demás ropa que ya había doblado y puesto en el tocador, se desvistió y quedó desnuda, como efectivamente la había imaginado Andrés. Puso a orear sobre las sillas la ropa que traía, se metió de inmediato a las cobijas y se arrebujó para calentarse. Se sintió tan bien… Se durmió enseguida, a pesar del ruido constante que llegaba desde la calle. El día había sido agotador y ya traía cansancio atrasado, de modo que nada impidió que cayera en un sueño profundo.
         Mientras tanto, Andrés llegó a su cuarto, se fue desvistiendo con calma, doblando y acomodando cada prenda que se quitaba y se puso una piyama de franela con sus iniciales bordadas. Seguía pensando en Paloma. Esperaba que lo llamara, pues estaba seguro de que lo que Paloma decía no era lo que en realidad pensaba, y creía que verdaderamente estaba deseosa de pasar la noche con él. Se acostó, tomó uno de los informes de su portafolio y se dispuso a revisarlo para hacer tiempo en lo que Paloma llamaba o llegaba…

            Andrés despertó de madrugada con el informe a un lado, la luz prendida y mucho frío. Puso los papeles en el buró, apagó la luz, se cobijó bien y se durmió… Ay, Paloma, Paloma.