¡A trabajar!
El
sueño fue reparador. Paloma despertó cuando ya estaba amaneciendo, porque en
ese momento se sintió más frío. Apenas se empezaba a ver el horizonte rojizo y
justamente hacia donde iba a salir el Sol, Paloma vio lo que ella consideró una
estrella; en realidad era Venus. Le sorprendió su brillo y su tamaño. Nunca la
había visto, a pesar de que se levantaba tan temprano para llegar a su clase de
siete. Probablemente nunca se le había ocurrido voltear en esa dirección, o la
bruma–humo de la ciudad no se lo permitía. O justo a esa hora estaba debajo de
la tierra, trasladándose en el metro. Pero aquella vista le causó fascinación,
y sintió que era un buen augurio.
Entretanto, empezó a pensar en
cuánto dinero le quedaba. Haciendo cuentas, ya no era tanto. Claro, estaban las
monedas que le habían regalado doña Justina y don Atanasio, pero prefería
guardarlas y sólo utilizar una de ellas en un caso de verdadera emergencia, y
también lo de la bicicleta, pero tampoco se trataba de gastárselo todo de
inmediato. Finalmente, su filosofía, como ella misma decía, era no buscar lo
más fácil, sino al revés. No en el sentido de lo más complicado, sino en el
sentido de lo no cómodo, y sí lo que implicara esfuerzo, trabajo, porque
pensaba que esto significaba aprendizaje. Era su manea de pensar y eso con
frecuencia la llevaba por caminos tortuosos que podían ser mucho más llanos,
pero así era Paloma.
Concluyó, tras sus cavilaciones, que
era hora de ponerse a trabajar y que San Luis Potosí era el lugar indicado.
Además, según ella, esa estrella era una señal y ella la interpretó como que
ése era su significado.
Estaban casi por llegar y pensó que
entonces era posible hacerle la plática a su vecino de asiento –un hombre de
unos cuarenta años, según calculó Paloma–, sin la posibilidad de que fuera a
querer ponerse de conquistador y le preguntó:
–¿Usted es de San Luis?
–No, vengo por trabajo. ¿Y tú?
–Respondió con una rapidez que revelaba que había estado esperando ese momento.
Paloma, a pesar de que tal vez por
su aspecto no resultara convincente, dijo que ella también iba por trabajo.
–Ah, ¿sí? ¿Y en qué trabajas?
–No, pues, apenas voy a buscar.
–¿Y eso? ¿Y tu familia? –Preguntó
interesado el hombre al inferir que Paloma estaba sola.
–Ah, pues vive en Querétaro, pero
como mi papá tuvo un accidente y se quedó sin trabajo, pues todos estamos
buscando trabajo. Mi hermano va a venir en cuanto yo ya tenga uno y él también va
ponerse a cooperar. Allá en Querétaro no hemos hallado.
–Qué raro –comentó el hombre, sospechando
que Paloma mentía–, si Querétaro es muy industrioso ¿Y cuántos años tiene tu
hermano?
–Es igual que yo. Somos cuates.
–Ah, ¿sí?, mira, entonces ha de ser bien parecido. Tú estás
muy bonita.
Paloma se hizo la desentendida y pensó, “Ya salió el peine,
quién me lo manda, por andar haciéndole la plática a este viejo”, luego le
preguntó:
–¿Y usted en qué trabaja?
–Yo soy arquitecto –dijo con voz engolada tratando de
impresionar a Paloma, quien se rio para sus adentros al notar el cambio–, y mi socio
y yo tenemos una compañía que da mantenimiento a empresas. Hoy voy a ir al
ISSSTE, para supervisar a nuestros empleados. Me regreso mañana. Vengo desde
México.
–Ah, qué bien.
–¿Y ya tienes dónde hospedarte? –Interrogó él.
–No, no he pensado en eso, la verdad. Mi plan es llegar y
luego luego comprar el periódico de ahí de San Luis y de inmediato empezar a
buscar. Nos urge mucho.
–Pues yo me voy a hospedar en el hotel Concordia. ¿Lo
conoces?
–No, es la primera vez que estoy en San Luis.
–Ah, pues si quieres, te hospedas allí.
–No, pero ha de ser un hotel caro. Yo tengo poco dinero, no
puedo andar gastándolo así como así. No, primero busco trabajo y a lo mejor
encuentro uno en el que me den hospedaje.
–¿Pues qué piensas hacer? ¿En qué vas a trabajar?
–Pues no sé, a ver qué hay. En una tienda, en una
panadería, con alguna costurera, yo sé coser –mintió una vez más–, o hasta
haciendo la limpieza si eso significa poder ahorrar en el hospedaje y así
juntar más dinero para mi familia.
–No, no me gusta que hagas eso. Mira, yo te voy a proponer
algo.
–¿Qué? –Preguntó Paloma molesta y desconfiada.
–No, no te asustes, es algo decente. ¿Qué me ves cara de
abusivo? Yo soy un profesionista y vengo por negocios, en el hotel y en muchos
lados me conocen, de tal suerte que no te voy a proponer nada que dañe mi
reputación. Además, estoy casado y tengo dos hijos. Sólo es por ayudarte. Mira,
ahorita llegando vamos al hotel, yo te pago el hospedaje y ya así, más
tranquila, buscas un trabajo que valga la pena y no por resolver lo de dónde
quedarte elijas uno que no te convenga. No me gustaría que por la prisa
hicieras una mala elección. Por supuesto, estaremos en cuartos separados, de
eso no te quepa duda.
–¿De veras? –Preguntó Paloma sospechando que no era tan
desinteresada la oferta, pero también pensó que podía aceptar y aprovechar la
ocasión, ya que él era el que se lo había ofrecido y que dado que se trataba,
seguramente, de un hotel más o menos, no iba a andar de mañoso. Y, en todo
caso, se sintió segura de poder resolver cualquier problema; además, la
estrella que había visto sin duda era de buena suerte y la protegería, según
ella, así que aceptó–. Bueno, si de
verdad quiere ayudarme, acepto, sí me va a facilitar un poco este primer día.
Gracias.
–Me llamo Andrés –dijo y estiró la mano para estrechar la
de Paloma.
–Yo soy Paloma –y aceptó aquella mano que al contacto le
pareció fría y blanduzca.
–¡Paloma, qué bonito nombre!
–Pues es de un animal; en realidad es como si me llamara
Gallina o Cacatúa –respondió Paloma, recordando a Fany y su día en Tepotzotlán,
y para anular cualquier posibilidad romántica en la plática.
–No digas eso.
–Es la verdad.
Andrés se cortó un poco con aquellos comentarios, así que regresó
al tema:
–Bueno, entonces así le hacemos. Ahorita llegando tomamos
un taxi, vamos al hotel, nos hospedamos, nos damos un baño y te invito a
desayunar, y de ahí cada quien ve sus asuntos y nos vemos en la noche otra vez.
¿Te parece?
–Sí está bien. ¿Y conoce bien San Luis?
–Háblame de tú. Más o menos. Conozco los lugares a los que
voy por lo del trabajo, realmente me queda poco tiempo para conocer más. El
centro, un poco, porque como ahí está el hotel, a veces, si termino temprano, doy
una vuelta a pie. Es muy bonito, hay muchas construcciones coloniales, de
cantera. Pero háblame de tú –insistió.
–Es que se ve como mi papá y no me sale.
Andrés volvió a mosquearse, pero no perdió la esperanza. En
ese momento llegaron a la terminal. Paloma no estaba muy segura de haber tomado
la mejor decisión, pero se dijo que sería un poco cínica y aprovecharía las
circunstancias. Total, ella no había pedido nada y en todo momento le
recordaría a Andrés su propuesta “decente”. Al salir, lo primero que hizo fue
comprar el periódico. Andrés, por su parte, buscó un taxi. La mañana estaba fresca
y deseaba llegar rápido al hotel. Quizá podía convencer a Paloma, antes de
tener que salir a ver lo de su trabajo, de que fuera más amable, cariñosa y a
lo mejor hasta de que se acostara con él.
En cuanto tuvo el periódico en sus manos, Paloma fue directo
a la sección de avisos y empezó a ver la parte de empleos. Al ver que no era
muy grande se decepcionó un poco. El grito de Andrés, llamándola, la
interrumpió. Dobló el periódico y lo alcanzó.
Rápidamente llegaron al hotel que se veía de cierto lujo
añejo, y seguramente había tenido una mejor época. Sin embargo era agradable.
Llegaron a la recepción y él pidió dos habitaciones sencillas, aunque tenía
reservación sólo para una, pero ante la pregunta del recepcionista para
asegurarse de si había entendido bien, se dirigió a Paloma:
–¿O una doble?
–No –respondió tajante Paloma–, dos sencillas.
–Enseguida –dijo el recepcionista, le alargó la tarjeta de
registro a Andrés y preguntó–, un solo registro, ¿verdad? ¿Su pago es en
efectivo?
–Sí, por supuesto. Bueno, una con cheque y una en efectivo.
¿Se puede?
–Claro, no hay ningún problema.
Paloma, después de asegurarse de que efectivamente iban a
ser dos habitaciones, se alejó un poco haciéndose la desentendida, pero
escuchando todo, y pensó: “Claro, mañoso, no quiere evidencias. Pero conmigo se
equivocó. Semejante anciano, y además está panzón y calvo. Está loco.”
–Bueno, ya quedó. Vamos.
El maletero se acercó y les pidió sus equipajes. Paloma se
quitó la mochila, que en realidad estaba casi vacía por toda la ropa que traía
puesta.
–Vamos a darnos un bañito, luego desayunamos y como nuevos
–repitió una vez más Andrés.
Pasaron primero al cuarto de Paloma. Ella se quedó allí y
lo primero que hizo fue acostarse. La noche había sido pesada, y aunque había
dormido en el autobús, no había descansado suficiente, además de que le dolía la
espalda del frío y de los asientos. Ese momento le supo a gloria. Pero unos
toquidos en la puerta la interrumpieron de su reposo.
–¡Quién!
–Andrés –respondió la voz de afuera.
“Oh qué la canción, ahí viene otra vez al ataque”, pensó
Paloma y abrió.
–¿Todavía no te bañas?
–No, estaba descansando un poco del viaje.
–Ah, estabas acostadita –dijo con ingenua excitación
Andrés.
–Sí, pretendía descansar un poco.
–Bueno, nada más vine para decirte que nos bañamos y vamos
a desayunar.
–Sí, ya habíamos quedado.
–¿Traigo mi ropa, entonces? –Preguntó esperanzado Andrés,
que se veía poco experto en las lides de la seducción.
–¿Para qué? Cada quién se baña en su cuarto y nos vemos en
el restaurante. En media hora, así podemos descansar un poquito –dijo Paloma y
cerró la puerta con el seguro y la cadena sin esperar respuesta.
“¿Éste qué dijo? Como ya aceptó, ya va a entregar el
cuerpecito. Baboso. Lo bueno es que ya está pagada la habitación. Bien que vi.
Así que nada de que se va y me deja colgada. Quien le manda andar de don Juan”,
pensaba Paloma mientras se iba desvistiendo. El baño le caería de perlas, así
descansaría un poco y entraría bien en calor, porque a pesar de que ya la
temperatura era mucho más alta, traía el frío por dentro. Cuando al fin quedó
desnuda pensó que necesitaba otro pantalón y unos calzones, porque si andaba de
apestosa, seguramente no le darían trabajo. “San Luis está casi en el desierto
–pensó– y si lavo algo se va a secar rápido. Así que lavo los calzones, me
pongo el puro pantalón y dejo la ropa extendida para que se oree un poco y no
apeste. En cuanto tenga trabajo buscaré dónde lavar.” Ése era un detalle que
Paloma no había considerado y nunca imaginó aventureros que se preocuparan por
cosas como ésa. En las novelas y en las películas no se detenían en esos detalles,
pero había que hacerlo. Claro, podía quedarse como estaba, pero lo más probable
era que le resultaría más difícil conseguir trabajo. Tal vez si trajera dinero
suficiente le importaría muy poco eso de la limpieza. El caso es que Paloma tenía
que actuar conforme a las circunstancias y así estaba el asunto.
Disfrutó enormemente el baño como nunca antes y logró
entrar en calor. Aprovechó todos los objetos de regalo del hotel: champú,
acondicionador, crema, cepillo de dientes, esponja para limpiar zapatos, peine.
Sacudió bien los pantalones y la playera antes de ponérselos, y vio que el
brasier también necesitaba ya una lavada, pero eso sí no podía hacerlo, andar
sin él durante el día sería muy incómodo, pues de plana no tenía nada. Tal vez
en la noche. Quizá también tendría que comprarse otro en algún momento. Lo
primero era encontrar trabajo y después ver lo demás. Por otro lado, tampoco
pensaba pasarse meses allí. Solamente una semana, con eso le alcanzaría y el
lugar donde trabajara debía incluir dónde quedarse, si no, no valdría la pena. Mientras
pensaba todo eso, abrió la ventana para que se ventilara el cuarto, pues la
ropa ya estaba bastante olorosa. Unos suaves toquidos la sacaron de sus
pensamientos. Abrió la puerta sin quitar la cadena. Era Andrés:
–¿Lista? ¡Uy, qué guapa, así te ves más bonita.
Paloma abrió por completo la puerta. Y dijo que sí, que
estaba lista y pasó por alto los cumplidos.
–Pues entonces vamos a desayunar, ya tengo mucha hambre,
¿tú no?
Paloma sólo tomó la llave, salió y cerró la puerta al
tiempo que respondió:
–Claro, anoche sólo cené un vaso de atole de… –iba a decir
“de teja” y a preguntar qué era aquello, pero eso delataría que no era de Querétaro
y todo su cuento se le vendría abajo, así que ya no continuó.
–¿De qué?, no te oí.
–De masa.
–No, pues sí has de tener hambre. Tú pide lo que quieras,
yo te invito. Quiero que estés bien cuando busques trabajo, que tengas energía
y así elijas mejor y no lo primero que encuentres. Piensa muy bien.
“Otra vez lo mismo, pues éste qué se cree, mi papá o qué.
Si ni él me anda diciendo eso.” Pensó Paloma y recordó que había dejado el
periódico.
–Ay, se me olvidó el periódico.
Andrés pensó que era una treta de Paloma para que
regresaran al cuarto y que por fin iba a lograr sus propósitos. Así que de
inmediato dijo:
–Vamos por él.
–¿Vamos? Para qué. Te alcanzo en el restaurante. No me
tardo. Y se fue corriendo.
Andrés la vio, suspiró y se dijo mientras seguía rumbo al
restaurante: “Qué joven, qué bonita, qué ágil, qué energía, qué ánimo, me hace
falta una transfusión de todo eso. Pero la Palomita se resiste, aunque ya me tutea y eso es
ganancia.” Llegó, pidió una mesa discreta, en un rincón. Enseguida llegó
Paloma.
–Qué rápido. Ya te pusiste rojita. Te ves más bonita
todavía.
Paloma sólo sonrió, lo cual, al parecer, excitó más a
Andrés.
–Qué sonrisa tan linda.
–Ya vamos a pedir, ¿no? ¿Y la carta?
–Si quieres, hay bufet.
–Ah, pues sí. Tengo muchísima hambre.
–Y yo más –dijo con doble sentido Andrés, pero Paloma se
hizo la que no había entendido.
–Pues entonces el bufet. No se diga más.
Paloma, como adolescente, y tras los malos comeres del día
anterior, tenía mucha hambre así que probó casi de todo: jugo, fruta,
chilaquiles, huevos, tocino, enchiladas potosinas, hot cakes, chocolate, leche
y pan dulce; panqué de chocolate y gelatina. Pensó, además, que no iba a volver
a comer de esa manera y que debía aprovechar para tener reservas suficientes.
Andrés quedó asombrado y eso lo hizo admirar aun más la
juventud de Paloma.
–¡Qué envidia!
–Qué.
–Pues que puedes comer todo eso y ni te preocupas.
–¿Y por qué me voy a preocupar? Tú también puedes hacer lo
mismo.
–Cómo crees. Tengo alto el colesterol y los triglicéridos y
además soy prediabético.
–Uy, pues qué pena. Todo está riquísimo. Cuando menos
pruébalo. ¿Nada más vas a desayunar fruta, cereal, café y pan tostado? Ni el
bufet, qué desperdicio. ¿No que tenías tanta hambre?
–Sí, pero no, yo pedí a la carta, sólo el tuyo es bufet.
–Ay, pues muchas gracias. Qué pena.
–No, me da mucho gusto verte comer con tanto gusto. Se ve
que traías hambre, pobrecita.
–La verdad, sí, así que muchas gracias otra vez –dijo
Paloma y le dio un beso en la mejilla muy espontáneamente, pero se arrepintió
al momento, al ver la cara de Andrés, iluminada de deseo y pensó “Chin, ya la
regué”.
–¿Vamos al cuarto? –Propuso ingenuamente Andrés, pensando
que aquel beso era la señal que esperaba con tanta ansia.
–¿A qué? Si todavía no acabo, además, quiero ver el
periódico. Pero si se te hace tarde, vete ya a tus asuntos, por mí no te
preocupes. Pagas y ya –dijo con cinismo, lo cual, al parecer, en lugar de
molestar a Andrés, lo hacía admirarla y desearla más.
–Creo que sí, si no voy a llegar tarde. Tengo cita y debo
ser puntual, es un negocio importante.
–¿Ya ves? Vete sin pena, que no me pasa nada. Y nos vemos
en la noche, como quedamos.
–¿En la noche? –Preguntó Andrés interpretando aquello como
una propuesta para hacer el amor.
–Sí, para cenar, ¿no habías dicho?
–Ah, sí –respondió un poco decepcionado, pero sin perder
nunca la esperanza y se fue.
Paloma se quedó en el restaurante, pero antes se cercioró
con el mesero de que ya estaba pagado para así terminar de probar
tranquilamente todo lo que el bufet ofrecía. El mesero le contestó:
–Sí, ya pagó su papá.
Paloma se sonrió ante la respuesta y volvió a su lugar con
una nueva pieza de pan y otra taza de chocolate. Y le faltaba un flan, que se
veía antojoso. Se sentó a disfrutar lentamente de su chocolate y empezó a
hojear el periódico. Justo en ese momento vio un anuncio que le había pasado
desapercibido: era del mismo hotel donde estaban. Solicitaban una afanadora
para el turno nocturno. Pensó que si trabajaba de noche ya tenía resuelto lo de
dónde dormir, pues era mucho más fácil dormir de día en cualquier lugar sin que
la molestaran que de noche. Pero pedían una carta de recomendación.
“¿Cómo se apellida Andrés? No me dijo ni yo le pregunté. ¿Y
cómo pregunto? Ni modo que le pregunte al mesero si ya le hice creer que es mi
papá. Sólo que me ponga a platicar con él y le saque la sopa, pero luego se va
a saber. O le puedo hacer un cuentote para que no diga nada y guarde en secreto
lo que le pegunte. Aquí seguro ven de todo y se callan, ni modo que anden de chismosos,
porque pierden a los clientes.”
–Oiga –dijo Paloma al mesero–, Andrés, mi papá, el
arquitecto. ¿No ha venido nunca con nadie?
–¿El arquitecto Rendón? No, es la primera vez que trae a
alguien.
–No le creo, usted por taparlo –dijo Paloma, memorizando al
instante el apellido.
–No, de verdad.
–Mire, ¿me guarda un secreto? –Preguntó Paloma al mesero
que era bastante joven y aunque no muy guapo, a Paloma le gustó.
–Claro, señorita.
–Me llamo Paloma, dime por mi nombre.
–No, cómo cree, me corren, y más siendo hija del
arquitecto, es un buen cliente.
–Está bien. Pero no le cuentes a nadie.
–Pero es que no nos permiten hablar con los clientes
mientras haya gente que pida servicio, pero si me espera a que termine, con
mucho gusto, señorita Paloma –dijo el mesero, cuyas palabras le parecieron a
Paloma muy rebuscadas para ser tan joven, pero pensó que sería por su trabajo.
Así que Paloma siguió revisando el periódico y con la pluma
del hotel fue marcando los anuncios que le parecieron convenientes: ayudante de
panadería, ayudante de costurera, dependienta de papelería, recepcionista de
consultorio médico. Los demás eran ventas y eso no se le daba; tampoco le
latían los que significaban pasividad, lo cual significaba horas sin hacer nada
más que esperar. Prefería lo que implicara movimiento, trabajo físico,
aprendizaje, finalmente.
|
Paloma, leyendo el periódico en busca de trabajo |
Mientras tanto, y tras el enorme desayuno que se había
zampado, bebió agua, según ella, para compensar. De modo que cuando terminó, se
sentía como pelota y le dieron ganas de ir al baño. “A ver si no me da chorro.”
Llamó al mesero y le dijo:
–Oye, ahorita vengo, tengo que ir al cuarto. Pero me
esperas, ¿eh? ¿Cómo te llamas?
–Manuel.
–¿Qué? ¿Tú también? –Preguntó incrédula Paloma, era el
tercer Manuel que conocía en ese viaje. ¿Qué a los papás no se les ocurría otro
nombre?
–¿Cómo? –Preguntó el mesero sin entender.
–Nada, nada, ahorita bajo. No te vayas a ir.
–No, señorita, salgo a las dos, pero ya en un rato más baja
la chamba y puedo platicar.
–Bueno.
Paloma subió al cuarto, fue al baño, hizo a gusto, y se
lavó los dientes. Manuelito, como empezó a llamarlo, le había gustado y parecía
simpático y aunque algo afectado en su trato, pensó que era a causa de su
trabajo. “Pues a lo mejor vamos a ser compañeros. Claro, yo de noche y él de
día. ¿Y a qué horas nos vamos a ver? De todos modos, sólo serán unos días, así
que para qué me hago ilusiones.”
Bajó nuevamente y se dirigió al restaurante. Efectivamente,
ya quedaba sólo un comensal, y Manuel hablaba con el de la recepción; cuando
vieron venir a Paloma, éste último se fue a su lugar. Paloma sospechó que
estarían hablando de ella, así que pensó bien qué era lo que iba a decirle a
Manuel.
–¿Qué pasó?
–Nada, ahora sí ya tengo tiempo para platicar. ¿Quiere un
café?
–Pues casi no tomo, eso es como de viejitos, pero a ver,
tráeme uno y ya platicamos.
–Enseguida.
–Ay, este Manuelito tan formal –dijo Paloma en voz alta.
–¿Cómo?, ¿alguna otra cosa? –preguntó Manuel.
–No, nada, nada, ve.
–Enseguida.
Manuel regresó con el café y le dijo a Paloma:
–Ahora sí, cuénteme –pero Manuel no se aguantó la
curiosidad y preguntó–, ¿de veras es su papá el arquitecto Rendón? Es que el de
la recepción me dijo que estaban en cuartos separados.
–Pues qué chismosos –dijo Paloma pensando en resolver de
inmediato ese inconveniente y siguió–, lo que pasa es que mis papás están
enojados, porque como mi papá viaja tanto, mi mamá siempre está celosa y, la
verdad, yo también, porque qué casualidad que nunca nos invita a ninguna de las
dos a sus viajes, ni a ninguno de mis hermanos –corrigió Paloma por si Manuel
sabía de los hijos de Andrés–, y entonces, por eso vine, pero como estoy
enojada con él, por eso no me quise quedar en su cuarto. Y además, yo quiero
trabajar aquí.
–¿Aquí en San Luis? Pero por qué, si no tiene usted necesidad.
Según sé, el arquitecto tiene una compañía propia.
–Pero eso es de él. Además, yo quiero ser independiente, y
no andarle pidiendo todo el tiempo para absolutamente todo. Eso me cae gordo. Y
como vi en el periódico que hay una vacante aquí… así se dice ¿no?, pues a ver
si me dan el trabajo.
–¿Aquí, aquí en el hotel? No creo.
–¿Por qué no?
–Porque el arquitecto es nuestro cliente y de seguro él no
estará de acuerdo. Por lo poco que he platicado con él, se ve que es muy
tradicional, y el gerente no va a querer perder un cliente.
–O sea que ya la regué al contarte quién soy, porque se ve
que son bien chismosos, de seguro ya le dijiste al de la recepción.
–Pues sí, porque él decía que eran amantes.
–Ay, qué chismosos y mal pensados.
–Pues es que dice que como que el arquitecto quería un solo
cuarto y usted no, que era como para hacer la pantalla, pero que ahí traían
algo.
–Ay, bueno, ya. ¿Entonces ni pido el trabajo?
–Pues yo creo que no, señorita Paloma.
–¿Y tú no sabes de algún trabajo?
–No, pues la verdad, no. Anda algo escaso. ¿Y en el
periódico, ya buscó?
–Sí, pero como dices, no hay mucho. Bueno –dijo un poco
desanimada–, gracias de todos modos. Y ya no andes de chismoso. Me guardas el
secreto de lo de mis papás, ¿eh? –pidió Paloma pensando que lo primero que
Manuel haría sería ir de chismoso con el recepcionista, pero que finalmente eso
le convenía, y siguió–. Ya me voy a ver lo de los anuncios que encontré. A ver
si tengo suerte. Gracias por el café.
–De nada, señorita Paloma.
–Luego nos vemos –dijo Paloma para despedirse y pensó que
las cosas no le salían siempre como ella pensaba, pero que insistiría hasta
encontrar algo.