miércoles, 8 de julio de 2015

Sabor noruego

Desde mi arribo a estas tierras he tenido pocas oportunidades de probar la comida local. Pero me topé con esta receta QUE NO ERA DE PESCADO (porque ésas abundan y generalmente sólo son variaciones para marinar); se trata de un pastel de carne. Lo preparé y la verdad es que quedó delicioso, así que les comparto la recetilla. Ya está debidamente traducida, y les indicaré las variaciones que le hice, porque no tenía exactamente los ingredientes, fueron cambios cuasi equivalentes, así que no creo que si le hubiera puesto los ingredientes exactos el sabor hubiera cambiado. No es que no haya los ingredientes, sino que no tenía y con eso de que la tienda más próxima está a cinco kilómetros, ni hablar. Aquí va:

1/2 kilo de carne de res molida (yo elegí una con 4% de grasa)
1 cebolla amarilla picada
1 pimiento rojo picado (como no tenía, le puse pimentón, o sea, pimiento seco y molido; le puse 2 cucharaditas)
2 dientes de ajo picados
1/2 chile rojo picado (le puse jalapeño en vinagre bien picado)
3 cucharadas de salsa de soya
2 hojas de laurel
2 piezas de anís de estrella (le puse anís del otro, unos cuantos)
1 lata de jitomate
1 cucharada de puré de jitomate (le puse jitomate bien molido en lugar de estos dos ingredientes: cinco jitomates más bien chicos)
Sal y pimienta para sazonar
6 papas grandes
50 g de mantequilla
Leche, si se requiere (no necesité)
Jugo de limón
Queso parmesano (le puse uno como gouda, que aquí se llama amarillo, pero que no tiene nada que ver con lo que en México se llama queso amarillo; no tenía de otro y además, eso sí, el queso parmesano no es tan fácil de hallar aquí en cualquier supermercado, sólo en algunos)
Pan molido
Un poco de aceite

Manera de hacerse

Pele las papas y píquelas en cubos pequeños.
Pique todos los ingredientes que lo requieran.
Fría la carne y luego agregue la cebolla, el ajo, el pimiento y el chile. Fría un ratito. Agregue el puré de jitomate y mezcle bien. Luego añada la salsa de soya, las hojas de laurel y el anís. Cuando empiece a hervir, cocine durante 20 minutos. Retire las hojas de laurel y las estrellas de anís (pude retirar las hojas, pero obviamente le dejé el anís).

Aparte, cueza las papas en poca agua SIN sal. Ya cocidas, prénselas con la mantequilla hasta obtener un puré suave; agregue un poco de leche sólo si es necesario. Sazone con sal y pimienta y un poco de jugo de limón (no mucho, le da muy buen sabor).

Se vacía la carne en un molde o refractario previamente engrasado; luego se cubre con el puré de papa, el queso rallado y finalmente el pan molido. Hornee durante 20 minutos a 200° y cuide que quede bien dorado, pero que no se queme.

Sirva con una ensalada fresca (yo hice una de espinacas con jitomate picado, queso fresco y nueces picadas; la aderecé con vinagre balsámico combinado con miel, sal y aceite de oliva. Ñam, ñam. ya se me antojó otra vez).

Mmmmm, quedó riquísimo. Pruébenlo. El anís con la carne le dio un buen toque; lo mismo el limón en el puré de papa.
 God apetit!

miércoles, 1 de julio de 2015

Capítulo 13

 ¡A trabajar!
El sueño fue reparador. Paloma despertó cuando ya estaba amaneciendo, porque en ese momento se sintió más frío. Apenas se empezaba a ver el horizonte rojizo y justamente hacia donde iba a salir el Sol, Paloma vio lo que ella consideró una estrella; en realidad era Venus. Le sorprendió su brillo y su tamaño. Nunca la había visto, a pesar de que se levantaba tan temprano para llegar a su clase de siete. Probablemente nunca se le había ocurrido voltear en esa dirección, o la bruma–humo de la ciudad no se lo permitía. O justo a esa hora estaba debajo de la tierra, trasladándose en el metro. Pero aquella vista le causó fascinación, y sintió que era un buen augurio.
            Entretanto, empezó a pensar en cuánto dinero le quedaba. Haciendo cuentas, ya no era tanto. Claro, estaban las monedas que le habían regalado doña Justina y don Atanasio, pero prefería guardarlas y sólo utilizar una de ellas en un caso de verdadera emergencia, y también lo de la bicicleta, pero tampoco se trataba de gastárselo todo de inmediato. Finalmente, su filosofía, como ella misma decía, era no buscar lo más fácil, sino al revés. No en el sentido de lo más complicado, sino en el sentido de lo no cómodo, y sí lo que implicara esfuerzo, trabajo, porque pensaba que esto significaba aprendizaje. Era su manea de pensar y eso con frecuencia la llevaba por caminos tortuosos que podían ser mucho más llanos, pero así era Paloma.
            Concluyó, tras sus cavilaciones, que era hora de ponerse a trabajar y que San Luis Potosí era el lugar indicado. Además, según ella, esa estrella era una señal y ella la interpretó como que ése era su significado.
            Estaban casi por llegar y pensó que entonces era posible hacerle la plática a su vecino de asiento –un hombre de unos cuarenta años, según calculó Paloma–, sin la posibilidad de que fuera a querer ponerse de conquistador y le preguntó:
            –¿Usted es de San Luis?
            –No, vengo por trabajo. ¿Y tú? –Respondió con una rapidez que revelaba que había estado esperando ese momento.
            Paloma, a pesar de que tal vez por su aspecto no resultara convincente, dijo que ella también iba por trabajo.
            –Ah, ¿sí? ¿Y en qué trabajas?
            –No, pues, apenas voy a buscar.
            –¿Y eso? ¿Y tu familia? –Preguntó interesado el hombre al inferir que Paloma estaba sola.
            –Ah, pues vive en Querétaro, pero como mi papá tuvo un accidente y se quedó sin trabajo, pues todos estamos buscando trabajo. Mi hermano va a venir en cuanto yo ya tenga uno y él también va ponerse a cooperar. Allá en Querétaro no hemos hallado.
            –Qué raro –comentó el hombre, sospechando que Paloma mentía–, si Querétaro es muy industrioso ¿Y cuántos años tiene tu hermano?
–Es igual que yo. Somos cuates.
–Ah, ¿sí?, mira, entonces ha de ser bien parecido. Tú estás muy bonita.
Paloma se hizo la desentendida y pensó, “Ya salió el peine, quién me lo manda, por andar haciéndole la plática a este viejo”, luego le preguntó:
–¿Y usted en qué trabaja?
–Yo soy arquitecto –dijo con voz engolada tratando de impresionar a Paloma, quien se rio para sus adentros al notar el cambio–, y mi socio y yo tenemos una compañía que da mantenimiento a empresas. Hoy voy a ir al ISSSTE, para supervisar a nuestros empleados. Me regreso mañana. Vengo desde México.
–Ah, qué bien.
–¿Y ya tienes dónde hospedarte? –Interrogó él.
–No, no he pensado en eso, la verdad. Mi plan es llegar y luego luego comprar el periódico de ahí de San Luis y de inmediato empezar a buscar. Nos urge mucho.
–Pues yo me voy a hospedar en el hotel Concordia. ¿Lo conoces?
–No, es la primera vez que estoy en San Luis.
–Ah, pues si quieres, te hospedas allí.
–No, pero ha de ser un hotel caro. Yo tengo poco dinero, no puedo andar gastándolo así como así. No, primero busco trabajo y a lo mejor encuentro uno en el que me den hospedaje.
–¿Pues qué piensas hacer? ¿En qué vas a trabajar?
–Pues no sé, a ver qué hay. En una tienda, en una panadería, con alguna costurera, yo sé coser –mintió una vez más–, o hasta haciendo la limpieza si eso significa poder ahorrar en el hospedaje y así juntar más dinero para mi familia.
–No, no me gusta que hagas eso. Mira, yo te voy a proponer algo.
–¿Qué? –Preguntó Paloma molesta y desconfiada.
–No, no te asustes, es algo decente. ¿Qué me ves cara de abusivo? Yo soy un profesionista y vengo por negocios, en el hotel y en muchos lados me conocen, de tal suerte que no te voy a proponer nada que dañe mi reputación. Además, estoy casado y tengo dos hijos. Sólo es por ayudarte. Mira, ahorita llegando vamos al hotel, yo te pago el hospedaje y ya así, más tranquila, buscas un trabajo que valga la pena y no por resolver lo de dónde quedarte elijas uno que no te convenga. No me gustaría que por la prisa hicieras una mala elección. Por supuesto, estaremos en cuartos separados, de eso no te quepa duda.
–¿De veras? –Preguntó Paloma sospechando que no era tan desinteresada la oferta, pero también pensó que podía aceptar y aprovechar la ocasión, ya que él era el que se lo había ofrecido y que dado que se trataba, seguramente, de un hotel más o menos, no iba a andar de mañoso. Y, en todo caso, se sintió segura de poder resolver cualquier problema; además, la estrella que había visto sin duda era de buena suerte y la protegería, según ella, así que  aceptó–. Bueno, si de verdad quiere ayudarme, acepto, sí me va a facilitar un poco este primer día. Gracias.
–Me llamo Andrés –dijo y estiró la mano para estrechar la de Paloma.
–Yo soy Paloma –y aceptó aquella mano que al contacto le pareció fría y blanduzca.
–¡Paloma, qué bonito nombre!
–Pues es de un animal; en realidad es como si me llamara Gallina o Cacatúa –respondió Paloma, recordando a Fany y su día en Tepotzotlán, y para anular cualquier posibilidad romántica en la plática.
–No digas eso.
–Es la verdad.
Andrés se cortó un poco con aquellos comentarios, así que regresó al tema:
–Bueno, entonces así le hacemos. Ahorita llegando tomamos un taxi, vamos al hotel, nos hospedamos, nos damos un baño y te invito a desayunar, y de ahí cada quien ve sus asuntos y nos vemos en la noche otra vez. ¿Te parece?
–Sí está bien. ¿Y conoce bien San Luis?
–Háblame de tú. Más o menos. Conozco los lugares a los que voy por lo del trabajo, realmente me queda poco tiempo para conocer más. El centro, un poco, porque como ahí está el hotel, a veces, si termino temprano, doy una vuelta a pie. Es muy bonito, hay muchas construcciones coloniales, de cantera. Pero háblame de tú –insistió.
–Es que se ve como mi papá y no me sale.
Andrés volvió a mosquearse, pero no perdió la esperanza. En ese momento llegaron a la terminal. Paloma no estaba muy segura de haber tomado la mejor decisión, pero se dijo que sería un poco cínica y aprovecharía las circunstancias. Total, ella no había pedido nada y en todo momento le recordaría a Andrés su propuesta “decente”. Al salir, lo primero que hizo fue comprar el periódico. Andrés, por su parte, buscó un taxi. La mañana estaba fresca y deseaba llegar rápido al hotel. Quizá podía convencer a Paloma, antes de tener que salir a ver lo de su trabajo, de que fuera más amable, cariñosa y a lo mejor hasta de que se acostara con él.
En cuanto tuvo el periódico en sus manos, Paloma fue directo a la sección de avisos y empezó a ver la parte de empleos. Al ver que no era muy grande se decepcionó un poco. El grito de Andrés, llamándola, la interrumpió. Dobló el periódico y lo alcanzó.
Rápidamente llegaron al hotel que se veía de cierto lujo añejo, y seguramente había tenido una mejor época. Sin embargo era agradable. Llegaron a la recepción y él pidió dos habitaciones sencillas, aunque tenía reservación sólo para una, pero ante la pregunta del recepcionista para asegurarse de si había entendido bien, se dirigió a Paloma:
–¿O una doble?
–No –respondió tajante Paloma–, dos sencillas.
–Enseguida –dijo el recepcionista, le alargó la tarjeta de registro a Andrés y preguntó–, un solo registro, ¿verdad? ¿Su pago es en efectivo?
–Sí, por supuesto. Bueno, una con cheque y una en efectivo. ¿Se puede?
–Claro, no hay ningún problema.
Paloma, después de asegurarse de que efectivamente iban a ser dos habitaciones, se alejó un poco haciéndose la desentendida, pero escuchando todo, y pensó: “Claro, mañoso, no quiere evidencias. Pero conmigo se equivocó. Semejante anciano, y además está panzón y calvo. Está loco.”
–Bueno, ya quedó. Vamos.
El maletero se acercó y les pidió sus equipajes. Paloma se quitó la mochila, que en realidad estaba casi vacía por toda la ropa que traía puesta.
–Vamos a darnos un bañito, luego desayunamos y como nuevos –repitió una vez más Andrés.
Pasaron primero al cuarto de Paloma. Ella se quedó allí y lo primero que hizo fue acostarse. La noche había sido pesada, y aunque había dormido en el autobús, no había descansado suficiente, además de que le dolía la espalda del frío y de los asientos. Ese momento le supo a gloria. Pero unos toquidos en la puerta la interrumpieron de su reposo.
–¡Quién!
–Andrés –respondió la voz de afuera.
“Oh qué la canción, ahí viene otra vez al ataque”, pensó Paloma y abrió.
–¿Todavía no te bañas?
–No, estaba descansando un poco del viaje.
–Ah, estabas acostadita –dijo con ingenua excitación Andrés.
–Sí, pretendía descansar un poco.
–Bueno, nada más vine para decirte que nos bañamos y vamos a desayunar.
–Sí, ya habíamos quedado.
–¿Traigo mi ropa, entonces? –Preguntó esperanzado Andrés, que se veía poco experto en las lides de la seducción.
–¿Para qué? Cada quién se baña en su cuarto y nos vemos en el restaurante. En media hora, así podemos descansar un poquito –dijo Paloma y cerró la puerta con el seguro y la cadena sin esperar respuesta.
“¿Éste qué dijo? Como ya aceptó, ya va a entregar el cuerpecito. Baboso. Lo bueno es que ya está pagada la habitación. Bien que vi. Así que nada de que se va y me deja colgada. Quien le manda andar de don Juan”, pensaba Paloma mientras se iba desvistiendo. El baño le caería de perlas, así descansaría un poco y entraría bien en calor, porque a pesar de que ya la temperatura era mucho más alta, traía el frío por dentro. Cuando al fin quedó desnuda pensó que necesitaba otro pantalón y unos calzones, porque si andaba de apestosa, seguramente no le darían trabajo. “San Luis está casi en el desierto –pensó– y si lavo algo se va a secar rápido. Así que lavo los calzones, me pongo el puro pantalón y dejo la ropa extendida para que se oree un poco y no apeste. En cuanto tenga trabajo buscaré dónde lavar.” Ése era un detalle que Paloma no había considerado y nunca imaginó aventureros que se preocuparan por cosas como ésa. En las novelas y en las películas no se detenían en esos detalles, pero había que hacerlo. Claro, podía quedarse como estaba, pero lo más probable era que le resultaría más difícil conseguir trabajo. Tal vez si trajera dinero suficiente le importaría muy poco eso de la limpieza. El caso es que Paloma tenía que actuar conforme a las circunstancias y así estaba el asunto.
Disfrutó enormemente el baño como nunca antes y logró entrar en calor. Aprovechó todos los objetos de regalo del hotel: champú, acondicionador, crema, cepillo de dientes, esponja para limpiar zapatos, peine. Sacudió bien los pantalones y la playera antes de ponérselos, y vio que el brasier también necesitaba ya una lavada, pero eso sí no podía hacerlo, andar sin él durante el día sería muy incómodo, pues de plana no tenía nada. Tal vez en la noche. Quizá también tendría que comprarse otro en algún momento. Lo primero era encontrar trabajo y después ver lo demás. Por otro lado, tampoco pensaba pasarse meses allí. Solamente una semana, con eso le alcanzaría y el lugar donde trabajara debía incluir dónde quedarse, si no, no valdría la pena. Mientras pensaba todo eso, abrió la ventana para que se ventilara el cuarto, pues la ropa ya estaba bastante olorosa. Unos suaves toquidos la sacaron de sus pensamientos. Abrió la puerta sin quitar la cadena. Era Andrés:
–¿Lista? ¡Uy, qué guapa, así te ves más bonita.
Paloma abrió por completo la puerta. Y dijo que sí, que estaba lista y pasó por alto los cumplidos.
–Pues entonces vamos a desayunar, ya tengo mucha hambre, ¿tú no?
Paloma sólo tomó la llave, salió y cerró la puerta al tiempo que respondió:
–Claro, anoche sólo cené un vaso de atole de… –iba a decir “de teja” y a preguntar qué era aquello, pero eso delataría que no era de Querétaro y todo su cuento se le vendría abajo, así que ya no continuó.
–¿De qué?, no te oí.
–De masa.
–No, pues sí has de tener hambre. Tú pide lo que quieras, yo te invito. Quiero que estés bien cuando busques trabajo, que tengas energía y así elijas mejor y no lo primero que encuentres. Piensa muy bien.
“Otra vez lo mismo, pues éste qué se cree, mi papá o qué. Si ni él me anda diciendo eso.” Pensó Paloma y recordó que había dejado el periódico.
–Ay, se me olvidó el periódico.
Andrés pensó que era una treta de Paloma para que regresaran al cuarto y que por fin iba a lograr sus propósitos. Así que de inmediato dijo:
–Vamos por él.
–¿Vamos? Para qué. Te alcanzo en el restaurante. No me tardo. Y se fue corriendo.
Andrés la vio, suspiró y se dijo mientras seguía rumbo al restaurante: “Qué joven, qué bonita, qué ágil, qué energía, qué ánimo, me hace falta una transfusión de todo eso. Pero la Palomita se resiste, aunque ya me tutea y eso es ganancia.” Llegó, pidió una mesa discreta, en un rincón. Enseguida llegó Paloma.
–Qué rápido. Ya te pusiste rojita. Te ves más bonita todavía.
Paloma sólo sonrió, lo cual, al parecer, excitó más a Andrés.
–Qué sonrisa tan linda.
–Ya vamos a pedir, ¿no? ¿Y la carta?
–Si quieres, hay bufet.
–Ah, pues sí. Tengo muchísima hambre.
–Y yo más –dijo con doble sentido Andrés, pero Paloma se hizo la que no había entendido.
–Pues entonces el bufet. No se diga más.
Paloma, como adolescente, y tras los malos comeres del día anterior, tenía mucha hambre así que probó casi de todo: jugo, fruta, chilaquiles, huevos, tocino, enchiladas potosinas, hot cakes, chocolate, leche y pan dulce; panqué de chocolate y gelatina. Pensó, además, que no iba a volver a comer de esa manera y que debía aprovechar para tener reservas suficientes.
Andrés quedó asombrado y eso lo hizo admirar aun más la juventud de Paloma.
–¡Qué envidia!
–Qué.
–Pues que puedes comer todo eso y ni te preocupas.
–¿Y por qué me voy a preocupar? Tú también puedes hacer lo mismo.
–Cómo crees. Tengo alto el colesterol y los triglicéridos y además soy prediabético.
–Uy, pues qué pena. Todo está riquísimo. Cuando menos pruébalo. ¿Nada más vas a desayunar fruta, cereal, café y pan tostado? Ni el bufet, qué desperdicio. ¿No que tenías tanta hambre?
–Sí, pero no, yo pedí a la carta, sólo el tuyo es bufet.
–Ay, pues muchas gracias. Qué pena.
–No, me da mucho gusto verte comer con tanto gusto. Se ve que traías hambre, pobrecita.
–La verdad, sí, así que muchas gracias otra vez –dijo Paloma y le dio un beso en la mejilla muy espontáneamente, pero se arrepintió al momento, al ver la cara de Andrés, iluminada de deseo y pensó “Chin, ya la regué”.
–¿Vamos al cuarto? –Propuso ingenuamente Andrés, pensando que aquel beso era la señal que esperaba con tanta ansia.
–¿A qué? Si todavía no acabo, además, quiero ver el periódico. Pero si se te hace tarde, vete ya a tus asuntos, por mí no te preocupes. Pagas y ya –dijo con cinismo, lo cual, al parecer, en lugar de molestar a Andrés, lo hacía admirarla y desearla más.
–Creo que sí, si no voy a llegar tarde. Tengo cita y debo ser puntual, es un negocio importante.
–¿Ya ves? Vete sin pena, que no me pasa nada. Y nos vemos en la noche, como quedamos.
–¿En la noche? –Preguntó Andrés interpretando aquello como una propuesta para hacer el amor.
–Sí, para cenar, ¿no habías dicho?
–Ah, sí –respondió un poco decepcionado, pero sin perder nunca la esperanza y se fue.
Paloma se quedó en el restaurante, pero antes se cercioró con el mesero de que ya estaba pagado para así terminar de probar tranquilamente todo lo que el bufet ofrecía. El mesero le contestó:
–Sí, ya pagó su papá.
Paloma se sonrió ante la respuesta y volvió a su lugar con una nueva pieza de pan y otra taza de chocolate. Y le faltaba un flan, que se veía antojoso. Se sentó a disfrutar lentamente de su chocolate y empezó a hojear el periódico. Justo en ese momento vio un anuncio que le había pasado desapercibido: era del mismo hotel donde estaban. Solicitaban una afanadora para el turno nocturno. Pensó que si trabajaba de noche ya tenía resuelto lo de dónde dormir, pues era mucho más fácil dormir de día en cualquier lugar sin que la molestaran que de noche. Pero pedían una carta de recomendación.
“¿Cómo se apellida Andrés? No me dijo ni yo le pregunté. ¿Y cómo pregunto? Ni modo que le pregunte al mesero si ya le hice creer que es mi papá. Sólo que me ponga a platicar con él y le saque la sopa, pero luego se va a saber. O le puedo hacer un cuentote para que no diga nada y guarde en secreto lo que le pegunte. Aquí seguro ven de todo y se callan, ni modo que anden de chismosos, porque pierden a los clientes.”
–Oiga –dijo Paloma al mesero–, Andrés, mi papá, el arquitecto. ¿No ha venido nunca con nadie?
–¿El arquitecto Rendón? No, es la primera vez que trae a alguien.
–No le creo, usted por taparlo –dijo Paloma, memorizando al instante el apellido.
–No, de verdad.
–Mire, ¿me guarda un secreto? –Preguntó Paloma al mesero que era bastante joven y aunque no muy guapo, a Paloma le gustó.
–Claro, señorita.
–Me llamo Paloma, dime por mi nombre.
–No, cómo cree, me corren, y más siendo hija del arquitecto, es un buen cliente.
–Está bien. Pero no le cuentes a nadie.
–Pero es que no nos permiten hablar con los clientes mientras haya gente que pida servicio, pero si me espera a que termine, con mucho gusto, señorita Paloma –dijo el mesero, cuyas palabras le parecieron a Paloma muy rebuscadas para ser tan joven, pero pensó que sería por su trabajo.
Así que Paloma siguió revisando el periódico y con la pluma del hotel fue marcando los anuncios que le parecieron convenientes: ayudante de panadería, ayudante de costurera, dependienta de papelería, recepcionista de consultorio médico. Los demás eran ventas y eso no se le daba; tampoco le latían los que significaban pasividad, lo cual significaba horas sin hacer nada más que esperar. Prefería lo que implicara movimiento, trabajo físico, aprendizaje, finalmente. 
Paloma, leyendo el periódico en busca de trabajo
Mientras tanto, y tras el enorme desayuno que se había zampado, bebió agua, según ella, para compensar. De modo que cuando terminó, se sentía como pelota y le dieron ganas de ir al baño. “A ver si no me da chorro.”
Llamó al mesero y le dijo:
–Oye, ahorita vengo, tengo que ir al cuarto. Pero me esperas, ¿eh? ¿Cómo te llamas?
–Manuel.
–¿Qué? ¿Tú también? –Preguntó incrédula Paloma, era el tercer Manuel que conocía en ese viaje. ¿Qué a los papás no se les ocurría otro nombre?
–¿Cómo? –Preguntó el mesero sin entender.
–Nada, nada, ahorita bajo. No te vayas a ir.
–No, señorita, salgo a las dos, pero ya en un rato más baja la chamba y puedo platicar.
–Bueno.
Paloma subió al cuarto, fue al baño, hizo a gusto, y se lavó los dientes. Manuelito, como empezó a llamarlo, le había gustado y parecía simpático y aunque algo afectado en su trato, pensó que era a causa de su trabajo. “Pues a lo mejor vamos a ser compañeros. Claro, yo de noche y él de día. ¿Y a qué horas nos vamos a ver? De todos modos, sólo serán unos días, así que para qué me hago ilusiones.”
Bajó nuevamente y se dirigió al restaurante. Efectivamente, ya quedaba sólo un comensal, y Manuel hablaba con el de la recepción; cuando vieron venir a Paloma, éste último se fue a su lugar. Paloma sospechó que estarían hablando de ella, así que pensó bien qué era lo que iba a decirle a Manuel.
–¿Qué pasó?
–Nada, ahora sí ya tengo tiempo para platicar. ¿Quiere un café?
–Pues casi no tomo, eso es como de viejitos, pero a ver, tráeme uno y ya platicamos.
–Enseguida.
–Ay, este Manuelito tan formal –dijo Paloma en voz alta.
–¿Cómo?, ¿alguna otra cosa? –preguntó Manuel.
–No, nada, nada, ve.
–Enseguida.
Manuel regresó con el café y le dijo a Paloma:
–Ahora sí, cuénteme –pero Manuel no se aguantó la curiosidad y preguntó–, ¿de veras es su papá el arquitecto Rendón? Es que el de la recepción me dijo que estaban en cuartos separados.
–Pues qué chismosos –dijo Paloma pensando en resolver de inmediato ese inconveniente y siguió–, lo que pasa es que mis papás están enojados, porque como mi papá viaja tanto, mi mamá siempre está celosa y, la verdad, yo también, porque qué casualidad que nunca nos invita a ninguna de las dos a sus viajes, ni a ninguno de mis hermanos –corrigió Paloma por si Manuel sabía de los hijos de Andrés–, y entonces, por eso vine, pero como estoy enojada con él, por eso no me quise quedar en su cuarto. Y además, yo quiero trabajar aquí.
–¿Aquí en San Luis? Pero por qué, si no tiene usted necesidad. Según sé, el arquitecto tiene una compañía propia.
–Pero eso es de él. Además, yo quiero ser independiente, y no andarle pidiendo todo el tiempo para absolutamente todo. Eso me cae gordo. Y como vi en el periódico que hay una vacante aquí… así se dice ¿no?, pues a ver si me dan el trabajo.
–¿Aquí, aquí en el hotel? No creo.
–¿Por qué no?
–Porque el arquitecto es nuestro cliente y de seguro él no estará de acuerdo. Por lo poco que he platicado con él, se ve que es muy tradicional, y el gerente no va a querer perder un cliente.
–O sea que ya la regué al contarte quién soy, porque se ve que son bien chismosos, de seguro ya le dijiste al de la recepción.
–Pues sí, porque él decía que eran amantes.
–Ay, qué chismosos y mal pensados.
–Pues es que dice que como que el arquitecto quería un solo cuarto y usted no, que era como para hacer la pantalla, pero que ahí traían algo.
–Ay, bueno, ya. ¿Entonces ni pido el trabajo?
–Pues yo creo que no, señorita Paloma.
–¿Y tú no sabes de algún trabajo?
–No, pues la verdad, no. Anda algo escaso. ¿Y en el periódico, ya buscó?
–Sí, pero como dices, no hay mucho. Bueno –dijo un poco desanimada–, gracias de todos modos. Y ya no andes de chismoso. Me guardas el secreto de lo de mis papás, ¿eh? –pidió Paloma pensando que lo primero que Manuel haría sería ir de chismoso con el recepcionista, pero que finalmente eso le convenía, y siguió–. Ya me voy a ver lo de los anuncios que encontré. A ver si tengo suerte. Gracias por el café.
–De nada, señorita Paloma.
–Luego nos vemos –dijo Paloma para despedirse y pensó que las cosas no le salían siempre como ella pensaba, pero que insistiría hasta encontrar algo.