martes, 1 de diciembre de 2015

Capítulo 16

La verdad sale a la luz
Ya habían pasado cuatro días y si bien la llamada de Paloma le había devuelto un poco la tranquilidad, Nieves seguía preocupada. Le angustiaba pensar en el momento en el que Antonio supiera la verdad y, sobre todo, en cómo iba a reaccionar, pues estaba casi segura de que sería de manera violenta. Quería compartir el secreto con su hija mayor, pero no sabía cómo lo iría a tomar y dudaba de que fuera conveniente, porque tal vez en lugar de ayudarla a sobrellevar el asunto, le causaría más angustia de la que ya padecía. Y es que Azucena y Paloma pasaban por una etapa difícil; a pesar de que de niñas habían sido buenas compañeras de juegos, la adolescencia de Azucena y ahora la de Paloma las había distanciado y su relación se había convertido en una mutua y eterna queja, de la cual Nieves estaba cansada, y por un momento hasta pensó que tal vez este viaje de Paloma significara un remanso de paz, un descanso al menos para dejar de recibir quejas de ambas partes.
            –Oye, mamá, ¿y la babas de mi hermana?
            –No hables así, ¿para qué la quieres, para pelear?
            –No, nada más pregunto, porque no la he visto, ni me ha cogido mis cosas, lo cual es muy raro.
            –Se fue a un viaje de la escuela.
            –¿En serio? ¿Y eso cuándo fue? ¡De seguro se llevó algo mío! Voy a revisar mis cosas.
            Nieves siguió pensando en cuál sería la mejor decisión respecto del viaje de Paloma, y deseó que hubiera respetado las cosas de su hermana, pero eso era casi un imposible. Y lo comprobó de inmediato, con los gritos de Azucena:
            –¡Mamá, se llevó mi gorra! ¡Por qué no entiende, carajo! Siempre lo mismo.
            –Cállate ya. No puedes hacer nada.
            –Pero es que siempre tiene que usar algo mío, como si no tuviera sus cosas. Nada más por fregar, para fastidiarme, o porque no cuida lo suyo y claro, tiene siempre que esculcarme.
            –Ay, hija, no te enojes, que estoy muy preocupada.
            –¿Por Paloma? Ay, y yo qué, por mí nunca te preocupas. Y eso que salgo bien tarde de la escuela, ni quien esté al pendiente de mí como de Paloma.
            La relación entre las dos hermanas era la típica de cuando se acaba la niñez y ellas no eran la excepción, de modo que estaban distanciadas y los intereses de ambas ya no coincidían. Azucena ya había entrado a la Universidad y eso la hacía sentir mucho mayor que Paloma, aunque de niñas la diferencia de edades nunca hubiera importado. Según Azucena, Paloma se resistía a crecer y era una infantil, con sus ideas siempre de vivir aventuras y escenas inverosímiles que de chicas habían resultado muy divertidas, pero que ahora la sacaban de quicio. “¿Qué no se da cuenta del desastre que es el mundo?, ¿no está al tanto la babosa de las injusticias sociales y de que es necesario presentar un frente al imperialismo avasallador? ¿Por qué no acaba de crecer para darse cuenta de la inequidad de géneros y de que es necesario hacer algo? ¿Por qué no mejor se pone a pensar en la necesidad de buscar energías alternativas?, bien podría pensar en estudiar algo relacionado con eso en lugar de nada más estar imaginándose sus aventuras imbéciles.” Eran estas las ideas de Azucena, quien ya se sentía muy madura y a pesar de este supuesto hecho, se enojaba por cosas como que Paloma usara alguna prenda suya.
            –¿Y cuándo regresa? A ver si no la perdió. Me la regaló un amigo.
            –¿Por qué habría de perderla?
            –Porque siempre pierde todo, es una tarada.
            –Ya, Azucena, que de veras me preocupa tu hermana.
            –Pues no veo por qué, ¿por un viaje de la escuela? Si no es el primero.
            –No, no es por eso, es que…
            –Qué –preguntó Azucena con curiosidad ante la actitud de su mamá que no acababa de resultarle clara y añadió–, está embarazada la babosa.
            –No y deja de hablar así. Es que…
            –¡Qué, ya dime! Si no me vas a decir nada, para qué empiezas.
            –Pues es que se fue de viaje y no le dijo a nadie. No fue a la escuela desde el lunes, pero yo no sé qué hacer, si decirle a tu papá o no.
            –¿A dónde se fue?
            –Pues que dizque a Chihuahua.
            –¡Pendeja!
            –¡Azucena!
            –Perdón, mensa, ¿esa palabra sí se permite en esta casa? Significa lo mismo, no sé qué le hacen al cuento tú y mi papá. ¿Así que se fue? Nunca lo hubiera creído, siempre pensé que serían fantasías de por vida. ¿Y ya está allá?
            –Pues no sé, por eso estoy preocupada.
            –¿Y cómo sabes que anda allá? A lo mejor se fue con un güey.
            –No lo creo. Me dijo Carla que sus planes eran viajar en tren, pero ya ves lo que pasó con los ferrocarriles. Antier, o ya no sé ni qué día fue, habló por teléfono, dijo que estaba bien, pero tampoco me dijo dónde, sólo me pidió que no la buscáramos, que ella iba a regresar; también eso me dijo Carla, que Paloma quería irse de viaje y regresar para contar sobre lo que hubiera vivido durante él.
            –¿Y mi papá ya sabe?
            –No, y, por favor, no le vayas a decir nada hasta que yo decida qué hacer. Por el momento le dije que se había ido de viaje con los de su clase. Bueno, no le he dicho, sólo que se había quedado en la casa de Carla a dormir, Eso es lo que pensaba decirle, pero no sé qué hacer, si debemos buscarla, o dejarla.
            –Pues si ya te habló es que está bien, ¿no?
            –Pues sí, pero… ya sabes cómo es tu papá. Por eso no sé qué hacer, porque no creo que Paloma regrese tan pronto como para que con lo del viaje de la escuela sea suficiente, y entonces tenga que decirle la verdad y va a ser peor.
            –Quién la viera, nunca hubiera creído que se atreviera, siempre creí que eran sus fantasías de niña babosa –dijo Azucena con cierta admiración y luego, al recordar la gorra, tuvo una regresión y añadió–, ¡pero por qué tenía que llevarse mi gorra, carajo!
            –Ay, mira, una gorra es lo de menos, Azucena, y no te portes como niña. Tanto dices de Paloma y mírate, oye lo que dices y cómo lo dices, ni más ni menos que una niña. Ayúdame mejor a pensar qué hacer, si le digo o no a tu papá, y cómo se lo digo para que no se ponga hecho una furia y, sobre todo, a decidir si le digo para que la empecemos a buscar o trato de que Antonio no lo intente.
            –No, yo digo que la dejen. Va a ser bueno para ella –dijo Azucena con otra actitud, ya de joven madura, acorde con sus diecinueve años.
            –¿Lo dices de corazón?, o sólo porque así no habrá discusiones.
            –No, lo digo en serio. Si ya te habló, eso quiere decir que está bien. ¿Qué te dijo exactamente?
            –Pues no mucho, sólo que estaba bien, que no me decía dónde estaba para que no la buscáramos, que ya me había mandado una carta y que la esperara, que nos quería mucho a todos y colgó. No me dejó decirle nada.
            –Ahí está, déjenla.
            –Pero es que está muy chica.
            –Ay, ni tanto, ¿eh? Esa manía que tienen ustedes de vernos como niñas. Ya crecimos, mamá, y lo tienen que aceptar. A ver, tú a su edad ¿no eras capaz de eso y más?
            –Pero eran otros tiempos, ahora hay muchos peligros.
            –No, mamá, es lo mismo, pero ya se te olvidó. O a lo mejor, precisamente porque te acuerdas no la dejas, o le tienes envidia.
            –¡Azucena!, no me hables así.
            –Pues eso me hacen pensar tú y mi papá. Ustedes hicieron y deshicieron y no quieren que nosotras hagamos lo mismo.
            –Es diferente.
            –¿En qué es diferente? ¿En que no son ustedes? ¿Cuántos años tenían tú y mi papá cuando estabas embarazada de mí?, a ver, dime.
            –Pues, no sé, muy joven.
            –Tenías un año menos que yo y uno más que Paloma, no nos hagamos tontas.
            –Precisamente por eso, no quiero que pasen por lo mismo.
            –Pues es inevitable, cada quien tiene que vivir su vida, con lo que venga y, en todo caso, responsabilizarse de lo que uno hace y no que salgan sus papás al paso a resolverle todo.
            –Es que no fue fácil.
            –Pero lo vivieron, con todas sus dificultades y siguieron juntos y aquí estamos todos. Así que yo creo que debes decirle a mi papá la verdad, hablar nosotros tres e insistir en que la deje, yo te ayudo a convencerlo.
            Nieves escuchaba a Azucena y le sorprendía darse cuenta de que su hija mayor ya no era una niña, efectivamente, sino una mujer, joven, sin duda, pero ya adulta. Y se miró en ella a su edad. Pensó que tenía razón Azucena y que si ella, Nieves, había actuado con inconsciencia, también había sido capaz de aceptar las consecuencias y querer a Azucena, criarla y cuidarla como lo había hecho, y sus hijas también contaban con esa posibilidad. La voz de Azucena la devolvió a la conversación.
            –Además, mamá, yo creo que tenemos un punto a favor, ustedes.
            –¿Nosotros? –Preguntó Nieves sin entender a quiénes incluía con ese “ustedes”.
            –Sí, tú y mi papá, porque nos han educado de otra manera a la que ustedes lo fueron por mis abuelos, dándonos más información, platicando más con nosotros, a pesar de lo enojón que es mi papá, también él ha sido de otro modo que sus papás; pero más tú, porque con su carácter, mi papá es medio difícil, tú siempre has sido más abierta. Y ya crecimos, así que lo único que pueden hacer es dejarnos vivir y confiar en nosotros y en que lo que nos enseñaron está bien y nos servirá de algo.
            –Sí, pero…
            –Pero nada, mamá, acéptalo. Y dejen a Paloma. Ceo que yo tampoco me había dado cuenta de que ya no es una niña, con todo y que coja mis cosas y sea medio alocada. Creo que somos distintas, nada más y que, en todo caso, ella tiene derecho a vivir las aventuras que quiera, así a mí o a quien sea le parezcan tontas. Que lo son, pero eso es otro asunto.
            –¿Pero cómo le digo a tu papá?
            –Eso sí es más difícil, quién sabe, es tu esposo y lo conoces mejor que yo.
            –¿Pero me ayudas?
            –Ay, mamá, pareces niña.
            –Me ayudas o no.
            –Sí, está bien, te ayudo –dijo Azucena conformándose.
            –Gracias, hija.
            Nieves le dio un beso a su hija mayor y ésta le devolvió un abrazo que Nieves correspondió con efusión. En ese momento se sintieron ambas dos mujeres solidarias y muy queridas una por la otra, pero Azucena era poco expresiva y fue ella quien rompió el abrazo, enseguida se despidió para irse a la facultad.
Nieves se quedó sola, pensando en todo lo que habían platicado y empezó a trazar un plan para decirle a Antonio la verdad y conseguir que dejara a Paloma seguir con su propósito, confiar en ella y esperar su regreso. Sin embargo, no sería esa noche cuando hablaría con Antonio, Nieves quería esperar la carta de Paloma y tener al menos algo qué mostrarle a Antonio para que tratara de entender a su hija y le permitiera continuar. Probablemente lo peor de su enojo surgiría por no haberle dicho la verdad desde el principio, pero eso ya no tenía remedio y Nieves pensaba sólo en cómo iniciar la conversación que los condujera a la verdad.
Aquella noche cenaron como si nada ocurriera, a pesar del nerviosismo de Nieves, quien lo disfrazó de síndrome premenstrual. Ya mañana sería otro día y así tendría un día más para pensar. La cena terminó bien y los tres se fueron a dormir, cada uno con sus propios pensamientos: Nieves pensando en cómo empezaría la conversación; Azucena, en que sentía más respeto por Paloma, incluso cierta admiración; y Antonio, en que tenía una hermosa, feliz y perfecta familia y que él era la cabeza, guía y autoridad de ella.
            Al día siguiente, la mañana inició con la rutina diaria. Antonio se fue al trabajo y Nieves pudo relajarse hasta entonces. Azucena estaba desayunando en la cocina y Nieves le comentó su plan, que consistía en esperar la carta de Paloma y con ella en las manos, mostrársela a Antonio y a partir de allí ver cómo sucedían las cosas, pero siempre con el propósito de ayudar a Paloma a terminar con su viaje.
            –Si, está bien – aprobó Azucena–, pero si el correo se tarda, lo cual no es raro, no creo que debas esperar por la carta, mamá, sí va a ser un apoyo, así como lo has pensado, pero yo soy de la idea de que entre más pronto, mejor. Lo que sea que suene y ya.
            –Sí, ya también pensé en eso, sólo esperaré una semana completa y si no llega, simplemente se lo diré a Antonio y a ver qué pasa.
            En ese momento sonó el silbato del cartero. Nieves corrió a recoger la correspondencia y entre las cuentas por pagar y los estados de cuenta de los bancos vio un sobre rotulado a mano, ¡era la letra de Paloma!, y gritó desde la puerta:
            –¡Ya llegó!
            –Quién –preguntó Azucena–, ¿Paloma? –Y pensó: “la muy chillona ya se regresó”.

            –No, la carta de Paloma –respondió Nieves ya en la cocina.

Por esta vez el correo fue eficiente. 
            –Ah –dijo Azucena pensando que su hermana no era tan cobarde como ella creía, y preguntó–, ¿y qué dice, de dónde la mandó?
            –Pues no se ve muy bien el sello, creo… no sé, no se ve bien, a ver tú vele.
            –No pues está todo embarrado de tinta, no se entiende –señaló Azucena, aunque tampoco se esforzó mucho por descifrar el sello pues le parecía un detalle poco importante.
            –Ay, mejor –dijo Nieves, sacó un cuchillo del cajón y rasgó el sobre con cuidado. Sacó la carta y la leyó emocionada. Las lágrimas le rodaron por las mejillas.
            Azucena la vio y preguntó:
            –Qué pasó, ¿está mal o qué?
            Nieves no dijo nada, sólo le alargó la carta a Azucena y ésta la leyó con rapidez, luego dijo:
            –¿Y por qué lloras? Está bien.
            –Pues lloro de la emoción de saber que está bien, y porque tiene ese mismo espíritu aventurero que yo nunca obedecí y porque… no sé, porque me hace feliz tener noticias suyas.
            –Ay, mamá, se llora por otras cosas.
            –Qué tiene, déjame.
            Azucena volvió a leer la carta y dijo para sus adentros: “Qué loca, pero me gustaría andar con ella.” Era como un acto silencioso de reconciliación. Enseguida le devolvió la carta a Nieves y ésta también volvió a leerla con emoción.
            –Así que hoy en la noche habrá tormenta. A ver qué dice mi papá. ¿Se lo vas a contar antes o después de la cena?
            –No, pues después, si se lo cuento cuando tenga hambre va a ser peor.
            –Nada más no le hagas huevo ni le des aguacate, ¿no dicen que hacen daño si uno hace coraje?
            –Eso dicen, quién sabe, pero tienes razón, no vaya a ser la de malas. Tendré a la mano un té de boldo y procuraré que la cena sea ligera. Bueno, ya me siento un poco más tranquila. Y ya me apuro, porque tengo clase hoy.
            –Ah, ¿sigues dando clases? Ni me acordaba.
            –Pues ya ves, hablamos tan poco a veces. Sí, doy nada más tres veces a la semana, tampoco quiero llenarme de clases, como hace algunos años. Luego acabo agotada y encima la casa…
            –Pues es que tú no te impones con mi papá para que te ayude, es un macho.
            –Todos, en ese caso, deberían ayudarme.
            –Pero tu esposo más. Es tu compañero, ¿no? Se supone que debería ser solidario.
            –Y lo es, Azucena, dentro de todo. Ya ves cuando estaban chicas, las llevaba a la escuela, las recogía, les daba de comer mientras yo estaba en la escuela trabajando y las entretenía en lo que yo llegaba.
            –Sí, pero no lavaba los trastes, ni hacía de comer. Claro que tomando en cuenta su educación… pero no hay disculpas.
            –Bueno, ya, eso no está en discusión por el momento. Dejemos eso.
            –Pues no deberías evadirte. Todavía están jóvenes y al rato se van a quedar solos y qué, ¿nada más vas a estar para servirle? No le saques, mamá, piensa en eso.
            –Óyeme, majadera. Y ya dejemos eso, se me hace tarde.
            Azucena se quedó en la cocina, y después de desayunar mientras estaba lavando los trastes pensaba: “Bueno, al menos mi papá es capaz de ayudar en algo, siquiera ordena los trastes en la noche y les echa agua para que no cueste trabajo lavarlos, pero yo digo que debería lavarlos antes de irse a trabajar. Claro que si pienso en el papá de Caro, mi papá es de avanzada, el muy bolsa no mueve un dedo, y además sale con que su esposa no trabaje y sus hijas menos. Y andan batallando las pobres vendiendo cuanto catálogo les cae en las manos, peso eso sí, que ni se entere el tipo porque encima de que llevan dinero para no pasarla tan mal, el muy pendejo se enoja y las moquetea. Y lo peor es que lo aguantan. Hay que cambiar esta sociedad, carajo.”
            Nieves se despidió de Azucena y se fue a su clase. Durante ese tiempo estuvo algo distraída y la clase no salió muy bien, mejor dicho, a su gusto, porque ninguno de sus alumnos notó nada extraño, o si lo hicieron nadie dijo nada.

Había pensado que cenarían Antonio y ella, luego esperarían a Azucena, la acompañarían a cenar, y ya en la sobremesa, se levantaría y pondría el sobre en la mesa y le diría a Antonio que tenía algo muy importante que decirle. De lo demás, no tenía la menor idea ni quería pensar más. Estaba cansada de ver la escena en su mente y de tratar de prever todo, sin ningún resultado. Pero al menos ya había tomado la decisión de que las cosas fluyeran como fuera. Así transcurrieron las horas de la tarde, en medio de las actividades de rutina e imaginando el resultado del plan para aquella noche, que sin duda sería una noche difícil.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Capítulo 15

La noche en El Concordia
Cuando Paloma terminó sus cartas la noche acabó de caer. Empezó a refrescar un poco y regresó al hotel. Fue a su cuarto y puso sólo la carta de Carla en un sobre de los que regalaban en el hotel, la de su mamá la iba a mandar en uno blanco; aunque el sello del correo iba a delatarla, no quería que sus papás supieran que había estado precisamente allí. En ese momento tocaron la puerta. Era Andrés, quien ya lucía bañado y vestido para cenar.
            –Hola, muñeca, cómo te fue –saludó con voz de galán de telenovela.
            Paloma se sorprendió por lo de “muñeca” y por la terquedad de Andrés. Pero se dijo que era el precio por haber aceptado el favor, así que guardó con resignación las cartas, suspiró y volvió a la defensa, ya que él volvía al ataque.
            –Hola, Andrés. Vamos a cenar– dijo sin dejar que Andrés entrara al cuarto a pesar de la intención de él de hacerlo e intentar un nuevo lance; sin embargo, no fue descortés con él. Estaba contenta y de cualquier modo tenía que agradecerle su ayuda, aunque no hubiera sido desinteresada, así que le preguntó enseguida que salió y cerró la puerta–, ¿cómo te fue en tus negocios?
            –Bien –respondió Andrés un poco decepcionado por la actitud de Paloma, pero le vino bien la pregunta, porque el día había sido pesado y no obstante algunos problemas, estaba satisfecho, así que le empezó a contar los detalles.
            Paloma estuvo atenta y lo felicitó con sinceridad, actitud que una vez más él malinterpretó y pensó que por fin cedía a sus deseos y aquella sería una noche apasionada. Nada más lejos de lo que ella tenía en mente.
            Ya iban a entrar al restaurante del hotel, cuando Andrés pensó que valía la pena caminar al lado de Paloma un rato más e ir a otro lugar, disfrutar la noche, que era muy agradable, y propiciar un ambiente más romántico. Ella aceptó sin ninguna sin malicia. Simplemente le pareció buena idea.
            –¿Comiste? –Preguntó Andrés.
            –No, después de semejante desayuno, cómo crees. No dejé nada sin probar del bufet.
            –De todos modos, ya has de tener hambre, ya pasaron casi doce horas.
            –Pues algo, sí, pero más que nada estoy cansada y quiero dormir –nuevo error de Andrés: para él eso era casi un llamado prenupcial. Para Paloma sólo era la expresión de su cansancio y siguió–, porque, qué crees, ya conseguí trabajo y empecé de inmediato.
            –Ah, ¿sí? ¿Y dónde?
            –Te sorprendí, ¿verdad? Pensaste que no lo iba a conseguir tan rápido.
            –La verdad, sí. Pero dónde y qué haces.
            –En un restaurante chino, de lavaloza.
            –¿Qué, tú, tan bonita en eso? –Dijo con desprecio Andrés, lo cual ofendió a Paloma.
            –Qué tiene de malo, y qué tiene que ver la cara que tenga. Trabajo es trabajo y acuérdate que es para ayudar a mi familia. Mientras sea algo honesto no me parece malo. Además, soy muy chica y no es fácil conseguir otra cosa. Y ultimadamente, a mí me gustó, y a ti qué te importa.
            –No te enojes, es que yo preferiría…
            –Pues no es lo que tú prefieras, sino lo que yo quiera y decida. Si apenas nos conocimos en la mañana y actúas como si no sé qué te sintieras, mi papá o qué. Yo no te pedí que me pagaras ni el hospedaje ni nada, tú te ofreciste, pero si vas a salir con que tú vas a decidir por mí, estás mal de la cabeza, y a últimas, voy por mis cosas y ahí nos vemos.
            –No te enojes, Palomita, es sólo que pienso que puedes encontrar algo mejor.
            –Mejor para quién, para mí está bien y basta.
            Andrés pensó que había perdido el camino que él creía ganado y trató de limar asperezas, demostrándole interés en sus nuevas actividades.
            –Bueno, ya, no te enojes. ¿Y cómo te fue? ¿Es agradable el lugar, tu jefe, tus compañeros?
            A Paloma le fastidiaba la actitud de Andrés, pero recordó su día y a quienes había conocido en su trabajo y se suavizó y después de unos minutos en medio de un silencio incómodo, empezó a contar:
            –Fue pesado, como ya te dije, por eso estoy cansada, pero estoy contenta; bueno, estaba hasta que saliste con tu gracejada.
            –No, no, olvida mi estupidez, fui un tonto, un zafio.
            –¿Un qué? ¿Y esa palabreja?
            –Quiere decir grosero.
            –Ah, la voy a recordar, me gustan las palabras raras, mi papá usa varias así, luego la apunto. Bueno, el caso es que había un montón de trastos y después de algunas dificultades para empezar a sacar el trabajo, por fin lo logré, pero es pesado, no paras. Y al principio, mi jefe me regañó dos veces, pero luego ya le agarré la onda y ya todo salió bien. Una señora, que es también como jefa, se portó bien conmigo y el otro lavaloza, el de la tarde, también.
            Mm –alcanzó a decir solamente Andrés, pensando que a Paloma le había gustado su compañero, y se detuvieron delante de un restaurante al que decidió que entraran–, aquí vamos a cenar, ¿te gusta?
            –¿No es muy formal? Yo no ando vestida para este lugar. ¿Qué tal que me dicen algo?
            –Cómo crees, vienes conmigo.
            –Ah, y ya con eso. No me hagas reír. Vas a ver.
            Y justo ocurrió lo que Paloma pensó: el hombre que estaba en la puerta recibiendo a los comensales se interpuso a su paso:
            –La señorita no puede entrar.
            –Cómo de que no, si viene conmigo.
            –Es la política del restaurante, señor, el atuendo de la señorita no es el adecuado. Si la señorita se viste de manera más formal, con todo gusto.
            Andrés insistió, pero el hombre fue inflexible. Paloma estaba más bien contenta por haber tenido razón; además, le caían mal esos lugares, y pensó que eso era para que se le bajaran los humos.
            –¿Ya ves?, te lo dije. Así son de sangrones.
            –Qué jijos de…
            –Uy, ¿vas a decir una grosería, tú tan correcto?
            –Perdón, Palomita, perdón, pero me cayeron tan mal.
            –Y tú qué dijiste, nada más porque tú ibas bien vestido y yo iba contigo se iba a solucionar la cosa…
            –Bueno, ya, dejemos esto –interrumpió Andrés; esta vez él era el que estaba molesto–, mejor sígueme contando. Aquí adelante hay una churrería, allí cenamos, ¿te parece?
            –Sí, ¿pero hay otras cosas además de churros? Yo no quiero puros churros.
            –Sí, creo que sí, pero a ver, sígueme contando –en ese momento cruzaron una calle y Andrés aprovechó la ocasión para tomar del brazo a Paloma, era la primera vez que se atrevía a tocarla.
            Paloma no tomó a mal la actitud de Andrés, pero cuando acabaron de cruzar la calle, él seguía sosteniéndole el brazo y ella le retiró la mano, aunque sin brusquedad:
            –Ten tu manita, se te olvidó –dijo Paloma y siguió con el relato de su día–. Pues como te dije, hay una señora ahí que se portó bien conmigo, me dio algunos consejos y hasta me ofreció su casa para quedarme a dormir…
           –Pero si ya pagué hoy el hotel, ¿para qué vas a ir a casa de ella? –Interrumpió Andrés molesto.
            –No, hoy no, mañana. Pero además, si quisiera me iría, ya vamos a volver a lo mismo.
           –No, no, olvídalo. Es que ya tengo hambre. Mira ya llegamos. ¿Te gusta aquí? Si no, seguimos buscando.
            –Está bien aquí, da igual, mientras haya comida y esté buena, lo demás no importa.
            –No, sí importa, a mí me importa.
            –Sí, ya tienes hambre. Aquí está bien, no se diga más.
          Eligieron un sitio y de inmediato llegó el mesero. Ordenaron y Paloma le contó a Andrés el resto de su día. La cena estuvo sabrosa y ya sin hambre, ambos estaban de buen humor,  cada uno con intenciones diferentes: Andrés, de llevarse a la cama a Paloma; Paloma de dormir a pierna suelta, disfrutando la mullida cama del hotel, con sábanas limpias; se imaginaba ya calientita entre las cobijas, así que cuando dijo “Ya vámonos al hotel”, Andrés accedió enseguida, y lo tomó como la complicidad que esperaba para con sus deseos. Mientras caminaban de regreso siguieron charlando:
            –¿Y tú cómo duermes? –Preguntó Andrés.
            –¿Cómo?
            –Sí, con piyama, o desnuda.
       –Con mameluco y con gorro, soy muy friolenta –dijo Paloma, viendo que Andrés iba nuevamente a la carga, y agregó–, y ya apúrate, porque tengo frío.
            –Si quieres te presto mi saco.
            –No, gracias, mejor caminamos rápido, así entro en calor.
            –O te abrazo.
            –No, estás loco. ¿Por qué insistes en lo mismo?
            –Es que tú dijiste…
       –¿Vámonos al hotel? ¿Y no es donde vamos a dormir? Cada uno en su cuarto, ¿eh? Tú interpretas las cosas a tu conveniencia. Dijiste que era una propuesta “decente”, creo que fue la palabra que utilizaste, y a cada rato estás pensando no sé qué. Yo dije “Ya vámonos al hotel”, porque estoy cansada; como te dije, fue un día pesado. Además, la noche de ayer casi no dormí y tuve mucho frío. Lo único que quiero ahorita es llegar, acostarme, descansar, dormir bien calientita y disfrutar las comodidades del cuarto. Y te agradezco que lo hayas pagado, pero si eso tiene otro costo, muchas gracias, como ya te dije hace rato, ahorita saco mis cosas y me voy.
            –No te enojes, es que yo creí…
            –Nada, pues creíste mal, ya te lo dije. Y dime de una vez, para sacar mis cosas.
            –No, Palomita, yo te lo ofrecí de corazón.
            –Sí, cómo no.
           –No, de veras. Discúlpame. No voy a negar que tenía mis esperanzas contigo y que me hice ilusiones, es que estás muy bonita, pero ya me lo dejaste bien claro. Eres admirable, tan joven y con tanto carácter. Es un motivo más para admirarte.
            –Ay, ya, deja eso. Ya llegamos, menos mal.
            Fueron directo a la recepción y cada uno pidió su llave. Andrés acompañó a Paloma hasta su cuarto y dijo, como último intento:
            –Entonces, ¿hasta mañana?
            –Sí –dijo Paloma con voz molesta.
            –Si se te ofrece algo, cualquier cosa, a cualquier hora, no importa, me llamas al cuarto, ¿eh?
            –No se me va a ofrecer nada.
            –Pero por si acaso.
         –Que no, y buenas noches –dijo Paloma, abrió el cuarto, se metió y cerró la puerta de inmediato con seguro, cadena y pasador, y además, fue por la silla para también atrancarla. Así se sintió más segura.

A piedra y lodo se encerró Paloma. "¡Ma, pos éste!", dijo
luego de que se atrancó. 
             “¡Qué tipo!, ¿por qué no entiende? Quién me lo manda. Bueno, otra lección.”
           Paloma revisó sus calzones, que ya estaban secos y los puso junto a su demás ropa que ya había doblado y puesto en el tocador, se desvistió y quedó desnuda, como efectivamente la había imaginado Andrés. Puso a orear sobre las sillas la ropa que traía, se metió de inmediato a las cobijas y se arrebujó para calentarse. Se sintió tan bien… Se durmió enseguida, a pesar del ruido constante que llegaba desde la calle. El día había sido agotador y ya traía cansancio atrasado, de modo que nada impidió que cayera en un sueño profundo.
         Mientras tanto, Andrés llegó a su cuarto, se fue desvistiendo con calma, doblando y acomodando cada prenda que se quitaba y se puso una piyama de franela con sus iniciales bordadas. Seguía pensando en Paloma. Esperaba que lo llamara, pues estaba seguro de que lo que Paloma decía no era lo que en realidad pensaba, y creía que verdaderamente estaba deseosa de pasar la noche con él. Se acostó, tomó uno de los informes de su portafolio y se dispuso a revisarlo para hacer tiempo en lo que Paloma llamaba o llegaba…

            Andrés despertó de madrugada con el informe a un lado, la luz prendida y mucho frío. Puso los papeles en el buró, apagó la luz, se cobijó bien y se durmió… Ay, Paloma, Paloma.

jueves, 8 de octubre de 2015

Capítulo 14

 Un oficio agotador
Paloma salió a la calle con el ánimo en alto e hizo un recuento de los días que habían pasado desde su salida. Ya era jueves. Debía darse prisa, pues al acercarse el fin de semana, tal vez la contrataran hasta el lunes siguiente. Ése sería un inconveniente, porque entonces tendría que pagar hospedaje hasta entonces, así que decidió que rechazaría cualquier trabajo que no empezara al momento. Sólo quería ahorrar un poco más de dinero. De hecho, tenía completo lo de la bicicleta y pensó que si no encontraba nada allí, tal vez debería buscar en otra ciudad, en Zacatecas, que era su siguiente parada. Pero por el momento, seguiría buscando. Este día estaba resuelto en cuanto a las comidas y dónde dormir. Después de ese inmenso desayuno, seguramente no tendría hambre hasta en la noche.
            Preguntó a una persona por una de las direcciones del periódico, y le dio enseguida las indicaciones. “Se solicita muchacha joven con ganas de trabajar”, era lo único que decía. Eso implicaba que habría muchas que solicitarían el trabajo e incluso a esa hora ya estaría dado, aun así fue a la dirección. Efectivamente, el trabajo estaba ya ocupado, era en una farmacia, de encargada, tarea que le parecía aburridísima, así que no sintió que fuera ninguna pérdida.
            En el trayecto, pasó por un restaurante chino en el que había un letrero: “Se solicita lavaloza”. “Ah, pues eso es fácil, lo puedo hacer sin ningún problema y de seguro, tampoco lo será mi ropa ni cómo me veo.” Y entró. La paga era poca, pero empezaría de inmediato, podría comer allí el menú de los empleados, y descansaban los lunes. Su preocupación era dónde dormir al día siguiente, pero eso lo resolvería en el momento, así que no lo pensó mucho y aceptó. El horario era de ocho a cuatro; había otro de tres a once, y ya estaba ocupado. Paloma se preguntó: “¿Quién podrá preferir ese horario tan horrible?” Como ya eran las diez, le dijeron que si se quedaba, saldría hasta las seis, y que ya al día siguiente sería en el horario acordado. No le pareció mal y accedió.
            “Vaya, no estuvo tan difícil, pensé que no iba a encontrar nada. ¿No que no hay trabajo?”, se dijo.
            Enseguida le dieron un delantal y le indicaron su lugar de trabajo: un fregadero que resultaba minúsculo ante el cerro de trastos sucios que había. Lo vio y aunque parecía imposible encontrar por dónde empezar, aceptó la situación y no se amilanó. Le indicaron dónde estaban los detergentes, escobetas, cepillos, fibras, esponjas, piedras pómez y demás artículos para su trabajo. Le dieron unos guantes no muy nuevos, le mostraron dónde poner los trastes ya lavados y la urgieron a que empezara de inmediato.
            Paloma puso manos a la obra. Todavía había gente desayunando, de manera que seguían llegando trastes. Los restos de comida se vaciaban en una cubeta y todo lo demás, en otra: servilletas, palillos, la envoltura de las galletas de la suerte, los manteles desechables y cualquier otra cosa. Los meseros tenían la obligación de hacer esta tarea previa y los trastes debían llegar sin ningún resto al fregadero. Eso le dijeron. Pero no todos lo hacían, así que empezó a reclamarles a quienes no lo hacían de ese modo. Eso le creó enemistades inmediatas.
Lo que le esperaba a Paloma
            Lo primero que hizo fue tratar de ordenar el fregadero para encontrar el hilo inicial de esa tarea, y empezó a poner algunos platos en el suelo, por lo que al entrar los meseros con más loza, empezaron a tropezarse y, por supuesto, a increparla. De inmediato fue el dueño, un chino joven, seguramente hijo de los iniciadores del negocio, pensó Paloma, porque ya no hablaba como chino.
            –¿Qué pasa? –Preguntó molesto.
            –Pues es que trato de ver por dónde empiezo, esto es un desorden.
            –Pero no pongas nada en el suelo, vienen los de Salubridad y me cierran, así que resuelve de otro modo el problema.
            –Sólo era un ratito, mientras acomodo.
            –Pues ni un ratito ni nada. Quítalos de ahí, súbelos a algún lado, pero no en el suelo.
            –Está bien –contestó Paloma, un poco intimidada por el chino, y puso parte de los trastes sucios donde iban los limpios.
            Nuevos reclamos. Y el chino otra vez.
            –¿Qué pasa? –preguntó más molesto que en la ocasión anterior.
            –Es que…
            –Es que nada –la interrumpió el chino–. Si no puedes, deja el trabajo. Lo estás entorpeciendo todo.
            –No, es que…
            –Ya dije que es que nada. ¡Empieza a trabajar! ¡Sólo pierdes el tiempo!
            –Sí, está bien –respondió Paloma con voz apagada.
            Ya había logrado acomodar un poco en esos dos momentos y pudo por fin comenzar a lavar. Los reclamos cesaron y los trastes fueron fluyendo. Pero en cuanto lavaba algunos, éstos eran utilizados casi de inmediato y siempre llegaban más y más. Paloma se preguntó a qué hora dejarían de llevarle trastes. No veía el momento de que terminara la hora del desayuno y no se atrevía a preguntar, porque todos habían sido un poco agresivos con ella, hasta que al fin, en un respiro, preguntó a la que parecía ser la segunda del chino.
            –¿Y a qué horas se acaba esto?
            La mujer, de unos treinta años, delgada y bonita, se rio y le contestó:
            –Ay, mhija. Nunca. Bueno, a las doce baja un poquito y hay un respiro, pero a la una vuelve a empezar el trajín, así que esa hora la utilizamos para reorganizarnos un poco y que no nos encamotemos.
            –¿Cómo?
            –Así se dice cuando llega tanta gente que ya no sabemos que hacer: se nos juntan servicios, las comandas no salen, los trastes no alcanzan, todo al mismo tiempo, pero si nos organizamos bien, todo sale mucho mejor. Así que ponte lista. Y aprovecha esa hora para ver cómo le vas a hacer y no se te junte el trabajo. Y no esperes a que haya mucha loza, lava lo que vaya llegando de inmediato. Es el mejor consejo que te puedo dar. ¿Ves cómo estaba cuando llegaste? Pues eso era de una hora apenas, porque nos turnamos para lavar, pero cuando ya se junta la gente, todos mesereamos. ¿Cómo te llamas?
            –Paloma.
            –Ay, inocente Palomita. Yo soy Eloísa. A ver cuánto aguantas. Los lavalozas no duran.
            –Sí, se ve que es pesado.
            –Hay clientes, ahí nos vemos. Abuzada.
            El pronóstico, al parecer, era poco halagüeño. La cosa era de aguante. Pero Paloma estaba dispuesta a pasar esa prueba. Y así fue transcurriendo el tiempo sin darse cuenta, pues, efectivamente, sólo tuvo un respiro y sí aprovechó el consejo de Eloísa; luego de la pausa todo salió un poco mejor.
            “Tienen razón en no durar, no paras y casi no hablas con nadie, no ves nada más que el fregadero y los trastes y lo único que dices, si acaso, es ‘ya voy’, ‘enseguida’, ‘ya lo estoy lavando’, ‘ya está’. Y cuando está muy lleno, ni eso, todos están metidos en la prisa. Bueno, no debo quejarme, quería trabajo y lo encontré, además de que no me voy a quedar mucho tiempo.”
            A Paloma se le pasó el tiempo con rapidez, no tenía la menor idea de la hora, hasta que de pronto alguien le dijo:
            –Sobres, pa fuera. ¿O quieres quedarte y hacer mi trabajo?
            Era su relevo del siguiente turno, el del horario horrible. Paloma, sorprendida porque no lo había visto llegar, respondió:
            –No, es todo tuyo.
            –Hola, ya llegó tu salvador. ¿Cómo te llamas?
            –Paloma. ¿Y tú? No, no me digas. Te llamas Manuel.
            –¿Cómo supiste?
            –Es que tienes cara de Manuel.
            –¿Y cómo es? ¿Fea?
            –No, simpática, buena onda.
            –Ah, vaya. Qué, ¿y ahí te vas a quedar? Te advierto que al jefe Li no le gusta que estemos platicando ni que estorbe uno.
            –No, sí, ya me voy. Me duelen las piernas horrible, y los pies.
            Manuel miró los zapatos de Paloma y le dijo:
            –Tal vez unos tenis buenos te ayuden más. ¿Aguantarás mucho tiempo?
            –No creo.
            –Uy, qué zacatona.
            –No, no es que le saque. Es que ando viajando y necesito el trabajo nada más para juntar algo de dinero y seguirle.
            –¿En serio? Qué aventurera. Me gustaría hacer lo mismo, pero tengo que ayudar a mi familia. En la mañana voy a la prepa y en la tarde chambeo. Tengo dos hermanos en la primaria y vivimos solos, porque mi mamá se murió hace un año y mi papá ni sus luces, ya sabes. Se apareció apenas hace una semana y que quería estar con nosotros, pero le dijimos que no, porque no le creímos. Le avisamos desde que mi mamá estaba muy grave y no fue para echarnos la mano, ni entonces ni cuando se murió. Yo tuve que ver todo eso, y una vecina me ayudó, porque como entonces era menor de edad, había trámites que no me dejaban hacer…
            –¡A trabajar! –Interrumpió el chino Li y a Paloma le dijo que ya se fuera.
            –Híjole, qué historia. Ya me voy, mañana platicamos otro ratito. Suerte.
            Paloma entendió por qué había alguien en ese horario tan feo. En realidad, para Manuel era perfecto. Se quitó el delantal y los guantes y los colgó donde le habían indicado que iban. Se despidió de su compañero. Eran las seis y cuarto. Había luz todavía y la tarde era agradable. Los rayos del sol, ya muy bajos, le daban al ambiente un color dorado que resultaba encantador, delicioso, según Paloma. Se despidió de todos y salió. Eloísa también salía y se fueron juntas.
            –¿Dónde vives, Paloma?
            Paloma dudó un poco antes de contestar, pero decidió decirle la verdad:
            –En realidad no vivo aquí. Voy de paso para Zacatecas. Ando en viaje de aventura.
            –¿Ah, sí? ¿Tan chica? ¡Qué bárbara! Y dónde vas a dormir.
            –Bueno, hoy lo tengo resuelto. Conocí a un tipo en el camión y se ofreció a pagarme el cuarto esta noche.
            –Pero ten cuidado, esos viejos son bien fastidiosos y se quieren cobrar sus dizque favores. Son unas lacras.
            –No, si ya lo vi, pero lo tengo a raya.
            –¡Qué salvaje! ¿Y cómo? ¿En qué hotel estás?
            –En el Concordia.
            –¡Uy!
            –Por eso ahí no creo que se atreva a mucho. Además, estamos en cuartos separados y aunque quiere entrar a mi cuarto, me encierro con la cadena. Ya es viejo, ha de tener unos cuarenta años. Total, corro y no me alcanza.
            –¿Viejo? –Preguntó Eloísa y se rio con muchas ganas– Ya verás cuando tengas más años.
            –Qué voy a ver. Está viejo y ya.
            –Pues cuídate mucho. ¿Y mañana dónde vas a dormir?
            –Pues no sé, buscaré un hotel barato, muy barato.
            –Pero luego es peligroso, sobre todo que estás muy chica.
            –Puedo irme a la Central de autobuses y ahí me duermo.
            –No, sí que eres aventurera. Cómo crees. Mira, yo tengo una hamaca en mi cuarto. No creo que te moleste dormir ahí si estabas dispuesta a dormir en un asiento de fierro de la Central.
            –¿De veras? Sí, yo estoy dispuesta a todo.
            –Pues no tan a todo. Tienes que cuidarte.
            –Bueno, me refiero a pasar incomodidades. No me importa. Es parte de la aventura.
            –Ah, qué Paloma. Bueno, nos vemos mañana, yo aquí doy vuelta, mi casa queda para allá.
            –Oye, ¿te puedo pedir un consejo?
            –Claro.
            –Es que me duelen un chorro las piernas y los pies. Qué será bueno.
            –Ah, pues primero, ahorita que llegues te acuestas y pones los pies para arriba, o sea, que queden en alto para que así la sangre que está agolpada se reparta mejor. Luego, te pones alguna pomada en los pies, o aunque sea crema. Te la pones y te sobas bien. Y vas a ver que con eso ya te sientes mejor. Y, sobre todo, haz algo que te guste que no sea trabajo.
            –Ay, gracias. Lo voy a hacer llegando.
            –A, pero antes date un baño. ¿Tienen tina los baños del hotel?
            –No, regadera nada más. Bueno, el mío.
            –Pues no importa, te va a relajar. Después de sobarte los pies y de descansar un rato, sal, camina un poco, disfruta la tarde. Te digo, haz algo que te guste.
            –Bueno, pus muchas gracias. Nos vemos mañana.
            –Ora, que te vaya bien.
            Paloma se fue al hotel, y siguió los consejos de Eloísa. Efectivamente, se sintió mucho mejor. Luego de que ya había descansado, sacó su cuaderno de la mochila y se puso a escribir. Le mandaría una carta a Carla y otra a su mamá. Gracias a la distancia también se había dado cuenta de que sí apreciaba a Carla y le gustaba platicar con ella, aunque fueran distintas y sus intereses y gustos no fueran los mismos. Pero antes de seguir decidió que valía la pena hacerlo afuera, en el parque que estaba enfrente de la catedral, antes de que oscureciera. La tarde era muy agradable y la vista, también. Tomó lo necesario y salió.
Hola, Carlota babas:
No es cierto, amiga. Te escribo con mucho gusto. No sabes todo lo que me ha pasado. Creo que todos los hombres se llaman Manuel, ya van cuatro que conozco con ese nombre. Y ¿qué crees?, ¡un viejo!, que le hago la plática en el camión, ya para llegar a San Luis, y que se emociona todito y me invitó el hotel, pero no creas que aflojé nada. Nos quedamos en cuartos separados y en un hotel acá, el muy menso pensó que iba a querer quedarme con él, está bien viejo. Le dije que yo lo veía como mi papá y como que se le pasó la emoción, pero a cada rato está insinuando que quiere que me acueste con él. Pero ni loca. Yo no le pedí nada, él fue el ofrecido y que “con mucho respeto” o quién sabe cómo dijo, “decente” creo. Entonces, yo de ahí me cogí para nanay. Y luego le dije a un mesero que el viejo ése era mi papá, pero que no me había quedado en su cuarto porque mi mamá (su esposa) y yo estábamos enojadas porque sospechábamos que andaba con alguien y que lo andaba fiscalizando. ¿Tú crees? Qué bárbara, puras mentiras. Y hoy conseguí un trabajo. De lavaloza o sea, lavatrastes, pero así dicen aquí. Está pesadísimo, pero como no quiero que se me acabe el dinero y quedarme ahí nomás, pues empecé. Nada más creo que estaré una o dos semanas cuando mucho aquí y luego me voy a Zacatecas. A lo mejor con lo que junte me voy ya hasta Chihuahua y allá me pongo a trabajar para juntar para el regreso. Una que trabaja en el restaurante en el que trabajo (es de chinos) me ofreció una hamaca. Acá no se usan, pero quién sabe por qué ella tiene una, me dijo, y acepté, así no voy a tener que gastar, y la comida la dan en el restaurante, así que ya la hice. Cómo ves, Carlotota, hubieras venido. Bueno, pero yo te cuento de todos modos. La bici la vendí. Ah, pero no te he dicho lo peor, una tragedia: ¡Ya no hay trenes! ¿Tú crees que ya los quitaron así nada más de repente? Chillé, fue horrible, me sentí remal. Ya ves que era lo que quería y que los trenes y que no sé qué. Pero yo dije, yo le sigo en camión porque allá en Chihuahua sí hay uno todavía, así que ora con más razón me voy hasta allá. Anoche dormí en la Central de autobuses, cansadísimo, ya le andaba sacando y hasta lloré, pero aguanté vara. Bueno, ya me voy, voy a escribirle a mi mamá. Ahí te vuelvo a escribir después.
Hola, mamita querida:
Pues aquí ando. Espero que mi papá no se haya enojado mucho contigo, perdóname por eso. Yo estoy muy contenta y sigo con mi viaje. Me ha ido bien, he tenido muchas experiencias y aunque apenas han pasado casi cinco días, he aprendido mucho en este viaje. Los extraño a todos. He tenido que resolver varias cosas y ahora sé todo lo que hacen por mí, pero es importante que yo aprenda a hacer sola todo. Estoy muy contenta y muy cansada. Hoy empecé a trabajar. Es la primera vez en mi vida que lo hago y estoy contenta, aunque es muy pesado, pero será por poco tiempo, pues es nada más para juntar un poco más dinero del que ya tenía. No quiero quedarme a medio camino sin nada. Me he medido mucho en mis gastos y ahora ya sé que no es fácil administrarse. Salúdame a Azucena, y a mi papá, por supuesto. Luego te escribo otra vez. Todo bien y no se preocupen. ¡Y déjenme, por favor! Dile a mi papá que no me busque, que estoy bien y que voy a regresar. Sé cuidarme. Ya te contaré todo lo que he pasado, pero no te asustes, todo es bueno. Gracias por lo que me han enseñado. Un beso. Te quiero mucho. Paloma.


El otoño

El tiempo sigue su marcha y estamos ya en un nuevo ciclo, que tiene su encanto, por supuesto, aunque la vida en el exterior se reduce drásticamente. Por lo menos hay que abrigarse con bastantes prendas más para poder salir sin entumirse. Y francamente yo le saco. Pero no dejo de disfrutar lo hermoso del paisaje. Es el regalo que deja el verano antes de que muchos de los árboles queden completamente desnudos, y el entorno se vuelva ramajudo. 


La iglesia de Nes, allá lejos




Tres, el gato visitante


Los árboles guardan un poco de sol
antes de que llegue el invierno.
Así no es tan brusco el cambio.

El contraste es fascinante





















Y el otoño se estrenó aquí con mucha lluvia, o el verano se despidió así, según como lo quieran ver. Tanta, que se inundó el muelle. Hubo, en la región, mucho desastre por eso, sobre todo para los agricultores y gente que vivía en las orillas de ríos y lagos. En todos lados se cuecen habas. Para nosotros, por fortuna, no pasó de ser un espectáculo. Ya después hubo que ir al rescate del velero y luego a ayudar a limpiar la playita que quedó hecha un desastre. 
   Un día, camino a la escuela, me tocó ver desde el coche a tres vacas; iban saliendo con mucho trabajo del río, que las arrastraba, pues se había desbordado corriente arriba. Pobres. Tenían el pánico en el rostro. Pánico de vacas. Lo bueno es que habían logrado salir, aunque no supieran ni dónde estaban. Ya no supe qué fue de ellas. Los tráilerpark que suelen estar a la orilla de ríos y lagos, por supuesto que se inundaron. Mucha gente vive allí de manera permanente, no sé por qué, así que tuvieron que trasladarse, ahora sí que con todo y casa a lugares más altos. Ahorita ya están otra vez instalados.
  
Nótese hasta dónde llegó el agua

Se nota el muelle bajo el agua

Unos gansos visitantes

Ya se iban los gansos que, por cierto,
 los hay por cientos en el lago 

Y luego, como decía, hubo que ir al rescate del velero.


Apenas si se ve el remolque



Y luego a ver el resultado del desastre




Parte de los desastres

Normalmente el agua está  a unos
20 metros de donde estaba yo parada

Todo esto hubo que limpiar, cuando ya bajó el agua

Luego de juntar todo lo que llegó: paja por montones, de la que ya estaba empacada en los campos río arriba y que fue arrastrada por la corriente y llegó hasta el lago (y más allá), pedazos de cercas, palos y troncos por montones, lo juntamos e hicimos una hoguera inmensa. Tres días duró esa tarea. Nosotros sólo estuvimos un día, pero entero. Era noche de luna, justo antes del eclipse


Un descansito
.









Y luego a seguirle

La Luna, al fondo

Y hasta bailamos
:















   En la madrugada nos levantamos a ver el eclipse. No hay fotos, porque la cámara del teléfono no captaba la imagen roja de la Luna, quién sabe por qué, alguien que sepa de óptica, que nos lo explique. De manera que después de toda esa chamba y del desvelo, al día siguiente estábamos enfermos, parte porque nos debilitamos y parte porque traíamos ya un virus dentro que sólo esperaba una oportunidad, y la encontró. Ya estamos casi bien, gracias.  :-)

     Ya por último y para que no se aburran de más, añadiré unas imágenes de Kongsberg, que es una ciudad cercana a la que Erik tuvo que ir por trabajo y yo me agregué por placer.



El río

Unos patos en un remanso del río
Allá al fondo, en el centro, se ve una escultura

La escultura, ya del otro lado y de cerquita













   ¿Y el pan?, se preguntarán. ¡El pan sigue!, al menos para nosotros:

¡RECUÉEEEEEEERDENME! ;-)
Ah, no, perdón, faltaron sólo unas imágenes más, pero valen la pena (denle clic y véanlas en grande):



Un hermoso y peculiar atardecer

Cortesía de Erik