Un oficio agotador
Paloma
salió a la calle con el ánimo en alto e hizo un recuento de los días que
habían pasado desde su salida. Ya era jueves. Debía darse prisa, pues al
acercarse el fin de semana, tal vez la contrataran hasta el lunes siguiente.
Ése sería un inconveniente, porque entonces tendría que pagar hospedaje hasta
entonces, así que decidió que rechazaría cualquier trabajo que no empezara al momento.
Sólo quería ahorrar un poco más de dinero. De hecho, tenía completo lo de la
bicicleta y pensó que si no encontraba nada allí, tal vez debería buscar en
otra ciudad, en Zacatecas, que era su siguiente parada. Pero por el momento,
seguiría buscando. Este día estaba resuelto en cuanto a las comidas y dónde
dormir. Después de ese inmenso desayuno, seguramente no tendría hambre hasta en
la noche.
Preguntó a una persona por una de
las direcciones del periódico, y le dio enseguida las indicaciones. “Se
solicita muchacha joven con ganas de trabajar”, era lo único que decía. Eso
implicaba que habría muchas que solicitarían el trabajo e incluso a esa hora ya
estaría dado, aun así fue a la dirección. Efectivamente, el trabajo estaba ya
ocupado, era en una farmacia, de encargada, tarea que le parecía aburridísima,
así que no sintió que fuera ninguna pérdida.
En el trayecto, pasó por un
restaurante chino en el que había un letrero: “Se solicita lavaloza”. “Ah, pues
eso es fácil, lo puedo hacer sin ningún problema y de seguro, tampoco lo será
mi ropa ni cómo me veo.” Y entró. La paga era poca, pero empezaría de inmediato,
podría comer allí el menú de los empleados, y descansaban los lunes. Su
preocupación era dónde dormir al día siguiente, pero eso lo resolvería en el
momento, así que no lo pensó mucho y aceptó. El horario era de ocho a cuatro;
había otro de tres a once, y ya estaba ocupado. Paloma se preguntó: “¿Quién
podrá preferir ese horario tan horrible?” Como ya eran las diez, le dijeron que
si se quedaba, saldría hasta las seis, y que ya al día siguiente sería en el
horario acordado. No le pareció mal y accedió.
“Vaya, no estuvo tan difícil, pensé
que no iba a encontrar nada. ¿No que no hay trabajo?”, se dijo.
Enseguida le dieron un delantal y le
indicaron su lugar de trabajo: un fregadero que resultaba minúsculo ante el
cerro de trastos sucios que había. Lo vio y aunque parecía imposible encontrar
por dónde empezar, aceptó la situación y no se amilanó. Le indicaron dónde
estaban los detergentes, escobetas, cepillos, fibras, esponjas, piedras pómez y
demás artículos para su trabajo. Le dieron unos guantes no muy nuevos, le
mostraron dónde poner los trastes ya lavados y la urgieron a que empezara de
inmediato.
Paloma puso manos a la obra. Todavía
había gente desayunando, de manera que seguían llegando trastes. Los restos de
comida se vaciaban en una cubeta y todo lo demás, en otra: servilletas,
palillos, la envoltura de las galletas de la suerte, los manteles desechables y
cualquier otra cosa. Los meseros tenían la obligación de hacer esta tarea
previa y los trastes debían llegar sin ningún resto al fregadero. Eso le
dijeron. Pero no todos lo hacían, así que empezó a reclamarles a quienes no lo
hacían de ese modo. Eso le creó enemistades inmediatas.
Lo que le esperaba a Paloma |
Lo primero que hizo fue tratar de
ordenar el fregadero para encontrar el hilo inicial de esa tarea, y empezó a
poner algunos platos en el suelo, por lo que al entrar los meseros con más
loza, empezaron a tropezarse y, por supuesto, a increparla. De inmediato fue el
dueño, un chino joven, seguramente hijo de los iniciadores del negocio, pensó
Paloma, porque ya no hablaba como chino.
–¿Qué pasa? –Preguntó molesto.
–Pues es que trato de ver por dónde
empiezo, esto es un desorden.
–Pero no pongas nada en el suelo,
vienen los de Salubridad y me cierran, así que resuelve de otro modo el
problema.
–Sólo era un ratito, mientras
acomodo.
–Pues ni un ratito ni nada. Quítalos
de ahí, súbelos a algún lado, pero no en el suelo.
–Está bien –contestó Paloma, un poco
intimidada por el chino, y puso parte de los trastes sucios donde iban los
limpios.
Nuevos reclamos. Y el chino otra
vez.
–¿Qué pasa? –preguntó más molesto
que en la ocasión anterior.
–Es que…
–Es que nada –la interrumpió el
chino–. Si no puedes, deja el trabajo. Lo estás entorpeciendo todo.
–No, es que…
–Ya dije que es que nada. ¡Empieza a
trabajar! ¡Sólo pierdes el tiempo!
–Sí, está bien –respondió Paloma con
voz apagada.
Ya había logrado acomodar un poco en
esos dos momentos y pudo por fin comenzar a lavar. Los reclamos cesaron y los
trastes fueron fluyendo. Pero en cuanto lavaba algunos, éstos eran utilizados
casi de inmediato y siempre llegaban más y más. Paloma se preguntó a qué hora
dejarían de llevarle trastes. No veía el momento de que terminara la hora del
desayuno y no se atrevía a preguntar, porque todos habían sido un poco
agresivos con ella, hasta que al fin, en un respiro, preguntó a la que parecía
ser la segunda del chino.
–¿Y a qué horas se acaba esto?
La mujer, de unos treinta años,
delgada y bonita, se rio y le contestó:
–Ay, mhija. Nunca. Bueno, a las doce
baja un poquito y hay un respiro, pero a la una vuelve a empezar el trajín, así
que esa hora la utilizamos para reorganizarnos un poco y que no nos
encamotemos.
–¿Cómo?
–Así se dice cuando llega tanta
gente que ya no sabemos que hacer: se nos juntan servicios, las comandas no salen,
los trastes no alcanzan, todo al mismo tiempo, pero si nos organizamos bien,
todo sale mucho mejor. Así que ponte lista. Y aprovecha esa hora para ver cómo
le vas a hacer y no se te junte el trabajo. Y no esperes a que haya mucha loza,
lava lo que vaya llegando de inmediato. Es el mejor consejo que te puedo dar.
¿Ves cómo estaba cuando llegaste? Pues eso era de una hora apenas, porque nos
turnamos para lavar, pero cuando ya se junta la gente, todos mesereamos. ¿Cómo
te llamas?
–Paloma.
–Ay, inocente Palomita. Yo soy
Eloísa. A ver cuánto aguantas. Los lavalozas no duran.
–Sí, se ve que es pesado.
–Hay clientes, ahí nos vemos.
Abuzada.
El pronóstico, al parecer, era poco
halagüeño. La cosa era de aguante. Pero Paloma estaba dispuesta a pasar esa prueba.
Y así fue transcurriendo el tiempo sin darse cuenta, pues, efectivamente, sólo
tuvo un respiro y sí aprovechó el consejo de Eloísa; luego de la pausa todo
salió un poco mejor.
“Tienen razón en no durar, no paras
y casi no hablas con nadie, no ves nada más que el fregadero y los trastes y lo
único que dices, si acaso, es ‘ya voy’, ‘enseguida’, ‘ya lo estoy lavando’, ‘ya
está’. Y cuando está muy lleno, ni eso, todos están metidos en la prisa. Bueno,
no debo quejarme, quería trabajo y lo encontré, además de que no me voy a
quedar mucho tiempo.”
A Paloma se le pasó el tiempo con
rapidez, no tenía la menor idea de la hora, hasta que de pronto alguien le
dijo:
–Sobres, pa fuera. ¿O quieres
quedarte y hacer mi trabajo?
Era su relevo del siguiente turno, el
del horario horrible. Paloma, sorprendida porque no lo había visto llegar,
respondió:
–No, es todo tuyo.
–Hola, ya llegó tu salvador. ¿Cómo
te llamas?
–Paloma. ¿Y tú? No, no me digas. Te
llamas Manuel.
–¿Cómo supiste?
–Es que tienes cara de Manuel.
–¿Y cómo es? ¿Fea?
–No, simpática, buena onda.
–Ah, vaya. Qué, ¿y ahí te vas a
quedar? Te advierto que al jefe Li no le gusta que estemos platicando ni que
estorbe uno.
–No, sí, ya me voy. Me duelen las
piernas horrible, y los pies.
Manuel miró los zapatos de Paloma y
le dijo:
–Tal vez unos tenis buenos te ayuden
más. ¿Aguantarás mucho tiempo?
–No creo.
–Uy, qué zacatona.
–No, no es que le saque. Es que ando
viajando y necesito el trabajo nada más para juntar algo de dinero y seguirle.
–¿En serio? Qué aventurera. Me
gustaría hacer lo mismo, pero tengo que ayudar a mi familia. En la mañana voy a
la prepa y en la tarde chambeo. Tengo dos hermanos en la primaria y vivimos
solos, porque mi mamá se murió hace un año y mi papá ni sus luces, ya sabes. Se
apareció apenas hace una semana y que quería estar con nosotros, pero le
dijimos que no, porque no le creímos. Le avisamos desde que mi mamá estaba muy
grave y no fue para echarnos la mano, ni entonces ni cuando se murió. Yo tuve
que ver todo eso, y una vecina me ayudó, porque como entonces era menor de
edad, había trámites que no me dejaban hacer…
–¡A trabajar! –Interrumpió el chino
Li y a Paloma le dijo que ya se fuera.
–Híjole, qué historia. Ya me voy,
mañana platicamos otro ratito. Suerte.
Paloma entendió por qué había
alguien en ese horario tan feo. En realidad, para Manuel era perfecto. Se quitó
el delantal y los guantes y los colgó donde le habían indicado que iban. Se
despidió de su compañero. Eran las seis y cuarto. Había luz todavía y la tarde
era agradable. Los rayos del sol, ya muy bajos, le daban al ambiente un color
dorado que resultaba encantador, delicioso, según Paloma. Se despidió de todos
y salió. Eloísa también salía y se fueron juntas.
–¿Dónde vives, Paloma?
Paloma dudó un poco antes de
contestar, pero decidió decirle la verdad:
–En realidad no vivo aquí. Voy de
paso para Zacatecas. Ando en viaje de aventura.
–¿Ah, sí? ¿Tan chica? ¡Qué bárbara!
Y dónde vas a dormir.
–Bueno, hoy lo tengo resuelto.
Conocí a un tipo en el camión y se ofreció a pagarme el cuarto esta noche.
–Pero ten cuidado, esos viejos son
bien fastidiosos y se quieren cobrar sus dizque favores. Son unas lacras.
–No, si ya lo vi, pero lo tengo a
raya.
–¡Qué salvaje! ¿Y cómo? ¿En qué
hotel estás?
–En el Concordia.
–¡Uy!
–Por eso ahí no creo que se atreva a
mucho. Además, estamos en cuartos separados y aunque quiere entrar a mi cuarto,
me encierro con la cadena. Ya es viejo, ha de tener unos cuarenta años. Total,
corro y no me alcanza.
–¿Viejo? –Preguntó Eloísa y se rio con
muchas ganas– Ya verás cuando tengas más años.
–Qué voy a ver. Está viejo y ya.
–Pues cuídate mucho. ¿Y mañana dónde
vas a dormir?
–Pues no sé, buscaré un hotel
barato, muy barato.
–Pero luego es peligroso, sobre todo
que estás muy chica.
–Puedo irme a la Central de autobuses y ahí
me duermo.
–No, sí que eres aventurera. Cómo
crees. Mira, yo tengo una hamaca en mi cuarto. No creo que te moleste dormir
ahí si estabas dispuesta a dormir en un asiento de fierro de la Central.
–¿De veras? Sí, yo estoy dispuesta a
todo.
–Pues no tan a todo. Tienes que
cuidarte.
–Bueno, me refiero a pasar incomodidades.
No me importa. Es parte de la aventura.
–Ah, qué Paloma. Bueno, nos vemos
mañana, yo aquí doy vuelta, mi casa queda para allá.
–Oye, ¿te puedo pedir un consejo?
–Claro.
–Es que me duelen un chorro las
piernas y los pies. Qué será bueno.
–Ah, pues primero, ahorita que
llegues te acuestas y pones los pies para arriba, o sea, que queden en alto
para que así la sangre que está agolpada se reparta mejor. Luego, te pones
alguna pomada en los pies, o aunque sea crema. Te la pones y te sobas bien. Y
vas a ver que con eso ya te sientes mejor. Y, sobre todo, haz algo que te guste
que no sea trabajo.
–Ay, gracias. Lo voy a hacer
llegando.
–A, pero antes date un baño. ¿Tienen
tina los baños del hotel?
–No, regadera nada más. Bueno, el
mío.
–Pues no importa, te va a relajar.
Después de sobarte los pies y de descansar un rato, sal, camina un poco,
disfruta la tarde. Te digo, haz algo que te guste.
–Bueno, pus muchas gracias. Nos
vemos mañana.
–Ora, que te vaya bien.
Paloma se fue al hotel, y siguió los
consejos de Eloísa. Efectivamente, se sintió mucho mejor. Luego de que ya había
descansado, sacó su cuaderno de la mochila y se puso a escribir. Le mandaría
una carta a Carla y otra a su mamá. Gracias a la distancia también se había
dado cuenta de que sí apreciaba a Carla y le gustaba platicar con ella, aunque
fueran distintas y sus intereses y gustos no fueran los mismos. Pero antes de seguir
decidió que valía la pena hacerlo afuera, en el parque que estaba enfrente de
la catedral, antes de que oscureciera. La tarde era muy agradable y la vista,
también. Tomó lo necesario y salió.
Hola, Carlota babas:
No es cierto, amiga. Te
escribo con mucho gusto. No sabes todo lo que me ha pasado. Creo que todos los
hombres se llaman Manuel, ya van cuatro que conozco con ese nombre. Y ¿qué
crees?, ¡un viejo!, que le hago la plática en el camión, ya para llegar a San
Luis, y que se emociona todito y me invitó el hotel, pero no creas que aflojé
nada. Nos quedamos en cuartos separados y en un hotel acá, el muy menso pensó
que iba a querer quedarme con él, está bien viejo. Le dije que yo lo veía como
mi papá y como que se le pasó la emoción, pero a cada rato está insinuando que
quiere que me acueste con él. Pero ni loca. Yo no le pedí nada, él fue el
ofrecido y que “con mucho respeto” o quién sabe cómo dijo, “decente” creo.
Entonces, yo de ahí me cogí para nanay. Y luego le dije a un mesero que el
viejo ése era mi papá, pero que no me había quedado en su cuarto porque mi mamá
(su esposa) y yo estábamos enojadas porque sospechábamos que andaba con alguien
y que lo andaba fiscalizando. ¿Tú crees? Qué bárbara, puras mentiras. Y hoy
conseguí un trabajo. De lavaloza o sea, lavatrastes, pero así dicen aquí. Está
pesadísimo, pero como no quiero que se me acabe el dinero y quedarme ahí nomás,
pues empecé. Nada más creo que estaré una o dos semanas cuando mucho aquí y
luego me voy a Zacatecas. A lo mejor con lo que junte me voy ya hasta Chihuahua
y allá me pongo a trabajar para juntar para el regreso. Una que trabaja en el
restaurante en el que trabajo (es de chinos) me ofreció una hamaca. Acá no se
usan, pero quién sabe por qué ella tiene una, me dijo, y acepté, así no voy a
tener que gastar, y la comida la dan en el restaurante, así que ya la hice.
Cómo ves, Carlotota, hubieras venido. Bueno, pero yo te cuento de todos modos.
La bici la vendí. Ah, pero no te he dicho lo peor, una tragedia: ¡Ya no hay
trenes! ¿Tú crees que ya los quitaron así nada más de repente? Chillé, fue
horrible, me sentí remal. Ya ves que era lo que quería y que los trenes y que
no sé qué. Pero yo dije, yo le sigo en camión porque allá en Chihuahua sí hay
uno todavía, así que ora con más razón me voy hasta allá. Anoche dormí en la Central de autobuses,
cansadísimo, ya le andaba sacando y hasta lloré, pero aguanté vara. Bueno, ya
me voy, voy a escribirle a mi mamá. Ahí te vuelvo a escribir después.
Hola, mamita querida:
Pues aquí ando. Espero que mi
papá no se haya enojado mucho contigo, perdóname por eso. Yo estoy muy contenta
y sigo con mi viaje. Me ha ido bien, he tenido muchas experiencias y aunque
apenas han pasado casi cinco días, he aprendido mucho en este viaje. Los
extraño a todos. He tenido que resolver varias cosas y ahora sé todo lo que
hacen por mí, pero es importante que yo aprenda a hacer sola todo. Estoy muy
contenta y muy cansada. Hoy empecé a trabajar. Es la primera vez en mi vida que
lo hago y estoy contenta, aunque es muy pesado, pero será por poco tiempo, pues
es nada más para juntar un poco más dinero del que ya tenía. No quiero quedarme
a medio camino sin nada. Me he medido mucho en mis gastos y ahora ya sé que no
es fácil administrarse. Salúdame a Azucena, y a mi papá, por supuesto. Luego te
escribo otra vez. Todo bien y no se preocupen. ¡Y déjenme, por favor! Dile a mi
papá que no me busque, que estoy bien y que voy a regresar. Sé cuidarme. Ya te
contaré todo lo que he pasado, pero no te asustes, todo es bueno. Gracias por
lo que me han enseñado. Un beso. Te quiero mucho. Paloma.