jueves, 8 de octubre de 2015

Capítulo 14

 Un oficio agotador
Paloma salió a la calle con el ánimo en alto e hizo un recuento de los días que habían pasado desde su salida. Ya era jueves. Debía darse prisa, pues al acercarse el fin de semana, tal vez la contrataran hasta el lunes siguiente. Ése sería un inconveniente, porque entonces tendría que pagar hospedaje hasta entonces, así que decidió que rechazaría cualquier trabajo que no empezara al momento. Sólo quería ahorrar un poco más de dinero. De hecho, tenía completo lo de la bicicleta y pensó que si no encontraba nada allí, tal vez debería buscar en otra ciudad, en Zacatecas, que era su siguiente parada. Pero por el momento, seguiría buscando. Este día estaba resuelto en cuanto a las comidas y dónde dormir. Después de ese inmenso desayuno, seguramente no tendría hambre hasta en la noche.
            Preguntó a una persona por una de las direcciones del periódico, y le dio enseguida las indicaciones. “Se solicita muchacha joven con ganas de trabajar”, era lo único que decía. Eso implicaba que habría muchas que solicitarían el trabajo e incluso a esa hora ya estaría dado, aun así fue a la dirección. Efectivamente, el trabajo estaba ya ocupado, era en una farmacia, de encargada, tarea que le parecía aburridísima, así que no sintió que fuera ninguna pérdida.
            En el trayecto, pasó por un restaurante chino en el que había un letrero: “Se solicita lavaloza”. “Ah, pues eso es fácil, lo puedo hacer sin ningún problema y de seguro, tampoco lo será mi ropa ni cómo me veo.” Y entró. La paga era poca, pero empezaría de inmediato, podría comer allí el menú de los empleados, y descansaban los lunes. Su preocupación era dónde dormir al día siguiente, pero eso lo resolvería en el momento, así que no lo pensó mucho y aceptó. El horario era de ocho a cuatro; había otro de tres a once, y ya estaba ocupado. Paloma se preguntó: “¿Quién podrá preferir ese horario tan horrible?” Como ya eran las diez, le dijeron que si se quedaba, saldría hasta las seis, y que ya al día siguiente sería en el horario acordado. No le pareció mal y accedió.
            “Vaya, no estuvo tan difícil, pensé que no iba a encontrar nada. ¿No que no hay trabajo?”, se dijo.
            Enseguida le dieron un delantal y le indicaron su lugar de trabajo: un fregadero que resultaba minúsculo ante el cerro de trastos sucios que había. Lo vio y aunque parecía imposible encontrar por dónde empezar, aceptó la situación y no se amilanó. Le indicaron dónde estaban los detergentes, escobetas, cepillos, fibras, esponjas, piedras pómez y demás artículos para su trabajo. Le dieron unos guantes no muy nuevos, le mostraron dónde poner los trastes ya lavados y la urgieron a que empezara de inmediato.
            Paloma puso manos a la obra. Todavía había gente desayunando, de manera que seguían llegando trastes. Los restos de comida se vaciaban en una cubeta y todo lo demás, en otra: servilletas, palillos, la envoltura de las galletas de la suerte, los manteles desechables y cualquier otra cosa. Los meseros tenían la obligación de hacer esta tarea previa y los trastes debían llegar sin ningún resto al fregadero. Eso le dijeron. Pero no todos lo hacían, así que empezó a reclamarles a quienes no lo hacían de ese modo. Eso le creó enemistades inmediatas.
Lo que le esperaba a Paloma
            Lo primero que hizo fue tratar de ordenar el fregadero para encontrar el hilo inicial de esa tarea, y empezó a poner algunos platos en el suelo, por lo que al entrar los meseros con más loza, empezaron a tropezarse y, por supuesto, a increparla. De inmediato fue el dueño, un chino joven, seguramente hijo de los iniciadores del negocio, pensó Paloma, porque ya no hablaba como chino.
            –¿Qué pasa? –Preguntó molesto.
            –Pues es que trato de ver por dónde empiezo, esto es un desorden.
            –Pero no pongas nada en el suelo, vienen los de Salubridad y me cierran, así que resuelve de otro modo el problema.
            –Sólo era un ratito, mientras acomodo.
            –Pues ni un ratito ni nada. Quítalos de ahí, súbelos a algún lado, pero no en el suelo.
            –Está bien –contestó Paloma, un poco intimidada por el chino, y puso parte de los trastes sucios donde iban los limpios.
            Nuevos reclamos. Y el chino otra vez.
            –¿Qué pasa? –preguntó más molesto que en la ocasión anterior.
            –Es que…
            –Es que nada –la interrumpió el chino–. Si no puedes, deja el trabajo. Lo estás entorpeciendo todo.
            –No, es que…
            –Ya dije que es que nada. ¡Empieza a trabajar! ¡Sólo pierdes el tiempo!
            –Sí, está bien –respondió Paloma con voz apagada.
            Ya había logrado acomodar un poco en esos dos momentos y pudo por fin comenzar a lavar. Los reclamos cesaron y los trastes fueron fluyendo. Pero en cuanto lavaba algunos, éstos eran utilizados casi de inmediato y siempre llegaban más y más. Paloma se preguntó a qué hora dejarían de llevarle trastes. No veía el momento de que terminara la hora del desayuno y no se atrevía a preguntar, porque todos habían sido un poco agresivos con ella, hasta que al fin, en un respiro, preguntó a la que parecía ser la segunda del chino.
            –¿Y a qué horas se acaba esto?
            La mujer, de unos treinta años, delgada y bonita, se rio y le contestó:
            –Ay, mhija. Nunca. Bueno, a las doce baja un poquito y hay un respiro, pero a la una vuelve a empezar el trajín, así que esa hora la utilizamos para reorganizarnos un poco y que no nos encamotemos.
            –¿Cómo?
            –Así se dice cuando llega tanta gente que ya no sabemos que hacer: se nos juntan servicios, las comandas no salen, los trastes no alcanzan, todo al mismo tiempo, pero si nos organizamos bien, todo sale mucho mejor. Así que ponte lista. Y aprovecha esa hora para ver cómo le vas a hacer y no se te junte el trabajo. Y no esperes a que haya mucha loza, lava lo que vaya llegando de inmediato. Es el mejor consejo que te puedo dar. ¿Ves cómo estaba cuando llegaste? Pues eso era de una hora apenas, porque nos turnamos para lavar, pero cuando ya se junta la gente, todos mesereamos. ¿Cómo te llamas?
            –Paloma.
            –Ay, inocente Palomita. Yo soy Eloísa. A ver cuánto aguantas. Los lavalozas no duran.
            –Sí, se ve que es pesado.
            –Hay clientes, ahí nos vemos. Abuzada.
            El pronóstico, al parecer, era poco halagüeño. La cosa era de aguante. Pero Paloma estaba dispuesta a pasar esa prueba. Y así fue transcurriendo el tiempo sin darse cuenta, pues, efectivamente, sólo tuvo un respiro y sí aprovechó el consejo de Eloísa; luego de la pausa todo salió un poco mejor.
            “Tienen razón en no durar, no paras y casi no hablas con nadie, no ves nada más que el fregadero y los trastes y lo único que dices, si acaso, es ‘ya voy’, ‘enseguida’, ‘ya lo estoy lavando’, ‘ya está’. Y cuando está muy lleno, ni eso, todos están metidos en la prisa. Bueno, no debo quejarme, quería trabajo y lo encontré, además de que no me voy a quedar mucho tiempo.”
            A Paloma se le pasó el tiempo con rapidez, no tenía la menor idea de la hora, hasta que de pronto alguien le dijo:
            –Sobres, pa fuera. ¿O quieres quedarte y hacer mi trabajo?
            Era su relevo del siguiente turno, el del horario horrible. Paloma, sorprendida porque no lo había visto llegar, respondió:
            –No, es todo tuyo.
            –Hola, ya llegó tu salvador. ¿Cómo te llamas?
            –Paloma. ¿Y tú? No, no me digas. Te llamas Manuel.
            –¿Cómo supiste?
            –Es que tienes cara de Manuel.
            –¿Y cómo es? ¿Fea?
            –No, simpática, buena onda.
            –Ah, vaya. Qué, ¿y ahí te vas a quedar? Te advierto que al jefe Li no le gusta que estemos platicando ni que estorbe uno.
            –No, sí, ya me voy. Me duelen las piernas horrible, y los pies.
            Manuel miró los zapatos de Paloma y le dijo:
            –Tal vez unos tenis buenos te ayuden más. ¿Aguantarás mucho tiempo?
            –No creo.
            –Uy, qué zacatona.
            –No, no es que le saque. Es que ando viajando y necesito el trabajo nada más para juntar algo de dinero y seguirle.
            –¿En serio? Qué aventurera. Me gustaría hacer lo mismo, pero tengo que ayudar a mi familia. En la mañana voy a la prepa y en la tarde chambeo. Tengo dos hermanos en la primaria y vivimos solos, porque mi mamá se murió hace un año y mi papá ni sus luces, ya sabes. Se apareció apenas hace una semana y que quería estar con nosotros, pero le dijimos que no, porque no le creímos. Le avisamos desde que mi mamá estaba muy grave y no fue para echarnos la mano, ni entonces ni cuando se murió. Yo tuve que ver todo eso, y una vecina me ayudó, porque como entonces era menor de edad, había trámites que no me dejaban hacer…
            –¡A trabajar! –Interrumpió el chino Li y a Paloma le dijo que ya se fuera.
            –Híjole, qué historia. Ya me voy, mañana platicamos otro ratito. Suerte.
            Paloma entendió por qué había alguien en ese horario tan feo. En realidad, para Manuel era perfecto. Se quitó el delantal y los guantes y los colgó donde le habían indicado que iban. Se despidió de su compañero. Eran las seis y cuarto. Había luz todavía y la tarde era agradable. Los rayos del sol, ya muy bajos, le daban al ambiente un color dorado que resultaba encantador, delicioso, según Paloma. Se despidió de todos y salió. Eloísa también salía y se fueron juntas.
            –¿Dónde vives, Paloma?
            Paloma dudó un poco antes de contestar, pero decidió decirle la verdad:
            –En realidad no vivo aquí. Voy de paso para Zacatecas. Ando en viaje de aventura.
            –¿Ah, sí? ¿Tan chica? ¡Qué bárbara! Y dónde vas a dormir.
            –Bueno, hoy lo tengo resuelto. Conocí a un tipo en el camión y se ofreció a pagarme el cuarto esta noche.
            –Pero ten cuidado, esos viejos son bien fastidiosos y se quieren cobrar sus dizque favores. Son unas lacras.
            –No, si ya lo vi, pero lo tengo a raya.
            –¡Qué salvaje! ¿Y cómo? ¿En qué hotel estás?
            –En el Concordia.
            –¡Uy!
            –Por eso ahí no creo que se atreva a mucho. Además, estamos en cuartos separados y aunque quiere entrar a mi cuarto, me encierro con la cadena. Ya es viejo, ha de tener unos cuarenta años. Total, corro y no me alcanza.
            –¿Viejo? –Preguntó Eloísa y se rio con muchas ganas– Ya verás cuando tengas más años.
            –Qué voy a ver. Está viejo y ya.
            –Pues cuídate mucho. ¿Y mañana dónde vas a dormir?
            –Pues no sé, buscaré un hotel barato, muy barato.
            –Pero luego es peligroso, sobre todo que estás muy chica.
            –Puedo irme a la Central de autobuses y ahí me duermo.
            –No, sí que eres aventurera. Cómo crees. Mira, yo tengo una hamaca en mi cuarto. No creo que te moleste dormir ahí si estabas dispuesta a dormir en un asiento de fierro de la Central.
            –¿De veras? Sí, yo estoy dispuesta a todo.
            –Pues no tan a todo. Tienes que cuidarte.
            –Bueno, me refiero a pasar incomodidades. No me importa. Es parte de la aventura.
            –Ah, qué Paloma. Bueno, nos vemos mañana, yo aquí doy vuelta, mi casa queda para allá.
            –Oye, ¿te puedo pedir un consejo?
            –Claro.
            –Es que me duelen un chorro las piernas y los pies. Qué será bueno.
            –Ah, pues primero, ahorita que llegues te acuestas y pones los pies para arriba, o sea, que queden en alto para que así la sangre que está agolpada se reparta mejor. Luego, te pones alguna pomada en los pies, o aunque sea crema. Te la pones y te sobas bien. Y vas a ver que con eso ya te sientes mejor. Y, sobre todo, haz algo que te guste que no sea trabajo.
            –Ay, gracias. Lo voy a hacer llegando.
            –A, pero antes date un baño. ¿Tienen tina los baños del hotel?
            –No, regadera nada más. Bueno, el mío.
            –Pues no importa, te va a relajar. Después de sobarte los pies y de descansar un rato, sal, camina un poco, disfruta la tarde. Te digo, haz algo que te guste.
            –Bueno, pus muchas gracias. Nos vemos mañana.
            –Ora, que te vaya bien.
            Paloma se fue al hotel, y siguió los consejos de Eloísa. Efectivamente, se sintió mucho mejor. Luego de que ya había descansado, sacó su cuaderno de la mochila y se puso a escribir. Le mandaría una carta a Carla y otra a su mamá. Gracias a la distancia también se había dado cuenta de que sí apreciaba a Carla y le gustaba platicar con ella, aunque fueran distintas y sus intereses y gustos no fueran los mismos. Pero antes de seguir decidió que valía la pena hacerlo afuera, en el parque que estaba enfrente de la catedral, antes de que oscureciera. La tarde era muy agradable y la vista, también. Tomó lo necesario y salió.
Hola, Carlota babas:
No es cierto, amiga. Te escribo con mucho gusto. No sabes todo lo que me ha pasado. Creo que todos los hombres se llaman Manuel, ya van cuatro que conozco con ese nombre. Y ¿qué crees?, ¡un viejo!, que le hago la plática en el camión, ya para llegar a San Luis, y que se emociona todito y me invitó el hotel, pero no creas que aflojé nada. Nos quedamos en cuartos separados y en un hotel acá, el muy menso pensó que iba a querer quedarme con él, está bien viejo. Le dije que yo lo veía como mi papá y como que se le pasó la emoción, pero a cada rato está insinuando que quiere que me acueste con él. Pero ni loca. Yo no le pedí nada, él fue el ofrecido y que “con mucho respeto” o quién sabe cómo dijo, “decente” creo. Entonces, yo de ahí me cogí para nanay. Y luego le dije a un mesero que el viejo ése era mi papá, pero que no me había quedado en su cuarto porque mi mamá (su esposa) y yo estábamos enojadas porque sospechábamos que andaba con alguien y que lo andaba fiscalizando. ¿Tú crees? Qué bárbara, puras mentiras. Y hoy conseguí un trabajo. De lavaloza o sea, lavatrastes, pero así dicen aquí. Está pesadísimo, pero como no quiero que se me acabe el dinero y quedarme ahí nomás, pues empecé. Nada más creo que estaré una o dos semanas cuando mucho aquí y luego me voy a Zacatecas. A lo mejor con lo que junte me voy ya hasta Chihuahua y allá me pongo a trabajar para juntar para el regreso. Una que trabaja en el restaurante en el que trabajo (es de chinos) me ofreció una hamaca. Acá no se usan, pero quién sabe por qué ella tiene una, me dijo, y acepté, así no voy a tener que gastar, y la comida la dan en el restaurante, así que ya la hice. Cómo ves, Carlotota, hubieras venido. Bueno, pero yo te cuento de todos modos. La bici la vendí. Ah, pero no te he dicho lo peor, una tragedia: ¡Ya no hay trenes! ¿Tú crees que ya los quitaron así nada más de repente? Chillé, fue horrible, me sentí remal. Ya ves que era lo que quería y que los trenes y que no sé qué. Pero yo dije, yo le sigo en camión porque allá en Chihuahua sí hay uno todavía, así que ora con más razón me voy hasta allá. Anoche dormí en la Central de autobuses, cansadísimo, ya le andaba sacando y hasta lloré, pero aguanté vara. Bueno, ya me voy, voy a escribirle a mi mamá. Ahí te vuelvo a escribir después.
Hola, mamita querida:
Pues aquí ando. Espero que mi papá no se haya enojado mucho contigo, perdóname por eso. Yo estoy muy contenta y sigo con mi viaje. Me ha ido bien, he tenido muchas experiencias y aunque apenas han pasado casi cinco días, he aprendido mucho en este viaje. Los extraño a todos. He tenido que resolver varias cosas y ahora sé todo lo que hacen por mí, pero es importante que yo aprenda a hacer sola todo. Estoy muy contenta y muy cansada. Hoy empecé a trabajar. Es la primera vez en mi vida que lo hago y estoy contenta, aunque es muy pesado, pero será por poco tiempo, pues es nada más para juntar un poco más dinero del que ya tenía. No quiero quedarme a medio camino sin nada. Me he medido mucho en mis gastos y ahora ya sé que no es fácil administrarse. Salúdame a Azucena, y a mi papá, por supuesto. Luego te escribo otra vez. Todo bien y no se preocupen. ¡Y déjenme, por favor! Dile a mi papá que no me busque, que estoy bien y que voy a regresar. Sé cuidarme. Ya te contaré todo lo que he pasado, pero no te asustes, todo es bueno. Gracias por lo que me han enseñado. Un beso. Te quiero mucho. Paloma.


El otoño

El tiempo sigue su marcha y estamos ya en un nuevo ciclo, que tiene su encanto, por supuesto, aunque la vida en el exterior se reduce drásticamente. Por lo menos hay que abrigarse con bastantes prendas más para poder salir sin entumirse. Y francamente yo le saco. Pero no dejo de disfrutar lo hermoso del paisaje. Es el regalo que deja el verano antes de que muchos de los árboles queden completamente desnudos, y el entorno se vuelva ramajudo. 


La iglesia de Nes, allá lejos




Tres, el gato visitante


Los árboles guardan un poco de sol
antes de que llegue el invierno.
Así no es tan brusco el cambio.

El contraste es fascinante





















Y el otoño se estrenó aquí con mucha lluvia, o el verano se despidió así, según como lo quieran ver. Tanta, que se inundó el muelle. Hubo, en la región, mucho desastre por eso, sobre todo para los agricultores y gente que vivía en las orillas de ríos y lagos. En todos lados se cuecen habas. Para nosotros, por fortuna, no pasó de ser un espectáculo. Ya después hubo que ir al rescate del velero y luego a ayudar a limpiar la playita que quedó hecha un desastre. 
   Un día, camino a la escuela, me tocó ver desde el coche a tres vacas; iban saliendo con mucho trabajo del río, que las arrastraba, pues se había desbordado corriente arriba. Pobres. Tenían el pánico en el rostro. Pánico de vacas. Lo bueno es que habían logrado salir, aunque no supieran ni dónde estaban. Ya no supe qué fue de ellas. Los tráilerpark que suelen estar a la orilla de ríos y lagos, por supuesto que se inundaron. Mucha gente vive allí de manera permanente, no sé por qué, así que tuvieron que trasladarse, ahora sí que con todo y casa a lugares más altos. Ahorita ya están otra vez instalados.
  
Nótese hasta dónde llegó el agua

Se nota el muelle bajo el agua

Unos gansos visitantes

Ya se iban los gansos que, por cierto,
 los hay por cientos en el lago 

Y luego, como decía, hubo que ir al rescate del velero.


Apenas si se ve el remolque



Y luego a ver el resultado del desastre




Parte de los desastres

Normalmente el agua está  a unos
20 metros de donde estaba yo parada

Todo esto hubo que limpiar, cuando ya bajó el agua

Luego de juntar todo lo que llegó: paja por montones, de la que ya estaba empacada en los campos río arriba y que fue arrastrada por la corriente y llegó hasta el lago (y más allá), pedazos de cercas, palos y troncos por montones, lo juntamos e hicimos una hoguera inmensa. Tres días duró esa tarea. Nosotros sólo estuvimos un día, pero entero. Era noche de luna, justo antes del eclipse


Un descansito
.









Y luego a seguirle

La Luna, al fondo

Y hasta bailamos
:















   En la madrugada nos levantamos a ver el eclipse. No hay fotos, porque la cámara del teléfono no captaba la imagen roja de la Luna, quién sabe por qué, alguien que sepa de óptica, que nos lo explique. De manera que después de toda esa chamba y del desvelo, al día siguiente estábamos enfermos, parte porque nos debilitamos y parte porque traíamos ya un virus dentro que sólo esperaba una oportunidad, y la encontró. Ya estamos casi bien, gracias.  :-)

     Ya por último y para que no se aburran de más, añadiré unas imágenes de Kongsberg, que es una ciudad cercana a la que Erik tuvo que ir por trabajo y yo me agregué por placer.



El río

Unos patos en un remanso del río
Allá al fondo, en el centro, se ve una escultura

La escultura, ya del otro lado y de cerquita













   ¿Y el pan?, se preguntarán. ¡El pan sigue!, al menos para nosotros:

¡RECUÉEEEEEEERDENME! ;-)
Ah, no, perdón, faltaron sólo unas imágenes más, pero valen la pena (denle clic y véanlas en grande):



Un hermoso y peculiar atardecer

Cortesía de Erik


Algo faltó del verano

En realidad faltó muchísimo, pero ni modo de agobiarlos. Otra actividad que hicimos fue salir en bicicleta, ir al pueblo más cercano, pasar a la panadería no bien abrieran y tomarnos un café con pan. Disfrutamos también esos paseos. 
    
     Otro fin de semana fuimos a la casa de un amigo de Erik, que también es su jefe. El caso es que fuimos y aunque no hubo mucho solecito que digamos, fue muy agradable. Aquí unas imágenes del lugar, aunque se vean chiquitas, denle clic a cualquiera y ya las pueden ver en grande:

No sé cómo se llaman esos arbustos, pero a poco no son bonitos

Un laguito cercano

La caballeriza
El refugio de Gun, bajo las rocas


La casa está junto a una mole de granito
La pasamos bien, sin duda. 
     
Otra de nuestras actividades fue la vela. Nuestro velero es chiquito y realmente no tuvimos ningún día de viento (una vez armado el velero, quiero decir, porque viento sobra, lo que pasa es que estuvo guardado) que nos permitiera ir muy rápido, salvo por ratitos, pero estuvo bien para mí, porque apenas ando aprendiendo. Al principio me daba miedo, pero ya ahora me subo y me bajo con facilidad y ya sé un poco de las maniobras: puedo montar la vela del foque con facilidad, y la botavara sólo con ayuda. ¿Arroooooooz? Se disfruta el lago aunque el viento sea suave.




Aquí el capitán muy pro

Ya caía la noche

Gracias a la luna pudimos atracar

Finalmente, he de contarles que hacia el final del verano hay toda clase de bayas, que en noruego se llaman bær (lo que equivale a baya en español y a berry, en inglés). Una de ésas son las blåbær, es decir, las bayas azules. Cuando regresamos de vacaciones, en la escuela nos llevaron de excursión a recolectarlas. Después se acostumbra hacer mermelada y pasteles y lo que sea para aprovecharlas. Aquí por la casa se dan las frambuesas y comimos muchas y también cosechamos e hicimos nuestra mermelada. Hacer mermeladas, pues, es otra actividad veraniega. Tenemos mermelada de ruibarbo (que me encontré un día que salí a andar en bici), de las bayas azules, de frambuesa y de ciruela (en la zona hay muchas huertas de ciruela, cerezas, manzanas y peras); de cereza no, porque mejor nos las comimos todas :-)



Listo para comerse.

Se antoja, ¿no?

Mmmmm






































     Todo esto no quiere decir que no eche de menos mi terruño México, ni mi terruño adoptivo, Xalapa. Me gustaría compartir todo esto con ustedes, hijos, hermanos, amigos, que estuvieran aquí. Sé que no es fácil el viajecito, pero vale la pena. Anímense. Hagan sus ahorros y procuren venir cuando no sea temporada vacacional para que les salga más baras. No se arrepentirán. Del invierno todavía no hablo. Los extraño a todos y cómo me gustaría salir con ustedes a andar en bici, a recoger bayas, a nadar, a caminar por las montañas o simplemente alrededor del lago, cocinar, que mi Fiera o mis Tines me recibieran al llegar... Un día ¡vengan...!

miércoles, 7 de octubre de 2015

Hace tanto tiempo...

Ya no supe en qué me quedé. Supongo que en que empezaba el verano, porque han de haber notado (espero) que desde entonces no he escrito nada. Y es que es magnífico. Imposible quedarse dentro y con los días tan largos uno duerme poco y sólo quiere estar afuera disfrutando del verdor, que es increíble. Me estrené nadando. El agua nunca estuvo siquiera tibia, pero mis ansias eran muchas. Mentalmente me dije: haz de cuenta que es invierno en Xalapa y con eso me animé. La temperatura del agua es semejante a la de la alberca de la UV en invierno. Claro, sólo los que la conocen sabrán a qué me refiero, así que precisaré que la temperatura del agua era de 18 grados, lo cual es bastante frío. Y a las pruebas me remito, por si quieren probar: llenen una tina y pónganla a esa temperatura, luego sumérjanse y van a ver si no rompen su propio récord, cuando menos, aunque sea en la tina.
Mojándome la cara para atemperarme
¡Al agua, Pata!

Ese primer día di tres vueltas desde la orilla hasta el puntito ése.
Es una boya. Ya después llegué hasta 6. No más.


Un dos, un dos, un dos...

Ah, jijo, está rehelada
}















Luego, como recordarán, sembramos nuestra pequeña hortaliza y por supuesto fue creciendo.



Las flores de las papas

Las papas

Los betabeles

Las zanahorias

Y mi maicito :-(
Eso nos llenó de contento y ahora, en el otoño, seguimos cosechando zanahorias y betabeles. El maíz no ha crecido tanto, porque lo sembré tarde. Probablemente se va a helar antes de que siquiera espigue. Pero ya tomé nota para el año próximo y aprendí de un granjero de por acá que hay que sembrar debajo de plástico para que las últimas heladas no afecten las semillas y así empiecen a germinar antes de que llegue el buen tiempo y le dé tiempo de dar los elotes antes de que vuelva el frío. Pero bueno, aquí les enseño:

Quitándoles la tierra

Las zanahorias todavía estaban chiquitas

Papas rosadas. También sembramos blancas.
Ya nos comimos casi todas :-)

      Dentro de la casa, las plantas no se quedaron atrás. El epazote prosperó de una manera increíble. Creo que todas las semillas que planté crecieron. Hasta regalé unas plantitas a Irma, mi paisana de por acá. Las especias también florearon. Parece que la casa y sus dos habitantes les cayeron bien.
Ahorita está todavía más frondoso
y ya va a echar semillas. ¡Epazote noruego!

Una quesadilla hjemelaget (eso quiere decir hecha
en casa: la tortilla y el epazote)




















Y aquí las florecitas:
Albahaca

Cilantro

Estragón

Orégano

Menta

También hicimos algunas excursiones a la montaña. Cansado, pero muy bonito. ¡Pura piedra! Noruega es un país de roca, sólo el 3% de su territorio es tierra cultivable. ¡Muy poquito! Lo demás es bosque o montaña... de roca vil.
Desde media altura
Para sentarse a ver el panorama

Desde más arriba


Erik, bien de buenas ;-)

De piedra ha de ser la camaaaa, de piedra la cabeceraaaa


Ya de bajada

Un alto en el camino

Muy contentita

































 
     En resumen, el verano fue muuuuuuy agradable. Se disfruta muchísimo después del largo invierno, al que, por cierto, ya nos enfilamos. ¡Qué miedo! Pero ya hoy probé parte de mi atuendo invernal, pues hoy fue un día bastante frío, claro, para mí, pero ya todo mundo sale abrigado. Los noruegos se cuidan y debo imitarlos: si se abrigan, me abrigo, si se desabrigan... sigo abrigada. ¡Qué dijeron...!