jueves, 8 de octubre de 2015

Capítulo 14

 Un oficio agotador
Paloma salió a la calle con el ánimo en alto e hizo un recuento de los días que habían pasado desde su salida. Ya era jueves. Debía darse prisa, pues al acercarse el fin de semana, tal vez la contrataran hasta el lunes siguiente. Ése sería un inconveniente, porque entonces tendría que pagar hospedaje hasta entonces, así que decidió que rechazaría cualquier trabajo que no empezara al momento. Sólo quería ahorrar un poco más de dinero. De hecho, tenía completo lo de la bicicleta y pensó que si no encontraba nada allí, tal vez debería buscar en otra ciudad, en Zacatecas, que era su siguiente parada. Pero por el momento, seguiría buscando. Este día estaba resuelto en cuanto a las comidas y dónde dormir. Después de ese inmenso desayuno, seguramente no tendría hambre hasta en la noche.
            Preguntó a una persona por una de las direcciones del periódico, y le dio enseguida las indicaciones. “Se solicita muchacha joven con ganas de trabajar”, era lo único que decía. Eso implicaba que habría muchas que solicitarían el trabajo e incluso a esa hora ya estaría dado, aun así fue a la dirección. Efectivamente, el trabajo estaba ya ocupado, era en una farmacia, de encargada, tarea que le parecía aburridísima, así que no sintió que fuera ninguna pérdida.
            En el trayecto, pasó por un restaurante chino en el que había un letrero: “Se solicita lavaloza”. “Ah, pues eso es fácil, lo puedo hacer sin ningún problema y de seguro, tampoco lo será mi ropa ni cómo me veo.” Y entró. La paga era poca, pero empezaría de inmediato, podría comer allí el menú de los empleados, y descansaban los lunes. Su preocupación era dónde dormir al día siguiente, pero eso lo resolvería en el momento, así que no lo pensó mucho y aceptó. El horario era de ocho a cuatro; había otro de tres a once, y ya estaba ocupado. Paloma se preguntó: “¿Quién podrá preferir ese horario tan horrible?” Como ya eran las diez, le dijeron que si se quedaba, saldría hasta las seis, y que ya al día siguiente sería en el horario acordado. No le pareció mal y accedió.
            “Vaya, no estuvo tan difícil, pensé que no iba a encontrar nada. ¿No que no hay trabajo?”, se dijo.
            Enseguida le dieron un delantal y le indicaron su lugar de trabajo: un fregadero que resultaba minúsculo ante el cerro de trastos sucios que había. Lo vio y aunque parecía imposible encontrar por dónde empezar, aceptó la situación y no se amilanó. Le indicaron dónde estaban los detergentes, escobetas, cepillos, fibras, esponjas, piedras pómez y demás artículos para su trabajo. Le dieron unos guantes no muy nuevos, le mostraron dónde poner los trastes ya lavados y la urgieron a que empezara de inmediato.
            Paloma puso manos a la obra. Todavía había gente desayunando, de manera que seguían llegando trastes. Los restos de comida se vaciaban en una cubeta y todo lo demás, en otra: servilletas, palillos, la envoltura de las galletas de la suerte, los manteles desechables y cualquier otra cosa. Los meseros tenían la obligación de hacer esta tarea previa y los trastes debían llegar sin ningún resto al fregadero. Eso le dijeron. Pero no todos lo hacían, así que empezó a reclamarles a quienes no lo hacían de ese modo. Eso le creó enemistades inmediatas.
Lo que le esperaba a Paloma
            Lo primero que hizo fue tratar de ordenar el fregadero para encontrar el hilo inicial de esa tarea, y empezó a poner algunos platos en el suelo, por lo que al entrar los meseros con más loza, empezaron a tropezarse y, por supuesto, a increparla. De inmediato fue el dueño, un chino joven, seguramente hijo de los iniciadores del negocio, pensó Paloma, porque ya no hablaba como chino.
            –¿Qué pasa? –Preguntó molesto.
            –Pues es que trato de ver por dónde empiezo, esto es un desorden.
            –Pero no pongas nada en el suelo, vienen los de Salubridad y me cierran, así que resuelve de otro modo el problema.
            –Sólo era un ratito, mientras acomodo.
            –Pues ni un ratito ni nada. Quítalos de ahí, súbelos a algún lado, pero no en el suelo.
            –Está bien –contestó Paloma, un poco intimidada por el chino, y puso parte de los trastes sucios donde iban los limpios.
            Nuevos reclamos. Y el chino otra vez.
            –¿Qué pasa? –preguntó más molesto que en la ocasión anterior.
            –Es que…
            –Es que nada –la interrumpió el chino–. Si no puedes, deja el trabajo. Lo estás entorpeciendo todo.
            –No, es que…
            –Ya dije que es que nada. ¡Empieza a trabajar! ¡Sólo pierdes el tiempo!
            –Sí, está bien –respondió Paloma con voz apagada.
            Ya había logrado acomodar un poco en esos dos momentos y pudo por fin comenzar a lavar. Los reclamos cesaron y los trastes fueron fluyendo. Pero en cuanto lavaba algunos, éstos eran utilizados casi de inmediato y siempre llegaban más y más. Paloma se preguntó a qué hora dejarían de llevarle trastes. No veía el momento de que terminara la hora del desayuno y no se atrevía a preguntar, porque todos habían sido un poco agresivos con ella, hasta que al fin, en un respiro, preguntó a la que parecía ser la segunda del chino.
            –¿Y a qué horas se acaba esto?
            La mujer, de unos treinta años, delgada y bonita, se rio y le contestó:
            –Ay, mhija. Nunca. Bueno, a las doce baja un poquito y hay un respiro, pero a la una vuelve a empezar el trajín, así que esa hora la utilizamos para reorganizarnos un poco y que no nos encamotemos.
            –¿Cómo?
            –Así se dice cuando llega tanta gente que ya no sabemos que hacer: se nos juntan servicios, las comandas no salen, los trastes no alcanzan, todo al mismo tiempo, pero si nos organizamos bien, todo sale mucho mejor. Así que ponte lista. Y aprovecha esa hora para ver cómo le vas a hacer y no se te junte el trabajo. Y no esperes a que haya mucha loza, lava lo que vaya llegando de inmediato. Es el mejor consejo que te puedo dar. ¿Ves cómo estaba cuando llegaste? Pues eso era de una hora apenas, porque nos turnamos para lavar, pero cuando ya se junta la gente, todos mesereamos. ¿Cómo te llamas?
            –Paloma.
            –Ay, inocente Palomita. Yo soy Eloísa. A ver cuánto aguantas. Los lavalozas no duran.
            –Sí, se ve que es pesado.
            –Hay clientes, ahí nos vemos. Abuzada.
            El pronóstico, al parecer, era poco halagüeño. La cosa era de aguante. Pero Paloma estaba dispuesta a pasar esa prueba. Y así fue transcurriendo el tiempo sin darse cuenta, pues, efectivamente, sólo tuvo un respiro y sí aprovechó el consejo de Eloísa; luego de la pausa todo salió un poco mejor.
            “Tienen razón en no durar, no paras y casi no hablas con nadie, no ves nada más que el fregadero y los trastes y lo único que dices, si acaso, es ‘ya voy’, ‘enseguida’, ‘ya lo estoy lavando’, ‘ya está’. Y cuando está muy lleno, ni eso, todos están metidos en la prisa. Bueno, no debo quejarme, quería trabajo y lo encontré, además de que no me voy a quedar mucho tiempo.”
            A Paloma se le pasó el tiempo con rapidez, no tenía la menor idea de la hora, hasta que de pronto alguien le dijo:
            –Sobres, pa fuera. ¿O quieres quedarte y hacer mi trabajo?
            Era su relevo del siguiente turno, el del horario horrible. Paloma, sorprendida porque no lo había visto llegar, respondió:
            –No, es todo tuyo.
            –Hola, ya llegó tu salvador. ¿Cómo te llamas?
            –Paloma. ¿Y tú? No, no me digas. Te llamas Manuel.
            –¿Cómo supiste?
            –Es que tienes cara de Manuel.
            –¿Y cómo es? ¿Fea?
            –No, simpática, buena onda.
            –Ah, vaya. Qué, ¿y ahí te vas a quedar? Te advierto que al jefe Li no le gusta que estemos platicando ni que estorbe uno.
            –No, sí, ya me voy. Me duelen las piernas horrible, y los pies.
            Manuel miró los zapatos de Paloma y le dijo:
            –Tal vez unos tenis buenos te ayuden más. ¿Aguantarás mucho tiempo?
            –No creo.
            –Uy, qué zacatona.
            –No, no es que le saque. Es que ando viajando y necesito el trabajo nada más para juntar algo de dinero y seguirle.
            –¿En serio? Qué aventurera. Me gustaría hacer lo mismo, pero tengo que ayudar a mi familia. En la mañana voy a la prepa y en la tarde chambeo. Tengo dos hermanos en la primaria y vivimos solos, porque mi mamá se murió hace un año y mi papá ni sus luces, ya sabes. Se apareció apenas hace una semana y que quería estar con nosotros, pero le dijimos que no, porque no le creímos. Le avisamos desde que mi mamá estaba muy grave y no fue para echarnos la mano, ni entonces ni cuando se murió. Yo tuve que ver todo eso, y una vecina me ayudó, porque como entonces era menor de edad, había trámites que no me dejaban hacer…
            –¡A trabajar! –Interrumpió el chino Li y a Paloma le dijo que ya se fuera.
            –Híjole, qué historia. Ya me voy, mañana platicamos otro ratito. Suerte.
            Paloma entendió por qué había alguien en ese horario tan feo. En realidad, para Manuel era perfecto. Se quitó el delantal y los guantes y los colgó donde le habían indicado que iban. Se despidió de su compañero. Eran las seis y cuarto. Había luz todavía y la tarde era agradable. Los rayos del sol, ya muy bajos, le daban al ambiente un color dorado que resultaba encantador, delicioso, según Paloma. Se despidió de todos y salió. Eloísa también salía y se fueron juntas.
            –¿Dónde vives, Paloma?
            Paloma dudó un poco antes de contestar, pero decidió decirle la verdad:
            –En realidad no vivo aquí. Voy de paso para Zacatecas. Ando en viaje de aventura.
            –¿Ah, sí? ¿Tan chica? ¡Qué bárbara! Y dónde vas a dormir.
            –Bueno, hoy lo tengo resuelto. Conocí a un tipo en el camión y se ofreció a pagarme el cuarto esta noche.
            –Pero ten cuidado, esos viejos son bien fastidiosos y se quieren cobrar sus dizque favores. Son unas lacras.
            –No, si ya lo vi, pero lo tengo a raya.
            –¡Qué salvaje! ¿Y cómo? ¿En qué hotel estás?
            –En el Concordia.
            –¡Uy!
            –Por eso ahí no creo que se atreva a mucho. Además, estamos en cuartos separados y aunque quiere entrar a mi cuarto, me encierro con la cadena. Ya es viejo, ha de tener unos cuarenta años. Total, corro y no me alcanza.
            –¿Viejo? –Preguntó Eloísa y se rio con muchas ganas– Ya verás cuando tengas más años.
            –Qué voy a ver. Está viejo y ya.
            –Pues cuídate mucho. ¿Y mañana dónde vas a dormir?
            –Pues no sé, buscaré un hotel barato, muy barato.
            –Pero luego es peligroso, sobre todo que estás muy chica.
            –Puedo irme a la Central de autobuses y ahí me duermo.
            –No, sí que eres aventurera. Cómo crees. Mira, yo tengo una hamaca en mi cuarto. No creo que te moleste dormir ahí si estabas dispuesta a dormir en un asiento de fierro de la Central.
            –¿De veras? Sí, yo estoy dispuesta a todo.
            –Pues no tan a todo. Tienes que cuidarte.
            –Bueno, me refiero a pasar incomodidades. No me importa. Es parte de la aventura.
            –Ah, qué Paloma. Bueno, nos vemos mañana, yo aquí doy vuelta, mi casa queda para allá.
            –Oye, ¿te puedo pedir un consejo?
            –Claro.
            –Es que me duelen un chorro las piernas y los pies. Qué será bueno.
            –Ah, pues primero, ahorita que llegues te acuestas y pones los pies para arriba, o sea, que queden en alto para que así la sangre que está agolpada se reparta mejor. Luego, te pones alguna pomada en los pies, o aunque sea crema. Te la pones y te sobas bien. Y vas a ver que con eso ya te sientes mejor. Y, sobre todo, haz algo que te guste que no sea trabajo.
            –Ay, gracias. Lo voy a hacer llegando.
            –A, pero antes date un baño. ¿Tienen tina los baños del hotel?
            –No, regadera nada más. Bueno, el mío.
            –Pues no importa, te va a relajar. Después de sobarte los pies y de descansar un rato, sal, camina un poco, disfruta la tarde. Te digo, haz algo que te guste.
            –Bueno, pus muchas gracias. Nos vemos mañana.
            –Ora, que te vaya bien.
            Paloma se fue al hotel, y siguió los consejos de Eloísa. Efectivamente, se sintió mucho mejor. Luego de que ya había descansado, sacó su cuaderno de la mochila y se puso a escribir. Le mandaría una carta a Carla y otra a su mamá. Gracias a la distancia también se había dado cuenta de que sí apreciaba a Carla y le gustaba platicar con ella, aunque fueran distintas y sus intereses y gustos no fueran los mismos. Pero antes de seguir decidió que valía la pena hacerlo afuera, en el parque que estaba enfrente de la catedral, antes de que oscureciera. La tarde era muy agradable y la vista, también. Tomó lo necesario y salió.
Hola, Carlota babas:
No es cierto, amiga. Te escribo con mucho gusto. No sabes todo lo que me ha pasado. Creo que todos los hombres se llaman Manuel, ya van cuatro que conozco con ese nombre. Y ¿qué crees?, ¡un viejo!, que le hago la plática en el camión, ya para llegar a San Luis, y que se emociona todito y me invitó el hotel, pero no creas que aflojé nada. Nos quedamos en cuartos separados y en un hotel acá, el muy menso pensó que iba a querer quedarme con él, está bien viejo. Le dije que yo lo veía como mi papá y como que se le pasó la emoción, pero a cada rato está insinuando que quiere que me acueste con él. Pero ni loca. Yo no le pedí nada, él fue el ofrecido y que “con mucho respeto” o quién sabe cómo dijo, “decente” creo. Entonces, yo de ahí me cogí para nanay. Y luego le dije a un mesero que el viejo ése era mi papá, pero que no me había quedado en su cuarto porque mi mamá (su esposa) y yo estábamos enojadas porque sospechábamos que andaba con alguien y que lo andaba fiscalizando. ¿Tú crees? Qué bárbara, puras mentiras. Y hoy conseguí un trabajo. De lavaloza o sea, lavatrastes, pero así dicen aquí. Está pesadísimo, pero como no quiero que se me acabe el dinero y quedarme ahí nomás, pues empecé. Nada más creo que estaré una o dos semanas cuando mucho aquí y luego me voy a Zacatecas. A lo mejor con lo que junte me voy ya hasta Chihuahua y allá me pongo a trabajar para juntar para el regreso. Una que trabaja en el restaurante en el que trabajo (es de chinos) me ofreció una hamaca. Acá no se usan, pero quién sabe por qué ella tiene una, me dijo, y acepté, así no voy a tener que gastar, y la comida la dan en el restaurante, así que ya la hice. Cómo ves, Carlotota, hubieras venido. Bueno, pero yo te cuento de todos modos. La bici la vendí. Ah, pero no te he dicho lo peor, una tragedia: ¡Ya no hay trenes! ¿Tú crees que ya los quitaron así nada más de repente? Chillé, fue horrible, me sentí remal. Ya ves que era lo que quería y que los trenes y que no sé qué. Pero yo dije, yo le sigo en camión porque allá en Chihuahua sí hay uno todavía, así que ora con más razón me voy hasta allá. Anoche dormí en la Central de autobuses, cansadísimo, ya le andaba sacando y hasta lloré, pero aguanté vara. Bueno, ya me voy, voy a escribirle a mi mamá. Ahí te vuelvo a escribir después.
Hola, mamita querida:
Pues aquí ando. Espero que mi papá no se haya enojado mucho contigo, perdóname por eso. Yo estoy muy contenta y sigo con mi viaje. Me ha ido bien, he tenido muchas experiencias y aunque apenas han pasado casi cinco días, he aprendido mucho en este viaje. Los extraño a todos. He tenido que resolver varias cosas y ahora sé todo lo que hacen por mí, pero es importante que yo aprenda a hacer sola todo. Estoy muy contenta y muy cansada. Hoy empecé a trabajar. Es la primera vez en mi vida que lo hago y estoy contenta, aunque es muy pesado, pero será por poco tiempo, pues es nada más para juntar un poco más dinero del que ya tenía. No quiero quedarme a medio camino sin nada. Me he medido mucho en mis gastos y ahora ya sé que no es fácil administrarse. Salúdame a Azucena, y a mi papá, por supuesto. Luego te escribo otra vez. Todo bien y no se preocupen. ¡Y déjenme, por favor! Dile a mi papá que no me busque, que estoy bien y que voy a regresar. Sé cuidarme. Ya te contaré todo lo que he pasado, pero no te asustes, todo es bueno. Gracias por lo que me han enseñado. Un beso. Te quiero mucho. Paloma.


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