Tronó la bomba
Ya
eran las nueve de la noche. Antonio no tardaría en llegar. Nieves, como de
costumbre, tenía ya lista la cena. Había procurado hacer algo ligero,
atendiendo la recomendación de Azucena y había tenido la precaución de hacer té
de tila y de boldo. Le daría una taza de tila antes de cenar a Antonio y ella
tomaría una más, lo cual sumaría ya casi un litro desde que llegó a la casa. La
situación lo ameritaba. Gracias a ello se sentía bastante serena para enfrentar
la tormenta que se avecinaba. En eso cavilaba, cuando el ruido de las llaves en
la puerta la sacó de sus pensamientos. Respiró profundo y esperaba ya la voz de
Antonio, cuando en su lugar oyó la de Azucena.
–Hola.
–¿Y eso? ¿Tan temprano?
–Pues no tuvimos la última clase, así
que salimos antes. De churro.
Nieves le contó el plan, que dada su
llegada se había modificado un poco, pero solamente en cuanto al orden de las
acciones. Lo demás sería como lo había pensado y a ver qué pasaba. Enseguida le
sirvió también una taza de tila a su hija y la puso en la mesa, mientras
Azucena iba a dejar sus cosas y al baño. En ese momento sonó nuevamente la
chapa de la puerta, y Antonio dijo desde la puerta:
–Holaaa.
–Hola, Antonio, ¿cómo te fue?
–Bien –dijo Antonio y fue directo a
darle el beso acostumbrado a Nieves. Antonio vio la taza humeante en la mesa y
dijo:
–Me adivinaste el pensamiento, venía
pensando en una tacita de té, calientito, rico.
–Pues siéntate –dijo Nieves y sirvió
otras dos tazas.
Antonio las observó y preguntó:
–¿Qué, hay alguna visita?
–No, es Azucena, que ya llegó.
–¿Y eso? Yo que venía como un tigre…
–dijo y enseguida le dio un beso apasionado en la boca a su esposa, y agregó–,
después de tomarme mi té, claro, pero primero voy al baño, ya me anda.
Nieves sonrió y dijo:
–Es que salió temprano, así que
cenaremos los tres.
–¿Y Paloma?
–No, ella no –dijo Nieves evadiendo
la pregunta de Antonio.
En ese momento llegó Azucena, saludó
a su papá con un beso y éste se fue despojando de saco, corbata y camisa
mientras iba al baño. En la cocina quedaron las dos mujeres. Nieves estaba
nerviosa pese al litro de tila y bebió una taza más. Pero por lo mismo, tenía
urgencia de ir al baño. No dijeron nada sobre Paloma y Nieves le pidió que por
favor cuidara que no se quemara la cena mientras iba al baño, pues ya Antonio
se oía llegar.
–¿Y ora, a dónde vas? –Preguntó
Antonio.
–Al baño, qué metiche.
–Uy, no te esponjes –dijo Antonio de
buen humor y añadió–, pues apúrate que tengo buenas noticias.
Nieves se sintió preocupada por un
momento, pues iba a contrastar lo que ella iba a decirle a su esposo con las
buenas nuevas que al parecer él traía. Pero al mismo tiempo descansó un poco al
ver que Antonio estaba de buenas. Regularmente llegaba harto del trabajo, del
tráfico y con hambre, lo que acentuaba su mal humor. Era un punto a favor,
pensó. Fue rápido al baño, orinó casi el litro que traía encima y regresó
bastante tranquila: la tila era muy efectiva. Azucena y Antonio disfrutaban de
su taza y platicaban animadamente.
–¿Ya quedó?
–Qué –preguntó Azucena.
–Caliente la cena –contestó Nieves.
–Sí, ya. Oye, qué rico está este té
–dijo Azucena.
–Sí, ¿eh? Sería buena idea tener un
tecito de estos cada que llego del trabajo. Me cayó muy bien –corroboró
Antonio.
–Tienes razón, no lo había pensado, pero
es buena idea –respondió Nieves con sinceridad y pensando en por qué no se le
había ocurrido antes, dado el mal humor cotidiano de Antonio y se le vino a la
memoria el dicho de “no hay mal que por bien no venga”, debido a la situación, y
finalizó–, así será.
–Pues ya vamos a cenar, ¿no? –dijo
Antonio.
–Sí, ahorita les sirvo –respondió
Azucena sorprendiendo a sus padres, que dijeron al unísono:
–¿Tú?
–Sí, qué tiene.
–No, nada, hija –dijo Antonio–, es
sólo que no es lo habitual, regularmente no te gusta hacer eso.
–Pues hoy me dieron ganas. Además,
tampoco es habitual que cenemos al mismo tiempo… ni que llegues de buenas.
–Estás sacando boleto… Bueno, ¿y tú
por qué llegaste temprano? –preguntó Antonio y añadió–. Me frustraste aquí una
escena de amor con tu mamá en plena cocina.
–¡Antonio! –reclamó Nieves.
–Es que no tuvimos la última clase
–respondió Azucena–, así que salimos temprano. Y qué bueno, porque el día había
sido muuuy pesado.
Azucena sirvió los tres platos y cenaron
tranquilamente, comentando los acontecimientos del día de cada quien y las
noticias periodísticas del día. Antonio y Azucena se interesaban por la vida
política del país, de lo cual Nieves opinaba siempre con timidez, pero padre e
hija disfrutaban esas conversaciones y arreglaban todos los problemas
nacionales en sus charlas. Nieves había preparado fruta picada y con eso
terminaron la cena. Además les ofreció otra taza de té.
La cual aceptaron
gustosos. Nieves pensó que ya no había más tiempo y era el momento de iniciar
el trago amargo. Sacó la carta de un cajón de la cocina y la puso en la mesa
sin decir nada a Antonio al respecto, pero sí cambió el tono y empezó:
–Tengo que decirte algo.
–Ah, yo también, ya no me acordaba
–interrumpió Antonio–, qué creen, me mandan a Chihuahua a trabajar, sólo unos
días.
–¿A Chihuahua? –preguntaron a coro y
sorprendidas Nieves y Azucena.
–Sí, por qué les parece tan raro.
–No, por nada. Bueno, ahorita vas a
ver –dijo Nieves y agregó–, tengo que decirte algo importante.
–Uy, qué seria, ¿es grave? O qué
–preguntó intrigado.
–Pues grave, no, pero sí es
importante y tal vez no te guste.
–Bueno, ya, dime de una vez,
¿Azucena está embarazada?, o qué, ¿por eso está aquí?
–Ay, papá.
–Pues tu mamá le hace tanto al cuento,
tú estás aquí, lo cual es tan poco común, qué quieres que piense.
–Se trata de Paloma –interrumpió
Nieves.
–¿Ella está embarazada?
–No –contestaron Nieves y Azucena al
mismo tiempo.
–Entonces díganme ya –pidió Antonio
empezando a cambiar de humor.
–Mira –empezó Nieves decidida a no
parar hasta terminar toda la historia–, el lunes, Paloma salió igual que
siempre, muy temprano, pero se fue en bicicleta.
–¿Y para eso tanto teatro?
–interrumpió Antonio.
–Deja hablar a mi mamá –intervino
Azucena y Nieves siguió.
–Pero no fue a la escuela, decidió
irse de viaje, supuestamente a Chihuahua. Pero en realidad no sé dónde está
exactamente, ayer habló, no me dijo desde dónde, y escribió esta carta, pero no
se entiende bien de dónde la mandó, no se puede leer el sello. Aquí está, si
quieres leerla.
Antonio fue cambiando de semblante
conforme Nieves iba describiendo la situación, y cuando Nieves le dio la carta
de Paloma explotó:
–¡Y tú sabías todo eso desde el principio!, ¡que se quería
ir y no hiciste nada! –gritó Antonio enfurecido al tiempo que daba un puñetazo
en la mesa y siguió cada vez más enojado–. ¡Y yo de pendejo sin saber nada! ¡Y
tú dejando a tu hija a merced de no sé qué peligros!, ¡qué no te das cuenta de
que es casi una niña, estúpida! ¡Y yo como imbécil creyendo que estaba dormida!
¡Qué hija de la…!
–¡No insultes a mi mamá!
–interrumpió Azucena y continuó–, además, Paloma ya no es una niña, ¿no se dan
cuenta de que ya crecimos? Y si habló ayer, es que está bien. Mal que no se
supiera nada de ella.
Nieves intervino nuevamente:
–¡Yo no sabía nada, cómo crees! Ese
lunes en la tarde, como Paloma no llegaba, yo estaba preocupada y me di cuenta
de que algo había pasado cuando habló Carla preguntando por ella, pero primero
me hizo un cuento chino que al principio me creí, ya después, cuando volvimos a
hablar me di cuenta de que estaba ocultándome algo y luego de mucho insistir me
dijo finalmente los planes de Paloma, porque Carla tampoco sabía que Paloma ya
se había ido. Nadie lo sabía. Carla me dijo que le había dicho que se fueran
juntas a viajar en tren, pero Carla no quiso. Me contó que Paloma había estado
ahorrando y que había hecho pulseras para venderlas en la escuela y de ahí
había sacado algo de dinero, y que también habían hecho galletas en la casa de
Carla y de ahí también había sacado otro poco. Y que iba a vender la bicicleta.
¡Yo no sabía nada!
–Pero en lugar de decírmelo luego,
luego, te quedaste calladota y además me dijiste mentiras, porque ese día
dijiste que ya estaba dormida y no sé qué de su horario, que se desmañanaba y
que las hilachas. ¡No me dijiste nada y ya sabías que se había ido! ¡Es
imperdonable! Mi propia esposa mintiéndome sobre mi hija y quién sabe qué
peligros esté corriendo. ¡Y en tren! Si ya ni hay, los acaban de suprimir.
–Sí, acepto que te mentí, pero
justamente tenía miedo de esta reacción que estás teniendo. Y Paloma me pidió
que no te lo dijera, que por favor la dejara.
–Y tú le haces caso a una
adolescente babosa y estúpida.
–No es babosa ni estúpida –intervino
Azucena.
–Tú cállate –dijo groseramente
Antonio y esto enfureció a Azucena, quien tenía un carácter semejante al de su
padre.
–¡No me calles!, también tengo
derecho a hablar y sólo porque alguien sea adolescente no es estúpido, podrás
decir inmaduro, pero no tonto.
–¡No me grites! –gritó Antonio.
–¡Pues tú tampoco! –respondió
Azucena y agregó–, ¿ves por qué no te quería decir nada mi mamá?, porque no se
puede hablar contigo, enseguida te sulfuras y ya todo es gritos y violencia.
Qué te pasa, mírate.
–Y cómo no me voy a enojar, si mi
hija menor, que todavía es una escuincla, se va y mi esposa, su madre, ¿eh?, su
madre, ni se preocupa ni me dice nada. ¿Qué clase de madre hace eso?
–¡Claro que estaba preocupada! ¡Pues
qué crees que soy qué o qué! –gritó también Nieves hecha una furia.
Aquello parecía una batalla campal
del Congreso en la que de pronto se hizo el silencio tras la intervención de
Nieves, pues ella nunca solía gritar ni perder su calma sumisa. Antonio guardó
silencio y tras unos segundos pidió a Nieves con rudeza:
–Sírveme más té, que ya tengo la
boca seca.
Nieves aprovechó para servirle el de
boldo, para el coraje, y sirvió otras dos tazas. Esta pausa la aprovechó
Azucena para pedirle a Antonio:
–Lee la carta siquiera.
Antonio no dijo nada y tomó el
sobre. Trató de entender lo que decía el sello, pero el exceso de tinta, al igual
que a Nieves y a Azucena, no le permitió entender de dónde venía con exactitud.
–Te… Te…, t…, n… No, pues no se ve
bien. A ver, voy a traer la lupa –dijo y de inmediato se paró y fue a su pieza,
se oyó que buscó en varios lados y luego sus pasos de regreso. Azucena y Nieves
habían quedado silenciosas, bebiendo su té de boldo.
–A ver con la lupa. La fecha sí se
ve, es del lunes, o sea, luego luego. Pero Te… p… t… lán. ¡Tepoztlán!
–No, cómo Tepoztlán, no lo creo, si
para allá ni hay trenes. O eso creo –dijo Azucena.
–No lo creo –dijo Nieves, y agregó–,
no lo dice en la. A ver, préstame el sobre y la lupa.
Antonio le alargó ambos en silencio
y dio un trago a su té. Nieves los cogió también sin decir palabra, se puso a
observar y dijo:
–No, faltan otras letras, porque
Tepoztlán tiene nueve letras y aquí hay más, además, hay una E, después, y no
una M, así que no es Morelos, no es Tepoztlán.
–Ay, claro, es Tepotzotlán –dijo
Azucena y siguió–, la E
es del Estado de México. Fíjate bien.
–Sí, claro, el número de letras
coincide –corroboró Nieves.
–A ver, presta –dijo Antonio con
sequedad.
Nieves le devolvió el sobre y la
lupa y le pidió a Antonio:
–Lee la carta, ni siquiera la has
visto.
Antonio no respondió nada, observó
nuevamente el sello con la lupa, dejó ésta en la mesa, sacó la carta y la leyó
en silencio. Luego de que terminó preguntó:
–Aquí no dice nada de Chihuahua,
nunca dice a dónde va, no es tan pendeja mi hija. ¿Y dices que habló? Qué dijo
–preguntó a Nieves, ya con cierta serenidad.
-¡Papá!, tú hablando así de Paloma
–dijo sorprendida Azucena. Luego intervino Nieves:
–No dijo nada en realidad, sólo que
no me preocupara, que estaba bien, que regresaría. Le pedí que me dijera dónde
andaba, pero no quiso, le pedí que no colgara y no me hizo caso, sólo me dijo eso,
que estaba bien y que no me preocupara. Y no te dije nada, porque, en primer
lugar, tenía miedo de tu reacción, y en segundo, no me atreví a frustrar su
viaje. Paloma tiene razón, a mí me habría gustado hacer eso mismo, sólo que
ella sí es valiente y yo no, nunca me atreví, aunque lo deseara. Incluso alguna
vez te dije a ti cuando éramos novios, ¿te acuerdas?, y me dijiste que estaba
loca. Por eso no dije nada. Y yo confío en ella, creo que debemos dejarla
continuar.
–Pues no se trata de confiar en
ella, sino de que hay muchos peligros y que no hay ninguna necesidad de que se
arriesgue sólo por un tonto afán de aventura.
–Claro que sí es un asunto de
confianza, y no sólo en Paloma –intervino Azucena–, sino en ustedes, porque
parece que no confían en cómo nos educaron. Claro, hemos tenido que deshacernos
de algunas ideas suyas para poder crecer. Si no, allí estaríamos las dos lelas,
con miedo de salir aunque fuera a la esquina.
–Bueno, ya, basta. De todos modos,
ahora que vaya a Chihuahua la buscaré.
–¿En Chihuahua? ¡Pues ojalá no la
encuentres –dijo Nieves con determinación y coraje en la voz y añadió–, y que
termine el viaje cuando ella lo decida! ¡Que regrese cuando lo considere y nos
cuente cómo fue y todo lo que vivió!
–Sí, en Chihuahua. Ahora es el único
tren de pasajeros que hay, el Chepe.
Paloma, en San Luis Potosí, dormía profundamente,
reparando fuerzas para su siguiente día de trabajo.