domingo, 7 de febrero de 2016

Capítulo 17 sin ilustración :-( ... Está bien, con ilustración :-)

 Tronó la bomba
Ya eran las nueve de la noche. Antonio no tardaría en llegar. Nieves, como de costumbre, tenía ya lista la cena. Había procurado hacer algo ligero, atendiendo la recomendación de Azucena y había tenido la precaución de hacer té de tila y de boldo. Le daría una taza de tila antes de cenar a Antonio y ella tomaría una más, lo cual sumaría ya casi un litro desde que llegó a la casa. La situación lo ameritaba. Gracias a ello se sentía bastante serena para enfrentar la tormenta que se avecinaba. En eso cavilaba, cuando el ruido de las llaves en la puerta la sacó de sus pensamientos. Respiró profundo y esperaba ya la voz de Antonio, cuando en su lugar oyó la de Azucena.
            –Hola.
            –¿Y eso? ¿Tan temprano?
            –Pues no tuvimos la última clase, así que salimos antes. De churro.
            Nieves le contó el plan, que dada su llegada se había modificado un poco, pero solamente en cuanto al orden de las acciones. Lo demás sería como lo había pensado y a ver qué pasaba. Enseguida le sirvió también una taza de tila a su hija y la puso en la mesa, mientras Azucena iba a dejar sus cosas y al baño. En ese momento sonó nuevamente la chapa de la puerta, y Antonio dijo desde la puerta:
            –Holaaa.
            –Hola, Antonio, ¿cómo te fue?
            –Bien –dijo Antonio y fue directo a darle el beso acostumbrado a Nieves. Antonio vio la taza humeante en la mesa y dijo:
            –Me adivinaste el pensamiento, venía pensando en una tacita de té, calientito, rico.
            –Pues siéntate –dijo Nieves y sirvió otras dos tazas.
            Antonio las observó y preguntó:
            –¿Qué, hay alguna visita?
            –No, es Azucena, que ya llegó.
            –¿Y eso? Yo que venía como un tigre… –dijo y enseguida le dio un beso apasionado en la boca a su esposa, y agregó–, después de tomarme mi té, claro, pero primero voy al baño, ya me anda.
            Nieves sonrió y dijo:
            –Es que salió temprano, así que cenaremos los tres.
            –¿Y Paloma?
            –No, ella no –dijo Nieves evadiendo la pregunta de Antonio.
            En ese momento llegó Azucena, saludó a su papá con un beso y éste se fue despojando de saco, corbata y camisa mientras iba al baño. En la cocina quedaron las dos mujeres. Nieves estaba nerviosa pese al litro de tila y bebió una taza más. Pero por lo mismo, tenía urgencia de ir al baño. No dijeron nada sobre Paloma y Nieves le pidió que por favor cuidara que no se quemara la cena mientras iba al baño, pues ya Antonio se oía llegar.
            –¿Y ora, a dónde vas? –Preguntó Antonio.
            –Al baño, qué metiche.
            –Uy, no te esponjes –dijo Antonio de buen humor y añadió–, pues apúrate que tengo buenas noticias.
            Nieves se sintió preocupada por un momento, pues iba a contrastar lo que ella iba a decirle a su esposo con las buenas nuevas que al parecer él traía. Pero al mismo tiempo descansó un poco al ver que Antonio estaba de buenas. Regularmente llegaba harto del trabajo, del tráfico y con hambre, lo que acentuaba su mal humor. Era un punto a favor, pensó. Fue rápido al baño, orinó casi el litro que traía encima y regresó bastante tranquila: la tila era muy efectiva. Azucena y Antonio disfrutaban de su taza y platicaban animadamente.
            –¿Ya quedó?
            –Qué –preguntó Azucena.
            –Caliente la cena –contestó Nieves.
            –Sí, ya. Oye, qué rico está este té –dijo Azucena.
            –Sí, ¿eh? Sería buena idea tener un tecito de estos cada que llego del trabajo. Me cayó muy bien –corroboró Antonio.
            –Tienes razón, no lo había pensado, pero es buena idea –respondió Nieves con sinceridad y pensando en por qué no se le había ocurrido antes, dado el mal humor cotidiano de Antonio y se le vino a la memoria el dicho de “no hay mal que por bien no venga”, debido a la situación, y finalizó–, así será.
            –Pues ya vamos a cenar, ¿no? –dijo Antonio.
            –Sí, ahorita les sirvo –respondió Azucena sorprendiendo a sus padres, que dijeron al unísono:
            –¿Tú?
            –Sí, qué tiene.
            –No, nada, hija –dijo Antonio–, es sólo que no es lo habitual, regularmente no te gusta hacer eso.
            –Pues hoy me dieron ganas. Además, tampoco es habitual que cenemos al mismo tiempo… ni que llegues de buenas.
            –Estás sacando boleto… Bueno, ¿y tú por qué llegaste temprano? –preguntó Antonio y añadió–. Me frustraste aquí una escena de amor con tu mamá en plena cocina.
            –¡Antonio! –reclamó Nieves.
            –Es que no tuvimos la última clase –respondió Azucena–, así que salimos temprano. Y qué bueno, porque el día había sido muuuy pesado.
            Azucena sirvió los tres platos y cenaron tranquilamente, comentando los acontecimientos del día de cada quien y las noticias periodísticas del día. Antonio y Azucena se interesaban por la vida política del país, de lo cual Nieves opinaba siempre con timidez, pero padre e hija disfrutaban esas conversaciones y arreglaban todos los problemas nacionales en sus charlas. Nieves había preparado fruta picada y con eso terminaron la cena. Además les ofreció otra taza de té. 

La cual aceptaron gustosos. Nieves pensó que ya no había más tiempo y era el momento de iniciar el trago amargo. Sacó la carta de un cajón de la cocina y la puso en la mesa sin decir nada a Antonio al respecto, pero sí cambió el tono y empezó:
            –Tengo que decirte algo.
            –Ah, yo también, ya no me acordaba –interrumpió Antonio–, qué creen, me mandan a Chihuahua a trabajar, sólo unos días.
            –¿A Chihuahua? –preguntaron a coro y sorprendidas Nieves y Azucena.
            –Sí, por qué les parece tan raro.
            –No, por nada. Bueno, ahorita vas a ver –dijo Nieves y agregó–, tengo que decirte algo importante.
            –Uy, qué seria, ¿es grave? O qué –preguntó intrigado.
            –Pues grave, no, pero sí es importante y tal vez no te guste.
            –Bueno, ya, dime de una vez, ¿Azucena está embarazada?, o qué, ¿por eso está aquí?
            –Ay, papá.
            –Pues tu mamá le hace tanto al cuento, tú estás aquí, lo cual es tan poco común, qué quieres que piense.
            –Se trata de Paloma –interrumpió Nieves.
            –¿Ella está embarazada?
            –No –contestaron Nieves y Azucena al mismo tiempo.
            –Entonces díganme ya –pidió Antonio empezando a cambiar de humor.
            –Mira –empezó Nieves decidida a no parar hasta terminar toda la historia–, el lunes, Paloma salió igual que siempre, muy temprano, pero se fue en bicicleta.
            –¿Y para eso tanto teatro? –interrumpió Antonio.
            –Deja hablar a mi mamá –intervino Azucena y Nieves siguió.
            –Pero no fue a la escuela, decidió irse de viaje, supuestamente a Chihuahua. Pero en realidad no sé dónde está exactamente, ayer habló, no me dijo desde dónde, y escribió esta carta, pero no se entiende bien de dónde la mandó, no se puede leer el sello. Aquí está, si quieres leerla.
            Antonio fue cambiando de semblante conforme Nieves iba describiendo la situación, y cuando Nieves le dio la carta de Paloma explotó:
–¡Y tú sabías todo eso desde el principio!, ¡que se quería ir y no hiciste nada! –gritó Antonio enfurecido al tiempo que daba un puñetazo en la mesa y siguió cada vez más enojado–. ¡Y yo de pendejo sin saber nada! ¡Y tú dejando a tu hija a merced de no sé qué peligros!, ¡qué no te das cuenta de que es casi una niña, estúpida! ¡Y yo como imbécil creyendo que estaba dormida! ¡Qué hija de la…!
            –¡No insultes a mi mamá! –interrumpió Azucena y continuó–, además, Paloma ya no es una niña, ¿no se dan cuenta de que ya crecimos? Y si habló ayer, es que está bien. Mal que no se supiera nada de ella.
            Nieves intervino nuevamente:
            –¡Yo no sabía nada, cómo crees! Ese lunes en la tarde, como Paloma no llegaba, yo estaba preocupada y me di cuenta de que algo había pasado cuando habló Carla preguntando por ella, pero primero me hizo un cuento chino que al principio me creí, ya después, cuando volvimos a hablar me di cuenta de que estaba ocultándome algo y luego de mucho insistir me dijo finalmente los planes de Paloma, porque Carla tampoco sabía que Paloma ya se había ido. Nadie lo sabía. Carla me dijo que le había dicho que se fueran juntas a viajar en tren, pero Carla no quiso. Me contó que Paloma había estado ahorrando y que había hecho pulseras para venderlas en la escuela y de ahí había sacado algo de dinero, y que también habían hecho galletas en la casa de Carla y de ahí también había sacado otro poco. Y que iba a vender la bicicleta. ¡Yo no sabía nada!
            –Pero en lugar de decírmelo luego, luego, te quedaste calladota y además me dijiste mentiras, porque ese día dijiste que ya estaba dormida y no sé qué de su horario, que se desmañanaba y que las hilachas. ¡No me dijiste nada y ya sabías que se había ido! ¡Es imperdonable! Mi propia esposa mintiéndome sobre mi hija y quién sabe qué peligros esté corriendo. ¡Y en tren! Si ya ni hay, los acaban de suprimir.
            –Sí, acepto que te mentí, pero justamente tenía miedo de esta reacción que estás teniendo. Y Paloma me pidió que no te lo dijera, que por favor la dejara.
            –Y tú le haces caso a una adolescente babosa y estúpida.
            –No es babosa ni estúpida –intervino Azucena.
            –Tú cállate –dijo groseramente Antonio y esto enfureció a Azucena, quien tenía un carácter semejante al de su padre.
            –¡No me calles!, también tengo derecho a hablar y sólo porque alguien sea adolescente no es estúpido, podrás decir inmaduro, pero no tonto.
            –¡No me grites! –gritó Antonio.
            –¡Pues tú tampoco! –respondió Azucena y agregó–, ¿ves por qué no te quería decir nada mi mamá?, porque no se puede hablar contigo, enseguida te sulfuras y ya todo es gritos y violencia. Qué te pasa, mírate.
            –Y cómo no me voy a enojar, si mi hija menor, que todavía es una escuincla, se va y mi esposa, su madre, ¿eh?, su madre, ni se preocupa ni me dice nada. ¿Qué clase de madre hace eso?
            –¡Claro que estaba preocupada! ¡Pues qué crees que soy qué o qué! –gritó también Nieves hecha una furia.
            Aquello parecía una batalla campal del Congreso en la que de pronto se hizo el silencio tras la intervención de Nieves, pues ella nunca solía gritar ni perder su calma sumisa. Antonio guardó silencio y tras unos segundos pidió a Nieves con rudeza:
            –Sírveme más té, que ya tengo la boca seca.
            Nieves aprovechó para servirle el de boldo, para el coraje, y sirvió otras dos tazas. Esta pausa la aprovechó Azucena para pedirle a Antonio:
            –Lee la carta siquiera.
            Antonio no dijo nada y tomó el sobre. Trató de entender lo que decía el sello, pero el exceso de tinta, al igual que a Nieves y a Azucena, no le permitió entender de dónde venía con exactitud.
            –Te… Te…, t…, n… No, pues no se ve bien. A ver, voy a traer la lupa –dijo y de inmediato se paró y fue a su pieza, se oyó que buscó en varios lados y luego sus pasos de regreso. Azucena y Nieves habían quedado silenciosas, bebiendo su té de boldo.
            –A ver con la lupa. La fecha sí se ve, es del lunes, o sea, luego luego. Pero Te… p… t… lán. ¡Tepoztlán!
            –No, cómo Tepoztlán, no lo creo, si para allá ni hay trenes. O eso creo –dijo Azucena.
            –No lo creo –dijo Nieves, y agregó–, no lo dice en la. A ver, préstame el sobre y la lupa.
            Antonio le alargó ambos en silencio y dio un trago a su té. Nieves los cogió también sin decir palabra, se puso a observar y dijo:
            –No, faltan otras letras, porque Tepoztlán tiene nueve letras y aquí hay más, además, hay una E, después, y no una M, así que no es Morelos, no es Tepoztlán.
            –Ay, claro, es Tepotzotlán –dijo Azucena y siguió–, la E es del Estado de México. Fíjate bien.
            –Sí, claro, el número de letras coincide –corroboró Nieves.
            –A ver, presta –dijo Antonio con sequedad.
            Nieves le devolvió el sobre y la lupa y le pidió a Antonio:
            –Lee la carta, ni siquiera la has visto.
            Antonio no respondió nada, observó nuevamente el sello con la lupa, dejó ésta en la mesa, sacó la carta y la leyó en silencio. Luego de que terminó preguntó:
            –Aquí no dice nada de Chihuahua, nunca dice a dónde va, no es tan pendeja mi hija. ¿Y dices que habló? Qué dijo –preguntó a Nieves, ya con cierta serenidad.
            -¡Papá!, tú hablando así de Paloma –dijo sorprendida Azucena. Luego intervino Nieves:
            –No dijo nada en realidad, sólo que no me preocupara, que estaba bien, que regresaría. Le pedí que me dijera dónde andaba, pero no quiso, le pedí que no colgara y no me hizo caso, sólo me dijo eso, que estaba bien y que no me preocupara. Y no te dije nada, porque, en primer lugar, tenía miedo de tu reacción, y en segundo, no me atreví a frustrar su viaje. Paloma tiene razón, a mí me habría gustado hacer eso mismo, sólo que ella sí es valiente y yo no, nunca me atreví, aunque lo deseara. Incluso alguna vez te dije a ti cuando éramos novios, ¿te acuerdas?, y me dijiste que estaba loca. Por eso no dije nada. Y yo confío en ella, creo que debemos dejarla continuar.
            –Pues no se trata de confiar en ella, sino de que hay muchos peligros y que no hay ninguna necesidad de que se arriesgue sólo por un tonto afán de aventura.
            –Claro que sí es un asunto de confianza, y no sólo en Paloma –intervino Azucena–, sino en ustedes, porque parece que no confían en cómo nos educaron. Claro, hemos tenido que deshacernos de algunas ideas suyas para poder crecer. Si no, allí estaríamos las dos lelas, con miedo de salir aunque fuera a la esquina.
            –Bueno, ya, basta. De todos modos, ahora que vaya a Chihuahua la buscaré.
            –¿En Chihuahua? ¡Pues ojalá no la encuentres –dijo Nieves con determinación y coraje en la voz y añadió–, y que termine el viaje cuando ella lo decida! ¡Que regrese cuando lo considere y nos cuente cómo fue y todo lo que vivió!
            –Sí, en Chihuahua. Ahora es el único tren de pasajeros que hay, el Chepe.
            Paloma, en San Luis Potosí, dormía profundamente, reparando fuerzas para su siguiente día de trabajo.

FIN de la primera parte


1 comentario:

  1. Qué bella ilustración!!! Me encanta la historia. Seguiré leyendo. Abrazos maestra! Qué bonito escribes.

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