domingo, 6 de marzo de 2016

A VUELO DE PALOMA (2a parte)

Capítulo 1 Retomando el camino
Durante la semana que estuvo trabajando en San Luis, Paloma entabló amistad tanto con Eloísa como con Manuel, y el mismo jefe Li le había tomado afecto, aunque él casi no demostraba sus sentimientos. Ella se había ganado el respeto de los tres y del resto de sus compañeros por su aplicación al trabajo: era puntual y eficiente, mantenía los trastes a raya y los lavaba bien, y si le devolvían alguno, lo lavaba de nuevo sin protestar, apenada por no haberlo hecho bien; además, siempre estaba de buen humor y contagiaba a sus compañeros, aun si andaban “camotes”. Cuando estaba en sus tareas de fregar trastes, pensaba mucho, y también recordaba las veces que le había tocado esta misma labor en su casa: a nadie le gustaba hacerlo y era un constante pleito entre Azucena y ella por eludirla, a pesar de los intentos de Nieves por establecer horarios rigurosos que a la menor provocación y con el pretexto de estudiar o de hacer una tarea complicada rompían, con las consecuentes disputas posteriores entre las hermanas, el recargo de trabajo para Nieves y el disgusto de las tres, porque con Antonio no se contaba para esta tarea.
Este recuerdo la hacía sonreír, pues aquello parecía un juego de niños por las cantidades efectivamente industriales de ahora. También recordaba su enojo cuando Nieves la obligaba a lavar de nuevo lo que no había quedado bien. Finalmente, esto le había servido, pues una cosa era el regaño de su mamá, y otra el del jefe Li, quien no tenía ninguna piedad en el momento de llamarle la atención, así que se aplicaba en su labor. Pensó también que ninguna habilidad es despreciable y aunque no era precisamente el trabajo soñado, había sido una buena experiencia y de este modo valoraba mucho más el dinero, el tiempo libre, el descanso, a los amigos y a su familia, por supuesto.
Otro pensamiento que la ocupaba en las horas de más trabajo era su viaje, y ya se había imaginado muchas veces el trayecto que le faltaba para llegar a Chihuahua y más que nada el tramo en ferrocarril, que sería la culminación. A veces la asaltaba la ansiedad y quería irse de inmediato, por el temor de que también fueran a suprimir el “Chepe”, como le dijeron que le decían al ferrocarril Chihuahua–Pacífico, pero sabía que iba a necesitar dinero para eso, y además no quería abandonar así como así el trabajo, que en realidad sólo duraría muy poco tiempo. Ya le había tomado el gusto.
Por su parte, Eloísa había cumplido su oferta de brindarle un lugar para dormir y Paloma había disfrutado la hamaca, pues sin duda su nueva amiga había tenido razón cuando le dijo que dormir en la central de autobuses iba a ser demoledor, por lo pesado del trabajo que la dejaba agotada, y necesitaba descansar lo mejor posible para volver a la carga cada día. También se había convertido en su consejera, pues su experiencia había sido semejante a la de Paloma, sólo que ella había ya pasado por múltiples empleos y por distintas partes del país, sin embargo, en San Luis había encontrado un lugar donde se sentía a gusto, a pesar de lo inhóspito del clima extremoso del desierto, donde prácticamente se asentaba la ciudad, que resultaba un oasis, con sus múltiples plazas con árboles, la alameda y el parque Tangamanga, los cuales le daban un soplo de aire fresco. Lo que más le gustaba era caminar por las calles del centro, cerrado al tráfico desde hacía algún tiempo, de modo que los peatones podían andar con placidez por él, sin ruido y sin el humo de coches y camiones.
Era la temporada de más calor, así que Eloísa le regaló a Paloma dos vestidos, porque trabajar con pantalones en ese tiempo era insoportable, también le prestó unos huaraches cómodos; asimismo, Paloma aprovechó para comprarse dos calzones y un brasier. Lo bueno fue que esa semana le bajó la regla, así que no la tomó por sorpresa en medio del viaje o de algún lugar incómodo, sino en circunstancias sencillas. Se sentía afortunada y optimista. Y lo era.
El lunes, el día que el restaurante no abría y tenían descanso, había conocido a los hermanos de Manuel, pues quedaron que cuando él saliera de clases pasaría por ella y luego irían por los niños a la escuela para llevarlos al parque Tangamanga, donde jugarían toda la tarde. Los niños se llamaban Pedro y Álvaro y estaban en segundo y tercer año, de inmediato simpatizaron con ella.
–¿Eres novia de mi hermano? –preguntó Pedro sin malicia.
Manuel se puso rojo y dijo:
–Oh, cállense. Paloma y yo somos compañeros de la chamba, y además es una viajera, sólo estará poco tiempo aquí.
–¿De veras? ¿Y en qué viajas? ¿A dónde vas?
–Ahorita viajo en autobuses, porque de repente quitaron los trenes.
–No es cierto, si el otro día vimos que pasaba.
–Quitaron los de pasajeros.
–No, sí lo vimos, ¿verdad, Manuel?, hasta dijimos que algún día nos iríamos a algún lado en tren.
–Sí, uno no lo puede creer, pero de veras, ya no hay de pasajeros, sólo de carga, si quieren al rato vamos a la estación y preguntamos. Bueno, me dijeron que sólo queda el de Chihuahua y para allá voy, porque no quiero quedarme con las ganas de subirme otra vez a un ferrocarril. Nada más pude hacerlo un pedacito de mi viaje, y eso me puso triste, pero en Chihuahua lo lograré.
–Pero Chihuahua es muy lejos, ¿no? Es como de aquí hasta… uuuh, las montañas de hasta por allá.
–Sí, pero yo voy a llegar hasta allá.
–¿Y nosotros no podemos ir con ella, Manuel? ¡Vamos! Al fin como no tenemos ya mamá ni papá podemos hacer lo que queramos.
–Uy sí, qué fácil. No, orita no se puede, cuando haya vacaciones, y si puedo ahorrar, los llevaré a algún lado y tal vez un día al ferrocarril de Chihuahua –contestó enfático Manuel, pero con cierta tristeza en la voz.
–¿Y cómo ella sí va? Ni va a la escuela ni nada.
–Bueno, sólo fue un descansito de ir a la escuela, pero tengo que regresar, y además estoy trabajando para poder seguir con el viaje y voy yo sola, pero ustedes son tres y tu hermano no puede pagar todo ahorita. Pero ya ves que ya te dijo que algún día irán.
Los niños se aburrieron pronto de la plática y se fueron a los juegos, mientras Paloma y Manuel se quedaron platicando un rato más. Ella admiraba a su amigo por su dedicación para con sus hermanos y con la escuela: era muy estudioso, según él mismo le había dicho, y le gustaba aprender de todo. Era ya su último año de prepa y quería estudiar una carrera, pero no sabía exactamente cuál. Esto le causaba cierto desasosiego:
–Es que no sé, todo me gusta, pero no igual. El área administrativa es la que creí que menos me gustaba, pero desde que trabajo en el restaurante he aprendido algo con el jefe Li, y tiene su chiste, pues en un negocio tiene que ver con todo para que funcione bien. Y a mí me gustaría poner una panadería cuando mis hermanos crezcan y me puedan ayudar. Así que ésa sería una buena carrera.
–¿Una panadería? ¿Y eso?
–Pues es que mi mamá hacía pan para vender y yo le ayudaba. Yo la veía que lo hacía con mucho gusto, le gustaba, le ponía mucho amor.
–Ay, ¿a poco?, qué exagerado.
–En serio, mezclaba los ingredientes con cuidado, amasaba con delicadeza y la verdad es que yo creo que eso hacía que el pan le saliera tan bueno. Se vendía muy bien. Tenía algunos entregos a restaurantes y algunos vecinos le compraban también, aunque no era pan así de dulce como el de las panaderías. Era pan integral, pero ella le ponía su estilo, le agregaba distintos ingredientes que lo hacían especial, por eso le iba bien.
–¿Y tú qué hacías? ¿También le entrabas a la amasada?
–A veces, pero no mucho, a mí me tocaba ayudarle con los entregos, o con mis hermanos. Y a veces me pedía que viera cómo lo hacía para que aprendiera porque tal vez algún día me serviría. Y cuando se murió y tuve que arreglar sus cosas, me encontré con muchas recetas y un cuaderno donde apuntaba algo así como sus secretos de cocina. Por eso me gustaría poner la panadería y por eso trabajo en el restaurante, porque tiene algún parecido, y por eso me gustaría estudiar Administración.
–Ah, pues sí, tienes razón. ¿Y qué otra cosa te gusta? Dices que no te decides por varias.
–Sí, me dan ganas de estudiar Arquitectura, pero no sé, es caro, y luego no creo que sea tan fácil encontrar trabajo. En cambio, con la panadería, pues nosotros seríamos nuestros jefes y la gente come pan diario. O Química, pero dicen que es muy matado, pero eso sí podría ayudarme con lo de la panadería.
–¿Tú crees? Oye, y por qué no le dices al jefe Li que te enseñe más, y te vaya ascendiendo de trabajo y así es como si estudiaras dos carreras, pero una más ya en la práctica. O sea, estudias Química o lo que quieras y aprendes lo de la administración en el restaurante.
–¡Ah!, sí es cierto, podría ser así. ¿Irala?, no eres tan mensa.
–¡Oye! –Reclamó Paloma.
–Pues voy a ver –continuó Manuel sin hacer caso de la protesta de su amiga–, porque hasta donde sé, los que estudian Química tienen unos horarios horribles, mixtos, pero voy a investigar bien. Ya tengo que tomar una decisión, y no es fácil. Me da miedo.
–¿Por? –Preguntó con ingenuidad Paloma.
–¡Cómo por!, es algo que es de por vida, y no puedo darme el lujo de pasarme cuatro o cinco años estudiando algo que no me va a gustar o que me va a amargar para siempre o en lo que no voy a encontrar trabajo. ¿Tú qué vas a estudiar?
–Ay, pues no sé, ni he pensado.
–Claro, pues como eres hija de familia…–dijo Manuel con cierta amargura.
–Pero voy a empezar a hacerlo. Este viaje me va a ayudar mucho para tomar esa decisión. Por ejemplo, veo a Eloísa y sabe hacer tantas cosas, que me dan ganas de ser como ella.
–Sí –replicó Manuel–, pero son tantas que a la mera hora no se dedica a ninguna.
–Pero está contenta –dijo Paloma en defensa de su amiga–, y cuando se ofrece, ella sabe cómo hacer lo que sea.
–Sí, pero uno no puede pensar nada más en estar contento, también tiene que ver la parte del dinero, que te alcance, porque uno no va a ser joven toda la vida –enfatizó Manuel hablando como si tuviera muchos más años–. Ya ves yo. Qué me iba a imaginar que mi mamá se iba a morir y que yo me tendría que encargar de mis hermanos. Antes de que se enfermara, ni pensaba en el dinero, le ayudaba a mi mamá, pero no tenía idea de lo que significaba mantenerse a uno mismo, una casa, y además, a dos más.
–Sí, también tienes razón. Pero yo creo que si haces lo que te gusta te va bien.
–Sí, quién sabe. A lo mejor.
–Ahí vienen tus hermanos. ¿Vamos por una nieve? Yo invito.
–Chido.
Así transcurrió la tarde del lunes de esa semana en San Luis donde Paloma tuvo experiencias importantes.
Las otras tardes de esa semana había acompañado a Eloísa a sus clases de música, había estado con ella mientras pintaba y la había ayudado un poco en unas costuras que tenía, pues su nueva amiga también sabía coser y arreglaba ropa, incluso tenía tres máquinas, pues un tiempo había hecho ropa. Así fue que Paloma aprendió a coser a máquina bastante bien y hasta en una industrial. Eloísa le dijo que nunca debía despreciar ningún aprendizaje, porque en algún momento de su vida cualquier cosa que hubiera aprendido le serviría y la sacaría de un apuro.
Se había generado un gran afecto entre las dos. Eloísa veía a Paloma como a su hermana ausente. Y Paloma encontró en ella un modelo a seguir. Sólo que a ella eso del arte no se le daba, le gustaba más hacer cosas prácticas, arreglar máquinas. Tenía habilidad para ello y eso sí le gustaba mucho, incluso le reparó a Eloísa una lámpara y una de las máquinas de coser, una familiar. No había hecho mucho, pero era capaz de inferir dónde estaba un desperfecto si analizaba con cuidado el problema. De ese modo fue que se dio cuenta de que a la lámpara le hacía falta cambiarle un tornillo que se había barrido para que se sostuviera bien, y que la máquina se atoraba al coser, porque le hacía falta una buena limpieza. Eran cosas sencillas, que sólo requerían un poco de atención, según le dijo a Eloísa:
–No, pero tú porque sabes –replicó Eloísa.
–Qué voy a saber, ni sé nada, sólo me fijé qué era lo que pasaba y vi que era fácil y lo arreglé.
–Y yo cómo no me di cuenta –insistió Eloísa.
–Ah, pues eso sí no sé, porque estás entretenida pintando o estudiando tus cantos ésos, yo qué sé.
–Pues yo digo que sí sabes.
–Ahora ya sé, pero antes no –afirmó Paloma.
–¡Achis!, cómo.
–Sí, mira –explicó Paloma–, no sabía que si una máquina está sucia no funciona bien y se va a atorar o va a hacer lo que hacía tu máquina, sólo que cuando la abrí me fijé que algo la hacía que no cosiera bien y ese algo eran unas pelusotas tamaño caguama que tenía, se las quité, y le quité de paso todas las que me encontré, que no eran pocas –subrayó con intención y agregó–, por cierto, sería bueno que la limpiaras de vez en cuando.
–Ay, es que siempre se me olvida –se disculpó Eloísa.
–Y entonces aprendí eso.
–Qué.
–¿Cómo qué?, que si no la mantienes bien limpia, no va a funcionar bien.
–¿Nomás eso? –Preguntó incrédula Eloísa.
–Por eso te digo que era fácil.
–Pero yo no lo veía, y eso que también la había destapado. No, cada quién tiene sus gracias.
–Sí, a lo mejor. Mira yo, quise dibujar un árbol y me quedó bien feo, todo malhechote, deforme, gacho, simple, no sé ni dónde está lo que lo hace verse así, pero no se ve bien, se ve… no sé, plano, falso, no sé, te digo. Y tú, mira, cualquier cosa que dibujas te sale bonita. Y sí, como dices, cada quién tiene sus gracias.
El jueves había hablado nuevamente a su casa, para saber cómo andaban las cosas, así que se enteró de que su papá ya sabía todo y que su mamá y Azucena le habían pedido que no la buscara, pero él estaba necio en que lo haría. Supo también que esa semana él estaría en Chihuahua por trabajo, y que estaba convencido de que la iba a encontrar, porque creían que estaba allá, quién sabe por qué. Otra vez se negó a decirle a su mamá dónde estaba.
Las experiencias y charlas con sus amigos durante la semana habían sido muy provechosas y así se fue cumpliendo el plazo. Eloísa le sugirió que antes de que se fuera, le avisara al jefe Li de sus planes y que le pidiera una carta de recomendación, porque tal vez eso le iba a servir algún día. Así lo hizo, y aunque el jefe se molestó un poco porque iban a quedarse otra vez sin lavaloza, entendió que no era porque ella fuese irresponsable, sino porque era muy joven, tenía deseos de aventura y nada más, así que el domingo que fue su último día de trabajo le pagó, le entregó la carta y hasta le dio un abrazo, gesto inusual en el jefe Li.
Con Manuel las charlas fueron menos, ya que había poco tiempo para verse, salvo cuando era el cambio de turno y el lunes que habían ido al parque, pero también se habían tomado un gran cariño y admiración mutua. Manuel admiraba y envidiaba la intrepidez de Paloma, y ella la responsabilidad y dedicación de su amigo. Cuando se despidieron, se dieron un abrazo muy fuerte y los dos lloraron.
En la casa de Eloísa la hora del adiós se acercaba y las dos no habían querido hablar del tema. Paloma se iría el lunes y Eloísa la acompañaría hasta la central de autobuses. El día señalado, antes de salir de la casa, muy temprano, hablaron un poco:
–Pues ya te vas, mhija –dijo Eloísa con cierta nostalgia.
–Pues sí, mana, estoy contenta, pero también triste. Gracias, gracias, gracias.
–De nada, chamaca, cuídate mucho y ojalá te haya servido lo que aprendiste.
–Claro, aprendí de todos, hasta de la amarga de Clara.
–Ah, ¿la del restaurante?, sí qué amarga, ¿eh?, ¿y qué aprendiste de esa vieja malvibrosa?
–Pues que no debo ser así, como ella, porque no le caes bien a nadie y le haces la vida difícil a todos, hasta a ti misma. Creo que si uno tiene problemas no debe llevarlos a todos lados ni desquitarse con los demás. Ya ves Manuel, cuántas broncas ha tenido y él ve cómo, pero lo resuelve.
–Pues sí, Paloma, así es esto del abarrote.
–¿Qué?
–Es un dicho, así se dice.
–Es que suena muy chistoso, nunca lo había oído.
–¿No? Yo se la oí a un amigo y ya siempre lo digo cuando se ofrece.
–Ah, yo también lo voy a usar –y continuó Eloísa:
–Me dio mucho gusto que estuvieras en mi casa, de veras, fue como vivir lo que no he vivido con mi hermana. Nos llevamos muchos años, casi no nos vemos, y no la entiendo mucho, pero así me gustaría que fuera mi relación con ella. Así que muchas gracias.
–¡De qué, si ni hice nada!, al contrario, gracias a ti por todo.
Ambas se dieron un abrazo y lloraron emocionadas, como cuando se despidió de Manuel.
–Siempre me voy a acordar de San Luis, de Manuel, del jefe Li y sobre todo de ti, manita.
–Yo tambor, mhija, yo tambor.
Paloma se rio con el comentario de Eloísa, pues usaba palabras y dichos poco usuales para ella, y así terminó la charla. Ya era noche y era hora de descansar. Al poco rato ambas dormían plácidamente y Paloma pasaba su última noche en la hamaca.


La casa de Eloísa

2 comentarios:

  1. Qué bonito relato. Un abrazo tía.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias. Me estimula mucho tu comentario tan emotivo. Va un abrazo de regreso.

      Eliminar