Capítulo 1 Retomando el camino
Durante
la semana que estuvo trabajando en San Luis, Paloma entabló amistad tanto con
Eloísa como con Manuel, y el mismo jefe Li le había tomado afecto, aunque él
casi no demostraba sus sentimientos. Ella se había ganado el respeto de los
tres y del resto de sus compañeros por su aplicación al trabajo: era puntual y
eficiente, mantenía los trastes a raya y los lavaba bien, y si le devolvían
alguno, lo lavaba de nuevo sin protestar, apenada por no haberlo hecho bien;
además, siempre estaba de buen humor y contagiaba a sus compañeros, aun si andaban
“camotes”. Cuando estaba en sus tareas de fregar trastes, pensaba mucho, y
también recordaba las veces que le había tocado esta misma labor en su casa: a
nadie le gustaba hacerlo y era un constante pleito entre Azucena y ella por
eludirla, a pesar de los intentos de Nieves por establecer horarios rigurosos
que a la menor provocación y con el pretexto de estudiar o de hacer una tarea
complicada rompían, con las consecuentes disputas posteriores entre las
hermanas, el recargo de trabajo para Nieves y el disgusto de las tres, porque
con Antonio no se contaba para esta tarea.
Este recuerdo la hacía sonreír, pues aquello parecía un
juego de niños por las cantidades efectivamente industriales de ahora. También
recordaba su enojo cuando Nieves la obligaba a lavar de nuevo lo que no había
quedado bien. Finalmente, esto le había servido, pues una cosa era el regaño de
su mamá, y otra el del jefe Li, quien no tenía ninguna piedad en el momento de
llamarle la atención, así que se aplicaba en su labor. Pensó también que
ninguna habilidad es despreciable y aunque no era precisamente el trabajo soñado,
había sido una buena experiencia y de este modo valoraba mucho más el dinero,
el tiempo libre, el descanso, a los amigos y a su familia, por supuesto.
Otro pensamiento que la ocupaba en las horas de más trabajo
era su viaje, y ya se había imaginado muchas veces el trayecto que le faltaba
para llegar a Chihuahua y más que nada el tramo en ferrocarril, que sería la
culminación. A veces la asaltaba la ansiedad y quería irse de inmediato, por el
temor de que también fueran a suprimir el “Chepe”, como le dijeron que le
decían al ferrocarril Chihuahua–Pacífico, pero sabía que iba a necesitar dinero
para eso, y además no quería abandonar así como así el trabajo, que en realidad
sólo duraría muy poco tiempo. Ya le había tomado el gusto.
Por su parte, Eloísa había cumplido su oferta de brindarle
un lugar para dormir y Paloma había disfrutado la hamaca, pues sin duda su
nueva amiga había tenido razón cuando le dijo que dormir en la central de
autobuses iba a ser demoledor, por lo pesado del trabajo que la dejaba agotada,
y necesitaba descansar lo mejor posible para volver a la carga cada día.
También se había convertido en su consejera, pues su experiencia había sido
semejante a la de Paloma, sólo que ella había ya pasado por múltiples empleos y
por distintas partes del país, sin embargo, en San Luis había encontrado un
lugar donde se sentía a gusto, a pesar de lo inhóspito del clima extremoso del
desierto, donde prácticamente se asentaba la ciudad, que resultaba un oasis, con
sus múltiples plazas con árboles, la alameda y el parque Tangamanga, los cuales
le daban un soplo de aire fresco. Lo que más le gustaba era caminar por las
calles del centro, cerrado al tráfico desde hacía algún tiempo, de modo que los
peatones podían andar con placidez por él, sin ruido y sin el humo de coches y
camiones.
Era la temporada de más calor, así que Eloísa le regaló a
Paloma dos vestidos, porque trabajar con pantalones en ese tiempo era
insoportable, también le prestó unos huaraches cómodos; asimismo, Paloma aprovechó
para comprarse dos calzones y un brasier. Lo bueno fue que esa semana le bajó
la regla, así que no la tomó por sorpresa en medio del viaje o de algún lugar
incómodo, sino en circunstancias sencillas. Se sentía afortunada y optimista. Y
lo era.
El lunes, el día que el restaurante no abría y tenían
descanso, había conocido a los hermanos de Manuel, pues quedaron que cuando él
saliera de clases pasaría por ella y luego irían por los niños a la escuela para
llevarlos al parque Tangamanga, donde jugarían toda la tarde. Los niños se
llamaban Pedro y Álvaro y estaban en segundo y tercer año, de inmediato
simpatizaron con ella.
–¿Eres novia de mi hermano? –preguntó Pedro sin malicia.
Manuel se puso rojo y dijo:
–Oh, cállense. Paloma y yo somos compañeros de la chamba, y
además es una viajera, sólo estará poco tiempo aquí.
–¿De veras? ¿Y en qué viajas? ¿A dónde vas?
–Ahorita viajo en autobuses, porque de repente quitaron los
trenes.
–No es cierto, si el otro día vimos que pasaba.
–Quitaron los de pasajeros.
–No, sí lo vimos, ¿verdad, Manuel?, hasta dijimos que algún
día nos iríamos a algún lado en tren.
–Sí, uno no lo puede creer, pero de veras, ya no hay de
pasajeros, sólo de carga, si quieren al rato vamos a la estación y preguntamos.
Bueno, me dijeron que sólo queda el de Chihuahua y para allá voy, porque no
quiero quedarme con las ganas de subirme otra vez a un ferrocarril. Nada más
pude hacerlo un pedacito de mi viaje, y eso me puso triste, pero en Chihuahua
lo lograré.
–Pero Chihuahua es muy lejos, ¿no? Es como de aquí hasta…
uuuh, las montañas de hasta por allá.
–Sí, pero yo voy a llegar hasta allá.
–¿Y nosotros no podemos ir con ella, Manuel? ¡Vamos! Al fin
como no tenemos ya mamá ni papá podemos hacer lo que queramos.
–Uy sí, qué fácil. No, orita no se puede, cuando haya
vacaciones, y si puedo ahorrar, los llevaré a algún lado y tal vez un día al
ferrocarril de Chihuahua –contestó enfático Manuel, pero con cierta tristeza en
la voz.
–¿Y cómo ella sí va? Ni va a la escuela ni nada.
–Bueno, sólo fue un descansito de ir a la escuela, pero
tengo que regresar, y además estoy trabajando para poder seguir con el viaje y
voy yo sola, pero ustedes son tres y tu hermano no puede pagar todo ahorita.
Pero ya ves que ya te dijo que algún día irán.
Los niños se aburrieron pronto de la plática y se fueron a
los juegos, mientras Paloma y Manuel se quedaron platicando un rato más. Ella admiraba
a su amigo por su dedicación para con sus hermanos y con la escuela: era muy
estudioso, según él mismo le había dicho, y le gustaba aprender de todo. Era ya
su último año de prepa y quería estudiar una carrera, pero no sabía exactamente
cuál. Esto le causaba cierto desasosiego:
–Es que no sé, todo me gusta, pero no igual. El área
administrativa es la que creí que menos me gustaba, pero desde que trabajo en
el restaurante he aprendido algo con el jefe Li, y tiene su chiste, pues en un
negocio tiene que ver con todo para que funcione bien. Y a mí me gustaría poner
una panadería cuando mis hermanos crezcan y me puedan ayudar. Así que ésa sería
una buena carrera.
–¿Una panadería? ¿Y eso?
–Pues es que mi mamá hacía pan para vender y yo le ayudaba.
Yo la veía que lo hacía con mucho gusto, le gustaba, le ponía mucho amor.
–Ay, ¿a poco?, qué exagerado.
–En serio, mezclaba los ingredientes con cuidado, amasaba
con delicadeza y la verdad es que yo creo que eso hacía que el pan le saliera
tan bueno. Se vendía muy bien. Tenía algunos entregos a restaurantes y algunos
vecinos le compraban también, aunque no era pan así de dulce como el de las
panaderías. Era pan integral, pero ella le ponía su estilo, le agregaba
distintos ingredientes que lo hacían especial, por eso le iba bien.
–¿Y tú qué hacías? ¿También le entrabas a la amasada?
–A veces, pero no mucho, a mí me tocaba ayudarle con los
entregos, o con mis hermanos. Y a veces me pedía que viera cómo lo hacía para
que aprendiera porque tal vez algún día me serviría. Y cuando se murió y tuve
que arreglar sus cosas, me encontré con muchas recetas y un cuaderno donde
apuntaba algo así como sus secretos de cocina. Por eso me gustaría poner la
panadería y por eso trabajo en el restaurante, porque tiene algún parecido, y
por eso me gustaría estudiar Administración.
–Ah, pues sí, tienes razón. ¿Y qué otra cosa te gusta?
Dices que no te decides por varias.
–Sí, me dan ganas de estudiar Arquitectura, pero no sé, es
caro, y luego no creo que sea tan fácil encontrar trabajo. En cambio, con la
panadería, pues nosotros seríamos nuestros jefes y la gente come pan diario. O
Química, pero dicen que es muy matado, pero eso sí podría ayudarme con lo de la
panadería.
–¿Tú crees? Oye, y por qué no le dices al jefe Li que te
enseñe más, y te vaya ascendiendo de trabajo y así es como si estudiaras dos
carreras, pero una más ya en la práctica. O sea, estudias Química o lo que
quieras y aprendes lo de la administración en el restaurante.
–¡Ah!, sí es cierto, podría ser así. ¿Irala?, no eres tan
mensa.
–¡Oye! –Reclamó Paloma.
–Pues voy a ver –continuó Manuel sin hacer caso de la
protesta de su amiga–, porque hasta donde sé, los que estudian Química tienen
unos horarios horribles, mixtos, pero voy a investigar bien. Ya tengo que tomar
una decisión, y no es fácil. Me da miedo.
–¿Por? –Preguntó con ingenuidad Paloma.
–¡Cómo por!, es algo que es de por vida, y no puedo darme
el lujo de pasarme cuatro o cinco años estudiando algo que no me va a gustar o
que me va a amargar para siempre o en lo que no voy a encontrar trabajo. ¿Tú
qué vas a estudiar?
–Ay, pues no sé, ni he pensado.
–Claro, pues como eres hija de familia…–dijo Manuel con
cierta amargura.
–Pero voy a empezar a hacerlo. Este viaje me va a ayudar
mucho para tomar esa decisión. Por ejemplo, veo a Eloísa y sabe hacer tantas
cosas, que me dan ganas de ser como ella.
–Sí –replicó Manuel–, pero son tantas que a la mera hora no
se dedica a ninguna.
–Pero está contenta –dijo Paloma en defensa de su amiga–, y
cuando se ofrece, ella sabe cómo hacer lo que sea.
–Sí, pero uno no puede pensar nada más en estar contento,
también tiene que ver la parte del dinero, que te alcance, porque uno no va a
ser joven toda la vida –enfatizó Manuel hablando como si tuviera muchos más
años–. Ya ves yo. Qué me iba a imaginar que mi mamá se iba a morir y que yo me
tendría que encargar de mis hermanos. Antes de que se enfermara, ni pensaba en
el dinero, le ayudaba a mi mamá, pero no tenía idea de lo que significaba
mantenerse a uno mismo, una casa, y además, a dos más.
–Sí, también tienes razón. Pero yo creo que si haces lo que
te gusta te va bien.
–Sí, quién sabe. A lo mejor.
–Ahí vienen tus hermanos. ¿Vamos por una nieve? Yo invito.
–Chido.
Así transcurrió la tarde del lunes de esa semana en San
Luis donde Paloma tuvo experiencias importantes.
Las otras tardes de esa semana había acompañado a Eloísa a
sus clases de música, había estado con ella mientras pintaba y la había ayudado
un poco en unas costuras que tenía, pues su nueva amiga también sabía coser y
arreglaba ropa, incluso tenía tres máquinas, pues un tiempo había hecho ropa. Así
fue que Paloma aprendió a coser a máquina bastante bien y hasta en una
industrial. Eloísa le dijo que nunca debía despreciar ningún aprendizaje,
porque en algún momento de su vida cualquier cosa que hubiera aprendido le
serviría y la sacaría de un apuro.
Se había generado un gran afecto entre las dos. Eloísa veía
a Paloma como a su hermana ausente. Y Paloma encontró en ella un modelo a
seguir. Sólo que a ella eso del arte no se le daba, le gustaba más hacer cosas
prácticas, arreglar máquinas. Tenía habilidad para ello y eso sí le gustaba
mucho, incluso le reparó a Eloísa una lámpara y una de las máquinas de coser,
una familiar. No había hecho mucho, pero era capaz de inferir dónde estaba un
desperfecto si analizaba con cuidado el problema. De ese modo fue que se dio
cuenta de que a la lámpara le hacía falta cambiarle un tornillo que se había
barrido para que se sostuviera bien, y que la máquina se atoraba al coser,
porque le hacía falta una buena limpieza. Eran cosas sencillas, que sólo
requerían un poco de atención, según le dijo a Eloísa:
–No, pero tú porque sabes –replicó Eloísa.
–Qué voy a saber, ni sé nada, sólo me fijé qué era lo que
pasaba y vi que era fácil y lo arreglé.
–Y yo cómo no me di cuenta –insistió Eloísa.
–Ah, pues eso sí no sé, porque estás entretenida pintando o
estudiando tus cantos ésos, yo qué sé.
–Pues yo digo que sí sabes.
–Ahora ya sé, pero antes no –afirmó Paloma.
–¡Achis!, cómo.
–Sí, mira –explicó Paloma–, no sabía que si una máquina
está sucia no funciona bien y se va a atorar o va a hacer lo que hacía tu
máquina, sólo que cuando la abrí me fijé que algo la hacía que no cosiera bien
y ese algo eran unas pelusotas tamaño caguama que tenía, se las quité, y le
quité de paso todas las que me encontré, que no eran pocas –subrayó con
intención y agregó–, por cierto, sería bueno que la limpiaras de vez en cuando.
–Ay, es que siempre se me olvida –se disculpó Eloísa.
–Y entonces aprendí eso.
–Qué.
–¿Cómo qué?, que si no la mantienes bien limpia, no va a
funcionar bien.
–¿Nomás eso? –Preguntó incrédula Eloísa.
–Por eso te digo que era fácil.
–Pero yo no lo veía, y eso que también la había destapado.
No, cada quién tiene sus gracias.
–Sí, a lo mejor. Mira yo, quise dibujar un árbol y me quedó
bien feo, todo malhechote, deforme, gacho, simple, no sé ni dónde está lo que
lo hace verse así, pero no se ve bien, se ve… no sé, plano, falso, no sé, te
digo. Y tú, mira, cualquier cosa que dibujas te sale bonita. Y sí, como dices,
cada quién tiene sus gracias.
El jueves había hablado nuevamente a su casa, para saber
cómo andaban las cosas, así que se enteró de que su papá ya sabía todo y que su
mamá y Azucena le habían pedido que no la buscara, pero él estaba necio en que
lo haría. Supo también que esa semana él estaría en Chihuahua por trabajo, y
que estaba convencido de que la iba a encontrar, porque creían que estaba allá,
quién sabe por qué. Otra vez se negó a decirle a su mamá dónde estaba.
Las experiencias y charlas con sus amigos durante la semana
habían sido muy provechosas y así se fue cumpliendo el plazo. Eloísa le sugirió
que antes de que se fuera, le avisara al jefe Li de sus planes y que le pidiera
una carta de recomendación, porque tal vez eso le iba a servir algún día. Así
lo hizo, y aunque el jefe se molestó un poco porque iban a quedarse otra vez
sin lavaloza, entendió que no era porque ella fuese irresponsable, sino porque
era muy joven, tenía deseos de aventura y nada más, así que el domingo que fue
su último día de trabajo le pagó, le entregó la carta y hasta le dio un abrazo,
gesto inusual en el jefe Li.
Con Manuel las charlas fueron menos, ya que había poco
tiempo para verse, salvo cuando era el cambio de turno y el lunes que habían
ido al parque, pero también se habían tomado un gran cariño y admiración mutua.
Manuel admiraba y envidiaba la intrepidez de Paloma, y ella la responsabilidad
y dedicación de su amigo. Cuando se despidieron, se dieron un abrazo muy fuerte
y los dos lloraron.
En la casa de Eloísa la hora del adiós se acercaba y las
dos no habían querido hablar del tema. Paloma se iría el lunes y Eloísa la
acompañaría hasta la central de autobuses. El día señalado, antes de salir de
la casa, muy temprano, hablaron un poco:
–Pues ya te vas, mhija –dijo Eloísa con cierta nostalgia.
–Pues sí, mana, estoy contenta, pero también triste.
Gracias, gracias, gracias.
–De nada, chamaca, cuídate mucho y ojalá te haya servido lo
que aprendiste.
–Claro, aprendí de todos, hasta de la amarga de Clara.
–Ah, ¿la del restaurante?, sí qué amarga, ¿eh?, ¿y qué
aprendiste de esa vieja malvibrosa?
–Pues que no debo ser así, como ella, porque no le caes
bien a nadie y le haces la vida difícil a todos, hasta a ti misma. Creo que si
uno tiene problemas no debe llevarlos a todos lados ni desquitarse con los
demás. Ya ves Manuel, cuántas broncas ha tenido y él ve cómo, pero lo resuelve.
–Pues sí, Paloma, así es esto del abarrote.
–¿Qué?
–Es un dicho, así se dice.
–Es que suena muy chistoso, nunca lo había oído.
–¿No? Yo se la oí a un amigo y ya siempre lo digo cuando se
ofrece.
–Ah, yo también lo voy a usar –y continuó Eloísa:
–Me dio mucho gusto que estuvieras en mi casa, de veras, fue
como vivir lo que no he vivido con mi hermana. Nos llevamos muchos años, casi
no nos vemos, y no la entiendo mucho, pero así me gustaría que fuera mi
relación con ella. Así que muchas gracias.
–¡De qué, si ni hice nada!, al contrario, gracias a ti por
todo.
Ambas se dieron un abrazo y lloraron emocionadas, como cuando
se despidió de Manuel.
–Siempre me voy a acordar de San Luis, de Manuel, del jefe
Li y sobre todo de ti, manita.
–Yo tambor, mhija, yo tambor.
Paloma se rio con el comentario de Eloísa, pues usaba
palabras y dichos poco usuales para ella, y así terminó la charla. Ya era noche
y era hora de descansar. Al poco rato ambas dormían plácidamente y Paloma
pasaba su última noche en la hamaca.
La
casa de Eloísa
Qué bonito relato. Un abrazo tía.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me estimula mucho tu comentario tan emotivo. Va un abrazo de regreso.
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