martes, 1 de diciembre de 2015

Capítulo 16

La verdad sale a la luz
Ya habían pasado cuatro días y si bien la llamada de Paloma le había devuelto un poco la tranquilidad, Nieves seguía preocupada. Le angustiaba pensar en el momento en el que Antonio supiera la verdad y, sobre todo, en cómo iba a reaccionar, pues estaba casi segura de que sería de manera violenta. Quería compartir el secreto con su hija mayor, pero no sabía cómo lo iría a tomar y dudaba de que fuera conveniente, porque tal vez en lugar de ayudarla a sobrellevar el asunto, le causaría más angustia de la que ya padecía. Y es que Azucena y Paloma pasaban por una etapa difícil; a pesar de que de niñas habían sido buenas compañeras de juegos, la adolescencia de Azucena y ahora la de Paloma las había distanciado y su relación se había convertido en una mutua y eterna queja, de la cual Nieves estaba cansada, y por un momento hasta pensó que tal vez este viaje de Paloma significara un remanso de paz, un descanso al menos para dejar de recibir quejas de ambas partes.
            –Oye, mamá, ¿y la babas de mi hermana?
            –No hables así, ¿para qué la quieres, para pelear?
            –No, nada más pregunto, porque no la he visto, ni me ha cogido mis cosas, lo cual es muy raro.
            –Se fue a un viaje de la escuela.
            –¿En serio? ¿Y eso cuándo fue? ¡De seguro se llevó algo mío! Voy a revisar mis cosas.
            Nieves siguió pensando en cuál sería la mejor decisión respecto del viaje de Paloma, y deseó que hubiera respetado las cosas de su hermana, pero eso era casi un imposible. Y lo comprobó de inmediato, con los gritos de Azucena:
            –¡Mamá, se llevó mi gorra! ¡Por qué no entiende, carajo! Siempre lo mismo.
            –Cállate ya. No puedes hacer nada.
            –Pero es que siempre tiene que usar algo mío, como si no tuviera sus cosas. Nada más por fregar, para fastidiarme, o porque no cuida lo suyo y claro, tiene siempre que esculcarme.
            –Ay, hija, no te enojes, que estoy muy preocupada.
            –¿Por Paloma? Ay, y yo qué, por mí nunca te preocupas. Y eso que salgo bien tarde de la escuela, ni quien esté al pendiente de mí como de Paloma.
            La relación entre las dos hermanas era la típica de cuando se acaba la niñez y ellas no eran la excepción, de modo que estaban distanciadas y los intereses de ambas ya no coincidían. Azucena ya había entrado a la Universidad y eso la hacía sentir mucho mayor que Paloma, aunque de niñas la diferencia de edades nunca hubiera importado. Según Azucena, Paloma se resistía a crecer y era una infantil, con sus ideas siempre de vivir aventuras y escenas inverosímiles que de chicas habían resultado muy divertidas, pero que ahora la sacaban de quicio. “¿Qué no se da cuenta del desastre que es el mundo?, ¿no está al tanto la babosa de las injusticias sociales y de que es necesario presentar un frente al imperialismo avasallador? ¿Por qué no acaba de crecer para darse cuenta de la inequidad de géneros y de que es necesario hacer algo? ¿Por qué no mejor se pone a pensar en la necesidad de buscar energías alternativas?, bien podría pensar en estudiar algo relacionado con eso en lugar de nada más estar imaginándose sus aventuras imbéciles.” Eran estas las ideas de Azucena, quien ya se sentía muy madura y a pesar de este supuesto hecho, se enojaba por cosas como que Paloma usara alguna prenda suya.
            –¿Y cuándo regresa? A ver si no la perdió. Me la regaló un amigo.
            –¿Por qué habría de perderla?
            –Porque siempre pierde todo, es una tarada.
            –Ya, Azucena, que de veras me preocupa tu hermana.
            –Pues no veo por qué, ¿por un viaje de la escuela? Si no es el primero.
            –No, no es por eso, es que…
            –Qué –preguntó Azucena con curiosidad ante la actitud de su mamá que no acababa de resultarle clara y añadió–, está embarazada la babosa.
            –No y deja de hablar así. Es que…
            –¡Qué, ya dime! Si no me vas a decir nada, para qué empiezas.
            –Pues es que se fue de viaje y no le dijo a nadie. No fue a la escuela desde el lunes, pero yo no sé qué hacer, si decirle a tu papá o no.
            –¿A dónde se fue?
            –Pues que dizque a Chihuahua.
            –¡Pendeja!
            –¡Azucena!
            –Perdón, mensa, ¿esa palabra sí se permite en esta casa? Significa lo mismo, no sé qué le hacen al cuento tú y mi papá. ¿Así que se fue? Nunca lo hubiera creído, siempre pensé que serían fantasías de por vida. ¿Y ya está allá?
            –Pues no sé, por eso estoy preocupada.
            –¿Y cómo sabes que anda allá? A lo mejor se fue con un güey.
            –No lo creo. Me dijo Carla que sus planes eran viajar en tren, pero ya ves lo que pasó con los ferrocarriles. Antier, o ya no sé ni qué día fue, habló por teléfono, dijo que estaba bien, pero tampoco me dijo dónde, sólo me pidió que no la buscáramos, que ella iba a regresar; también eso me dijo Carla, que Paloma quería irse de viaje y regresar para contar sobre lo que hubiera vivido durante él.
            –¿Y mi papá ya sabe?
            –No, y, por favor, no le vayas a decir nada hasta que yo decida qué hacer. Por el momento le dije que se había ido de viaje con los de su clase. Bueno, no le he dicho, sólo que se había quedado en la casa de Carla a dormir, Eso es lo que pensaba decirle, pero no sé qué hacer, si debemos buscarla, o dejarla.
            –Pues si ya te habló es que está bien, ¿no?
            –Pues sí, pero… ya sabes cómo es tu papá. Por eso no sé qué hacer, porque no creo que Paloma regrese tan pronto como para que con lo del viaje de la escuela sea suficiente, y entonces tenga que decirle la verdad y va a ser peor.
            –Quién la viera, nunca hubiera creído que se atreviera, siempre creí que eran sus fantasías de niña babosa –dijo Azucena con cierta admiración y luego, al recordar la gorra, tuvo una regresión y añadió–, ¡pero por qué tenía que llevarse mi gorra, carajo!
            –Ay, mira, una gorra es lo de menos, Azucena, y no te portes como niña. Tanto dices de Paloma y mírate, oye lo que dices y cómo lo dices, ni más ni menos que una niña. Ayúdame mejor a pensar qué hacer, si le digo o no a tu papá, y cómo se lo digo para que no se ponga hecho una furia y, sobre todo, a decidir si le digo para que la empecemos a buscar o trato de que Antonio no lo intente.
            –No, yo digo que la dejen. Va a ser bueno para ella –dijo Azucena con otra actitud, ya de joven madura, acorde con sus diecinueve años.
            –¿Lo dices de corazón?, o sólo porque así no habrá discusiones.
            –No, lo digo en serio. Si ya te habló, eso quiere decir que está bien. ¿Qué te dijo exactamente?
            –Pues no mucho, sólo que estaba bien, que no me decía dónde estaba para que no la buscáramos, que ya me había mandado una carta y que la esperara, que nos quería mucho a todos y colgó. No me dejó decirle nada.
            –Ahí está, déjenla.
            –Pero es que está muy chica.
            –Ay, ni tanto, ¿eh? Esa manía que tienen ustedes de vernos como niñas. Ya crecimos, mamá, y lo tienen que aceptar. A ver, tú a su edad ¿no eras capaz de eso y más?
            –Pero eran otros tiempos, ahora hay muchos peligros.
            –No, mamá, es lo mismo, pero ya se te olvidó. O a lo mejor, precisamente porque te acuerdas no la dejas, o le tienes envidia.
            –¡Azucena!, no me hables así.
            –Pues eso me hacen pensar tú y mi papá. Ustedes hicieron y deshicieron y no quieren que nosotras hagamos lo mismo.
            –Es diferente.
            –¿En qué es diferente? ¿En que no son ustedes? ¿Cuántos años tenían tú y mi papá cuando estabas embarazada de mí?, a ver, dime.
            –Pues, no sé, muy joven.
            –Tenías un año menos que yo y uno más que Paloma, no nos hagamos tontas.
            –Precisamente por eso, no quiero que pasen por lo mismo.
            –Pues es inevitable, cada quien tiene que vivir su vida, con lo que venga y, en todo caso, responsabilizarse de lo que uno hace y no que salgan sus papás al paso a resolverle todo.
            –Es que no fue fácil.
            –Pero lo vivieron, con todas sus dificultades y siguieron juntos y aquí estamos todos. Así que yo creo que debes decirle a mi papá la verdad, hablar nosotros tres e insistir en que la deje, yo te ayudo a convencerlo.
            Nieves escuchaba a Azucena y le sorprendía darse cuenta de que su hija mayor ya no era una niña, efectivamente, sino una mujer, joven, sin duda, pero ya adulta. Y se miró en ella a su edad. Pensó que tenía razón Azucena y que si ella, Nieves, había actuado con inconsciencia, también había sido capaz de aceptar las consecuencias y querer a Azucena, criarla y cuidarla como lo había hecho, y sus hijas también contaban con esa posibilidad. La voz de Azucena la devolvió a la conversación.
            –Además, mamá, yo creo que tenemos un punto a favor, ustedes.
            –¿Nosotros? –Preguntó Nieves sin entender a quiénes incluía con ese “ustedes”.
            –Sí, tú y mi papá, porque nos han educado de otra manera a la que ustedes lo fueron por mis abuelos, dándonos más información, platicando más con nosotros, a pesar de lo enojón que es mi papá, también él ha sido de otro modo que sus papás; pero más tú, porque con su carácter, mi papá es medio difícil, tú siempre has sido más abierta. Y ya crecimos, así que lo único que pueden hacer es dejarnos vivir y confiar en nosotros y en que lo que nos enseñaron está bien y nos servirá de algo.
            –Sí, pero…
            –Pero nada, mamá, acéptalo. Y dejen a Paloma. Ceo que yo tampoco me había dado cuenta de que ya no es una niña, con todo y que coja mis cosas y sea medio alocada. Creo que somos distintas, nada más y que, en todo caso, ella tiene derecho a vivir las aventuras que quiera, así a mí o a quien sea le parezcan tontas. Que lo son, pero eso es otro asunto.
            –¿Pero cómo le digo a tu papá?
            –Eso sí es más difícil, quién sabe, es tu esposo y lo conoces mejor que yo.
            –¿Pero me ayudas?
            –Ay, mamá, pareces niña.
            –Me ayudas o no.
            –Sí, está bien, te ayudo –dijo Azucena conformándose.
            –Gracias, hija.
            Nieves le dio un beso a su hija mayor y ésta le devolvió un abrazo que Nieves correspondió con efusión. En ese momento se sintieron ambas dos mujeres solidarias y muy queridas una por la otra, pero Azucena era poco expresiva y fue ella quien rompió el abrazo, enseguida se despidió para irse a la facultad.
Nieves se quedó sola, pensando en todo lo que habían platicado y empezó a trazar un plan para decirle a Antonio la verdad y conseguir que dejara a Paloma seguir con su propósito, confiar en ella y esperar su regreso. Sin embargo, no sería esa noche cuando hablaría con Antonio, Nieves quería esperar la carta de Paloma y tener al menos algo qué mostrarle a Antonio para que tratara de entender a su hija y le permitiera continuar. Probablemente lo peor de su enojo surgiría por no haberle dicho la verdad desde el principio, pero eso ya no tenía remedio y Nieves pensaba sólo en cómo iniciar la conversación que los condujera a la verdad.
Aquella noche cenaron como si nada ocurriera, a pesar del nerviosismo de Nieves, quien lo disfrazó de síndrome premenstrual. Ya mañana sería otro día y así tendría un día más para pensar. La cena terminó bien y los tres se fueron a dormir, cada uno con sus propios pensamientos: Nieves pensando en cómo empezaría la conversación; Azucena, en que sentía más respeto por Paloma, incluso cierta admiración; y Antonio, en que tenía una hermosa, feliz y perfecta familia y que él era la cabeza, guía y autoridad de ella.
            Al día siguiente, la mañana inició con la rutina diaria. Antonio se fue al trabajo y Nieves pudo relajarse hasta entonces. Azucena estaba desayunando en la cocina y Nieves le comentó su plan, que consistía en esperar la carta de Paloma y con ella en las manos, mostrársela a Antonio y a partir de allí ver cómo sucedían las cosas, pero siempre con el propósito de ayudar a Paloma a terminar con su viaje.
            –Si, está bien – aprobó Azucena–, pero si el correo se tarda, lo cual no es raro, no creo que debas esperar por la carta, mamá, sí va a ser un apoyo, así como lo has pensado, pero yo soy de la idea de que entre más pronto, mejor. Lo que sea que suene y ya.
            –Sí, ya también pensé en eso, sólo esperaré una semana completa y si no llega, simplemente se lo diré a Antonio y a ver qué pasa.
            En ese momento sonó el silbato del cartero. Nieves corrió a recoger la correspondencia y entre las cuentas por pagar y los estados de cuenta de los bancos vio un sobre rotulado a mano, ¡era la letra de Paloma!, y gritó desde la puerta:
            –¡Ya llegó!
            –Quién –preguntó Azucena–, ¿Paloma? –Y pensó: “la muy chillona ya se regresó”.

            –No, la carta de Paloma –respondió Nieves ya en la cocina.

Por esta vez el correo fue eficiente. 
            –Ah –dijo Azucena pensando que su hermana no era tan cobarde como ella creía, y preguntó–, ¿y qué dice, de dónde la mandó?
            –Pues no se ve muy bien el sello, creo… no sé, no se ve bien, a ver tú vele.
            –No pues está todo embarrado de tinta, no se entiende –señaló Azucena, aunque tampoco se esforzó mucho por descifrar el sello pues le parecía un detalle poco importante.
            –Ay, mejor –dijo Nieves, sacó un cuchillo del cajón y rasgó el sobre con cuidado. Sacó la carta y la leyó emocionada. Las lágrimas le rodaron por las mejillas.
            Azucena la vio y preguntó:
            –Qué pasó, ¿está mal o qué?
            Nieves no dijo nada, sólo le alargó la carta a Azucena y ésta la leyó con rapidez, luego dijo:
            –¿Y por qué lloras? Está bien.
            –Pues lloro de la emoción de saber que está bien, y porque tiene ese mismo espíritu aventurero que yo nunca obedecí y porque… no sé, porque me hace feliz tener noticias suyas.
            –Ay, mamá, se llora por otras cosas.
            –Qué tiene, déjame.
            Azucena volvió a leer la carta y dijo para sus adentros: “Qué loca, pero me gustaría andar con ella.” Era como un acto silencioso de reconciliación. Enseguida le devolvió la carta a Nieves y ésta también volvió a leerla con emoción.
            –Así que hoy en la noche habrá tormenta. A ver qué dice mi papá. ¿Se lo vas a contar antes o después de la cena?
            –No, pues después, si se lo cuento cuando tenga hambre va a ser peor.
            –Nada más no le hagas huevo ni le des aguacate, ¿no dicen que hacen daño si uno hace coraje?
            –Eso dicen, quién sabe, pero tienes razón, no vaya a ser la de malas. Tendré a la mano un té de boldo y procuraré que la cena sea ligera. Bueno, ya me siento un poco más tranquila. Y ya me apuro, porque tengo clase hoy.
            –Ah, ¿sigues dando clases? Ni me acordaba.
            –Pues ya ves, hablamos tan poco a veces. Sí, doy nada más tres veces a la semana, tampoco quiero llenarme de clases, como hace algunos años. Luego acabo agotada y encima la casa…
            –Pues es que tú no te impones con mi papá para que te ayude, es un macho.
            –Todos, en ese caso, deberían ayudarme.
            –Pero tu esposo más. Es tu compañero, ¿no? Se supone que debería ser solidario.
            –Y lo es, Azucena, dentro de todo. Ya ves cuando estaban chicas, las llevaba a la escuela, las recogía, les daba de comer mientras yo estaba en la escuela trabajando y las entretenía en lo que yo llegaba.
            –Sí, pero no lavaba los trastes, ni hacía de comer. Claro que tomando en cuenta su educación… pero no hay disculpas.
            –Bueno, ya, eso no está en discusión por el momento. Dejemos eso.
            –Pues no deberías evadirte. Todavía están jóvenes y al rato se van a quedar solos y qué, ¿nada más vas a estar para servirle? No le saques, mamá, piensa en eso.
            –Óyeme, majadera. Y ya dejemos eso, se me hace tarde.
            Azucena se quedó en la cocina, y después de desayunar mientras estaba lavando los trastes pensaba: “Bueno, al menos mi papá es capaz de ayudar en algo, siquiera ordena los trastes en la noche y les echa agua para que no cueste trabajo lavarlos, pero yo digo que debería lavarlos antes de irse a trabajar. Claro que si pienso en el papá de Caro, mi papá es de avanzada, el muy bolsa no mueve un dedo, y además sale con que su esposa no trabaje y sus hijas menos. Y andan batallando las pobres vendiendo cuanto catálogo les cae en las manos, peso eso sí, que ni se entere el tipo porque encima de que llevan dinero para no pasarla tan mal, el muy pendejo se enoja y las moquetea. Y lo peor es que lo aguantan. Hay que cambiar esta sociedad, carajo.”
            Nieves se despidió de Azucena y se fue a su clase. Durante ese tiempo estuvo algo distraída y la clase no salió muy bien, mejor dicho, a su gusto, porque ninguno de sus alumnos notó nada extraño, o si lo hicieron nadie dijo nada.

Había pensado que cenarían Antonio y ella, luego esperarían a Azucena, la acompañarían a cenar, y ya en la sobremesa, se levantaría y pondría el sobre en la mesa y le diría a Antonio que tenía algo muy importante que decirle. De lo demás, no tenía la menor idea ni quería pensar más. Estaba cansada de ver la escena en su mente y de tratar de prever todo, sin ningún resultado. Pero al menos ya había tomado la decisión de que las cosas fluyeran como fuera. Así transcurrieron las horas de la tarde, en medio de las actividades de rutina e imaginando el resultado del plan para aquella noche, que sin duda sería una noche difícil.