La verdad sale a la luz
Ya habían pasado cuatro días y si bien la
llamada de Paloma le había devuelto un poco la tranquilidad, Nieves seguía
preocupada. Le angustiaba pensar en el momento en el que Antonio supiera la
verdad y, sobre todo, en cómo iba a reaccionar, pues estaba casi segura de que
sería de manera violenta. Quería compartir el secreto con su hija mayor, pero
no sabía cómo lo iría a tomar y dudaba de que fuera conveniente, porque tal vez
en lugar de ayudarla a sobrellevar el asunto, le causaría más angustia de la
que ya padecía. Y es que Azucena y Paloma pasaban por una etapa difícil; a
pesar de que de niñas habían sido buenas compañeras de juegos, la adolescencia de
Azucena y ahora la de Paloma las había distanciado y su relación se había
convertido en una mutua y eterna queja, de la cual Nieves estaba cansada, y por
un momento hasta pensó que tal vez este viaje de Paloma significara un remanso
de paz, un descanso al menos para dejar de recibir quejas de ambas partes.
–Oye,
mamá, ¿y la babas de mi hermana?
–No
hables así, ¿para qué la quieres, para pelear?
–No,
nada más pregunto, porque no la he visto, ni me ha cogido mis cosas, lo cual es
muy raro.
–Se
fue a un viaje de la escuela.
–¿En
serio? ¿Y eso cuándo fue? ¡De seguro se llevó algo mío! Voy a revisar mis
cosas.
Nieves
siguió pensando en cuál sería la mejor decisión respecto del viaje de Paloma, y
deseó que hubiera respetado las cosas de su hermana, pero eso era casi un
imposible. Y lo comprobó de inmediato, con los gritos de Azucena:
–¡Mamá,
se llevó mi gorra! ¡Por qué no entiende, carajo! Siempre lo mismo.
–Cállate
ya. No puedes hacer nada.
–Pero
es que siempre tiene que usar algo mío, como si no tuviera sus cosas. Nada más
por fregar, para fastidiarme, o porque no cuida lo suyo y claro, tiene siempre
que esculcarme.
–Ay,
hija, no te enojes, que estoy muy preocupada.
–¿Por
Paloma? Ay, y yo qué, por mí nunca te preocupas. Y eso que salgo bien tarde de
la escuela, ni quien esté al pendiente de mí como de Paloma.
La
relación entre las dos hermanas era la típica de cuando se acaba la niñez y
ellas no eran la excepción, de modo que estaban distanciadas y los intereses de
ambas ya no coincidían. Azucena ya había entrado a la Universidad y eso la
hacía sentir mucho mayor que Paloma, aunque de niñas la diferencia de edades
nunca hubiera importado. Según Azucena, Paloma se resistía a crecer y era una
infantil, con sus ideas siempre de vivir aventuras y escenas inverosímiles que
de chicas habían resultado muy divertidas, pero que ahora la sacaban de quicio.
“¿Qué no se da cuenta del desastre que es el mundo?, ¿no está al tanto la
babosa de las injusticias sociales y de que es necesario presentar un frente al
imperialismo avasallador? ¿Por qué no acaba de crecer para darse cuenta de la
inequidad de géneros y de que es necesario hacer algo? ¿Por qué no mejor se pone
a pensar en la necesidad de buscar energías alternativas?, bien podría pensar
en estudiar algo relacionado con eso en lugar de nada más estar imaginándose
sus aventuras imbéciles.” Eran estas las ideas de Azucena, quien ya se sentía
muy madura y a pesar de este supuesto hecho, se enojaba por cosas como que
Paloma usara alguna prenda suya.
–¿Y
cuándo regresa? A ver si no la perdió. Me la regaló un amigo.
–¿Por
qué habría de perderla?
–Porque
siempre pierde todo, es una tarada.
–Ya,
Azucena, que de veras me preocupa tu hermana.
–Pues
no veo por qué, ¿por un viaje de la escuela? Si no es el primero.
–No,
no es por eso, es que…
–Qué
–preguntó Azucena con curiosidad ante la actitud de su mamá que no acababa de
resultarle clara y añadió–, está embarazada la babosa.
–No
y deja de hablar así. Es que…
–¡Qué,
ya dime! Si no me vas a decir nada, para qué empiezas.
–Pues
es que se fue de viaje y no le dijo a nadie. No fue a la escuela desde el
lunes, pero yo no sé qué hacer, si decirle a tu papá o no.
–¿A
dónde se fue?
–Pues
que dizque a Chihuahua.
–¡Pendeja!
–¡Azucena!
–Perdón,
mensa, ¿esa palabra sí se permite en esta casa? Significa lo mismo, no sé qué
le hacen al cuento tú y mi papá. ¿Así que se fue? Nunca lo hubiera creído,
siempre pensé que serían fantasías de por vida. ¿Y ya está allá?
–Pues
no sé, por eso estoy preocupada.
–¿Y
cómo sabes que anda allá? A lo mejor se fue con un güey.
–No
lo creo. Me dijo Carla que sus planes eran viajar en tren, pero ya ves lo que
pasó con los ferrocarriles. Antier, o ya no sé ni qué día fue, habló por
teléfono, dijo que estaba bien, pero tampoco me dijo dónde, sólo me pidió que
no la buscáramos, que ella iba a regresar; también eso me dijo Carla, que
Paloma quería irse de viaje y regresar para contar sobre lo que hubiera vivido
durante él.
–¿Y
mi papá ya sabe?
–No,
y, por favor, no le vayas a decir nada hasta que yo decida qué hacer. Por el
momento le dije que se había ido de viaje con los de su clase. Bueno, no le he
dicho, sólo que se había quedado en la casa de Carla a dormir, Eso es lo que pensaba
decirle, pero no sé qué hacer, si debemos buscarla, o dejarla.
–Pues
si ya te habló es que está bien, ¿no?
–Pues
sí, pero… ya sabes cómo es tu papá. Por eso no sé qué hacer, porque no creo que
Paloma regrese tan pronto como para que con lo del viaje de la escuela sea
suficiente, y entonces tenga que decirle la verdad y va a ser peor.
–Quién
la viera, nunca hubiera creído que se atreviera, siempre creí que eran sus
fantasías de niña babosa –dijo Azucena con cierta admiración y luego, al
recordar la gorra, tuvo una regresión y añadió–, ¡pero por qué tenía que
llevarse mi gorra, carajo!
–Ay,
mira, una gorra es lo de menos, Azucena, y no te portes como niña. Tanto dices
de Paloma y mírate, oye lo que dices y cómo lo dices, ni más ni menos que una
niña. Ayúdame mejor a pensar qué hacer, si le digo o no a tu papá, y cómo se lo
digo para que no se ponga hecho una furia y, sobre todo, a decidir si le digo
para que la empecemos a buscar o trato de que Antonio no lo intente.
–No,
yo digo que la dejen. Va a ser bueno para ella –dijo Azucena con otra actitud,
ya de joven madura, acorde con sus diecinueve años.
–¿Lo
dices de corazón?, o sólo porque así no habrá discusiones.
–No,
lo digo en serio. Si ya te habló, eso quiere decir que está bien. ¿Qué te dijo
exactamente?
–Pues
no mucho, sólo que estaba bien, que no me decía dónde estaba para que no la
buscáramos, que ya me había mandado una carta y que la esperara, que nos quería
mucho a todos y colgó. No me dejó decirle nada.
–Ahí
está, déjenla.
–Pero
es que está muy chica.
–Ay,
ni tanto, ¿eh? Esa manía que tienen ustedes de vernos como niñas. Ya crecimos,
mamá, y lo tienen que aceptar. A ver, tú a su edad ¿no eras capaz de eso y más?
–Pero
eran otros tiempos, ahora hay muchos peligros.
–No,
mamá, es lo mismo, pero ya se te olvidó. O a lo mejor, precisamente porque te
acuerdas no la dejas, o le tienes envidia.
–¡Azucena!,
no me hables así.
–Pues
eso me hacen pensar tú y mi papá. Ustedes hicieron y deshicieron y no quieren
que nosotras hagamos lo mismo.
–Es
diferente.
–¿En
qué es diferente? ¿En que no son ustedes? ¿Cuántos años tenían tú y mi papá
cuando estabas embarazada de mí?, a ver, dime.
–Pues,
no sé, muy joven.
–Tenías
un año menos que yo y uno más que Paloma, no nos hagamos tontas.
–Precisamente
por eso, no quiero que pasen por lo mismo.
–Pues
es inevitable, cada quien tiene que vivir su vida, con lo que venga y, en todo
caso, responsabilizarse de lo que uno hace y no que salgan sus papás al paso a
resolverle todo.
–Es
que no fue fácil.
–Pero
lo vivieron, con todas sus dificultades y siguieron juntos y aquí estamos
todos. Así que yo creo que debes decirle a mi papá la verdad, hablar nosotros
tres e insistir en que la deje, yo te ayudo a convencerlo.
Nieves
escuchaba a Azucena y le sorprendía darse cuenta de que su hija mayor ya no era
una niña, efectivamente, sino una mujer, joven, sin duda, pero ya adulta. Y se
miró en ella a su edad. Pensó que tenía razón Azucena y que si ella, Nieves,
había actuado con inconsciencia, también había sido capaz de aceptar las
consecuencias y querer a Azucena, criarla y cuidarla como lo había hecho, y sus
hijas también contaban con esa posibilidad. La voz de Azucena la devolvió a la
conversación.
–Además,
mamá, yo creo que tenemos un punto a favor, ustedes.
–¿Nosotros?
–Preguntó Nieves sin entender a quiénes incluía con ese “ustedes”.
–Sí,
tú y mi papá, porque nos han educado de otra manera a la que ustedes lo fueron
por mis abuelos, dándonos más información, platicando más con nosotros, a pesar
de lo enojón que es mi papá, también él ha sido de otro modo que sus papás;
pero más tú, porque con su carácter, mi papá es medio difícil, tú siempre has
sido más abierta. Y ya crecimos, así que lo único que pueden hacer es dejarnos
vivir y confiar en nosotros y en que lo que nos enseñaron está bien y nos
servirá de algo.
–Sí,
pero…
–Pero
nada, mamá, acéptalo. Y dejen a Paloma. Ceo que yo tampoco me había dado cuenta
de que ya no es una niña, con todo y que coja mis cosas y sea medio alocada.
Creo que somos distintas, nada más y que, en todo caso, ella tiene derecho a
vivir las aventuras que quiera, así a mí o a quien sea le parezcan tontas. Que
lo son, pero eso es otro asunto.
–¿Pero
cómo le digo a tu papá?
–Eso
sí es más difícil, quién sabe, es tu esposo y lo conoces mejor que yo.
–¿Pero
me ayudas?
–Ay,
mamá, pareces niña.
–Me
ayudas o no.
–Sí,
está bien, te ayudo –dijo Azucena conformándose.
–Gracias,
hija.
Nieves
le dio un beso a su hija mayor y ésta le devolvió un abrazo que Nieves
correspondió con efusión. En ese momento se sintieron ambas dos mujeres
solidarias y muy queridas una por la otra, pero Azucena era poco expresiva y
fue ella quien rompió el abrazo, enseguida se despidió para irse a la facultad.
Nieves se quedó sola, pensando en
todo lo que habían platicado y empezó a trazar un plan para decirle a Antonio
la verdad y conseguir que dejara a Paloma seguir con su propósito, confiar en
ella y esperar su regreso. Sin embargo, no sería esa noche cuando hablaría con
Antonio, Nieves quería esperar la carta de Paloma y tener al menos algo qué
mostrarle a Antonio para que tratara de entender a su hija y le permitiera
continuar. Probablemente lo peor de su enojo surgiría por no haberle dicho la
verdad desde el principio, pero eso ya no tenía remedio y Nieves pensaba sólo
en cómo iniciar la conversación que los condujera a la verdad.
Aquella noche cenaron como si nada
ocurriera, a pesar del nerviosismo de Nieves, quien lo disfrazó de síndrome
premenstrual. Ya mañana sería otro día y así tendría un día más para pensar. La
cena terminó bien y los tres se fueron a dormir, cada uno con sus propios
pensamientos: Nieves pensando en cómo empezaría la conversación; Azucena, en
que sentía más respeto por Paloma, incluso cierta admiración; y Antonio, en que
tenía una hermosa, feliz y perfecta familia y que él era la cabeza, guía y
autoridad de ella.
Al
día siguiente, la mañana inició con la rutina diaria. Antonio se fue al trabajo
y Nieves pudo relajarse hasta entonces. Azucena estaba desayunando en la cocina
y Nieves le comentó su plan, que consistía en esperar la carta de Paloma y con
ella en las manos, mostrársela a Antonio y a partir de allí ver cómo sucedían
las cosas, pero siempre con el propósito de ayudar a Paloma a terminar con su
viaje.
–Si,
está bien – aprobó Azucena–, pero si el correo se tarda, lo cual no es raro, no
creo que debas esperar por la carta, mamá, sí va a ser un apoyo, así como lo
has pensado, pero yo soy de la idea de que entre más pronto, mejor. Lo que sea
que suene y ya.
–Sí,
ya también pensé en eso, sólo esperaré una semana completa y si no llega,
simplemente se lo diré a Antonio y a ver qué pasa.
En
ese momento sonó el silbato del cartero. Nieves corrió a recoger la
correspondencia y entre las cuentas por pagar y los estados de cuenta de los
bancos vio un sobre rotulado a mano, ¡era la letra de Paloma!, y gritó desde la
puerta:
–¡Ya
llegó!
–Quién
–preguntó Azucena–, ¿Paloma? –Y pensó: “la muy chillona ya se regresó”.
–No, la carta de Paloma –respondió Nieves ya en la cocina.
Por esta vez el correo fue eficiente. |
–Pues
no se ve muy bien el sello, creo… no sé, no se ve bien, a ver tú vele.
–No
pues está todo embarrado de tinta, no se entiende –señaló Azucena, aunque
tampoco se esforzó mucho por descifrar el sello pues le parecía un detalle poco
importante.
–Ay,
mejor –dijo Nieves, sacó un cuchillo del cajón y rasgó el sobre con cuidado.
Sacó la carta y la leyó emocionada. Las lágrimas le rodaron por las mejillas.
Azucena
la vio y preguntó:
–Qué
pasó, ¿está mal o qué?
Nieves
no dijo nada, sólo le alargó la carta a Azucena y ésta la leyó con rapidez,
luego dijo:
–¿Y
por qué lloras? Está bien.
–Pues
lloro de la emoción de saber que está bien, y porque tiene ese mismo espíritu
aventurero que yo nunca obedecí y porque… no sé, porque me hace feliz tener
noticias suyas.
–Ay,
mamá, se llora por otras cosas.
–Qué
tiene, déjame.
Azucena
volvió a leer la carta y dijo para sus adentros: “Qué loca, pero me gustaría
andar con ella.” Era como un acto silencioso de reconciliación. Enseguida le
devolvió la carta a Nieves y ésta también volvió a leerla con emoción.
–Así
que hoy en la noche habrá tormenta. A ver qué dice mi papá. ¿Se lo vas a contar
antes o después de la cena?
–No,
pues después, si se lo cuento cuando tenga hambre va a ser peor.
–Nada
más no le hagas huevo ni le des aguacate, ¿no dicen que hacen daño si uno hace
coraje?
–Eso
dicen, quién sabe, pero tienes razón, no vaya a ser la de malas. Tendré a la
mano un té de boldo y procuraré que la cena sea ligera. Bueno, ya me siento un
poco más tranquila. Y ya me apuro, porque tengo clase hoy.
–Ah,
¿sigues dando clases? Ni me acordaba.
–Pues
ya ves, hablamos tan poco a veces. Sí, doy nada más tres veces a la semana,
tampoco quiero llenarme de clases, como hace algunos años. Luego acabo agotada
y encima la casa…
–Pues
es que tú no te impones con mi papá para que te ayude, es un macho.
–Todos,
en ese caso, deberían ayudarme.
–Pero
tu esposo más. Es tu compañero, ¿no? Se supone que debería ser solidario.
–Y
lo es, Azucena, dentro de todo. Ya ves cuando estaban chicas, las llevaba a la
escuela, las recogía, les daba de comer mientras yo estaba en la escuela trabajando
y las entretenía en lo que yo llegaba.
–Sí,
pero no lavaba los trastes, ni hacía de comer. Claro que tomando en cuenta su
educación… pero no hay disculpas.
–Bueno,
ya, eso no está en discusión por el momento. Dejemos eso.
–Pues
no deberías evadirte. Todavía están jóvenes y al rato se van a quedar solos y
qué, ¿nada más vas a estar para servirle? No le saques, mamá, piensa en eso.
–Óyeme,
majadera. Y ya dejemos eso, se me hace tarde.
Azucena
se quedó en la cocina, y después de desayunar mientras estaba lavando los
trastes pensaba: “Bueno, al menos mi papá es capaz de ayudar en algo, siquiera
ordena los trastes en la noche y les echa agua para que no cueste trabajo
lavarlos, pero yo digo que debería lavarlos antes de irse a trabajar. Claro que
si pienso en el papá de Caro, mi papá es de avanzada, el muy bolsa no mueve un
dedo, y además sale con que su esposa no trabaje y sus hijas menos. Y andan
batallando las pobres vendiendo cuanto catálogo les cae en las manos, peso eso
sí, que ni se entere el tipo porque encima de que llevan dinero para no pasarla
tan mal, el muy pendejo se enoja y las moquetea. Y lo peor es que lo aguantan.
Hay que cambiar esta sociedad, carajo.”
Nieves
se despidió de Azucena y se fue a su clase. Durante ese tiempo estuvo algo
distraída y la clase no salió muy bien, mejor dicho, a su gusto, porque ninguno
de sus alumnos notó nada extraño, o si lo hicieron nadie dijo nada.
Había pensado que cenarían Antonio
y ella, luego esperarían a Azucena, la acompañarían a cenar, y ya en la
sobremesa, se levantaría y pondría el sobre en la mesa y le diría a Antonio que
tenía algo muy importante que decirle. De lo demás, no tenía la menor idea ni
quería pensar más. Estaba cansada de ver la escena en su mente y de tratar de
prever todo, sin ningún resultado. Pero al menos ya había tomado la decisión de
que las cosas fluyeran como fuera. Así transcurrieron las horas de la tarde, en
medio de las actividades de rutina e imaginando el resultado del plan para
aquella noche, que sin duda sería una noche difícil.