Muchas veces es necesario arrearse uno solo para hacer las cosas. O que lo arreen. Hoy le tocó a Peregrina (y no del Mayab), así que gracias, colega, excolega, mejor dicho, apóstol incansable de la educación (ella utiliza palabras más modernas, pero es lo mismo). Y es en serio: se la rifa y bien, con ganas. Solita se echa la soga al cuello, pero eso ya es otra cosa. El caso es que aquí está el texto de hoy y al final su pilón visual. Dejaré los preámbulos y a darle, que es mole de olla. Ah, no. Bueno, no importa, aunque sea si es un potaje de aspecto sospechoso en el que nadan pequeños bultos de sabrá dios qué. Lo dicho: a darle.
Desguanzamiento
Hay días en los que uno despierta y por
alguna razón, nada lo anima a levantarse, pero se levanta. Ve uno la ropa y
para vestirse, qué problema –del regaderazo ni hablar-, pero se baña y se viste.
Arrastrando los pies va uno a preparase el desayuno y qué trabajo. “¿Qué
desayuno?” Y venga igual a abrir el refri para ver qué puede incentivar el apetito,
porque hambre no falta. Fffffff, qué sé yo. Pan, mermelada, huevos, frijoles,
queso, leche ¡no hay nada! Y haciendo un
esfuerzo extraordinario, abre las alacenas: avena, café, azúcar, miel,
semillas. ¡Qué se puede hacer con eso! Y con resignación, venga, a prepararse
una avena, ¡comida de cárcel!, por favor: primero, tostar la avena, junto con
las semillas de girasol y de calabaza, las avellanas y los arándanos secos (¿de
dónde habrán salido?). Una vez que la avena empieza a desprender su olor,
retirarla del fuego (o del calor, da igual) y añadirle la nuez moscada, el
jengibre y la canela; todo eso se mezcla bien. No huele mal, para qué negarlo.
Llevar el cazo a la llave del agua y añadirle un poco, luego otro tanto de
leche y llevar nuevamente a la cocción. Ay, y a esperar unos cinco minutos: dos
para que empiece a hervir y tres para que se cueza. ¿Tanto? Qué remedio. Y
además hay que revolverle de cuando en cuando para que no se pegue. Y uno con
esa energía casi agotada. Por fin pasaron los dichosos tres interminables
minutos. Falta picar la fruta. ¡Noooo! Pues sí. Plátano y ya. Para qué más. A
servirse, pues. Añadir la miel. Qué lata, está solidificada y no se deshace
rápido. Ya qué. Oh, no, faltaron los cacahuates. Se los añadiré. A buena hora.
En fin, ya está. A comer. Se ve horrible, pero tengo hambre. Aquí va la primera cucharada... a sacrificarse. No está mal... En realidad tiene buen sabor... En serio que sabe bueno... Delicioso... Exquisito... ¿Ya se acabó? Mmmm, creo que sólo me hacía falta desayunar.
Y el día de hoy... He aquí la imagen sin más preámbulos (ya fueron muchos). Decidí que fueran dos:
Hace un año, con nieve |
Este año, con hielo |
Se me antojó tu desayuno, muy nutritivo pero que frío. Brrrr, por eso es el desánimo, eres de clima semi tropical y te cuesta adaptarte.
ResponderEliminarSí, hace frío. Y ese desayuno ayuda mucho.
ResponderEliminarHola.sí se ve muy bonito pero como lo estamos viendo sólo en foto.como sea el hambre no para y con el frío da más. Saludos.
ResponderEliminarAsí parece. jajajaja
EliminarOye, qué bien "servir para algo y sentirse bien tratao", como dice Serrat. Me alegra haber sido de ayuda 😊 Intentaré tu receta porque mis hijos odian que les prepare licuados con avena; a ver si así calientita se la comen.
ResponderEliminarPor otra parte, totalmente de acuerdo: una vez desayunados, el mundo de vuelve un lugar más amable para habitar y conquistar, un pedacito a la vez.
Voy por mi café con pan, antes de salir a enfrentar el nortazo que ya se soltó otra vez.
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