miércoles, 28 de noviembre de 2018

T t t t trabajo


Sesuda reflexión sobre la vida laboral. Ahora sí estoy tratando de escribir más seguido. Ahora a ver si me leen. No sea que se cansen.

El trabajo en casa

Yo digo que el trabajo no debe llevarse a la casa. Claro, hay casos como el de los profes, que a fuercitas se lo tienen que llevar. Si tuvieran un espacio como tales en las instituciones, tal vez no se llevarían nada, pero pasarían mucho más tiempo ahí. El asunto clave es que uno decida cuánto tiempo le ha de dedicar. Si es lo más importante para uno, supongo que no hay límites, y habrá de ir con él a donde vaya: ya sea la casa, cuando va de visita o incluso al lugar donde vacaciona, que entonces ya deja de serlo para convertirse en una sucursal de la oficina; si es éste el caso, también pasan a segundo plano la familia, la pareja, los amigos, las diversiones, porque el trabajo suple a todo lo citado. Si no lo es tanto, pero es importante por ser la fuente de ingresos y le gusta, habrá de dedicarse en cuerpo y alma las horas necesarias, sin caer en el extremo de llevarse la chamba doquiera que se vaya, ni en ponerse de mal humor por el hecho de no estar en la dicha oficina o el sitio de la labor, que no necesariamente se tratará de una oficina, pero puesto que en los tiempos de la burocracia es el sitio de trabajo por antonomasia, valga como modelo. Decía, pues, que si el trabajo es muy importante, tampoco se trata de olvidarse del mundo exterior. Es cierto, se trabaja por un salario para poder sufragar los gastos del diario vivir: comida, un techo, ropa, calzado, transporte, y lo que haga falta; pero en mi opinión, de ahí a que resulte ser la actividad prioritaria en la vida, no creo que deba ser así, pues se corre el riesgo de también desaparecer para los demás.
   Hablando de trabajos, los hay ingratos que no reciben remuneración. Me refiero, por supuesto, al trabajo doméstico. Tan necesario, pero tan devaluado; tan indispensable, pero tan tedioso. Quien lo desempeña como fuente de ingresos, seguramente, aparte, lo tiene que hacer en su casa; ése, sin paga; o no lo hace, y su casa es un muladar –se dan casos-, mientras que las de los que le pagan son un espejo de tan limpias (ya se sabe que los dichos encierran verdades). No es que el trabajo se lleve a la casa, la casa es el trabajo y ahí está siempre; la idea es no hacerle caso todo el tiempo, pues de lo contario, no hay respiro. Y hay sin duda quienes se lo toman muy en serio y no paran: barren, trapean, sacuden, limpian vidrios y herrerías, techos y paredes; lavan ropa diariamente, la tienden, la recogen, la planchan y la doblan; remiendan, lavan la estufa y el horno, quitan el cochambre y las telarañas; desmanchan la ropa, lavan los trapos de la cocina, hasta lustran los zapatos de los demás; y si hay coche, lo lavan por dentro y por fuera; si hay alfombras las aspiran; si tapetes, los sacuden. Aspiran los sillones, si cuentan con ese aparato, o los sacuden y lavan con espuma; lavan las cortinas, los baños -¡los baños!, cómo olvidarlos- y cocinan. ¿Será tan placentero y no lo he notado? Yo prefiero chiquiteármelo, en todo caso. Cualquier trabajo, en dosis reguladas y medidas. Si no, ¿qué sería de la familia y de los amigos, de las mascotas y las aficiones? Se irían al carajo, qué duda cabe.

Imagen de archivo sin relación con el tema:

Un atardecer hace un par de meses


4 comentarios:

  1. Qué te diré del trabajo... Mia, cuando joven la verdad no me gustaba el trabajo, era de oficina y al verdad nunca le tomé, digamos sabor, gusto. Sentía que a pesar de que no me iba mal económicamente, lo que hacía no era nada útil, no ayudaba a nadie, y esto no fue así, pues mi salario ayudaba y mucho a mi familia. En fin nunca me satisfizo.
    En ese tiempo yo no hacía mucho trabajo en casa y nunca me puse a reflexionar si era o no agradable el "quehacer" como generalmente se le dice a las tareas hogareñas. Había que hacerlo y ya.

    Después, cuando trabajé como química, cambió radicalmente mi manera de ver el trabajo, nunca me aburrí, me encantó. Como dice una frase que anda por allí: mi trabajo fue mi juguete. Tanto lo gocé que los veinte años que ejercí esta profesión, me parece que fueron solo un instante. Eso sí, nunca me llevé trabajo a la casa ni cuando fui oficinista ni cuando ejercí como química. Si trabajé un tiempo desde mi casa cuando ya me jubilé, pero esta etapa fue agradable, -pues seguía trabajando como química´- me ganaba unos pesos que complementaban mi pensión.
    Es todo lo que te puedo decir del trabajo.
















































    ehacer

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    1. Sí, ahí está lo importante, que te guste y te sientas satisfecho, pero que no te cierre a todo lo demás. Gracias por el comentario.

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  2. El trabajo es chido. 😎 Pero la pereza rocks!!! Creo que ya te había comentado de ese ensayo de Bob Black: "Nadie debería trabajar". Leí otro que se llama "El derecho a la pereza", de Paul Lafargue (yerno de Marx). Están interesantones. Échales un ojo.

    De trabajar me gusta sentir que hago algo útil, algo bueno por alguien, ganar dinero (lo suficiente, ni mucho ni poco, pero mío), la convivencia con gente culta y buena onda.

    Me gusta ir a la cafetería y comprar algo y luego salir a ver a los patos en el lago, antes de ir al aula siguiente.

    Qué más. De mi anterior trabajo extraño las fiestas, que se fueron con la juventud. Las ganas de salir a bailar con amigos y hacer bromas que sólo nosotros entendíamos, chistes del jefe. Jajajaja, eso era genial. El que mi opinión fuera importante, ahhhhh, los dueños de los medios de producción saben cómo darte en el ego para que trabajes más por menos 😆 pero pues, no está mal cuando lo tienes y sí lo extrañas cuando ya no. Qué loco. Las cosas que me pones a pensar. Sigue escribiendo, mujer!!!! Tus textos me oxigenan la vida. Te quiero.

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  3. Yo no digo que el trabajo no sea grato ni estoy en contra. Por supuesto que tener un dinero propio es un aliciente; el problema viene cuando se convierte en lo único importante y dejas de lado actividades muy disfrutables y desapareces para los demás.
    Gracias por leerme. Sin lectores no tiene caso escribir.

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