jueves, 2 de junio de 2016

Capítulo 3. La sangre llama


Paloma salió del baño ya tranquila y fresca con el vestido ya puesto, aunque no tenía huaraches –Eloísa nada más se los había prestado en San Luis- ni otros zapatos más que los toscos de excursionista, que para el calor del lugar resultaban incómodos, pero tampoco quería comprar otros y llenarse de objetos que poco a poco le harían más pesada la mochila; claro que no coordinaban con el vestido, pero eso no le importaba, lo fundamental era andar cómoda aunque sin cargar demasiado, de modo que se presentó en la sala como si nada.
            Allí estaba Carmela, quien le preguntó si no quería algo, tal vez desayunar. Paloma le indicó que un vaso de agua estaría bien, para el calor. Entonces Carmela le dijo que dejara su mochila en la sala y se fueran al comedor. Ya allí, la presentó con sus amigas.
            –Miren, muchachas, ella es Paloma. Y dice que es hija de Nieves.
            –Ah, ¿de la que se casó con uno de Torreón? –preguntó una de ellas, que tenía un cierto gesto de amargura en los labios, con el fin de ver qué respondía Paloma.
            –No digo –aclaró Paloma–, soy hija de Nieves. Y sí, mi papá es de Torreón.
            –Ay, mira, tú, sí se parece, los mismos ojos papujados de tu prima –comentó la misma mujer, lo cual no le hizo mucha gracia a Paloma.
            –Ay, sí, Lorenza, eso es de familia, yo por eso me operé –dijo Carmela.
            –Hiciste bien –agregó Lorenza y luego, dirigiéndose a Paloma le aconsejó–, y tú harás muy bien siguiendo el ejemplo de tu tía cuando sea el tiempo, orita hasta te ves simpática. Y eso va también para tu mamá, según la recuerdo.
            A Paloma no le cayó bien esa mujer, pues le pareció que sus comentarios estaban totalmente fuera de lugar y más bien pensó que le tenía envidia a su mamá, porque de seguro había estado enamorada de su papá.
            –Ya déjala, tú, si así está rebonita –intervino Carmela y les pidió a sus amigas–, a ver, ayúdenme a hacerle unas preguntas para ver si deveras es mi sobrina. ¿Qué se les ocurre? ¿Quién se acuerda de algo muy de Nieves?
            –¡Ah, ya sé!, ella tenía un dicho que usaba muy seguido, porque su mamá se lo decía a cada rato. ¿Cómo era? Me acuerdo que se enojaba, porque decía que era un insulto a su inteligencia –comentó otra, que tenía un rostro más agradable que Lorenza y que se presentó con Paloma–. Yo soy Dolores, Lola, tu mamá y yo fuimos muy amigas de niñas, hicimos tantas travesuras… Por eso su mamá le decía a cada rato aquel dicho que la enfurecía.
            –Ah, ya sé –dijo Paloma y citó el dicho–, “discurres peor que un calcetín”.
            Todas se rieron y asintieron.
–No, sí es –dijo Lola y enseguida pidió a Paloma–, a ver cuéntanos, qué es de ella. ¿Tienes más hermanos? Aquí Carmela ya ni se acuerda de tu mamá, tiene tiempísimo que no sabemos nada de ella. Cuenta.
–Pues no sé como qué quieran saber.
–Pues eso, si tienes más hermanos.
–Ah, sí, tengo una hermana, se llama Azucena, es más grande que yo. Está estudiando en la Universidad, Ciencias Políticas.
–¿Y tu papá? –Preguntó Lorenza, interesada, por lo cual Paloma pensó que había acertado y que de seguro le tenía envidia a su mamá.
–Ah, pues muy bien, muy guapo, como siempre y se lleva muy bien con mi mamá –respondió con celo Paloma.
–¿Sigue con su carácter… digamos… difícil? –preguntó su tía y siguió–, porque nosotras sabemos cómo se las gasta tu papá, ¿eh?, así que de nada te servirá negarlo, y además ni era tan guapo, no sé qué le vieron.
–No, sí era –dijeron las demás.
–Ay, no. Guapo mi Santiago –dijo Carmela y sonrió ilusionada.
–Ay, ¿ya vas a empezar a rezumar miel?, quién te aguanta –dijo Lorenza molesta.
–Uy, qué amarga, déjala –intervino Lola y siguió–, al contrario, que nos comparta tantito. Yo soy feliz si Carmela lo es y hasta gozo cuando nos cuenta de su novio.
–A mí me parece ridículo a estas alturas de la vida –señaló Lorenza.
–No, qué va –afirmó Lola–, precisamente por eso, por ocurrirle a esta edad es muy bonito, no seas amarga, que por eso te ves fea. Cuando sonríes eres muy bonita, quítate ese resentimiento.
Paloma no entendía del todo de qué hablaban, pero iba atando cabos y al parecer su tía tenía un enamorado y era él el que había mandado la carta que le facilitó, de algún modo, la entrada a esa casa, así que de inicio, el tal Santiago ya le despertaba cierta simpatía. Carmela vio el rostro interrogante de su recién descubierta sobrina y le explicó brevemente:
–Ay, tú, ¿pues creerás que tengo un novio? Ahí para que le cuentes a tu mamá. Así como me ves con mis arrugas y mis canas, me salió un enamorado. Ya lo conocía desde hace mucho, hasta fuimos juntos al catecismo, porque has de saber que de niñas nos mandaban cada sábado al catecismo. No sé ni para qué, porque precisamente gracias a eso, yo dejé de asistir a la iglesia en cuanto tuve la posibilidad…
–A ver a ver –interrumpió Lola–, no empieces, como siempre, a hablar de todo al mismo tiempo. Ve por partes, porque nada más vas a confundir aquí a Palo.
–Ay, qué feo se oye, dile bien, Paloma –pidió Carmela y luego retomó su narración–. Bueno, a ver, tienes razón. Te decía, Paloma, que tengo un enamorado, que es un muchacho…
–Muchacho –interrumpió Lorenza esta vez–, ¡un viejo!, y tú ni estás tan vieja, si apenas eres un poco mayor que Nieves, esa manía de avejentarte nada más para estar igual que el Francisco ése.
–Ay, no interrumpas, amarga –la regañó Lola.
–Y se llama Santiago –añadió Paloma y pidió a Carmela–, a ver, tía, cuéntame todo de un jalón.
–Sí se llama Santiago –confirmó Carmela y se le iluminó el rostro con una sonrisa al recordarlo, luego continuó–, y como ya dije, lo conocí hace mucho tiempo, pero hasta hace dos años me lo volví a encontrar en un velorio, hazme favor, y que me hace la plática, yo ni lo reconocía, sino que él se acercó y me dijo que si yo era María del Carmen López de Alba, así, todo completo. Yo me quedé sorprendida, porque yo por más que lo veía no lograba recordar quién era, hasta que de repente, desde quién sabe qué lugar de mi cabeza me llegó el recuerdo y que le digo: ¿Santiago?, ¿el del catecismo?, y sonrió tan bonito cuando logré recordarlo, que me flechó. De chiquillos me gustaba, pero qué malicia vas a tener a los siete años. ¿Tú crees? ¿Cómo pudo reconocerme? Eso también me gustó de él, pues me hizo sentir que no estaba tan fea.
–Fea de dónde –dijo Lorenza, que a pesar de su dejo amargo, apreciaba sinceramente a su amiga y agregó–, además, gracias a que me hiciste caso y te operaste los párpados, te ves igualita a cuando eras niña.
–No interrumpas –la volvió a regañar Lola y luego le pidió a Carmela–, tú síguele, que me emociono siempre que oigo la historia.
–El caso es que empezamos a platicar, me contó que se había casado y tenía tres hijos, todos varones, pero que había enviudado hacía dos años, que se había ido a vivir a Guadalajara hacía mucho y que recién había regresado, después de que enviudó, porque había conseguido un trabajo aquí.
–¿Y ahora ya son novios? –preguntó Paloma.
–Ay, sí, ¿tú crees? Quién iba a creerlo. Yo que ya me sentía medio amargada porque pues había tenido muchos novios, pero nunca nada realmente estable, que me hiciera sentir confiada, segura, contenta… ¿Otra vez llorando? –Carmela se interrumpió y fue a abrazar a Lola, a quien las lágrimas le rodaban por las mejillas, en contraste con una amplia sonrisa.
–Ya sabes que soy muy chillona, y me emociono, soy feliz contigo, amiga.
–Gracias, Lola.
–Ay, ya chole, siempre es lo mismo –intervino Lorenza–, mejor síguele.
–Sí tía, yo aquí abrazo a Lola –dijo Paloma y pasó su brazo por los hombros de Lola, quien sonrió agradecida.
–Bueno, pues el caso es que desde el dicho velorio no dejamos de vernos ni una semana. No nos vemos diario, porque cada quién tiene sus actividades, él sigue trabajando, afortunadamente, y además, a veces va a ver a sus hijos, que viven en Guadalajara. Por cierto, ahorita está allá y me mandó la carta con un propio.
–¿Un propio?, ¿qué es eso? –interrogó Paloma, quien siempre se interesaba por las palabras.
–Un propio –explicó Lorenza– es una especie de mensajero que lleva un entrego y se lo da en propia mano al destinatario, por eso se llama así.
–¿Sí? –dudó Lola.
–Pues no sé, pero suena bien, ¿no? –dijo Lorenza ya de mejor humor y continuó–, pero si no es por eso que se llaman así, sí es eso lo que hacen, es decir, viajan de un lugar distante a llevarte algo justamente para que sea más rápido y seguro que el correo. ¿O no? Bueno –se corrigió–, no necesariamente viajan, depende de cada caso, pero sí hacen las veces de correo, aunque sin trabajar para una empresa de mensajería, generalmente es alguien que trabaja en el mismo lugar que la persona que lo envía, o alguien de mucha confianza.
–Ah, no sabía –dijo Paloma y otra vez pidió a Carmela–, síguele tía.
–Pues no me interrumpan –y continuó–. Hemos ido a varios lugares, de vacaciones, o cuando del trabajo lo mandan a algún lado, lo acompaño. Vamos al cine, al teatro, hacemos de cenar en su casa y a veces me quedo allí o él aquí; platicamos mucho, me cuenta de su vida, y yo de la mía; compartimos lecturas; y recordamos nuestra infancia; a veces hasta vamos al balneario, a Ojo Caliente, juntos.
–Ya deberían casarse –dijo Lorenza.
–Ay, no, para qué –dijo Carmela–, así estamos bien.
–Pero ya ves cómo habla la gente. A las Gutiérrez no les para la boca, lo mismo a las Hernández.
–¿Creerás que hasta me gusta eso? Me siento como de novela, o de película, ya ves que he leído muchas y me gusta tanto el cine… Además, qué me importa lo que digan; ya a estas alturas de la vida uno quiere estar contento consigo mismo y ruede la bola, los demás que digan misa.
–Eso sí –aceptó Lorenza.
–Pero imagínate –intervino Lola–, una boda con su fiesta y nosotras de damas, qué bonito.
–¿Y lo que cuesta? Mejor eso nos lo gastamos en viajes, cenas, idas al cine y demás. No, viva la paz, así estamos bien. Además, a mí gusta mi casa y cada uno ya está acostumbrado a su espacio. Y en todo caso, ya se verá, tendrá que surgir solito, sin forzar nada.
–Me da mucho gusto tía, y muchas gracias por recibirme. Ya le contaré a mi mamá cuando regrese. Ya tengo algo más para platicar.
–Ay, ya ni nos acordábamos de ti. Y a todo esto, ¿cómo viniste a dar aquí? ¿Cómo supiste dónde era mi casa? ¿Te dio la dirección tu mamá?
–No, fue la casualidad. Ella es la que me guía: andaba medio perdida y me paré tantito en el zaguán para refrescarme un poco, y de pronto oí tu nombre, tía, que justo cuando llegué intenté recordar las pocas ocasiones que mi mamá mencionó a alguien de por acá y coincidió. Imagínate qué sorpresa.
–Y vaya que sí, pero a ver, pues, cuéntanos, –dijo Lola–, qué anda haciendo por ahí una muchacha como tú, en esas fachas y en estas fechas, cuando deberías de estar en la escuela. ¿O qué no hay clases allá o qué? Hasta donde sé, no es época de vacaciones, ¿o sí?
–Pues no, no son vacaciones, pero yo sí ando de viaje. Así nada más, un lunes me salí y en lugar de ir a la escuela, empecé a viajar, primero en bicicleta, luego en tren, luego en autobús.
–¿En tren? ¿Pues no ya los quitaron? Sí aquí ha sido todo un escándalo, imagínate, si para la ciudad era tan importante Ferronales.
–¿Ferronales?
–Ferrocarriles Nacionales de México –contestaron a coro las tres mujeres.
–Ah, pues sí, sólo me tocó un tramo muy corto –dijo con tristeza Paloma–, pero como yo tengo muchas ganas de tener esa experiencia de viajar en tren y ya tuve una probadita, voy a Chihuahua.
–Al Chepe –completó Lorenza, que se veía estaba al tanto de los ferrocarriles.
–Sí.
–¿Y tus papás? –Preguntó Carmela, adivinando un poco–, ¿a poco saben dónde andas?
–Más o menos –respondió un poco mosqueada Paloma–. Le hablé a mi mamá dos veces y le he escrito dos cartas, me imagino que la segunda estará por llegarle. Claro que no sabían nada y supe que mi papá se enojó mucho, pero yo no quiero regresar.
–¿Y luego? ¿Vas a seguir así toda la vida? –preguntó Lola.
–No, claro que no. Yo nada más quiero conocer más, tener aventuras, hacer las cosas por mí misma, resolver lo que se presente. Y voy a hacer ese viaje hasta Chihuahua, luego de ahí a los Mochis en el tren y de ahí, probablemente ya me regrese. Pero no sé. Estuve trabajando en San Luis –finalizó Paloma muy orgullosa.
–Ya me imagino a tu papá, se ha de haber puesto hecho una furia, tan enojón que es, válgame Dios –dijo Carmela.
–Pues algo –aceptó Paloma.
–Pobre de Nieves, ya la veo lidiando con… ¿cómo se llama tu papá? Ya ni me acuerdo.
–Antonio –dijo Lorenza, yo lo recuerdo muy bien.
–Pues claro –dijo Lola y dirigiéndose a Paloma continuó–, aquí Lorenza fue novia de tu papá.
–¡Lola!, para qué le dices –reclamó Lorenza.
–Ay, tú, qué tiene. Es la verdad.
–Sí, eso pensé –dijo Paloma.
–No me gusta hablar de eso –añadió Lorenza.
–Pues te haría bien ya sacar toda esa pena que nada más te ha amargado. Tan buenos partidos que tuviste y los dejaste ir nada más por estar pensando en ese hombre que, ya ves, se casó con otra nada más por darte en toda la chapa y sí que lo consiguió, ¿eh? –insistió Lola.
–Quizá sí, pero este no es el momento, y no creo que Paloma tenga por qué saber esos detalles.
Paloma escuchó sorprendida aquel fragmento de la historia de sus papás. En realidad, ellos nunca le habían contado nada y jamás hablaban de su vida en Aguascalientes  y nunca las habían llevado allí a ella y a Azucena ni de vacaciones. Era como si no quisieran volver a saber nada de allí. En ese momento pensó que eso era muy raro, aunque nunca se había dado cuenta de ello. ¡Había una historia un tanto oscura de sus papás! La curiosidad la picó y dijo:
–Bueno, sí me gustaría saber, creo que sé muy poco o casi nada de mis papás, pero tal vez no es el momento, y tiene razón Lorenza, ¿puedo tutearte? –preguntó Paloma y Lorenza asintió–, pues son asuntos muy personales, íntimos y hasta tal vez dolorosos que no tienen por qué ser ventilados frente a una extraña como yo, por más que yo sea hija de dos personas a quienes ustedes conocieron bien.
–¡Válgame, qué madurez! –Exclamó sorprendida Lorenza, pero con buena intención, y luego, dirigiéndose a Lola–. Aprende.
–Bueno, bueno –intervino Carmela–, a ver, que nos traigan unos vasitos de agua de frutas, que el calorestá fuerte, y nos sigues contando de tu viaje. Ya habrá tiempo y momento para todo. Te vas a quedar, ¿verdad?


–Este… no sé, yo pensaba irme en la tarde para Zacatecas.
–Qué va, quédate al menos unos días, si estamos en plena feria –dijo Carmela.
–¿De veras?
–Claro, ¿qué no sabes de la Feria de San Marcos? ¿Tus papás nunca te contaron?
–Pues no –contestó Paloma apenada–, casi nunca cuentan nada de por acá; más bien nunca, quién sabe por qué, y como tenemos horarios distintos, hablamos poco; a veces no veo a mi papá en toda la semana y nada más mi mamá medio me pone al tanto. Me da pena decirlo, pero así es.
–No se diga más, y si andas de viaje y queriendo conocer, sería imperdonable que no probaras aunque fuera tantito la feria. En la noche vamos a la jugada, aquí Lola es la maestra, aunque se puede todo el día, pero ahorita hace un calor… Que nos traigan el agua, se la pido a Francisca y nos cuentas de tu viaje con detalle y sobre tu familia, que para nosotros todo será novedad. Y si se llega la hora de comer, pues le seguimos, que ninguna tiene pendientes, ¿o sí muchachas?, ¿qué les parece?
–Nos quedamos –dijo Lola.
El agua sabía riquísimo

Así pasaron el resto de la mañana, la hora de la comida y parte de la tarde. Les contó las aventuras de su viaje, ante las cuales las tres mujeres se mostraron sorprendidas y divertidas; también les enseñó las monedas y la carta de recomendación, que eran pruebas irrefutables de que lo que decía era verdad; y no olvidó su terrible impresión cuando no pudo continuar su viaje en tren
Por su parte, Carmela y sus amigas platicaron de su infancia y Paloma supo un poco de su familia y sólo entrevió las causas por las cuales sus padres habían roto, prácticamente, con el pasado, pues Lorenza insistió en que eso era algo muy personal y no quiso que hablaran de ello.

Una vez más, la casualidad había sido una buena guía para Paloma, pues estaba conociendo a parte de su familia y de su historia, porque la de sus padres era también causa de su origen. Así, poco a poco fue llegando la noche y con ella la hora de irse “a la jugada”, como ya había aprendido que se decía.

2 comentarios:

  1. Qué emoción! Me recuerda a una amiguita que tengo, pero que no he podido contactar. Es muy bonita y muy valiente; también hizo un viaje así y le pasaron muchas cosas. Admiro a las viajeras. Creo que soy más del tipo de Nieves 😊

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