Paloma
salió del baño ya tranquila y fresca con el vestido ya puesto, aunque no tenía
huaraches –Eloísa nada más se los había prestado en San Luis- ni otros zapatos
más que los toscos de excursionista, que para el calor del lugar resultaban
incómodos, pero tampoco quería comprar otros y llenarse de objetos que poco a
poco le harían más pesada la mochila; claro que no coordinaban con el vestido,
pero eso no le importaba, lo fundamental era andar cómoda aunque sin cargar
demasiado, de modo que se presentó en la sala como si nada.
Allí estaba Carmela, quien le
preguntó si no quería algo, tal vez desayunar. Paloma le indicó que un vaso de
agua estaría bien, para el calor. Entonces Carmela le dijo que dejara su
mochila en la sala y se fueran al comedor. Ya allí, la presentó con sus amigas.
–Miren, muchachas, ella es Paloma. Y
dice que es hija de Nieves.
–Ah, ¿de la que se casó con uno de
Torreón? –preguntó una de ellas, que tenía un cierto gesto de amargura en los
labios, con el fin de ver qué respondía Paloma.
–No digo –aclaró Paloma–, soy hija
de Nieves. Y sí, mi papá es de Torreón.
–Ay, mira, tú, sí se parece, los
mismos ojos papujados de tu prima –comentó la misma mujer, lo cual no le hizo
mucha gracia a Paloma.
–Ay, sí, Lorenza, eso es de familia,
yo por eso me operé –dijo Carmela.
–Hiciste bien –agregó Lorenza y
luego, dirigiéndose a Paloma le aconsejó–, y tú harás muy bien siguiendo el
ejemplo de tu tía cuando sea el tiempo, orita hasta te ves simpática. Y eso va
también para tu mamá, según la recuerdo.
A Paloma no le cayó bien esa mujer,
pues le pareció que sus comentarios estaban totalmente fuera de lugar y más
bien pensó que le tenía envidia a su mamá, porque de seguro había estado
enamorada de su papá.
–Ya déjala, tú, si así está rebonita
–intervino Carmela y les pidió a sus amigas–, a ver, ayúdenme a hacerle unas
preguntas para ver si deveras es mi sobrina. ¿Qué se les ocurre? ¿Quién se
acuerda de algo muy de Nieves?
–¡Ah, ya sé!, ella tenía un dicho
que usaba muy seguido, porque su mamá se lo decía a cada rato. ¿Cómo era? Me
acuerdo que se enojaba, porque decía que era un insulto a su inteligencia
–comentó otra, que tenía un rostro más agradable que Lorenza y que se presentó
con Paloma–. Yo soy Dolores, Lola, tu mamá y yo fuimos muy amigas de niñas,
hicimos tantas travesuras… Por eso su mamá le decía a cada rato aquel dicho que
la enfurecía.
–Ah, ya sé –dijo Paloma y citó el
dicho–, “discurres peor que un calcetín”.
Todas se rieron y asintieron.
–No, sí es –dijo Lola y enseguida pidió a Paloma–, a ver
cuéntanos, qué es de ella. ¿Tienes más hermanos? Aquí Carmela ya ni se acuerda
de tu mamá, tiene tiempísimo que no sabemos nada de ella. Cuenta.
–Pues no sé como qué quieran saber.
–Pues eso, si tienes más hermanos.
–Ah, sí, tengo una hermana, se llama Azucena, es más grande
que yo. Está estudiando en la Universidad, Ciencias Políticas.
–¿Y tu papá? –Preguntó Lorenza, interesada, por lo cual
Paloma pensó que había acertado y que de seguro le tenía envidia a su mamá.
–Ah, pues muy bien, muy guapo, como siempre y se lleva muy
bien con mi mamá –respondió con celo Paloma.
–¿Sigue con su carácter… digamos… difícil? –preguntó su tía
y siguió–, porque nosotras sabemos cómo se las gasta tu papá, ¿eh?, así que de
nada te servirá negarlo, y además ni era tan guapo, no sé qué le vieron.
–No, sí era –dijeron las demás.
–Ay, no. Guapo mi Santiago –dijo Carmela y sonrió
ilusionada.
–Ay, ¿ya vas a empezar a rezumar miel?, quién te aguanta
–dijo Lorenza molesta.
–Uy, qué amarga, déjala –intervino Lola y siguió–, al
contrario, que nos comparta tantito. Yo soy feliz si Carmela lo es y hasta gozo
cuando nos cuenta de su novio.
–A mí me parece ridículo a estas alturas de la vida –señaló
Lorenza.
–No, qué va –afirmó Lola–, precisamente por eso, por
ocurrirle a esta edad es muy bonito, no seas amarga, que por eso te ves fea.
Cuando sonríes eres muy bonita, quítate ese resentimiento.
Paloma no entendía del todo de qué hablaban, pero iba
atando cabos y al parecer su tía tenía un enamorado y era él el que había
mandado la carta que le facilitó, de algún modo, la entrada a esa casa, así que
de inicio, el tal Santiago ya le despertaba cierta simpatía. Carmela vio el
rostro interrogante de su recién descubierta sobrina y le explicó brevemente:
–Ay, tú, ¿pues creerás que tengo un novio? Ahí para que le
cuentes a tu mamá. Así como me ves con mis arrugas y mis canas, me salió un
enamorado. Ya lo conocía desde hace mucho, hasta fuimos juntos al catecismo,
porque has de saber que de niñas nos mandaban cada sábado al catecismo. No sé
ni para qué, porque precisamente gracias a eso, yo dejé de asistir a la iglesia
en cuanto tuve la posibilidad…
–A ver a ver –interrumpió Lola–, no empieces, como siempre,
a hablar de todo al mismo tiempo. Ve por partes, porque nada más vas a
confundir aquí a Palo.
–Ay, qué feo se oye, dile bien, Paloma –pidió Carmela y
luego retomó su narración–. Bueno, a ver, tienes razón. Te decía, Paloma, que
tengo un enamorado, que es un muchacho…
–Muchacho –interrumpió Lorenza esta vez–, ¡un viejo!, y tú
ni estás tan vieja, si apenas eres un poco mayor que Nieves, esa manía de
avejentarte nada más para estar igual que el Francisco ése.
–Ay, no interrumpas, amarga –la regañó Lola.
–Y se llama Santiago –añadió Paloma y pidió a Carmela–, a
ver, tía, cuéntame todo de un jalón.
–Sí se llama Santiago –confirmó Carmela y se le iluminó el
rostro con una sonrisa al recordarlo, luego continuó–, y como ya dije, lo
conocí hace mucho tiempo, pero hasta hace dos años me lo volví a encontrar en
un velorio, hazme favor, y que me hace la plática, yo ni lo reconocía, sino que
él se acercó y me dijo que si yo era María del Carmen López de Alba, así, todo
completo. Yo me quedé sorprendida, porque yo por más que lo veía no lograba
recordar quién era, hasta que de repente, desde quién sabe qué lugar de mi
cabeza me llegó el recuerdo y que le digo: ¿Santiago?, ¿el del catecismo?, y
sonrió tan bonito cuando logré recordarlo, que me flechó. De chiquillos me
gustaba, pero qué malicia vas a tener a los siete años. ¿Tú crees? ¿Cómo pudo
reconocerme? Eso también me gustó de él, pues me hizo sentir que no estaba tan
fea.
–Fea de dónde –dijo Lorenza, que a pesar de su dejo amargo,
apreciaba sinceramente a su amiga y agregó–, además, gracias a que me hiciste
caso y te operaste los párpados, te ves igualita a cuando eras niña.
–No interrumpas –la volvió a regañar Lola y luego le pidió
a Carmela–, tú síguele, que me emociono siempre que oigo la historia.
–El caso es que empezamos a platicar, me contó que se había
casado y tenía tres hijos, todos varones, pero que había enviudado hacía dos
años, que se había ido a vivir a Guadalajara hacía mucho y que recién había
regresado, después de que enviudó, porque había conseguido un trabajo aquí.
–¿Y ahora ya son novios? –preguntó Paloma.
–Ay, sí, ¿tú crees? Quién iba a creerlo. Yo que ya me
sentía medio amargada porque pues había tenido muchos novios, pero nunca nada
realmente estable, que me hiciera sentir confiada, segura, contenta… ¿Otra vez
llorando? –Carmela se interrumpió y fue a abrazar a Lola, a quien las lágrimas
le rodaban por las mejillas, en contraste con una amplia sonrisa.
–Ya sabes que soy muy chillona, y me emociono, soy feliz
contigo, amiga.
–Gracias, Lola.
–Ay, ya chole, siempre es lo mismo –intervino Lorenza–,
mejor síguele.
–Sí tía, yo aquí abrazo a Lola –dijo Paloma y pasó su brazo
por los hombros de Lola, quien sonrió agradecida.
–Bueno, pues el caso es que desde el dicho velorio no
dejamos de vernos ni una semana. No nos vemos diario, porque cada quién tiene
sus actividades, él sigue trabajando, afortunadamente, y además, a veces va a
ver a sus hijos, que viven en Guadalajara. Por cierto, ahorita está allá y me
mandó la carta con un propio.
–¿Un propio?, ¿qué es eso? –interrogó Paloma, quien siempre
se interesaba por las palabras.
–Un propio –explicó Lorenza– es una especie de mensajero que
lleva un entrego y se lo da en propia mano al destinatario, por eso se llama
así.
–¿Sí? –dudó Lola.
–Pues no sé, pero suena bien, ¿no? –dijo Lorenza ya de
mejor humor y continuó–, pero si no es por eso que se llaman así, sí es eso lo
que hacen, es decir, viajan de un lugar distante a llevarte algo justamente
para que sea más rápido y seguro que el correo. ¿O no? Bueno –se corrigió–, no
necesariamente viajan, depende de cada caso, pero sí hacen las veces de correo,
aunque sin trabajar para una empresa de mensajería, generalmente es alguien que
trabaja en el mismo lugar que la persona que lo envía, o alguien de mucha
confianza.
–Ah, no sabía –dijo Paloma y otra vez pidió a Carmela–,
síguele tía.
–Pues no me interrumpan –y continuó–. Hemos ido a varios
lugares, de vacaciones, o cuando del trabajo lo mandan a algún lado, lo
acompaño. Vamos al cine, al teatro, hacemos de cenar en su casa y a veces me
quedo allí o él aquí; platicamos mucho, me cuenta de su vida, y yo de la mía;
compartimos lecturas; y recordamos nuestra infancia; a veces hasta vamos al
balneario, a Ojo Caliente, juntos.
–Ya deberían casarse –dijo Lorenza.
–Ay, no, para qué –dijo Carmela–, así estamos bien.
–Pero ya ves cómo habla la gente. A las Gutiérrez no les
para la boca, lo mismo a las Hernández.
–¿Creerás que hasta me gusta eso? Me siento como de novela,
o de película, ya ves que he leído muchas y me gusta tanto el cine… Además, qué
me importa lo que digan; ya a estas alturas de la vida uno quiere estar
contento consigo mismo y ruede la bola, los demás que digan misa.
–Eso sí –aceptó Lorenza.
–Pero imagínate –intervino Lola–, una boda con su fiesta y
nosotras de damas, qué bonito.
–¿Y lo que cuesta? Mejor eso nos lo gastamos en viajes,
cenas, idas al cine y demás. No, viva la paz, así estamos bien. Además, a mí
gusta mi casa y cada uno ya está acostumbrado a su espacio. Y en todo caso, ya
se verá, tendrá que surgir solito, sin forzar nada.
–Me da mucho gusto tía, y muchas gracias por recibirme. Ya
le contaré a mi mamá cuando regrese. Ya tengo algo más para platicar.
–Ay, ya ni nos acordábamos de ti. Y a todo esto, ¿cómo
viniste a dar aquí? ¿Cómo supiste dónde era mi casa? ¿Te dio la dirección tu
mamá?
–No, fue la casualidad. Ella es la que me guía: andaba
medio perdida y me paré tantito en el zaguán para refrescarme un poco, y de
pronto oí tu nombre, tía, que justo cuando llegué intenté recordar las pocas
ocasiones que mi mamá mencionó a alguien de por acá y coincidió. Imagínate qué
sorpresa.
–Y vaya que sí, pero a ver, pues, cuéntanos, –dijo Lola–,
qué anda haciendo por ahí una muchacha como tú, en esas fachas y en estas
fechas, cuando deberías de estar en la escuela. ¿O qué no hay clases allá o
qué? Hasta donde sé, no es época de vacaciones, ¿o sí?
–Pues no, no son vacaciones, pero yo sí ando de viaje. Así
nada más, un lunes me salí y en lugar de ir a la escuela, empecé a viajar,
primero en bicicleta, luego en tren, luego en autobús.
–¿En tren? ¿Pues no ya los quitaron? Sí aquí ha sido todo
un escándalo, imagínate, si para la ciudad era tan importante Ferronales.
–¿Ferronales?
–Ferrocarriles Nacionales de México –contestaron a coro las
tres mujeres.
–Ah, pues sí, sólo me tocó un tramo muy corto –dijo con
tristeza Paloma–, pero como yo tengo muchas ganas de tener esa experiencia de
viajar en tren y ya tuve una probadita, voy a Chihuahua.
–Al Chepe –completó Lorenza, que se veía estaba al tanto de
los ferrocarriles.
–Sí.
–¿Y tus papás? –Preguntó Carmela, adivinando un poco–, ¿a
poco saben dónde andas?
–Más o menos –respondió un poco mosqueada Paloma–. Le hablé
a mi mamá dos veces y le he escrito dos cartas, me imagino que la segunda
estará por llegarle. Claro que no sabían nada y supe que mi papá se enojó
mucho, pero yo no quiero regresar.
–¿Y luego? ¿Vas a seguir así toda la vida? –preguntó Lola.
–No, claro que no. Yo nada más quiero conocer más, tener
aventuras, hacer las cosas por mí misma, resolver lo que se presente. Y voy a
hacer ese viaje hasta Chihuahua, luego de ahí a los Mochis en el tren y de ahí,
probablemente ya me regrese. Pero no sé. Estuve trabajando en San Luis
–finalizó Paloma muy orgullosa.
–Ya me imagino a tu papá, se ha de haber puesto hecho una
furia, tan enojón que es, válgame Dios –dijo Carmela.
–Pues algo –aceptó Paloma.
–Pobre de Nieves, ya la veo lidiando con… ¿cómo se llama tu
papá? Ya ni me acuerdo.
–Antonio –dijo Lorenza, yo lo recuerdo muy bien.
–Pues claro –dijo Lola y dirigiéndose a Paloma continuó–,
aquí Lorenza fue novia de tu papá.
–¡Lola!, para qué le dices –reclamó Lorenza.
–Ay, tú, qué tiene. Es la verdad.
–Sí, eso pensé –dijo Paloma.
–No me gusta hablar de eso –añadió Lorenza.
–Pues te haría bien ya sacar toda esa pena que nada más te
ha amargado. Tan buenos partidos que tuviste y los dejaste ir nada más por
estar pensando en ese hombre que, ya ves, se casó con otra nada más por darte
en toda la chapa y sí que lo consiguió, ¿eh? –insistió Lola.
–Quizá sí, pero este no es el momento, y no creo que Paloma
tenga por qué saber esos detalles.
Paloma escuchó sorprendida aquel fragmento de la historia
de sus papás. En realidad, ellos nunca le habían contado nada y jamás hablaban
de su vida en Aguascalientes y nunca las
habían llevado allí a ella y a Azucena ni de vacaciones. Era como si no
quisieran volver a saber nada de allí. En ese momento pensó que eso era muy
raro, aunque nunca se había dado cuenta de ello. ¡Había una historia un tanto
oscura de sus papás! La curiosidad la picó y dijo:
–Bueno, sí me gustaría saber, creo que sé muy poco o casi
nada de mis papás, pero tal vez no es el momento, y tiene razón Lorenza, ¿puedo
tutearte? –preguntó Paloma y Lorenza asintió–, pues son asuntos muy personales,
íntimos y hasta tal vez dolorosos que no tienen por qué ser ventilados frente a
una extraña como yo, por más que yo sea hija de dos personas a quienes ustedes
conocieron bien.
–¡Válgame, qué madurez! –Exclamó sorprendida Lorenza, pero
con buena intención, y luego, dirigiéndose a Lola–. Aprende.
–Bueno, bueno –intervino Carmela–, a ver, que nos traigan
unos vasitos de agua de frutas, que el calorestá fuerte, y nos sigues contando
de tu viaje. Ya habrá tiempo y momento para todo. Te vas a quedar, ¿verdad?
–Este… no sé, yo pensaba irme en la tarde para Zacatecas.
–Qué va, quédate al menos unos días, si estamos en plena
feria –dijo Carmela.
–¿De veras?
–Claro, ¿qué no sabes de la Feria de San Marcos? ¿Tus
papás nunca te contaron?
–Pues no –contestó Paloma apenada–, casi nunca cuentan nada
de por acá; más bien nunca, quién sabe por qué, y como tenemos horarios
distintos, hablamos poco; a veces no veo a mi papá en toda la semana y nada más
mi mamá medio me pone al tanto. Me da pena decirlo, pero así es.
–No se diga más, y si andas de viaje y queriendo conocer,
sería imperdonable que no probaras aunque fuera tantito la feria. En la noche
vamos a la jugada, aquí Lola es la maestra, aunque se puede todo el día, pero ahorita
hace un calor… Que nos traigan el agua, se la pido a Francisca y nos cuentas de
tu viaje con detalle y sobre tu familia, que para nosotros todo será novedad. Y
si se llega la hora de comer, pues le seguimos, que ninguna tiene pendientes,
¿o sí muchachas?, ¿qué les parece?
–Nos quedamos –dijo Lola.
El agua sabía riquísimo |
Así pasaron el resto de la mañana, la hora de la comida y
parte de la tarde. Les contó las aventuras de su viaje, ante las cuales las
tres mujeres se mostraron sorprendidas y divertidas; también les enseñó las
monedas y la carta de recomendación, que eran pruebas irrefutables de que lo
que decía era verdad; y no olvidó su terrible impresión cuando no pudo
continuar su viaje en tren
Por su parte, Carmela y sus amigas platicaron de su
infancia y Paloma supo un poco de su familia y sólo entrevió las causas por las
cuales sus padres habían roto, prácticamente, con el pasado, pues Lorenza insistió
en que eso era algo muy personal y no quiso que hablaran de ello.
Una vez más, la casualidad había sido una buena guía para
Paloma, pues estaba conociendo a parte de su familia y de su historia, porque
la de sus padres era también causa de su origen. Así, poco a poco fue llegando la
noche y con ella la hora de irse “a la jugada”, como ya había aprendido que se
decía.
Qué emoción! Me recuerda a una amiguita que tengo, pero que no he podido contactar. Es muy bonita y muy valiente; también hizo un viaje así y le pasaron muchas cosas. Admiro a las viajeras. Creo que soy más del tipo de Nieves 😊
ResponderEliminarCada quien tiene su tarea :)
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