Fue
un día intenso, como ya no había tenido otro desde el día que llegó a San Luis.
Paloma quedó agotada. El calor del día había sido agobiante, y aunque en la
noche refrescó un poco, no había sido tanto como para no sentir los efectos de
las altas temperaturas y la sequedad. Tenía que tomar agua constantemente.
El cuarto que le asignó su tía
Carmela era muy grande, los techos eran altísimos y eso hacía más tolerable la
noche. De cualquier modo estaba cansada, habían caminado mucho en la Feria , y las emociones del
juego también acabaron con su energía. ¡Lola apostaba como los profesionales de
las películas! Por eso Carmela le había dicho que era la maestra y lo había
comprobado.
Pero se sentía contenta, más que
nada, de haber conocido a una parte de su familia. Carmela, Lola y Lorenza la
habían puesto al tanto de la historia de abuelos, tíos y primos de quienes no
tenía la menor idea, y le dio gusto. En la calle también se habían topado con
personas que habían resultado ser parientes y Carmela siempre la presentaba con
orgullo, ponía a ambas partes en relación y daba los detalles del parentesco,
aunque con rapidez. ¡Era un mundo de gente! Azucena y Paloma siempre habían
pensado que eran sus papás y ellas los únicos miembros de su familia, puesto
que los abuelos de ambas partes ya habían fallecido. Nunca se habían
cuestionado mucho ese tema, aunque Paloma sí sentía cierta envidia cuando Carla
le platicaba de primos y tíos con mucha familiaridad, como personas muy
cercanas en su vida cotidiana y no entes lejanos y abstractos como lo habían
sido para ella sus abuelos u otros familiares, los que a veces por casualidad
llegaban a ser nombrados en su casa.
Ahora resultaba que la familia era
enorme y tenía una historia interesante. Paloma había intuido un poco el porqué
de la ruptura de sus padres con el pasado, y Lorenza estaba de por medio. Pensó
que debería conocer la historia con detalle y en un principio tuvo la idea de
preguntarle directamente a Lorenza, quien ya en el trato resultó muy agradable
y su amargura era una especie de escudo, pero pensó que sería incómodo. Luego
consideró que lo mejor sería preguntarle a su tía, pues siendo prima de su mamá
y amiga de Lorenza conocería la historia. Claro que a esa hora lo único que
quería era descansar y seguramente Carmela también. Con todos esos pensamientos
se fue a la cama. Oyó a lo lejos el timbre del teléfono y fue lo último que
percibió antes de quedarse profundamente dormida.
Al día siguiente despertó con los
cantos de los pájaros que había en las jaulas del patio y la voz de Francisca
que hablaba con ellos mientras les limpiaba las jaulas, les cambiaba el agua y
les ponía su comida: alpiste y una mezcla de plátano macho y “mosco”, según
supo más tarde Paloma, aunque se quedó con la duda de qué era exactamente eso
último. Se estiró lo más que pudo, bostezó y, cosa extraña, le dieron ganas de
bañarse. Había hecho tanto calor el día anterior y la noche, que deseaba
refrescarse. Y lo intentó, pero el agua nunca salió fría, aunque sí le sirvió
para despejarse. Se sintió muy bien y con mucha hambre. Tímidamente salió de la
pieza donde había dormido y anduvo curioseando un poco por la casa, observando
algunas fotografías que había en portarretratos colocados en algunas mesas de
la sala, miró con atención los detalles de los muebles tallados en madera, los
espejos que colgaban de algunas paredes y lucían complicados marcos también
tallados en madera. Todo hablaba de una situación económica desahogada. En la
sala había un piano reluciente, no sabía si Carmela tocaba, pero le daba un
ambiente acogedor a la casa. Luego pasó al comedor, que ya conocía muy bien,
hasta que llegó a la cocina, donde estaba ya Francisca, apurada preparando el
desayuno. Era una mezcla de espacio y objetos antiguos con la modernidad de los
aditamentos.
Entre antigua y moderna, pero muy bonita |
–Buenos días –saludó Paloma.
–Buenos, niña. ¿Ya tienes hambre? Échate un taco, mira,
estoy haciendo las tortillas, ahí hay frijolitos. Enseguidita está todo.
¿Quieres té? Aquí te sirvo una taza. Es de limón –y luego añadió en voz baja–,
y yo le echo un chorrito de aguardiente, ¿quieres?
Paloma asintió, y le recordó el día
que estuvo en Polotitlán y lo bien que le había probado después de aquella
noche de susto. Ahora las circunstancias eran otras, pero no dudó que le haría
bien.
–Tú sí sabes –le dijo Francisca,
quien a pesar de sus años, unos setenta, según su apariencia, trabajaba con
mucha energía y continuó–. Yo con este remedio empiezo todos los días y así qué
dolores ni qué nada, me pongo como trompo chillador, bien girita. Ya ves orita,
ya barrí la calle, fui al mercado, cambié los pájaros y ya casi acabo el
desayuno. La señora Carmela dice que no es cierto, que me sirve porque soy
medio borrachilla, pero no, ¿verdá que sí reanima?
–Sí, cómo no. Ya lo había yo probado
antes, en un pueblo donde estuve y unos señores con los que me quedé en su
casa, ya mayores, me dieron también y sí me sentí muy bien.
–Sí, es remedio como de viejos, pero
los jóvenes no les hacen caso. Me da gusto que lo pruebes y conozcas sus
virtudes.
–Gracias doña Francisca.
–No, dime Francisca a secas, sin el
doña. Doña es la señora Carmela, que es patrona.
–No, doña son todas las señoras que
merecen respeto, doña Francisca.
–No, a mí no me digas doña, no me
gusta. Francisca nomás.
–Bueno, está bien, así la llamaré.
Oiga qué bien huele, ¿qué es eso?
–Es una salsita pa las enchiladas
que voy a hacerles oritita pa desayunar. Bueno, nomás que doña Carmela ordene.
–¿Y esto de la olla? –preguntó
Paloma de una olla que estaba tapada.
–Es el chocolate pal pan dulce.
Paloma se acordó de los ladrillos
del día anterior y fue a su cuarto. Los sacó de la mochila y llegó con la bolsa
a la cocina.
–Mire, doña… digo, Francisca. Ayer
conocí estos panes, están buenísimos. Son ladrillos.
–Ah, sí –dijo con cierto desprecio
Francisca–, pero no has probado los míos.
–¿Sabe hacerlos?
–Pos claro, faltaba más. La cocina
es lo mío, y como aquí yo soy la que decide qué se desayuna, come y cena, estoy
a gusto, y como nada más es la señora, pos más. Seguido hay invitados, eso sí,
pero a mí me gusta, porque así me luzco con mis guisos. Me alaban siempre todo.
–Sí, la verdad es que hasta el agua
le sale bien.
–Pos con quién crees que tratas
–dijo Francisca un poco ofendida.
–No, precisamente por eso lo digo.
El agua de frutas de ayer estuvo deliciosa y la comida, desde la sopa hasta los
frijoles, ¡riquísimo todo! Creo que nunca había comido tan sabroso.
–Seguro. Quién como yo –dijo con
vanidad Francisca.
–¿Y tiene mucho trabajando con mi
tía?
–No mucho, unos dos años. Yo tenía
mi cocina en el mercado, pero pos mis hijos crecieron y se fueron que pa
Chihuahua, que pa Guadalajara, que pa Durango, y mi viejo se murió. Así que yo
dije, pos pa qué tanto brinco estando el suelo tan parejo. Dejo la cocina, me
busco un trabajo de planta con alguna señora sola, y ya no me preocupo de nada.
Y así fue. La señora está contenta, yo también y tan tranquilas. Sigo
cocinando, no me ocupo más que de la casa y me paga bien, dentro de todo. ¿Pa
qué más?
–¿Pero no es mucho trabajo para
usted sola?
–Se ve que no has trabajado.
–Ah, cómo no –respondió enseguida
Paloma–, y en un restaurante.
–Pos ya sabrás la soba que es.
Porque yo solita atendía mi cocina. Bueno, a veces me ayudaban mis hijos o mi
viejo. Y ya al último, pos tenía una muchacha pa que me ayudara, pero me salió
loca… ¡bendito Dios!, coqueteaba con quien se le pusiera enfrente, así que
luego se tardaba las horas por estar platicando. Eso sí, le iba muy bien con
las propinas. Y te digo, ese trabajo sí es pesado, no paras, y yo tenía que
hacer las compras también.
–Sí que lo sé.
–Pos te digo, así que ora me siento
como de vacaciones. Además, si no trabajara me aburriría. Pero ya no estoy pa
tener yo sola la cocina; mis hijos, con eso de que estudiaron, salieron medio
delicados y ninguno quiso seguirle con el negocio, que sí deja, pero hay que
trabajarle y tiene que gustarte, pos claro, porque ni modo que te salga sabroso
si cocinas sin ganas, y si está feo, pus se te va la clientela. Y por lo mismo
que trabajé tanto, yo no podría estar mano sobre mano, ahí nomás, esperando la
muerte. No, no. Aquí me siento bien, platico con los pájaros y en la mañana que
voy al mercado, pos saludo a mis conocidos, platico con mis amigas, me entero
de los chismes. En fin, que estoy contenta. Y tengo mis ahorritos.
–¿Y sus hijos la visitan?
–Poco –contestó Francisca con un
dejo de tristeza–, figúrate que tengo unos nietos que ni conozco. Creo que a
mis hijos les da pena que yo trabaje en una casa y ya desde antes, que tuviera
mi fonda en el mercado.
–No ha de ser eso, doña… digo,
Francisca, sino que pues también tienen que trabajar y luego la familia y los
gastos de todo, no les ha de quedar dinero para hacer el viaje y pagarse hotel.
–No, si por hospedaje no tienen
problema. Si hasta tengo mi casita. Modesta, pero bonita. Pero ora ya la quité.
Me dilaté en rentarla, pensando que si venían, pos ahistaba, pero ya mejor me
busqué unos inquilinos de confianza, porque mis hijos, ni sus luces. Qué se le
va a hacer. Ya me conformé de su desprecio.
–No diga eso, Francisca, un día van
a recapacitar y va a ver que la van a valorar.
–Pos si se siguen tardando, no me
van a hallar. No ves la ruina que estoy hecha.
–Yo la veo fuerte.
–Pos sí, pero el cuerpo se acaba,
todo se acaba. Pero ya dejemos eso que no quiero apachurrarme. Y ya se oye por
ahí a doña Carmela que ya se levantó. Ve a verla, ándale, mientras termino el
desayuno.
Paloma obedeció a Francisca, quien
se quedó un poco triste en la cocina. Fue a darle los buenos días a su tía.
Ésta se veía risueña y animada y enseguida, después de responder a su saludo le
contó:
–Anoche me habló Santiago.
–Ah, sí, medio oí entre sueños el
timbre del teléfono.
–Va a venir hoy, así lo conocerás.
–Ay, pero… ¿no estorbo?
–Qué va. No seas tonta, al contrario,
me dará gusto que conozca a una parte de mi familia que tenía casi olvidada. Y
así le cuentas a tu mamá. Por cierto, ¿Por qué no le hablamos? No seas ingrata,
que la has de tener con pendiente.
–Luego, tía, está bien, le mandé un
telegrama de San Luis, antes de venirme– mintió Paloma, que no deseaba por el
momento contactar con Nieves, hasta que supiera el misterio que encerraba su
alejamiento de la familia.
–Bueno, está bien, tus razones
tendrás. Vamos a desayunar, que la felicidad me da hambre.
–Sí, ya me duele la panza, y eso que
me eché una taza de té y un taco.
–Ah, ya te ofreció Francisca su
milagroso brebaje.
–Sí, y me probó muy bien.
–¡Ah, dio! Nomás borrachas que son.
–No tía, de veras, si es un minichorrito
de aguardiente, pero cae muy bien, yo ya lo había probado.
–¿A poco tu mamá hace eso?
–No, fue ahora en mi viaje –subrayó
Paloma estas dos últimas palabras con mucho énfasis.
–Ah, vaya. Por cierto –dijo Carmela–,
qué mosca te picó para este viaje. Estarás medio chiflis. ¿Cómo andas por ahí
pasando trabajos nada más porque sí?
–Precisamente es lo que nadie
entiende, pero yo estoy contentísima, siento que mi vida ahora tiene un sentido
y que en este viaje encontraré el rumbo que le voy a dar. No es que no me guste
estudiar, pero en realidad lo verdaderamente importante uno no lo aprende en la
escuela. Ni tenemos idea de qué estudiar, casi nadie de mi salón, ni otros que
conozco, tiene claro eso. Y yo digo que es porque nos faltan otro tipo de
experiencias. Tal vez los que ya trabajan lo vean con más claridad. Ahora que
ando en este viaje estoy aprendiendo mucho de cada persona que conozco, así voy
viendo qué cualidades debo cultivar en mí, qué defectos debo evitar. En fin,
que así descubro poco a poco la vida verdadera. Yo creo que en estas semanas
que llevo fuera de mi casa he cambiado un montón, soy menos ingenua, más
consciente de muchas cosas, por ejemplo, de lo que significa una familia, el
trabajo, el esfuerzo, el cariño, la independencia. Y hasta siento que ya hablo
de otra manera. He aprendido muchísimo. Y no todo ha sido fácil, tía, también
he tenido algunos momentos difíciles y yo diría que hasta peligrosos, pero
estoy orgullosa de mí, porque los he enfrentado y he vencido mis temores. Hasta
uso palabras y dichos que antes ni conocía. Sí, yo diría que soy otra.
–Pos mira nomás. Bueno, vamos a
desayunar, que ya no aguanto –dijo Carmela y enseguida levantó la voz para
ordenarle a Francisca que ya sirviera–. ¡Francisca, ya sírvanos, por favor!
Francisca se asomó por la puerta de
la cocina para decir que enseguida lo haría, y unos minutos después llegó con
una charola con una jarra de jugo, un platón de fruta picada y otra jarra de
agua. La mesa ya estaba dispuesta desde temprano, así que de inmediato Paloma y
Carmela se sentaron y mientras bebían el jugo y comían la fruta, Paloma se
dirigió a Carmela con cierta timidez:
–Oye, tía
–Dime.
–¿Me podrías contar la historia de
mis papás?
–¿Yo?
–Sí, porque ahora me doy cuenta de
que casi no sé nada de ellos. Nunca platican nada de cuando eran jóvenes. A
veces, sí, de su niñez, pero no de cómo se hicieron novios. Y no hablan de la
familia, de seguro tú sabes por qué.
–Pues no sé si eso me toque a mí.
–Claro que sí, no por nada la
casualidad me trajo. Como ya te dije, fue una coincidencia que escuchara tu
nombre cuando me detuve a refrescarme ante el zaguán de tu casa. ¿No significa
que hay una razón para ello y que el destino me trajo hasta aquí para conocer a
mi familia y para saber de ella? Mis papás no hablan nunca de nadie, no sé por
qué, pero de seguro tú sí sabes.
–Sí, tal vez tengas razón. Pero
mejor después de desayunar, ya tranquilas en la sala.
–Está bien tía, gracias. Qué rica
está la fruta. ¿Qué le puso Francisca que sabe tan bueno?
–Ay, tú, pos quién sabe, yo soy un
poco inútil para la cocina. Apenas Santiago me anda enseñando, ¿tú crees? Como
en la casa siempre ha habido cocinera, no tengo mucha idea de nada, pero
ahorita le preguntamos.
–No, tía, déjalo, sólo era
curiosidad.
–Pues por eso, para que no te quedes
con ella –dijo Carmela y llamó a Francisca.
–Dígame, señora, ¿quieren más fruta?
–preguntó diligente.
–Aquí mi sobrina que quiere saber
qué le puso a la fruta que sabe tan bueno.
–Ah, pos es un secreto, pero bueno,
pa qué me lo llevo a la tumba. Tiene un poco de menta fresca, pero muy poquita,
nada más para que le dé un saborcillo y una pizca de jengibre, pero igual,
apenitas para que le dé un gusto nomás, y unas tres gotas de limón. Y la fruta
está buena de por sí, pero cuando no está muy dulce, se le pone un poquito de
miel de abeja, nada de jarabes ni azúcar, y nada más la suficiente, no debe
quedar muy dulzote.
–Ah, vaya, me acordaré siempre –dijo
Paloma a Francisca agradecida por haberle compartido su secreto.
–Voy a sorprender a Santiago con
eso, ora que hagamos algo. ¿Y dónde hallo esas cosas, Francisca? La menta y el
jengibre.
–Pos en el mercado, señora. Si
quiere me dice y yo se las traigo.
–No, no, quiero aprender, tan vieja
y no sé nada. Aquí Paloma me anda dando lecciones. Vaya por lo demás, y se
lleva estos platos.
Francisca se fue a la cocina y
regresó con la charola, esta vez con dos platos humeantes de enchiladas con
queso y cebolla y con frijoles refritos a un lado. Tía y sobrina aspiraron los
olores de sus platos y de inmediato se les hizo agua la boca.
–Mmm, gracias Francisca –dijo
Carmela.
–Sí, de nada, señora, espero que les
guste –respondió Francisca y esperó unos segundos para ver la reacción de cada
una al probar el primer bocado, luego se fue satisfecha de regreso a la cocina
con el resto de los trastes sucios en la charola.
–Esta mujer es una maravilla. Están
deliciosas.
–¡Son de nata! –dijo sorprendida
Paloma–. Desde que era chiquita no había vuelto a probarlas. Mi mamá hacía
cuando la leche hacía nata.
–¿Y ya no hace nata la leche?
–Pues es que ya no hay más que la
industrializada y ésa no hace, una migaja que no alcanza ni sabe a nada, pero
sólo si es entera, nosotros sólo tomamos descremada porque mi papá siempre está
dizque a dieta. Engorda muy fácilmente.
–Mm, válgame. No, pues aquí todavía
hay unos entregos de leche de los ranchos cercanos.
–Qué suerte, tía.
–Sí, ¿verdá?
–¿Tú conoces México? –Preguntó
Paloma.
–Claro, a veces voy de compras y al
teatro. Antes más, ahora como aquí ya hay de todo, pues menos. Iría si tu mamá
nos invitara, pero como se fue como se fue…
–Y cómo se fue.
–Pues así, de repente, y sin ganas
de saber de nadie, porque has de saber que nunca nos escribió ni nada, con todo
y que, a pesar de que yo soy mayor, nos llevábamos tan bien. Y ni a sus amigas.
Todo por tu papá y ella por obediente.
–Ya tía, cuéntame de una vez, ¿para
qué nos esperamos?
–Es que tengo que pensar bien por
dónde empezar. Además, no quiero ser injusta con nadie, sólo contarte las cosas
como fueron, pero de repente me cuesta trabajo no enojarme, y estoy tratando de
ordenar todo en mi cabeza antes de hablar.
–Al menos ya sé que Lorenza está de
por medio, porque estaba enamorada de mi papá.
–¡Los dos!, si hasta se querían
casar, ya tenían sus planes.
–¡A poco!
–Pues sí, Antonio llegó a estudiar
aquí, de Torreón, eso sí ya lo sabes, tenía como dieciocho años, y conoció a
Lorenza en la Feria
o con unos amigos, eso nunca lo supe bien. El caso es que se flecharon desde el
principio y se llevaban muy bien.
–¿Y luego?
–¿Pero no te dije que en la sala,
cuando acabáramos de desayunar?
–Ay, tía, si ya me estás contando.
Lo que pasa es que no quieres.
–Bueno, está bien. Pero deja que
Francisca traiga el chocolate y el pan dulce para que nos sepa más sabroso el
chisme.
Carmela empezó a darle detalles a
Paloma una vez que Francisca llevó las tazas de chocolate humeante y un plato
con varios panes: corbatas, cuernos y campechanas, y en un plato aparte los
ladrillos de Paloma, que de inmediato cogió uno y le dio una mordida con deleite.
La plática siguió:
–Como te decía, eran novios, andaban
para arriba y para abajo juntos. Hacían bonita pareja y Lorenza estaba feliz. Duraron
varios años. Tu papá siempre fue medio berrinchudo y celoso.
–¿Y mi mamá?
–Tu mamá era muy amiga de Lorenza.
–¿De veras? Híjole. ¿Y luego?
–Pues una vez llegó uno que había
sido novio de Lorenza, primo de Lola, y las invitó a las dos a tomar una nieve,
creo, y el celoso de Antonio se enteró. Pero Lorenza lo hizo sin la menor
malicia y por lo mismo hasta le platicó a Antonio y éste anduvo averiguando y
supo que habían sido novios ¡cuando salieron de la primaria!, y que se pone
hecho una furia. Hazme favor.
–Sí, lo conozco.
–Pues ya te imaginarás, entonces.
Hizo un escándalo, un drama. De inmaduro e inseguro, nada más, porque si
hubiera habido algo, de mensos lo hacen todo tan a la luz. Nada les hubiera
costado, si hubieran querido engañar realmente a Antonio.
–Pues sí. ¿Y mi mamá?
–Ay, tu mamá. Pues a ella siempre le
había gustado Antonio, pero como él luego luego vio a Lorenza y se enamoraron y
se hicieron novios, nada más se limitaba a verlo de lejitos, pero bien que
Antonio lo sabía. Entonces, como se enojó tanto y creyó que Lorenza lo había
engañado… Y ésta, enamoradísima de tu padre, qué iba a pensar en traicionarlo
ni mucho menos. El caso es que tu papá, de malora, pues, que le habla a tu mamá
y ésta, ni tarda ni perezosa, pues que le dice que sí.
–¿Mi mamá?
–Tu mamá.
–¿Y luego?
–Pues el zonzo de tu papá, mejor
dicho, los zonzos de tus papás que salen con su domingo siete.
–¿O sea que se embarazó mi mamá?
–Sí, una tontería, una necedad, una…
ay, no puedo decir malas palabras, pero las tengo en la punta de la lengua. Y
total, pues que se van a México y por más que traté de saber a dónde y poder
ver, escribir o hablarle a tu mamá, nada. Se esfumaron.
–¿Y Lorenza?
–Pues imagínate, tristísima por la
actitud de ambos: Antonio de intolerante, y Nieves… ay, ya para qué digo nada.
Todos nos sentimos tan mal tanto tiempo. Y Lorenza se amargó, tan alegre que era,
lástima.
–Pero no es mala persona.
–Claro que no, pero imagínate, ella
toda ingenua, y su novio y su amiga la traicionan. Cómo no se iba a sentir mal.
Antes ya tiene más ánimo. Luego de eso no volvió a tener ningún novio, por más
que le salían pretendientes, pues era muy simpática, muy animosa, muy guapa,
aunque no fuera tan bonita como tu mamá. Tu mamá era más bonita, pero Lorenza
se ganaba a la gente porque era de sangre muy ligera. Pero ésa era otra Lorenza.
La que resultó después de eso ya nunca sonrió como antes.
–Qué pena. Sí, yo la sentí amarga y
agresiva al principio, pero se ve que no es lo suyo, es como una defensa. ¿Y
qué más?
–Luego supimos que se casaron por allá y poco más.
Prácticamente hasta ahora que llegaste tú. ¡Imagínate!, cuántos años.
–Quién me lo iba a decir.
Paloma se quedó pensativa. Carmela se preguntaba si habría
hecho bien en contarle la verdad, pero al menos tenía la certeza de no haber
mentido ni ocultado nada, y, además, su sobrina había insistido. Las dos
guardaron silencio, cada una cavilando sus ideas. ¡Qué cosas tenía ahora Paloma
para platicarle a su hermana!
Sopas!!! Pues sí está bueno el chisme. Los papás luego no quieren contar muy bien cómo pasaron las cosas o te cuentan "una verdad" que no es la full version. Es genial enterarse de fuentes fidedignas 😊 Quiero leer más!!! No dejes de escribir. Está padrísima la novela. Me encantan los personajes.
ResponderEliminarSopas!!! Pues sí está bueno el chisme. Los papás luego no quieren contar muy bien cómo pasaron las cosas o te cuentan "una verdad" que no es la full version. Es genial enterarse de fuentes fidedignas 😊 Quiero leer más!!! No dejes de escribir. Está padrísima la novela. Me encantan los personajes.
ResponderEliminarMe estimulas. Gracias. A mí también me gusta, faltaba más, ¿verdad? :)
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