viernes, 23 de junio de 2017

Versión completa

El texto anterior, el del Espíritu gozoso, que según inscribí en un concurso, por alguna razón desconocida no aparece en donde se supone inserté la liga para participar. Y ni modo. El caso es que para poder ajustarme a la convocatoria, tuve que editar el texto original de este relato, porque el máximo de extensión era hasta de mil palabras. Y venga a corte y corte hasta que llegó a novecientas y pico. Pero me gusta más la versión larga y aquí va. Algunos lectores ya la conocen salvo algunas correcciones gramaticales mínimas:

Espíritu gozoso

Yo había oído hablar de espíritus burlones y chocarreros, pero no de otro tipo, yo diría que me ha tocado uno… gozoso. Sí, ésta es la palabra. No es que se me aparezca y lo vea, pero sí lo percibo, lo siento. La primera vez que “se presentó” —no puedo decir que se apareció, porque no lo he visto— estaba yo en la bodega. Claro, es un lugar propicio, pues está llena de trebejos y cosas viejas. Ni tan viejas, pero sí muchas de ellas inservibles y, según he leído, es un sitio tradicional para este tipo de manifestaciones, pues, parece, a este ser le gusta seguir ciertos cánones. Tampoco puedo opinar con sustento, porque no soy afecta a leer tanto sobre estos fenómenos y en mi ya mediana vida es la primera vez que lo vivo, así que mi experiencia se reduce a estas todavía contables ocasiones.
   Decía que la primera vez que sentí la presencia de este espíritu gozoso fue en la bodega. Estaba yo buscando un pedazo de cable, de esos que guarda uno —bueno, yo— constantemente, y que cuando se necesitan, desaparecen. Ya ahora estoy pensando si con ello no tiene que ver este espíritu, que a lo mejor en ocasiones sí es chocarrero, es decir, de los que acostumbran burlarse de las personas.
   El caso es que estaba yo en mi afán de búsqueda, pero al fin me di por vencida, pues donde según yo podían estar los trozos de cable, había trozos de tubo; y donde pensaba que estarían los trozos de tubo, estaban los pedazos de azulejo; y donde creía que había ordenado con todo cuidado esos pedazos, estaban unos trapos viejos. Después de ver ese triquerío me di cuenta de la cantidad de cosas que se van acumulando con el tiempo. Esa bodega no tiene más de cuatro años en funciones; antes no la tenía, por lo que no solía guardar tantas cosas, pero ahora estoy convencida de que entre más espacio tiene uno, más objetos pone en esos sitios.
   Pero volviendo al asunto del dichoso espíritu, resulta que una vez que no encontré nada, puse las bolsas y cajas en su sitio, no sin antes prometerme recordar qué había en cada una y el lugar donde las dejaba. Eso me estaba diciendo, cuando me di la vuelta para ir hacia la casa y de pronto, algo se interpuso en mi camino; me asusté, por supuesto, porque no veía nada, pero sí sentía la presencia de alguien, que incluso por algunos instantes bloqueó la luz que entraba por la puerta. Obviamente, me quedé paralizada. Pero lo más impresionante y que casi no puedo ni mencionar por el impacto que en mí causó, fue que sentí cómo me tomó en sus brazos y me besó con fuerza en la boca; cómo su lengua entró en m boca y rebuscó por todos los rincones yo no sé qué que seguramente se le había perdido y pensaba que yo lo tenía allí dentro. Además, lo que imagino que fueron sus brazos, me apretaron con fuerza por la cintura e intentó meter su mano en, digamos, mi espalda baja, para no resultar soez ni vulgar. Eso duró unos segundos, instantes, qué sé yo. Y de pronto… ¡nada! Lo que vi frente a mí, en el umbral eran los dos gatos y la perra, sentados en fila mirándome con curiosidad, ladeando la cabeza hacia uno y otro lado. Y nada más. Yo salí de ahí como si nada, tratando de disimular no sé ante quién y no sé qué, porque en realidad, ¿qué podía decir que había pasado? Nada, si no había nada y ni siquiera los animales, que, dicen, tienen unos sentidos más agudos que los humanos, hicieron ruido alguno aunque estaban tan cerca. Así fue la primera vez.
   Otro día, estaba yo fregando los trastos de la comida, de no muy buen humor, para qué voy a mentir, pero sí con afán de terminar pronto y dejar ordenada la cocina, que es el sitio de la casa que menos tiempo dura recogido y limpio. ¿A poco no? Nadie me dejará mentir. En cambio, los que digan que es falsa mi afirmación, estarán pecando contra el… mandamiento; ése, el… No sé qué número es, pero dice: “No levantarás falsos testimonios ni mentirás.”
   El asunto es que estaba yo friega y friega los platos, los vasos y demás instrumentos de cocina, cuando de repente, siento un aliento en la nunca. Me quiero dar la vuelta para ver quién es, y siento unos brazos que se deslizan por mi cintura y me estrechan contra un cuerpo que siento pegado completamente al mío, pero que no puedo palpar con mis manos. Esto ya fue el acabóse, porque ahí sí que no sabía yo ni qué pensar. Claro, lo primero fue el recuerdo de la bodega, que por cierto hacía varios meses que ya había dejado en el olvido, pero que en ese momento era como si acabara de suceder. Yo creo que era esa misma presencia y por eso digo yo que es un espíritu gozoso, porque qué casualidad que nada más tiene esas inquietudes carnales. Pero igual que la vez anterior, fueron unos instantes, no puedo decir cuánto tiempo, y cuando al fin me pude dar la vuelta, ahí estaban otra vez los gatos y la perra, sentados, mirándome con extrañeza, hasta como con una sonrisilla, ladeando la cabeza como si no sé qué hubieran visto. Yo nada más les grité: “¡Qué!” Y seguí con mis labores, tratando de disimular antes ellos –si no había nadie más- mi arrobamiento, pues de piedra no soy.
   Yo no le había dicho nada a nadie, porque no es tan sencillo que le crean a uno estas cosas, pero ayer sí ya fue el colmo y de alguna manera tengo que desahogarme. Porque no ha sido un hecho detrás de otro, no señor, han pasado meses suficientes entre uno y otro como para que yo ya no esté prevenida. No es fácil enfrentar estas situaciones, más siendo uno mujer de edad madura. Es problemático, es un conflicto existencial-psicológico-ético-emotivo, no es tan simple enfrentarlo y mucho menos salir con salud mental de él.
  Pero como decía, anoche sí fue el pináculo: los martes son días de más carga de trabajo que los demás y, justamente, hoy es miércoles, de manera que ayer cuando llegué, lo único que quería era merendar tranquilamente, ponerme mi piyama, leer un rato y dormir a pierna suelta. Así que, no bien entré, dejé mi mochila donde siempre, prendí la estufa para calentar mi cena; vi la tele un rato mientras cenaba, apagué las luces y me subí a mi pieza. Siempre lo hago a oscuras porque el dichoso electricista, quien lo único que quería era ver si pegaba su chicle conmigo, hizo mal la instalación y no se puede encender abajo y apagar arriba, como en todas las escaleras modernas, de manera que subo contando los escalones para no caerme, pues es de todos sabido que en cuanto se apagan las luces no es posible vislumbrar las formas aunque haya un reflejo de luz de la calle, sino hasta después de un rato. Siempre, cuando estoy sola, subo así. Y anoche fue una de esas ocasiones. Y como sucede entonces, enciendo la luz hasta que estoy arriba. A veces incluso cierro los ojos para ver qué se siente estar ciego… y hasta ahora  no me he caído.
   De verdad que estaba agotada, hecha pedazos. Así que ya casi ni leí nada, pues los ojos se me cerraban al segundo párrafo, por lo que decidí dejar el libro, apagar la luz y descansar plenamente. Por cierto que llovió. Cómo ha llovido, apenas tuvimos tres días de tregua, pero anoche otra vez la lluvia. Claro, así de noche ni quien diga nada, porque hasta arrulla el agüita. Ay, qué rico.
   Pero estaba yo con ese asunto del espíritu gozoso. Resulta entonces que desperté a media noche, qué sé yo, serían las dos de la mañana para ir al baño, y lo primero con lo que me topo fue con los tres animales, formaditos, sentados esperando no sé qué a esas horas de la noche o de la mañana, como quieran… Me altero nada más de recordarlo. Ya algo barrunté, pero no quise prejuiciarme. Fui al baño con miedillo, pero no pasó nada. Regresé a mi cama más tranquila. Pero los animales ahí seguían… como quien dice, en primera fila. Y sí, el dichoso ése hizo acto de presencia… Yo no voy a contar más, piensen lo que quieran, con lo que me he desahogado es suficiente para mí.



2 comentarios:

  1. Definitivamente es mi favorita la versión larga. Me encanta 😊

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    1. A mí tambor. Tengo planes, tengo planes y eso me emociona y me hace estar de buenas. Cosa que no es fácil, ¿eh? He llegado a un estado... que bueno, mejor no digo nada. JAJAJA Mmmm, no sé de qué me río :D

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